RT 81

 


Capítulo 81: Mismos patrones.

El misterioso joven maestro de la mansión.

 

La Residencia Fengming se encontraba a las afueras de la ciudad, al pie del monte Wutong. Mientras tomaba té en la ciudad, Ah Liu escuchó por casualidad a unos sirvientes de la Residencia conversar. Decían que iban a comprar medicinas para tratar heridas, y que el joven maestro, por razones desconocidas, había llevado un monstruo a casa, como si estuviera poseído.

 

—¿Qué joven maestro? —preguntó Lu Zhui.

 

—Eso no lo sé —respondió Ah Liu—. No me atreví a acercarme demasiado. Lo que escuché fue entrecortado. Solo compraron algo de té y se marcharon rápido.

 

Lu Zhui miró a Ye Jin.

—¿Qué opina Lord Ye?

 

Ye Jin se arrepentía. De haberlo sabido, habría salido de la ciudad y regresado a la Mansión del Sol y la Luna en cuanto tuvo la oportunidad. Ahora, todo el asunto olía a problemas, y parecía que no se resolvería sin un gran alboroto. Pensando en ello, dijo:

—Recojamos nuestras cosas. Nos vamos de la ciudad.

 

—¿Podremos salir? —preguntó Yue Dadao—. Hay un buen número de personas rodeando la posada.

 

—Aunque no se pueda, lo intentaremos. No creo que se atrevan a detenernos por la fuerza —Ye Jin se remangó, con expresión feroz.

 

Todos en la habitación querían esclarecer el asunto de la bestia devoradora de oro, pero la salud de Lu Zhui era lo más importante. Así que prepararon el equipaje y salieron en carruaje.

 

Tal como esperaban, había gente siguiéndolos. Ye Jin tomó las riendas personalmente, y con un chasquido de látigo, el carruaje salió disparado como trueno.

 

Ah Liu y Yue Dadao iban con el corazón en la boca. «¿Cómo un médico divino puede tener esa mirada tan intimidante?»

 

No habían avanzado mucho fuera de la ciudad cuando, en el camino que conducía a la Residencia Fengming, vieron a una anciana de cabellos blancos, vestida con ropas elegantes, apoyada en un bastón en medio del camino. Era la señora Qiu. Detrás de ella estaban Qiu Zifeng y Qiu Zixi, junto con decenas de sirvientes que sostenían bandejas cubiertas con telas rojas. Nadie sabía qué contenían.

 

—Anciano Lu, médico divino Ye —saludó la señora Qiu con una reverencia.

 

Ye Jin tuvo que tirar de las riendas para detener el carruaje.

 

—Gracias, médico divino Ye —dijo la anciana, acercándose con pasos temblorosos. Qiu Zixi se apresuró a sostenerla.

 

—Al enterarme de que deseaban marcharse, no tuve más remedio que tomar esta medida desesperada. Detenerlos en plena calle es una vergüenza para la Residencia Fengming, y una ofensa para el anciano Lu y el médico divino Ye. Pero no tengo otra opción —tosió, con dificultad para respirar, la anciana continuó—. Solo puedo venir con el rostro en alto a pedirles ayuda.

 

La anciana hablaba con tono lastimero, y su aspecto era débil y agotado. Ye Jin no podía estallar de rabia, así que miró a Lu Wuming.

 

Lu Wuming suspiró.

 

—Hace años tuve trato con el maestro Qiu. En teoría, si la señora Qiu lo pide, no debería negarme. Pero mi hijo está herido, y debemos ir a la ciudad de Qianye para que se recupere. No tenemos tiempo.

 

—En la Residencia Fengming hemos preparado una habitación tranquila, donde nadie molestará al joven maestro Lu Mingyu. Los sirvientes e incluso los guardias estarán a disposición del anciano Lu —dijo la anciana, levantando la mano.

 

Las telas rojas fueron retiradas al unísono. Bajo ellas había jade, coral rojo, cristal tallado y todo tipo de tesoros brillantes. También había unas diecisiete o dieciocho hierbas medicinales raras, atadas con cordones rojos y ordenadas con esmero.

 

Ye Jin frunció ligeramente el ceño. «¿Acaso pensaban vaciar toda la fortuna familiar de una sola vez?»

 

—Como pueden ver, no me queda otra salida. Si pueden ayudarnos, estoy dispuesta a entregar todo esto —dijo la anciana Qiu. Y sin saber si iba a arrodillarse o si se desmayaba, dio un paso tambaleante hacia adelante. Por suerte, Qiu Zixi la sostuvo a tiempo.

 

El rostro de Qiu Zifeng ya no mostraba aquella actitud despreocupada y burlona. Permanecía en silencio, con la mirada fija al frente, sin que se supiera en qué punto se concentraban sus ojos.

 

Lu Wuming estaba por decir algo, pero Lu Zhui levantó discretamente una esquina de la cortina del carruaje y murmuró:

—Padre…

 

Lu Wuming y Ye Jin se volvieron al mismo tiempo: “…”

 

Ye Jin, al darse cuenta de que había girado junto con Lu Wuming, sintió que quizás había tomado demasiada confianza, así que se recompuso con naturalidad y volvió a mirar al frente.

 

—Vamos a ver qué ocurre —dijo Lu Zhui.

 

Lu Wuming frunció el ceño. Por carácter, no solía meterse en asuntos ajenos, y menos estando herido. ¿Por qué decía eso ahora?

 

—La anciana Qiu tuvo trato contigo en el pasado. Si ahora enfrenta dificultades, al menos deberíamos echar un vistazo —dijo Lu Zhui.

 

Ye Jin respiró hondo y lo miró con cierta melancolía.

 

Pero Lu Zhui se mantenía firme.

 

La anciana Qiu se inclinó profundamente.

—Gracias, joven maestro Mingyu.

 

La reverencia fue tan solemne que Lu Wuming se sintió incómodo. El cielo comenzaba a oscurecer, el viento de montaña soplaba con fuerza, y seguir allí de pie no era opción. Más aún, su hijo parecía decidido a ir a la Residencia Fengming, así que no tuvo más remedio que ceder.

—Entonces, esta noche les molestaremos.

 

El carruaje reanudó su marcha, esta vez rumbo a la Residencia Fengming.

 

Tras varios giros por senderos montañosos, apareció ante ellos una gran mansión iluminada, con dos faroles rojos colgando en la entrada. En el portón, el nombre de la residencia estaba escrito en grandes caracteres dorados, con trazos de dragón y fénix. A cada lado de la puerta, una escultura de Fénix dorado —una de pie y otra agachada— parecía a punto de alzar el vuelo.

 

La noche había caído por completo. La anciana Qiu los condujo personalmente hasta el pabellón occidental, un lugar realmente tranquilo, con árboles, estanques y carpas koi. Ideal para recuperarse.

 

Una vez que los sirvientes se retiraron, Lu Wuming preguntó:

—¿Por qué aceptaste venir?

 

Ye Jin también lo miraba con desconcierto.

 

Ah Liu sirvió una taza de té caliente y la entregó.

—En esas bandejas rojas había siete u ocho objetos que pertenecen a la Tumba Mingyue —dijo Lu Zhui.

 

Lu Wuming frunció el ceño.

—¿La Tumba Mingyue?

 

Lu Zhui asintió.

—Cuando era niño solía colarme en la cámara del tesoro. Vi muchas veces esas perlas brillantes y otros objetos. No me equivoco.

 

—Pero nunca se ha oído que la Residencia Fengming tenga relación con la Tumba Mingyue —dijo Ye Jin—. Aunque no se le considere una secta perversa, los clanes que se autodenominan “sectas demoniacas” no suelen querer vínculos con ellos. Mucho menos andar mostrando sus reliquias por la calle para pedir ayuda.

 

—Por eso quise venir —dijo Lu Zhui—. La Residencia Fengming debe estar en una situación desesperada. De otro modo, no habrían sacrificado su reputación de esta forma.

 

Mientras hablaban, un sirviente vino a avisar que la anciana Qiu había preparado refrigerios.

 

—Yo también iré —dijo Lu Zhui.

 

Lu Wuming asintió y pidió a Ah Liu que le trajera una capa gruesa para abrigarlo. Salieron juntos.

 

La noche de finales de primavera aún traía frío. En el salón ardía un brasero. La anciana Qiu y los dos jóvenes maestros estaban presentes, pero no se veía al hijo mayor, Qiu Zichen.

 

Quizás por la preocupación, o quizás por la tenue luz de las velas, Lu Zhui sentía que el rostro de Qiu Zifeng estaba demasiado pálido.

 

Una vez sentados, la anciana Qiu habló:

—Les agradezco sinceramente.

 

—¿Qué ha ocurrido exactamente? —preguntó Lu Wuming.

 

—Para no ocultarlo, el problema es con Zichen —respondió la anciana Qiu—. Parece que alguien le ha robado el alma.

 

Lu Zhui recordaba algo sobre el hijo mayor de los Qiu. Había muchos rumores en el Jianghu, aunque ninguno muy halagüeño: mujeriego, irreverente, mediocre en artes marciales, pero con una lengua afilada que le ganaba favores por doquier. Dondequiera que iba, dejaba tras de sí un rastro de sonrisas y promesas.

 

—¿Le han robado el alma? —repitió Lu Wuming.

 

—Así es —suspiró la anciana Qiu, y comenzó a relatar lo sucedido.

 

Al principio, la anciana Qiu no le dio demasiada importancia. Pensó que, como lo había reprendido apenas llegó, el muchacho estaría haciendo un berrinche. Pero el berrinche duró medio mes, y entonces en la Residencia comenzaron a notar que algo no andaba bien.

 

Cuando intentaron preguntarle con más detalle, Qiu Zichen cerró la boca con firmeza. Por más que lo persuadieran o lo provocaran, no soltaba ni una palabra. Permanecía sentado en la cama, como una estatua tallada.

 

Un joven maestro en toda regla, convertido en eso… ¿quién podía tener ánimo para celebrar el Año Nuevo? Interrogaron a todos los sirvientes que lo habían acompañado, incluso investigaron uno por uno los burdeles y casas de canto que había visitado durante su viaje, pero nadie supo decir qué había ocurrido.

 

—Cuando recién volvió a la residencia, parecía estar bien —dijo la anciana Qiu—. Le hablé con dureza, y él aún me respondía con bromas y descaro. Pero al día siguiente, ya no salió más de su habitación.

 

—¿Y ahora? —preguntó Lu Wuming—. ¿Sigue encerrado?

 

—Ahora… —la anciana Qiu negó con la cabeza—. Ahora su carácter ha cambiado por completo. Es como si hubiera caído en el sendero demoníaco. Incluso, incluso…

 

La llama de las velas titiló de pronto, tiñendo la atmósfera de una pesadez aún más densa.

 

El viento aullaba afuera. La luz danzaba sobre la mesa, y las sombras proyectadas en la pared parecían rostros feroces y deformes.

 

Yue Dadao no pudo evitar sentir miedo.

 

Ah Liu, de pie a su lado, le tomó la mano con suavidad, sin apartar la vista del frente. Su rostro curtido se había teñido de un leve rubor.

 

Yue Dadao apretó los labios, frotó la punta del pie contra el suelo, algo avergonzada, pero pensó que, si el viento soplaba un poco más fuerte, tal vez ya no tendría miedo.

 

—¿Incluso qué? —preguntó Lu Zhui.

 

La anciana Qiu no respondió. Fue Qiu Zifeng, detrás de ella, quien dijo:

—Incluso… se comió a su sirvienta.

 

La frase cayó como un trueno. Todos en la sala se sobresaltaron.

«¡¿Se la comió?!»

 

Qiu Zifeng frunció el ceño y explicó lo sucedido.

 

En realidad, no fue que se la comiera, sino que la mordió hasta matarla.

 

Ocurrió una noche de tormenta y nieve, el segundo día del Año Nuevo. La mayoría de los sirvientes había regresado a sus hogares para celebrar, y la residencia estaba demasiado desierta. Para no dejar que el ambiente se volviera lúgubre, la anciana Qiu se obligó a mantener el ánimo y organizó una cena para todos los que quedaban.

 

Bebieron hasta vaciar más de una decena de tinajas de vino. Al regresar a sus habitaciones, todos cayeron dormidos sin notar nada extraño. No fue sino hasta el mediodía del día siguiente que un grito desgarrador sacudió toda la mansión.

 

La sirvienta Xiaocui salió del ala Este con el rostro lleno de terror, rodando y gateando como si estuviera loca. Ni siquiera miró por dónde iba: corrió directamente hacia el agua.

 

Los demás, al escuchar el alboroto, acudieron de inmediato, pero al ver la escena quedaron mudos de espanto. Una gruesa y larga mancha de sangre se extendía desde el patio interior hasta el exterior. Una figura ensangrentada yacía rígida en el suelo, con los dedos profundamente clavados en la tierra. La carne del rostro y del cuerpo había desaparecido en gran parte. Solo por la peineta rosa entre su cabello lograron reconocerla: era Xiaohong, la sirvienta personal de Qiu Zichen.

 

—¿Y el joven maestro Qiu Zichen? —preguntó Lu Zhui.

 

—Mi hermano mayor seguía durmiendo como si nada —respondió Qiu Zifeng—. Había sangre en su boca, en su rostro, en las sábanas, en toda la habitación. Pero él, como si no hubiera pasado nada. Por eso madre ordenó encadenarlo con hierro frío en el calabozo, para evitar que ocurriera otra desgracia.

 

—¿Ha visto el médico divino Ye síntomas como estos? —preguntó Lu Zhui.

 

Ye Jin negó con la cabeza.

—Es difícil decirlo. Si se trata de alucinaciones o histeria provocadas por insectos gu venenosos, cualquier cosa puede suceder. Tendría que examinarlo para saberlo.

 

—Para ser franca —dijo la anciana Qiu—, el mismo día en que ocurrió lo de la sirvienta, envié sirvientes a la Mansión del Sol y la Luna para buscar al médico divino Ye. Pero dijeron que no estaba en casa. Justo cuando estábamos desesperados, apareció en Wutongzhen. Por eso, como sea, tenía que invitarlo.

 

—¿Quiere que lo examine hoy? —preguntó Ye Jin.

 

—Si el médico divino Ye está dispuesto, sería un honor —respondió la anciana Qiu.

 

—Vamos —dijo Ye Jin—. Cuanto antes lo vea, antes podré volver a la Mansión del Sol y la Luna.

 

Lu Zhui y Lu Wuming lo acompañaron sin dudar.

 

El calabozo de la Residencia Fengming parecía tener ya muchos años. Bajaron por unos escalones resbaladizos, tropezando varias veces. El aire estaba impregnado de musgo y un olor indefinible. Ye Jin sacó un pañuelo de su manga para cubrirse la nariz y la boca. Pensando en Lu Zhui, sacó otro y se lo entregó.

 

Desde lo profundo se oía un rugido frenético, como el de una bestia atrapada en el abismo.

 

La anciana Qiu indicó que encendieran las antorchas.

 

La luz iluminó los alrededores, revelando una puerta de hierro. Detrás de ella se extendía un lago subterráneo oscuro. Si se miraba con atención, se veían destellos tenues en el agua: eran cocodrilos gigantes que se movían lentamente.

 

En el centro del lago, sobre una plataforma elevada, había una figura encadenada. Debía ser el joven maestro Qiu Zichen. Su ropa estaba hecha jirones, y su rostro era una máscara de ferocidad.

 

Cuando en el Jianghu se hablaba de Qiu Zichen, aunque las palabras solían ser desdeñosas, en el fondo predominaba la envidia. Todos decían que de joven era elegante y despreocupado, capaz de gastar mil monedas en un instante. ¿Quién habría imaginado que acabaría en semejante estado?

 

Lu Zhui miró a Ye Jin. Con ese aire frenético, ¿cómo iba a hacer un diagnóstico?

 

Ye Jin, cubriéndose nariz y boca, entró al calabozo. Contuvo el aliento, dio un salto hacia la plataforma y, con un movimiento veloz, abrió una bolsa de polvo medicinal, esparciendo una nube de humo rojo. Fue tan rápido que, antes de que los demás pudieran ver con claridad, ya había aterrizado de nuevo con firmeza.

 

Todos: “…”

 

Lu Wuming se sorprendió. Siempre se decía que Ye Jin era un médico divino, pero no esperaba que también tuviera tan buen dominio de las artes marciales.

 

Al mirar a Qiu Zichen, ya estaba desplomado sobre la plataforma.

 

—Llévenlo abajo —dijo Ye Jin, sacudiéndose las mangas—. Primero volvamos a la habitación.

 

Qiu Zifeng asintió y fue él mismo quien cargó a su hermano. Los sirvientes trajeron una camilla y lo colocaron con cuidado.

 

En medio del desmayo, la cabeza de Qiu Zichen cayó hacia un lado, dejando al descubierto una marca tenue en el cuello.

 

Nadie más lo notó, pero Lu Zhui se sobresaltó.

 

Reconocía ese patrón. Lo conocía demasiado bien: ya lo había visto muchas veces en el cuerpo de Xiao Lan.

 

—Volvamos —dijo Lu Wuming.

 

—Sí —respondió Lu Zhui, sintiendo que algo se había anudado en su interior.

 

*******

 

En otro lugar, Xiao Lan estaba sentado en lo alto, contemplando la luna y las estrellas, absorto.

 

Se oyeron pasos detrás de él. Sin volverse, dijo:

—Tía.

 

La tía Fantasma le preguntó:

—¿En qué piensas?

 

—En nada —sonrió Xiao Lan—. Esta noche la luna está muy brillante. Mañana seguro será un día soleado.

 

La tía Fantasma extendió la mano y acarició su cuello. Allí, alguna vez, había aparecido aquella misma marca.

 

Xiao Lan se incorporó con esfuerzo.

 

—No te mentí sobre lo del gu de amor Hehuan —dijo la tía Fantasma—. Si no hubieras dejado que Lu Mingyu fuera a la Mansión del Sol y la Luna, tu veneno ya estaría curado.

 

—Nada escapa a los ojos de la tía —respondió Xiao Lan.

 

—¿Cómo puedes ser tan necio? —suspiró la tía Fantasma—. ¿Quién ha estado contigo todos estos años? ¿Quién te ha criado con sus propias manos? Basta con que Lu Mingyu y tu madre aparezcan y te digan unas cuantas palabras bonitas, ¿y ya estás dispuesto a entregar tu vida?

 

—Pero si la tía quiere entregarme la Tumba Mingyue, es porque soy prudente en mis actos, ¿no es así? —dijo Xiao Lan—. No se preocupe, tía. No creo en cualquiera solo porque hable bonito.

 

La tía Fantasma lo miró sin responder, pero en sus ojos se asomaba una leve decepción.

 

Xiao Lan volvió a hablar:

—¿Qué piensa hacer con Qiu Peng?

 

—Llevarlo de vuelta a la Tumba Mingyue —respondió la tía Fantasma.

 

Xiao Lan asintió.

—Descanse temprano, tía.

 

Pero en su interior sabía que, conociendo el estilo de la tía Fantasma, Qiu Peng —ya convertido en un inútil, y con los discípulos de la banda Eagle Claw absorbidos por la Tumba— no tenía valor alguno. Si le daban un cadáver entero, ya sería un acto de misericordia. Llevarlo de regreso, con todo el trajín, no era costumbre.

 

La única explicación era que Qiu Peng sabía algo. Algún secreto. Su única moneda para seguir vivo.

 

El entorno volvió a quedar en silencio. Solo se oía el viento, silbando suave. No era frío, y él tampoco temía al frío.

 

«Quien le teme al frío… siempre ha sido otra persona.» Xiao Lan sonrió. En su mano sostenía una pequeña flor de jade rojo, y volvió a recostarse contra el árbol, mirando hacia lo lejos: «Mi pequeño Mingyu… ¿qué estaría haciendo ahora?»

 

Lu Zhui estaba de pie junto a la cama de Qiu Zifeng, observando con atención, como si fuera el aprendiz del médico divino Ye.

 

Pasada media hora, Ye Jin retiró los dedos del pulso, con el ceño ligeramente fruncido.

 

—¿Qué tal? —preguntó la anciana Qiu.

 

—Parece que no hay nada anormal, pero también parece que hay demasiadas cosas anormales —respondió Ye Jin.

 

Todos en la sala se miraron entre sí, sin entender qué quería decir.

 

—Este tipo de pulso, es la primera vez que lo veo —Ye Jin miró al paciente en la cama—. Tendré que pensarlo con calma antes de poder darle una respuesta a la señora.

 

—Sí, sí, muchas gracias, Lord Ye —asintió la anciana Qiu. Aunque decepcionada, sabía que él era el mejor médico de todo el Jianghu y la única esperanza de la familia Qiu.

 

—¿Hay que volver a encadenar a mi hermano en el calabozo? —preguntó Qiu Zifeng.

 

—La medicina lo hará dormir al menos dos días —respondió Ye Jin—. Por ahora, que se quede en la habitación.

 

Qiu Zifeng asintió y ordenó a los criados reforzar la vigilancia en el pequeño patio.

 

Después de todo lo ocurrido, al salir ya se veía luz en el horizonte. La señora Qiu se disculpó:

—Por favor, vayan a descansar. Esta noche los hemos atendido muy mal.

 

—Quisiera preguntarle algo más —dijo Lu Zhui—. Al entrar a la ciudad vimos un edicto en la puerta, decía que en la Residencia Fengming habían robado algo. ¿Tiene relación con el joven maestro mayor?

 

—No, eso fue mío —intervino Qiu Zifeng—. Es un objeto pequeño pero importante, por eso lo denuncié.

 

Lu Zhui le sonrió:

—Ya veo.

 

Como era Qiu Zifeng quien había perdido el objeto, no preguntó más. No sabía por qué, pero ese segundo joven maestro le resultaba… naturalmente poco simpático.

 

De regreso al pabellón, Ye Jin cayó rendido y se durmió de inmediato. Lu Zhui, en cambio, no tenía sueño. En su mente seguía girando la imagen del tatuaje en el cuello de Qiu Zifeng —una marca que solo debía existir en la Tumba Mingyue. Y al recordar los objetos funerarios, casi podía asegurar que entre la Residencia Fengming y la Tumba Mingyue había una conexión profunda.

 

¿Sería una coincidencia, un error del destino, o alguien había trazado este camino con intención, guiándolos paso a paso? Eso requería una investigación cuidadosa.

 

Lu Zhui se dio vuelta, se acurrucó en la suave manta y volvió a pensar en Xiao Lan.

 

Seguramente estaba dormido. O quizás ya había salido temprano a seguir su camino.

 

Sus ojos se suavizaron. Por ahora, dejaría de lado las preocupaciones. Con una sonrisa en los labios, se dejó llevar por el sueño.

 

El cielo comenzaba a aclararse. La Residencia Fengming estaba en silencio. Solo los sirvientes que barrían habían salido temprano, empujando carretillas por el jardín.

 

Una sombra se ocultaba en la penumbra, observando a los que pasaban. Sonreía sin emitir sonido, con una expresión siniestra y extraña. Su cuerpo estaba cubierto de un pelaje espeso, ocultando heridas y un rostro monstruoso.

 

Era la bestia devoradora de oro. Era Fu y también era Ji Hao.

 

Un monstruo que había vivido cientos de años, usando cuerpos ajenos, venenos e insectos gu y la codicia humana para sobrevivir generación tras generación en las tumbas. Era una persona. Era muchas personas.

 

Fu miró sus manos, donde las uñas habían vuelto a crecer. Estaba obsesionado con ese cuerpo. Nunca había poseído un huésped tan perfecto: fuerte, joven, sano, egoísta y loco.

 

Incluso se arrepentía de haber perdido tanto tiempo eligiendo a Liu Cheng, aquel inútil. De haberlo sabido, habría ido directo al norte, habría seducido a Ji Hao para que cayera en el camino demoníaco. Quizás ahora sería aún más poderoso.

 

El tiempo pasaba. Fu se impacientaba. Maldiciendo entre dientes, miró hacia afuera.

 

Justo entonces, una figura se detuvo frente a él. Sonrió:

—¿Qué pasa? ¿Te cansaste de esperar?