Capítulo
56
Xiao Ding se había marchado, pero Chen
Zeming no sabía cuándo. Cuando volvió en sí, Du Guhang estaba frente a él,
asomando ligeramente la cabeza, y lo llamó en voz baja, con cautela:
—¿Señor?
Chen Zeming alzó la mirada. Du Guhang se
apresuró a informar:
—Su Majestad lo ha mandado llamar.
Vaciló un momento.
—Parece que quiere preguntar sobre lo
ocurrido anoche.
Chen Zeming se quedó atónito.
La noche anterior, como el asesino aún no
había sido capturado, y para evitar cualquier riesgo, Chen Zeming había enviado
un mensaje a Xiao Jin solicitando que se cancelara la audiencia matutina y se
esperaran noticias. Luego, con la captura de Chen Yu y el fin de la búsqueda en
el palacio, Xiao Jin naturalmente querría saber más.
Pero en ese momento, Chen Zeming tenía la
cabeza embotada, el cuerpo débil. No deseaba en absoluto enfrentarse a Xiao
Jin.
La noche anterior, tras el ataque de dolor
de cabeza, el médico imperial lo había tratado con acupuntura, logrando apenas
contener la crisis. Temiendo no resistir, había hecho uso del privilegio de
cabalgar dentro del palacio. Pero tras la confrontación con Xiao Ding, el
impacto lo había sacudido tanto que el malestar volvía a resurgir.
«¿Debo matarlo?»
«¿O no?»
No podía pensar en otra cosa. Su mente
oscilaba entre la lucidez y la niebla.
Sabía que había llegado el momento de
decidir de verdad.
Antes, el veneno de Du Jindan, o incluso
sus propios planes aún no ejecutados, eran meras conspiraciones, cosas que no
podían mostrarse a la luz. Pero el intento fallido de fuga de Xiao Ding le daba
a esta muerte un motivo legítimo, una razón que podía exhibirse a plena luz del
día.
Esta vez, Xiao Jin podía matar a su propio
hermano mayor con toda legitimidad, bajo el cargo de conspirar y formar
facciones.
Todo ese desarrollo… era previsible.
Pero todo dependía de que Chen Zeming
informara a Xiao Jin con la verdad.
Todas las operaciones de búsqueda habían
sido realizadas por la Brigada de Túnicas Negras, y los detalles eran
desconocidos para los demás. Lo que dijera Chen Zeming determinaría el rumbo de
los acontecimientos.
Todo pendía de un solo pensamiento suyo.
Xiao Ding lo sabía con una claridad
inusitada. Por eso le dijo: “¿Estás contento?”
Chen Zeming no pudo responder.
¿Estaba contento? Al parecer no. Cuando vio
el cadáver de “Xiao Ding”, lo que sintió en ese instante no tenía nada que ver
con la palabra “alegría”.
Durante tantos años, lo había llevado en el
corazón. Día tras día, noche tras noche, pensando en él sin cesar. Ni el amante
más devoto podría haber llegado a tal extremo. El odio, al fin y al cabo, es
una emoción más intensa y duradera que el amor.
Pero con el tiempo, ese odio, esa obsesión,
se había fundido con su sangre. Era ya parte de su cuerpo, imposible de
separar.
Había planeado cada paso para matarlo. Sin
embargo, cuando por fin podía empujarlo al abismo con facilidad, se detuvo.
Dudó.
«¿Puedo hacerlo? ¿Tengo derecho a decidir sobre la vida de
este hombre? ¿Por qué sigo sintiendo esta insatisfacción?»
Solo en ese momento de urgencia, cuando
debía decidir sin demora, logró rozar el fondo de su alma. Allí había rabia,
resentimiento, una insatisfacción que nunca se apagaba. Pero debajo de todo
eso… había algo más complejo.
«No puede morir.»
«No ahora.»
En medio del caos de sus pensamientos, esa
idea se alzaba como la más clara, incluso para él mismo, de forma inesperada.
Poco después, Xiao Jin envió por segunda
vez a preguntar.
Esta vez, Chen Zeming no vaciló. Reunió sus
pensamientos, y con rapidez inventó un informe: un asesino había intentado
matar al emperador depuesto, pero falló y lo mató por error. Presentó el
reporte personalmente.
Xiao Jin mostraba un interés inusual por
aquel intento de asesinato aparentemente resuelto. Se dedicó a hacer
innumerables conjeturas sobre quién querría eliminar a su hermano.
Chen Zeming, al final, no tuvo más remedio
que retirarse alegando un dolor de cabeza insoportable.
Chen Yu logró conservar la vida por el
momento. Cuando Xiao Jin propuso entregarlo al Ministerio de Justicia para ser
juzgado, Chen Zeming alegó que aún había cómplices dentro del palacio, y que lo
mejor era retenerlo para “atraer a la serpiente fuera de su escondite”. Así
logró mantenerlo bajo su control.
Al oír que aún había asesinos en el
palacio, el rostro de Xiao Jin palideció. Aceptó de inmediato.
Usar a Chen Yu como carnada era acertado.
Pero lo que Chen Zeming quería pescar eran los antiguos subordinados de Xiao
Ding.
¿Quiénes
serían los más inquietos al saber que este hombre sigue vivo?
Tenía muchas ganas de averiguarlo.
Al mismo tiempo, Chen Zeming sabía que
había dejado pasar una oportunidad caída del cielo.
Podía haber matado a Xiao Ding en ese
momento, usando como excusa su intento de fuga. Y a partir de ahí, seguir el
hilo y desenmascarar a toda una red. Aquellos que aún recordaban a su antiguo
señor… probablemente serían sus enemigos en el futuro.
Y todo eso podía haberse hecho a plena luz
del día, ante los ojos de todos.
En política, lo más difícil de conseguir es
la legitimidad. Cuando la razón se une al poder, nada puede detenerte. Es como
tener diez veces más tropas que el enemigo en el campo de batalla.
Pero él renunció a todo eso. Y lo hizo por
una sola razón: quería salvar la vida de ese hombre, sin importar el costo.
Por ello, no dudó en traicionar su propia
decisión. Eligió engañar al nuevo Emperador.
Y una mentira no basta. Tras ella vendrán
muchas más, una tras otra. A menos que conserve el poder para siempre, llegará
el día en que cometa un error y alguien lo atrape sin posibilidad de escape.
Chen Zeming sentía cierto temor. ¿Cuál era,
en realidad, la raíz de esta locura?
¿Temía convertirse en un criminal condenado
por la historia? ¿O era porque, desde el principio, el único soberano que
realmente había admirado seguía siendo ese detestable y odioso Xiao Ding, y no
el bondadoso e ingenuo Xiao Jin?
Todo eso, sin duda, eran parte de las
razones. Pero en el fondo, sabía que no era solo eso.
Esa fuerza que brotaba desde lo más profundo,
que lo había empujado fuera de su curso sin previo aviso, ese impulso que
ignoraba toda lógica… le aterraba tanto que ni siquiera se atrevía a mirarlo de
frente. Lo reprimía en silencio, esperando que se apagara.
Por suerte, la recaída de su jaqueca le
sirvió de excusa. Aun así, no podía evitar sentirse inquieto.
Había comenzado a odiar a Chen Yu. ¿Por qué
había tenido que elegir a alguien con un físico tan parecido?
Podía perdonar a otros, pero al instigador
de todo esto… a ese debía encontrarlo y hacerlo pedazos.
Pero Chen Yu era un tipo duro. Él mismo lo
había interrogado a golpes, sin lograr arrancarle una sola palabra.
Chen Zeming no tenía prisa. Podía
conservarlo, torturarlo poco a poco. Tarde o temprano, alguien con la
conciencia sucia no aguantaría y saldría a la luz.
Mandó investigar los orígenes de Chen Yu y
sus contactos recientes. Lo que descubrió lo dejó perplejo: ese hombre había
ingresado a la Brigada de Túnicas Negras hacía cinco años. Chen Zeming no pudo
evitar cerrar el informe con asombro.
Había repasado el plan una y otra vez.
Estaba casi seguro de cómo se había orquestado todo.
Para que Xiao Ding intentara escapar, debía
haber tenido ayuda dentro del palacio. Y esa persona no podía tener un rango
demasiado bajo. Por muy hábil que fuera Chen Yu, no habría podido sacar a Xiao
Ding de un palacio tan fuertemente custodiado por sí solo.
Y también tenía una idea bastante clara de
quién había estado detrás.
El regreso de Yang Ruqin había sido
demasiado oportuno. Y ese tipo de maniobras eran muy suyas. Lo único que no
sabía era cuántos más estaban implicados.
Yang Ruqin no tenía recursos para financiar
algo así. Y como civil, tampoco podía establecer contacto con el interior del
palacio. Tenía que haber altos funcionarios involucrados.
Solo de pensarlo, a Chen Zeming le dolía la
cabeza.
«¿Qué habría planeado Yang Ruqin? ¿Que Xiao
Ding escapara para retirarse a las montañas y esperar su momento? ¿O para
establecer un nuevo centro de poder?»
Eso ya escapaba a su capacidad de previsión.
Ese mismo día, Chen Zeming envió a Du
Guhang, al mando de una unidad, a arrestar a Yang Ruqin.
Este se alojaba en el monasterio Hua’an, en
la capital. Esa información ya había sido verificada desde que reapareció.
Cuando recibió la orden, Du Guhang pareció
sorprendido.
—¿Matarlo?
Chen Zeming lo miró fijamente. Había criado
a ese muchacho desde pequeño, y percibió algo extraño en su expresión. Pero
fingió no notarlo y asintió:
—Matarlo.
Durante la operación, organizó en secreto
otra unidad para seguir a Du Guhang. Este no mostró ninguna conducta
sospechosa. Aun así, cuando llegaron al monasterio, Yang Ruqin ya había
desaparecido.
Ese desenlace no lo sorprendió. Yang Ruqin
era astuto. Al enterarse, huir de inmediato era lo más lógico.
Chen Zeming se tranquilizó. Tal vez la
expresión de Du Guhang solo reflejaba su desconcierto ante el brusco cambio en
su forma de actuar.
Finalmente, Chen Zeming llevó a Xiao Ding a
presenciar el castigo de Chen Yu.
Al ver el cuerpo de Chen Yu, irreconocible
entre sangre y carne desgarrada, el rostro de Xiao Ding se volvió negro como el
fondo de una olla. No mostró expresión alguna.
Chen Zeming esbozó una sonrisa fría. No
sabía por qué, pero aquella expresión le provocaba una extraña satisfacción.
Sentía que todo lo que había hecho no había sido en vano, que el riesgo había
valido la pena.
Sabía que algo dentro de él comenzaba a
torcerse. Pero se negó obstinadamente a mirar atrás. Al contrario, sintió
alivio.
Como si, en el fondo, siempre hubiera
estado esperando precisamente este día.

