Capítulo
55
Chen Zeming retiró el látigo.
—… Ya
ha sido suficiente paseo.
Dicho esto, se irguió y saltó del caballo.
Xiao Ding soltó una risa fría, sin mirarlo
siquiera.
Chen Zeming hizo una señal con la mano. De
inmediato, alguien se arrodilló, inclinándose hasta el suelo.
Chen Zeming sujetó las riendas y adoptó la
postura de quien invita a montar, sin apartar la vista de Xiao Ding. En sus
ojos había una mezcla de ira contenida y advertencia, y algo más difícil de
nombrar. Esa expresión compleja hacía que su gesto no pareciera del todo
respetuoso; más que una invitación, era una orden.
Xiao Ding detestaba profundamente recibir
órdenes. Pero también sabía que, en ese momento, cualquier resistencia sería
inútil. Apoyó el pie en la espalda del mozo y montó el caballo.
El mozo se levantó enseguida y extendió la
mano para tomar las riendas de Chen Zeming.
Chen Zeming negó con la cabeza y señaló que
él mismo las llevaría.
Xiao Ding observó la escena, desconcertado.
Algo pareció cruzar por su mente, pero cuando intentó atraparlo, se desvaneció
como lluvia sobre la tierra, imposible de hallar.
En ese momento, un soldado se acercó con un
informe:
—Han capturado a Chen Yu.
Xiao Ding no mostró expresión alguna. Solo
alzó ligeramente la cabeza y miró el cielo, que comenzaba a clarear. El día por
fin había llegado, pero las nubes eran tan densas que aún no se veía el sol.
Apartó esa rara sensación de confusión,
endureciéndose de nuevo.
Al bajar la mirada, vio que Chen Zeming lo
observaba desde junto al caballo. Sus ojos se encontraron por un instante. Chen
Zeming desvió la vista con naturalidad.
Y lo que vino después hizo que Xiao Ding se
enfureciera aún más.
El Departamento Interno era el lugar donde
se castigaba a los eunucos y sirvientes del palacio. Xiao Ding, cuando era
niño, había ido allí por curiosidad, y la emperatriz de entonces lo reprendió
durante varios días, acusándolo de rebajarse a sí mismo. Desde entonces, apenas
volvió.
Chen Zeming tiraba del caballo, guiándolo
paso a paso hasta la entrada del Departamento Interno.
Desde la puerta abierta, se veía que el
salón era oscuro, sin rastro de luz solar. Evidentemente, no era un lugar
auspicioso.
Cuando Chen Zeming le pidió que desmontara,
Xiao Ding no dudó: saltó con agilidad.
—¿Tan
pronto quieres recurrir a torturas? El Príncipe
parece tener demasiada prisa —dijo
Xiao Ding con una sonrisa burlona—.
¿Y no vas a pedir primero una orden del Emperador
Xiao Jin? Con el mandato claro, las palabras fluyen, y los golpes se dan con
tranquilidad. Tú, que ostentas poder
y rango, deberías actuar con más cautela.
Chen Zeming lo miró de reojo.
—Ejecutar a un traidor está dentro de mis atribuciones.
Xiao Ding se detuvo en seco.
Justo entonces, desde el interior del salón
se oyó un grito desgarrador, que le heló la sangre.
Era evidente que quien sufría allí dentro
era Chen Yu.
Xiao Ding no era un hombre blando, ni
alguien que se amedrentara ante la sangre. Pero aquello era claramente una
advertencia: matar al pollo para asustar al mono. Entrar solo significaba
humillarse.
Se dio la vuelta, pero Chen Zeming le cortó
el paso con la mano.
Xiao Ding lo miró con frialdad.
—¿A
qué me traes a presenciar semejante escena
repugnante?
Chen Zeming frunció el ceño.
—Él
está siendo torturado por tu causa, ¿y tú
lo llamas repugnante?
En sus ojos brotó una ira súbita, como si
algo profundo hubiera sido tocado.
Xiao Ding lo observó unos segundos, luego
curvó los labios con sarcasmo.
—¿Lo
hizo por mí? Entonces, fuera
cual fuera el resultado, ya debía
estar preparado. Él es un funcionario,
yo el soberano. Si un Emperador se deja llevar por la gratitud hacia un solo
subordinado, entregando cuerpo y alma, ¿cómo puede gobernar?
Chen Zeming no respondió. Tras un largo
silencio, finalmente sonrió:
—Vaya forma tan fría de ejercer la soberanía.
Xiao Ding también sonrió, pero en su mirada
solo había hielo.
—Enséñale
bien a tu nuevo Emperador: ser soberano no es lo mismo que ser un ministro
leal. No lo desvíes del camino.
Dicho esto, intentó rodearlo, pero Chen
Zeming lo sujetó de golpe por la muñeca.
Xiao Ding forcejeó un par de veces, pero no
podía competir con la fuerza del otro. Chen Zeming apretaba los dientes, y su
mano se cerraba cada vez más. El rostro de Xiao Ding se tornó lívido, el sudor
le corría por el dolor, pero no emitió sonido alguno.
Desde el fondo del salón, se oyó otro grito
desgarrador.
Xiao Ding, de pronto, extendió la mano y
atrajo la cabeza de Chen Zeming hacia sí. No le importó el dolor en la otra
muñeca, que parecía a punto de romperse. Le susurró al oído:
—Sé
que no estás conforme… Tú
pareces un hombre honesto, pero en el fondo tienes esa obstinación que solo se calma estrellándose contra el muro.
Sonrió.
—Dentro de unos días, por fin podrás matarme con legitimidad. ¿Contento?
Chen Zeming se apartó de inmediato al
sentir el abrazo, pero por alguna razón no logró alejarse del todo. Escuchó
esas palabras, abrió la boca, y su rostro pasó del pálido al verdoso, cambiando
sin cesar. Al final, no dijo nada.

