Capítulo 48
Ese día, tras la audiencia matutina, Xiao
Jin volvió a convocar a Chen Zeming. Pero en lugar de quedarse en el Salón
Imperial, dijo que se sentía sofocado y, rodeado de su séquito, lo llevó a
pasear por los jardines.
Entusiasmado por la conversación, Xiao Jin
se mostró muy animado. Tomó la mano de Chen Zeming y dijo con alegría:
— Querido funcionario Chen, ¿por qué
no se queda a almorzar conmigo?
Chen Zeming estaba por agradecer la
invitación cuando, de reojo, vio a Chen Yu acercarse apresuradamente. Al llegar
cerca, fue detenido por los guardias. Su túnica negra destacaba entre los
uniformes palaciegos, por lo que lo reconoció de inmediato.
Sintió un vuelco en el corazón.
Había dado instrucciones a Chen Yu y a los
suyos: si Du Jindan se movía, debían informar de inmediato. Tras tantos días
sin novedades, había comenzado a bajar la guardia. Ver de pronto a Chen Yu
llegar con un mensaje le provocó una sensación de asfixia.
Escuchó en silencio el susurro de Chen Yu.
En realidad, quería preguntar: “¿Estás
seguro?”, pero por alguna razón, esas palabras se le atoraron en la garganta.
No pudo pronunciarlas.
Solo lo miró, aturdido.
Chen Yu, como si hubiera leído su duda
—tenía un extraño talento para captar las emociones ajenas, poco acorde con su
aspecto sencillo—, explicó:
—Antes, cuando se enviaba comida, los
hermanos solían probar un poco.
Hoy, sin embargo, el eunuco que trajo el almuerzo no nos dejó tocar nada. Creo… creo que es eso.
Miró el sol y añadió:
—Además,
esta mañana no se envió desayuno. Debe ser deliberado. Imagino que
esos dos ya deben de estar muertos de hambre.
Ya era casi mediodía. A esa hora,
probablemente Xiao Ding ya habría comenzado a comer.
Chen Zeming permaneció en silencio. Tras un
momento, hizo un gesto con la mano. Chen Yu asintió y se retiró.
Chen Zeming quedó inmóvil un largo rato,
con el corazón en un torbellino.
Hasta que alguien vino a llamarlo:
—Príncipe
Regente, Su Majestad lo espera para el almuerzo.
En la mesa, Xiao Jin notó su semblante
alterado y preguntó con preocupación:
—¿Está enfermo, querido funcionario Chen?
Chen Zeming se sobresaltó y respondió de
inmediato:
—No, no, Su Majestad, estoy bien.
Dicho esto, tomó con esfuerzo un bocado y
lo llevó a la boca, masticando lentamente, sin sentirle sabor alguno.
Xiao Jin lo observó varias veces, con
expresión de desconcierto. Al final no preguntó más. Solo sonrió:
—¿La
comida no está buena? Qué se le va a hacer… Yo como esto todos los días, y la verdad, ya me tiene harto. Las
cosas que comía entre el pueblo
eran mucho más sabrosas… ¿Qué tal si vemos algo de entretenimiento?
Al decir esto, hizo una seña, y el eunuco a
su lado aplaudió de inmediato.
Un grupo de doncellas subió al estrado,
portando espadas ornamentales. Era una danza recién ensayada. Las jóvenes
comenzaron a moverse, con cinturas esbeltas y pasos gráciles, entre destellos
de seda y acero, tan armoniosas como deslumbrantes.
Chen Zeming tenía los ojos fijos en el ir y
venir de las bailarinas, pero su mente estaba ausente. Sentía el cuerpo vacío,
helado por dentro y por fuera, con las palmas empapadas de sudor.
Las espadas danzaban en círculos infinitos,
naciendo y extinguiéndose, surgiendo de la nada, como si no tuvieran fin. De
pronto, se sintió de nuevo en el campo de batalla, entre gritos que sacudían el
cielo, entre la vida y la muerte. La sangre salpicaba el cielo azul, los
alaridos llenaban sus oídos, y entre las banderas caídas y la arena amarilla,
se alzaba, imponente, la silueta de Xiao Ding.
Aquellos ojos fríos y sombríos lo
observaban fijamente desde la oscuridad.
Bajo la mirada de ese hombre, Chen Zeming
estaba empapado en sudor.
De pronto, una voz clara se alzó frente a
él: las doncellas que danzaban con espadas recogieron sus movimientos al
unísono. Chen Zeming despertó de golpe, con el corazón lleno de confusión y
desasosiego.
Al tocarse la espalda, descubrió que estaba
completamente empapada.
En ese momento, se oyó un ruido fuera de la
sala. Chen Zeming se volvió a mirar: era Chen Yu otra vez. Xiao Jin lo vio y
preguntó con extrañeza:
—¿Por
qué ha venido otra vez ese hombre?
Si Chen Yu regresaba, era señal de que el
veneno había comenzado a hacer efecto.
Al pensar en ello, Chen Zeming sintió como
si una espada le cortara el pecho. Sus hombros se encogieron ligeramente. Se
levantó y bajó la cabeza.
—Permítame… este humilde servidor irá a preguntar.
Ya que la decisión estaba tomada, solo
quedaba encargarse de las consecuencias.
Sin embargo, la noticia que trajo Chen Yu
lo dejó desconcertado.
—¿El
envenenado fue el eunuco Han?
Chen Zeming, que ya había preparado su
ánimo para cualquier resultado, sintió que la sorpresa eclipsaba todas las
demás emociones.
—¿Y
él?
Chen Yu lo seguía de cerca y respondió:
—Está
bien. Parece que tenía dolor de estómago y no comió.
Chen Zeming se detuvo. No sabía si debía
alegrarse o sentirse aún más abatido al escuchar aquello.
Al entrar en la habitación, lo primero que
vio fue el cuerpo caído de Han Youzhong. Xiao Ding estaba de pie junto a él,
mirando el cadáver con expresión ausente.
Al oír los pasos, Xiao Ding levantó
lentamente la cabeza.
Sus miradas se cruzaron.
Chen Zeming se sobresaltó y desvió la vista
casi de inmediato hacia Han Youzhong.
Se agachó y tomó el pulso del viejo eunuco.
El cuerpo aún estaba tibio y blando, pero no respondía: la vida se había
extinguido por completo.
Al ver los ojos abiertos, llenos de sangre,
que no podían cerrarse, y el rostro arrugado y envejecido, Chen Zeming no pudo
evitar estremecerse. Bajó la cabeza y murmuró en voz baja:
—¿Ha
venido el médico imperial?
—Ya vino el médico imperial —dijo
Chen Yu—. Dijo que fue un
derrame cerebral fulminante.
Chen Zeming no respondió. Al parecer, Du
Jindan había arreglado incluso a los médicos de palacio. El único error había
sido el momento.
Se incorporó y dijo con voz apagada:
—Llévenlo.
Que se le dé un entierro digno.
Los soldados respondieron y entraron a
cargar el cuerpo. Xiao Ding no se movió. Solo observaba sus acciones en
silencio.
Chen Zeming no se atrevía a mirarlo
directamente. Pero justo antes de salir de la habitación, no pudo evitar
echarle una mirada. Vio a Xiao Ding aún de pie en el mismo lugar, con el
semblante desolado, mirándolo fijamente.
El corazón de Chen Zeming se estremeció, y
luego se llenó de pánico. Esa mirada… claramente lo sabía todo.
Después de organizarlo todo, volvió junto a
Xiao Jin. Este ya había terminado de comer, pero al verlo llegar, ordenó que
calentaran los platos y se los sirvieran de nuevo.
Chen Zeming no se atrevía a mostrar la
menor señal. Agradeció apresuradamente y comió.
Durante la comida, Xiao Jin preguntó qué
había ocurrido. Chen Zeming respondió que el viejo eunuco que servía al
emperador depuesto había muerto repentinamente, y que sus subordinados, sin
atreverse a tomar decisiones, habían ido varias veces a consultar cómo
proceder.
Xiao Jin lo pensó con atención. Él también
había visto a Han Youzhong. Al imaginar que su hermano, antaño todopoderoso,
ahora ni siquiera tenía un último servidor fiel, sintió compasión por aquella
caída tan abrupta.
—Envía
dos sirvientes hábiles desde mi séquito para que lo atiendan —dijo conmovido.
Chen Zeming no se atrevía a pensar en la
mirada de Xiao Ding. Respondió con frases vacías, sin alma.
Xiao Jin pronto dejó de prestar atención al
asunto. Tomó los memoriales del día y comenzó a pedirle consejo. Al tratarse de
asuntos oficiales, Chen Zeming logró concentrarse y se dedicó por completo a la
discusión.
Sin darse cuenta, el tiempo pasó rápido.
Xiao Jin incluso le ofreció la cena.
Cuando finalmente lo dejó regresar a su
residencia, ya era entrada la noche y las lámparas palaciegas brillaban por
todo el recinto.
Tras aquella larga conversación entre
soberano y funcionario, Chen Zeming había logrado olvidar en parte lo ocurrido
con Xiao Ding. Caminaba hacia la puerta del palacio cuando escuchó una voz
detrás de él:
—¡Príncipe Regente!
Se volvió. Era Chen Yu otra vez.
Chen Yu corrió hacia él.
—Príncipe,
llevo rato esperándolo.
Chen Zeming sintió un mal presentimiento.
El corazón le latía con fuerza.
—¿Qué ocurre?
—Ese hombre no quiere comer —dijo Chen Yu—. Volcó
todos los platos que le llevaron, ni siquiera ha bebido agua. Me temo que…
Chen Zeming guardó silencio un momento.
—Si no come, que se lo obligue. ¿Hace falta consultarme por cosas así?
Chen Yu dudó un instante.
—No creo que sea un berrinche. Más bien…
más bien parece que ha adivinado algo.
Chen Zeming no respondió.
Tras una pausa, se dio la vuelta y avanzó a
grandes pasos hacia el Palacio Frío. Chen Yu lo siguió apresuradamente.
La comida seguía esparcida por el suelo de
la habitación. Nadie la había recogido. El poco aceite que quedaba se había
coagulado en una mancha blanca sobre las hojas de los vegetales.
Al oír pasos, Xiao Ding se volvió. Su
mirada se posó en el rostro de Chen Zeming.
El soldado de negro se detuvo. Ambos
permanecieron en silencio durante largo rato.
La habitación estaba tan callada que
parecía vacía. Solo el parpadeo de la luz de las lámparas rompía, de vez en
cuando, aquella quietud congelada.
Chen Zeming ladeó la cabeza.
—Ve a la cocina imperial. Mira qué más
hay para comer y tráelo.
Chen Yu respondió y salió a dar las
órdenes.
Xiao Ding no había dicho una palabra hasta
entonces. Pero en ese momento, desvió la mirada hacia la sombra de la lámpara
en la pared y sonrió levemente.
Chen Zeming lo observó en silencio.
El rostro de Xiao Ding se suavizó.
—Zhen no ha comido nada en todo el día. Zhen ya tiene hambre.
De pronto, volvió a referirse a sí mismo
como “Zhen” —la forma imperial de primera persona—. En su situación
actual, aquello era una transgresión absoluta. Pero Chen Zeming no lo
reprendió. Solo lo miró, con el ceño ligeramente fruncido.
Xiao Ding se acomodó lentamente en el
sillón y dijo con voz pausada:
—La muerte de Han Youzhong… ¿fue
idea tuya, querido funcionario o de Du Jindan?
Lo miraba con atención, igual que en los
viejos tiempos.
Chen Zeming no respondió. Ante aquella
ilusión, se descubrió sin fuerzas para resistirse.
Xiao Ding alzó la mano y lo señaló:
—Ambos merecen la muerte.
Su voz tenía una firmeza inquebrantable,
como si aún pudiera decidir sobre la vida y la muerte.
Chen Zeming fijó la vista en ese dedo.
La piel ya no tenía el brillo de antes,
estaba tan delgada que dejaba ver las venas, pero el gesto seguía siendo firme,
incuestionable.
En ese momento, Chen Yu entró corriendo con
dos bollos en las manos. Al ver la escena en la habitación, se quedó
paralizado.
Chen Zeming se volvió hacia él. Chen Yu se
apresuró a decir:
—Solo queda esto. El fogón ya se apagó.
Xiao Ding también miró los bollos. Chen Yu
añadió:
—Si no quiere comer, tendremos que
obligarlo…
Xiao Ding sonrió.
—¡Silencio!
—exclamó
Chen Zeming.
Chen Yu se sobresaltó, cerró la boca de
inmediato, dejó los bollos sobre la mesa y se retiró.
Chen Zeming murmuró:
—Come. Si no lo haces, no aguantarás mucho.
Xiao Ding se echó a reír:
—¿Y
cuánto tiempo más necesito resistir, querido funcionario…?
Su sonrisa era extraña. La luz de la
lámpara iluminaba su rostro, dándole un brillo peculiar. Chen Zeming no pudo
evitar mirarlo fijamente.
Xiao Ding bajó la voz:
—¿Sabes?
En realidad… hace mucho que me
arrepentí.
Chen Zeming se estremeció y lo miró con
recelo.
Era justo lo que deseaba oír. Pero ¿por qué
decirlo ahora?
El rostro de Xiao Ding se tornó
melancólico.
—Hace años que me arrepiento… Yinyin era una buena mujer. Me dio un
hijo. Ese niño era el que más se parecía a mí.
Él iba a heredar este vasto imperio. Iba a
ser el más grande de los
monarcas. Se parecía tanto a mí… seguro que lo habría logrado. Y con un general como tú a su lado, habría vencido a los hunos, cabalgado por
todo el mundo, y unificado los cuatro mares…
Xiao Ding desvió la mirada hacia él.
—Pero ahora… ya no se puede. En realidad… —bajó los ojos— aquella noche, no tuve elección…
Suspiró, como si hablara consigo mismo.
—Ese fuego solo podía encenderse en ese momento. Si no, el
muerto habría sido yo. Pensé en muchas formas, pero no había manera de rescatar a Chen Guiren.
No debí pedirte que lo
hicieras… Me odias por eso, ¿verdad? Crees que no debí hacerte matarla con tus propias manos… Pero ¿lo
recuerdas? Te pregunté
si había alguien más de guardia…
Xiao Ding exhaló profundamente. La luz de
la lámpara titilaba con más fuerza. La mecha necesitaba ser recortada, pero
ninguno de los dos se movió.
—…Yo
tampoco quería hacerlo.
No se sabía en qué momento Xiao Ding se
había acercado. Chen Zeming reaccionó, dio medio paso atrás y lo miró con
cautela.
Pero no lo interrumpió.
Quería escucharlo hasta el final.
Xiao Ding murmuró:
—Eres un funcionario leal, un gran general.
Siempre lo he sabido.
Chen Zeming se estremeció como si algo lo
hubiera golpeado.
Frunció el ceño de golpe, su respiración se
volvió agitada. Desvió la mirada como si quisiera ocultarlo.
Xiao Ding se inclinó hacia su oído.
—Antes, la persona en quien más confiaba era Yang Liang. Después de su muerte… fuiste tú.
Habló lentamente:
—Siempre restringía tus tropas, solo te daba lo mínimo. ¿Sabes
por qué? Porque sabía que tú podías
lograrlo. Eres fuerte en la guerra, excepcional. Un general nato.
Chen Zeming giró la cabeza de golpe, lo
miró incrédulo. ¿Siempre lo había sabido? ¿Sabía cuánto le importaba? ¿No era
sospecha… sino confianza?
De pronto, se sintió confundido, y quedó
mirando a Xiao Ding, atónito.
Xiao Ding lo miraba con una sonrisa suave.
Chen Zeming sintió que estaba soñando.
¿Cómo podía ese hombre sonreír así?
Pero poco a poco, aquella sonrisa cambió.
De la ternura pasó al desprecio.
—¿Lo
creíste? —susurró Xiao Ding.
Chen Zeming se estremeció como si lo
hubiera alcanzado un rayo, y retrocedió de golpe.
Xiao Ding mostró los dientes en una sonrisa
burlona.
—¡Lo
creíste! —rio con desdén, a carcajadas.
Xiao Ding reía a carcajadas.
—¡Chen
Zeming! ¿Tú, jugando a las conspiraciones? ¡Ese tipo de tonterías las distinguía desde que tenía diez años! ¡Y
tú lo creíste tan fácilmente!
¿Eres idiota?
El rostro de Chen Zeming cambió de
inmediato. El sudor que lo empapaba se volvió helado, como cuchillas sobre la
piel.
Xiao Ding le dio una palmada en la cara.
—Tu nivel es demasiado bajo. ¡Y aun
así te atreves a meterte en este juego!
Chen Zeming estaba lívido. Su respiración
era agitada, casi incontrolable.
Xiao Ding lo ignoró.
—Aunque, así como eres…
tú y esa perra de Chen Guiren sí que hacían buena pareja. ¡Igual
de estúpidos! ¡Nacieron para estar bajo mi bota!
Chen Zeming gritó de pronto:
—¡CHEN
YU!
Tras un momento, Chen Yu entró por la
puerta. Chen Zeming lo miró fijamente, sin apartar la vista de Xiao Ding, y
dijo palabra por palabra:
—¡Trae
el látigo!

