Cap铆tulo
31
Xiaohong, asustada por la expresi贸n de
estupor de Chen Zeming, no pudo evitar sacudirlo:
—¡General,
general! ¿Qu茅 le ocurre?
Los ojos de Chen Zeming estaban inyectados
en sangre. En sus pupilas se reflejaba claramente la figura de ella, pero
parec铆a no verla.
Ese pensamiento… era demasiado atroz.
¿Pod铆a el coraz贸n humano llegar a ser tan
insondable?
—¡No,
no!… ¡No
puede ser! —Chen Zeming casi
salt贸, negando de inmediato lo que acababa de
pensar.
Xiaohong lo miraba, desconcertada. 脡l
murmuraba con ansiedad, caminando de un lado a otro, como si hubiera perdido la
raz贸n.
— ¡El Emperador no har铆a eso! ¡Seguro que no! —se
repet铆a—.
¿Por qu茅
no lo har铆a?… No lo s茅… pero…
Chen Zeming segu铆a murmurando en voz baja, como si intentara
convencerse a s铆 mismo.
—No… no es eso. Tiene que haber un error… algo est谩 mal…
Se aferraba con todas sus fuerzas a esas
palabras, conteni茅ndose para no ir tras la verdad.
Ni siquiera se atrev铆a a pensar con
claridad en lo que podr铆a ser esa verdad. Pero la pena y la rabia se
arremolinaban en su pecho, golpeando por dentro como una bestia enjaulada, a
punto de desgarrarlo.
Luchaba por contenerse, por calmar los
pensamientos que lo asediaban. Sab铆a que, si se dejaba llevar, las
consecuencias ser铆an irreparables.
Se debat铆a con desesperaci贸n, como si
intentara despertar de una pesadilla.
Y en medio de ese caos, sent铆a que hab铆a
otro 茅l, observando desde fuera con fr铆a lucidez, lanz谩ndole palabras de burla:
«¿De qu茅 huyes?»
«¿A qui茅n intentas convencer?»
«Solo es que no te atreves a enfrentar la
verdad. Cobarde.»
Xiaohong malinterpret贸 su silencio. Con
l谩grimas en los ojos, dijo:
—Es de la se帽ora… de verdad lo es… Cuando eligi贸 ese colgante, yo le pregunt茅 por qu茅
no escog铆a la orqu铆dea, que era la flor favorita de Su
Majestad… Pero la se帽ora dijo que a ella le gustaban los monos,
solo los monos… Que lo que le
gustara el Emperador no ten铆a
nada que ver con ella…
Ese colgante siempre lo llevaba oculto, nunca dejaba que nadie lo viera. Nadie
m谩s lo sab铆a…
Chen Zeming mir贸 el cad谩ver, como si se
hubiera sumido en un pozo helado. El fr铆o le calaba hasta los huesos.
Cerr贸 los ojos. Y vio a Yinyin.
Ella le sonre铆a. Cada gesto, cada
movimiento, tan v铆vidos, como si estuviera justo frente a 茅l.
«Lo odio» Dec铆a
ella.
—¿Por
qu茅? ¿Por
qu茅 fuiste tan tonta? —Chen Zeming estaba al borde del colapso—. Nada es m谩s importante que seguir viva. ¿Por qu茅
no lo entendiste? ¿Por qu茅 hiciste esto?
Cada palabra le sangraba por dentro. Si
pudiera, llorar铆a sangre en lugar de l谩grimas.
«¡Lo odio! ¡Lo odio!» El rostro de Yinyin se transformaba, la rabia tan profunda
que la volv铆a irreconocible.
Y entonces, una frase que ella nunca dijo,
pero que 茅l escuch贸 con claridad:
«¡Tambi茅n te odio a ti!»
Las l谩grimas de Chen Zeming brotaron sin
control. Las palabras de Xiaohong hab铆an desenterrado todo lo que 茅l hab铆a
intentado sepultar. Yinyin lo amaba. Siempre lo hab铆a amado. Pero tambi茅n era
de ese tipo de personas que prefer铆an romperse antes que doblegarse. Ll谩mese
pureza o terquedad, era su esencia.
Llevaba casi tres a帽os en palacio. Hab铆a
soportado en silencio. Y 茅l crey贸 que hab铆a cambiado.
Pero no. Ella segu铆a siendo la misma: la
que dec铆a “no” sin rodeos cuando algo no le gustaba, aunque fuera frente a
alguien poderoso e intocable. Nunca retroced铆a. Si delante de ella hab铆a una
roca, prefer铆a estrellarse y hacerse pedazos antes que dar un paso atr谩s.
Esta vez, ella realmente se hizo pedazos.
La culpa era suya.
Yinyin ya hab铆a perdido el equilibrio hac铆a
tiempo.
Y 茅l, que la conoc铆a tan bien, no lo hab铆a
notado.
Debi贸 haberlo comprendido. Aquella noche,
cuando ella presenci贸 aquella escena, la tragedia ya hab铆a comenzado. Pero 茅l
solo se preocup贸 por su propio dolor, encerrado en su lamento y autocompasi贸n.
Nunca pens贸 que ella tambi茅n sufr铆a.
Ese amor, ese odio, bastaban para quebrar a
cualquier persona. ¿Y c贸mo no a Yinyin, sola en palacio, soportando tanto
durante tanto tiempo?
Record贸 su regreso al lugar del incendio,
el momento en que el gran sal贸n se derrumb贸, y aquellos gritos agudos y
desgarradores… ¿podr铆a haber sido Yinyin? Ese pensamiento, s煤bito y cruel, hizo
que su mano temblara con violencia. El coraz贸n se le desgarr贸.
Cay贸 de rodillas, incapaz de sostener el
peso de su culpa, y rompi贸 en llanto.
Yinyin hab铆a muerto.
Y fue 茅l quien la mat贸.
Yinyin… no podr谩 cerrar los ojos en paz.
Chen Zeming irrumpi贸 en la sala imperial.
El Emperador estaba escribiendo las palabras de duelo.
Aquello deb铆a ser tarea de los ministros
literatos, pero 茅l insist铆a en hacerlo personalmente. Todos estaban
sorprendidos. Era sabido que la relaci贸n entre Su Majestad y la Emperatriz
Viuda no era armoniosa. Al parecer, la muerte realmente borra toda enemistad.
—¡General!
¡Su Majestad ha ordenado no recibir a nadie en este momento! ¡Por favor det茅ngase! —la voz que se o铆a
era apresurada, como los pasos que se acercaban.
—¡DET脡NGASE! —el alboroto ya hab铆a
llegado a la puerta.
El Emperador alz贸 la vista. Vio a Chen
Zeming detenido por un grupo de guardias imperiales que le apuntaban con sus
espadas. Se mostr贸 algo sorprendido. Su mirada recorri贸 a Chen Zeming, pas贸 por
sus ojos enrojecidos, y se detuvo en la espada a煤n envainada que llevaba al
cinto.
Entonces, dej贸 la pluma sobre la mesa.
El eunuco a su lado se adelant贸:
—Su Majestad no recibe visitas en este
momento. ¿Por qu茅 insiste el General en entrar?
Chen Zeming guard贸 silencio un instante:
—Tengo un asunto urgente. Debo ver a Su
Majestad de inmediato.
El eunuco, impaciente, replic贸:
—Ret铆rese
primero. Cuando Su Majestad lo convoque, podr谩 entrar.
Chen Zeming se mantuvo firme:
—Debo ver a Su Majestad.
Alz贸 la cabeza y mir贸 directamente hacia el
interior. La sala estaba en penumbra. El rostro del Emperador se perd铆a en las
sombras, no pod铆a distinguirlo. Pero por primera vez, no apart贸 la mirada.
El eunuco, conmovido por su silencio, se
volvi贸 hacia el interior.
El Emperador asinti贸.
El eunuco se gir贸:
—¡Desenvainad
la espada!
Chen Zeming arranc贸 la espada de su
cintura. El guardia que deb铆a recibirla extendi贸 las manos, pero en el momento
en que ambas se cruzaron, por alguna raz贸n no logr贸 sujetarla. La espada cay贸
pesadamente al suelo con un estruendo met谩lico que sobresalt贸 a todos. El
guardia, algo avergonzado, se apresur贸 a recogerla.
Durante todo ese tiempo, Chen Zeming no se
volvi贸. Camin贸 con paso firme hasta la mesa del Emperador.
All铆, vacil贸 un momento. Seg煤n el protocolo
del palacio, aquella pausa era excesiva.
El eunuco dio un paso al frente, a punto de
alzar la voz para recordarle el decoro, pero vio que Chen Zeming ya se hab铆a
arrodillado en silencio.
Una vez en el suelo, no habl贸 de inmediato.
Intentaba calmarse, pero la rabia y el dolor se agitaban en su pecho como un
torrente, buscando desesperadamente una salida. No era algo que pudiera
contenerse en un instante.
El Emperador esper贸 un momento. Al ver que
no hablaba, finalmente dijo:
—¿Qu茅 asunto te trae aqu铆?
Chen Zeming se estremeci贸, abri贸 los ojos y
respondi贸:
—Con respeto a Su Majestad… Chen Guiren ha muerto…
Su voz se fue apagando. No quer铆a que esas
palabras salieran de su boca. Como si al pronunciarlas, el hecho quedara
sellado, como si fuera 茅l quien la mataba al decirlo.
El Emperador no respondi贸 por largo rato.
El coraz贸n de Chen Zeming se hel贸. Tras luchar consigo mismo, alz贸 la cabeza
lentamente.
Y al ver el rostro del Emperador, sinti贸
a煤n m谩s fr铆o.
El Emperador lo miraba con el ce帽o
fruncido, sin mostrar sorpresa ni compasi贸n. Su expresi贸n era de leve molestia,
casi impaciencia.
Al notar que Chen Zeming lo miraba, gir贸 la
cabeza para evitar su mirada y dijo con indiferencia:
—¿Ah?
¿Es as铆?
«As铆 que ya lo sab铆a…»
Y aun en este momento, ni siquiera se
molestaba en fingir…
La 煤ltima chispa de esperanza en el coraz贸n
de Chen Zeming se extingui贸. El fr铆o lo invadi贸 por completo. Su cuerpo, tenso,
comenz贸 a temblar. Una oleada de amargura le subi贸 al pecho. Cerr贸 los ojos,
apret贸 los dientes y trag贸 sus l谩grimas como si fueran sangre.
El Emperador lo observ贸:
—¿Y
entonces? ¿A qu茅 has venido?
No ocultaba el tono de sospecha en sus
palabras.
Chen Zeming se levant贸 de golpe. Todo su
cuerpo temblaba como una hoja. La desesperaci贸n lo envolv铆a como tinta espesa,
imposible de disipar.
—Si Su Majestad hubiera mostrado una pizca
de sorpresa… ¡habr铆a
venido a pedir perd贸n!
El Emperador Xiao respondi贸 con una sonrisa
apenas perceptible, cargada de burla.
—¿Y
ahora?
Lo dijo con calma.
La indiferencia del Emperador lo empuj贸 al
borde de la furia. Aunque su mente gritaba que se detuviera, la pregunta brot贸
de su boca como un rel谩mpago:
—¡Anoche… usted sab铆a que ella estaba en el palacio de la Emperatriz Viuda! ¡Y aun as铆 me hizo quemarla con mis propias manos! ¡¿Es cierto?!
Su voz era ronca, contenida con esfuerzo,
pero aun as铆 cargada de una fuerza implacable.
El eunuco, que ya hab铆a notado algo
extra帽o, al ver que realmente se atrev铆a a hablar as铆, dio un paso al frente y
grit贸:
—¡INSENSATO!
¡C脫MO
TE ATREVES A HABLARLE AS脥
A SU MAJESTAD! ¡GUARDIAS!
Pero antes de que pudiera terminar, Chen
Zeming lo empuj贸 con fuerza y rugi贸:
—¡¿ES
CIERTO?!

