ASOF-131

   

Capítulo 131: Academia Meiliu.

 

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Jiang Nanzhen confesó sin rodeos su implicación en el atentado contra Jiang Nandou. Por orden de Jiang Lingfei, fue condenado a pasar el resto de su vida recluido en una residencia apartada en los suburbios del oeste, sin permiso para salir.

 

Jiang Lingxu, por fin libre de toda acusación, regresó al Pabellón Honghu. Ya no había necesidad de disputar el puesto de jefe del clan. Tras este episodio, su ambición se había desvanecido por completo. Retomó el antiguo negocio de escoltas y se dedicó, con toda corrección, a ejercer como el primogénito de la familia Jiang.

 

Jiang Lingfei se sentó junto a la cama:

—¿Cómo se siente hoy el tío?

 

Jiang Nandou, recostado entre las mantas, asintió:

—El anciano Mei tiene una gran habilidad médica. Me ha cuidado muy bien. Tú acabas de asumir como jefe del clan, debes tener muchas cosas que atender. No hace falta que vengas todos los días.

 

Jiang Lingfei sonrió:

—¿El tío ya se cansó de mí?

 

—¿Cómo podría? —Jiang Nandou le tomó la mano y suspiró—. La familia Jiang… la familia Jiang tiene suerte de tenerte.

 

La sirvienta trajo un tazón de congee. Jiang Lingfei la tomó y empezó a alimentarlo con calma. Era curioso: antes, uno estaba en lo alto y el otro era un joven despreocupado. No es que se llevaran mal, pero tampoco había afecto entre ellos. Se veían unas pocas veces al año, y todo por compartir el apellido “Jiang”. Pero ahora, con Jiang Nandou postrado y sin poder usar sus artes marciales, y Jiang Lingfei obligado a cargar con el peso de la familia, entre el anciano y el joven había nacido algo parecido a… lazos de sangre. Como dos barcas sacudidas por la tormenta, atadas firmemente una a la otra.

 

Jiang Nandou le recordó:

—En unos días es el aniversario de tu padre. Ve a rendirle homenaje como es debido.

 

El padre de Jiang Lingfei, es decir, el tercer hermano de Jiang Nandou, fue el tercer joven maestro de la generación anterior. Se decía que había nacido con un talento innato para las artes marciales, y además era apuesto y encantador. El anciano patriarca lo consideraba su joya más preciada. Pero siempre tuvo una salud frágil, y poco después de que naciera su hijo, murió de enfermedad.

 

La tercera señora, devastada por el dolor, se retiró al salón budista, donde pasaba los días recitando sutras y recordando a su esposo. Como una flor que ha perdido su savia, se marchitó rápidamente, sumida en la confusión.

 

Jiang Lingfei creció en ese ambiente. Nunca tuvo mucho afecto por su madre. Una casa silenciosa, sutras lejanos, humo de incienso flotando… eso fue prácticamente toda su infancia. No era de extrañar que, al llegar a Wang Cheng, quedara deslumbrado por el bullicio y la belleza, y se aferrara a la Mansión del Príncipe Xiao sin querer marcharse. Incluso llegó a reclamar a la vieja concubina como madre adoptiva.

 

*****

 

Yun Yifeng carraspeó suavemente y llamó a la puerta:

—Tercer joven maestro Jiang.

 

Jiang Lingfei sonrió:

—Justo pensaba irme a descansar. ¿Qué ocurre?

 

—Compramos pescado frito. Traigo una bolsita —Yun Yifeng le entregó el paquete caliente envuelto en papel aceitado, y se acomodó en una silla frente a él—. Pensábamos invitarte a cenar, pero el príncipe dijo que los asuntos de la familia Jiang eran muchos, y que mejor no te molestáramos.

 

—¿Eso quiere decir que soy un estorbo? —Jiang Lingfei se limpió las manos y tomó un trozo de pescado crujiente—. En realidad, los asuntos familiares ya están casi resueltos. Estos días no estoy tan ocupado. ¿Por qué no me uno a ustedes…?

 

No terminó la frase. Yun Yifeng sacó una carta de no se sabe dónde:

—Ya que no estás ocupado, justo tengo otro asunto.

 

Jiang Lingfei: “…”

 

—Interceptada por la Secta Feng Yu —dijo Yun Yifeng, apoyando la cabeza en la mano—. El líder de la Alianza Li la envió al cuarto joven maestro Jiang.

 

Jiang Lingfei desplegó la carta y le echó un vistazo rápido. No decía nada especialmente grave. Entre líneas, solo se le pedía a Jiang Lingzi que actuara con discreción, que cumpliera con su papel de cuarto joven maestro de la familia Jiang, que asistiera con diligencia al nuevo jefe del clan y que contribuyera a engrandecer la casa Jiang, en pro de la justicia y la estabilidad del Jianghu… En resumen, un cúmulo de frases altisonantes, tan pulidas que podrían tallarse en una placa sin que nadie encontrara objeción.

 

Palabrería vacía.

 

—Parece que ha decidido no seguir apoyando al cuarto joven maestro Jiang —dijo Yun Yifeng.

 

—Li Qinghai siempre ha sabido leer los vientos. No se arriesgaría a enfrentarse a mí o al príncipe en un momento como este —Jiang Lingfei se recostó en la silla—. Pero aún no he decidido si quiero investigar lo que ocurrió en la contienda por el liderazgo de la alianza.

 

Yun Yifeng comprendía lo que quería decir. En teoría, era un asunto que debía esclarecerse a toda costa. Pero Li Qinghai llevaba años ejerciendo como líder de la alianza, y el Clan Hanyang era la segunda fuerza más poderosa después del clan Jiang. Tras años de arduo trabajo, sus raíces se habían hundido profundamente en el Jianghu. Sacudir esa base… sería una tarea agotadora.

 

Jiang Lingfei suspiró. El crujiente pescado con sal y pimienta en su mano ya no le sabía a nada.

 

Al verlo tan pensativo, Yun Yifeng propuso:

—¿Y si envío primero a algunos discípulos de la Secta Feng Yu a recabar información? Independientemente de si más adelante decides ajustar cuentas con Li Qinghai o no, tener algunas pistas nunca está de más.

 

—En ese caso, está bien —sonrió Jiang Lingfei—. No me andaré con cortesías.

 

—Y otra cosa —añadió Yun Yifeng, observando su expresión—. ¿La señorita Yuanyuan sigue sin decir nada?

 

Jiang Lingfei arrojó el pescado de vuelta al envoltorio:

—Así es.

 

Yun Yifeng le recordó con tacto:

—En el camino, escuché a muchos comentar sobre el asunto. Si esto se sigue postergando, temo que podría afectar tu autoridad como jefe del clan.

 

Aunque ya se había aclarado que el ataque contra Jiang Nandou no tenía relación con Yue Yuanyuan, el hecho de haber liberado en secreto a una criminal buscada por el gobierno era una falta que ella misma había confesado. En la casa, todos murmuraban: ¿cómo podía ser que, por una infracción similar, el quinto señor Jiang hubiera sido despojado de su poder y encerrado de inmediato, mientras que esa jovencita seguía sin ser interrogada, y nadie tenía permitido hacerle una sola pregunta? Si eso no era encubrimiento… ¿entonces qué era?

 

—Lo resolveré —dijo Jiang Lingfei, poniéndose de pie—. Aún hay asuntos pendientes en el Salón del Pino Azul. Iré a echar un vistazo.

 

Dicho esto, se marchó con un giro de mangas, dejando tras de sí media bolsa de pescado crujiente con sal y pimienta, aún caliente, y a un Maestro Yun suspirando en el umbral.

 

Ji Yanran estaba en el patio, limpiando su espada. Al verlo regresar con el pescado, comentó:

—¿Te echaron?

 

—El hermano Jiang no quiere oír nada que tenga que ver con Yue Yuanyuan —Yun Yifeng se dejó caer en el banco de piedra—. Tenías razón. La próxima vez no me meteré donde no me llaman.

 

Ji Yanran sonrió y le dio a probar unos trozos de pescado:

—¿Y lo del líder de la alianza?

 

—La Secta Feng Yu irá primero a investigar —respondió Yun Yifeng—. Por lo que veo, el hermano Jiang también quiere saber la verdad. No parece dispuesto a dejar pasar a Li Qinghai.

 

Y claro, la seguridad del Jianghu no debería recaer en un villano de baja estofa, aunque no se trate de un gran caballero. ¿Qué clase de líder es ese que pone veneno en el té ajeno? Ni un ladrón ni un rufián se rebajaría a eso.

 

Ji Yanran asintió:

—En asuntos del Jianghu, tú y Lingfei sabrán qué hacer.

 

Jiang Lingfei caminó hasta la residencia de Yue Yuanyuan.

 

Ella seguía sentada al borde de la cama. En la mesa, media jarra de té, medio cuenco de fideos. Las flores del alféizar estaban marchitas. Los tallos, antes frescos, habían perdido su humedad y se inclinaban sin fuerza, meciéndose con el viento.

 

Jiang Lingfei tomó la jarra de té frío y la vertió lentamente en la maceta. Sus movimientos eran pausados. Yue Yuanyuan lo observaba desde la cama. La silueta alta, bañada por la luz del sol, le hizo sentir un nudo en la garganta.

 

—Me arrepiento… —dijo ella.

 

—Ya es tarde para arrepentirse —Jiang Lingfei dejó la jarra vacía, sacó una píldora de su manga y se la ofreció—. Tómala.

 

Yue Yuanyuan tenía los ojos llenos de inquietud:

—Señor…

 

—Tranquila, no es veneno. Te dije que no te mataría —Jiang Lingfei se agachó frente a ella—. Es una píldora de falsa muerte que pedí al anciano Mei. Tras tomarla, dormirás medio año. Ahora mismo, todos los jefes de sala están usando tu caso como excusa. Solo así podremos callarles la boca.

 

—¿Y después de ese medio año?

 

—Después, yo me encargaré de todo —Jiang Lingfei la miró—. Tomarla o no, depende de ti.

 

La voz de Yue Yuanyuan era ronca:

—La tomaré.

 

Sostuvo la píldora en la mano y miró por última vez el sol brillante que entraba por la ventana, iluminando los árboles verdes y las flores rojas. Daba vértigo.

 

****

 

El “cadáver” de Yue Yuanyuan fue colocado temporalmente en la cámara de hielo de la familia Jiang.

 

—No deja de ser una forma de escapar del alboroto —comentó Yun Yifeng—. Pero ¿qué pasará dentro de medio año?

 

—No lo sé —respondió Ji Yanran, tomando su mano mientras dibujaba lentamente sobre el papel—. Ya sabes cómo es Lingfei con este asunto. Lo guarda con celo absoluto. No ha soltado ni una palabra.

 

«¿Por qué?» Yun Yifeng lo miró de reojo, con duda:

—¿No será que, como dicen por ahí, el hermano Jiang y la señorita Yuanyuan… eh?

 

—Es difícil decirlo. Pero estoy seguro de que no es tan simple —Ji Yanran lo miró—. Y hablando de eso, tú eres el maestro de la secta Feng Yu. ¿Me preguntas a mí?

 

—¿Y qué si lo soy? Tú no me dejas investigar los asuntos privados del hermano Jiang.

 

—No te dejo, así que déjalo en paz —Ji Yanran soltó el pincel—. Mejor lleva a tus discípulos a investigar lo de la tribu Mustang y Xie Hanyan. Y de paso, averigua el paradero de Gui Ci. Eso sí es lo que deberías estar haciendo.

 

Yun Yifeng extendió la mano:

—Paga.

 

El Príncipe Xiao, con su habitual generosidad, dijo:

—Lo apunto. Algún día te llevaré al tesoro imperial a rodar sobre montañas de oro.

 

De esas promesas vacías ya había acumulado tantas que Yun Yifeng ni se inmutó. Le dio una palmada y se fue a buscar a Jiang Lingchen, con la intención de seguir enseñándole la técnica de qinggong “Viento Extinguido”. Pero en el camino se topó con Jiang Lingzi.

 

El cuarto joven maestro de la familia Jiang seguía con su porte refinado y elegante. Saludó con una reverencia:

—Maestro Yun.

 

—¿Vuelve a la academia Meiliu, cuarto joven maestro? —preguntó Yun Yifeng.

 

—Sí —respondió Jiang Lingzi—. Acabo de visitar a mi tío. Me senté un rato en su habitación.

 

«Ah, fue a ver al antiguo jefe del clan.» Yun Yifeng preguntó:

—¿Y cómo está hoy el señor Jiang Nandou?

 

—Bastante bien —respondió Jiang Lingzi.

 

Él solo quería despedirse cuanto antes, pero Yun Yifeng parecía estar de lo más animado para charlar. Con entusiasmo, propuso:

—Hace tiempo que escuché que la academia Meiliu es elegante y tranquila, y que su biblioteca es vasta como el mar, con muchos ejemplares raros. ¿Podría llevar al Príncipe Xiao a conocerla?

 

—Maestro Yun, qué cosas dice —respondió Jiang Lingzi con tono evasivo—. Su Alteza el Príncipe Xiao tiene un estatus distinguido. Los tesoros del mundo están en el palacio imperial. ¿Cómo podría interesarse por mi humilde academia?

 

—Es verdad —lo interrumpió Yun Yifeng—. El príncipe ha visto de todo. Entonces no lo llevaremos.

 

Jiang Lingsi: “…”

¿“Nosotros”?

 

Yun Yifeng avanzó unos pasos. Al ver que Jiang Lingzi seguía parado, le hizo una seña:

—Cuarto joven maestro, por aquí, por favor.

 

Jiang Lingzi apretó los dientes en silencio y aceleró el paso para caminar a su lado.

 

—¿Hay pinturas en la academia Meiliu?

 

—Solo algunas obras mediocres de artistas contemporáneos.

 

—¿Y caligrafía?

 

—Muy poca.

 

—¿Libros?

 

—Apenas cerca de cien volúmenes.

 

—Perfecto.

 

Jiang Lingzi: “…”