ASOF-127

  

Capítulo 127: Santa Dama de las Nieves.  

 

※∴※∴※※∴※∴※※∴※∴※※∴※∴※

 

Aquello de “ciertas críticas” era, en realidad, una forma muy suave de decirlo. Porque según lo que Kong Zhong relató a continuación, aquella dama elegante no sentía simplemente desagrado por la familia imperial: lo suyo era un odio profundo, mordía las palabras con los dientes apretados, y parecía que no deseaba otra cosa que arrastrar a la familia imperial Li al infierno con ella.

 

—¿Y semejantes palabras, tan abiertamente rebeldes, las dijo delante de usted? —preguntó Yun Yifeng, sorprendido.

 

—Yo también me quedé helado —respondió Kong Zhong—. Le rogué una y otra vez que tuviera cuidado con lo que decía. El segundo señor Jiang, al enterarse, tampoco se sintió tranquilo. En privado me comentó que había que enviar cuanto antes a esa señora y su sirvienta de vuelta al Salón del Pino Azul. No podían seguir hospedadas allí.

 

En cuanto a la identidad de la mujer, no la conocía con certeza. Solo podía deducirse por sus palabras que odiaba a la familia imperial porque su padre, sus hermanos, sus tíos… incluso el amor de su vida, todos habían muerto a manos del gobierno.

 

Y en ese caso… aparte de Xie Hanyan, no parecía haber otra candidata posible.

 

—¿Y sobre la sirviente? —preguntó Yun Yifeng—. ¿Recuerda algún rasgo?

 

—Era muy callada. A veces pasaba todo el día sin decir una sola palabra —respondió Kong Zhong—. Pero escuché al segundo señor decir que esa sirvienta parecía tener cierto interés en el quinto señor Jiang. Por eso quería quedarse en la residencia.

 

El talentoso Kong, al parecer, también tenía oído para los asuntos del corazón. Y según se decía, la dama no se oponía a esa relación. Afirmaba que el quinto señor Jiang había sido de gran ayuda para su familia, y que en el futuro necesitaría apoyarse en los Jiang para vengarse. Por eso pensaba entregar a su sirvienta como muestra de gratitud. Solo que la quinta señora era demasiado feroz, y no sabían cómo plantearlo. Así que lo fueron posponiendo, y posponiendo… hasta que Kong Zhong se marchó de la residencia sin que se hubiera dicho nada.

 

—El quinto señor Jiang fue de gran ayuda para su familia, y ella aún pensaba en vengarse… —Yun Yifeng se acarició la barbilla—. Muchas gracias, señor. Lo que nos ha contado hoy ha sido de gran ayuda.

 

Dicho esto, Yun Yifeng y Ji Yanran se despidieron juntos. Al alejarse de la residencia de Kong, caminaron unos pasos en dirección a la salida de la ciudad. Al comprobar que nadie los seguía, giraron con natural sincronía hacia un callejón estrecho, y se ocultaron silenciosamente entre las frondosas ramas de un gran árbol.

 

Desde allí, podían observar con claridad todos los movimientos en la casa de Kong.

 

Yun Yifeng le dio un codazo:

—¿Cuándo notaste que algo no cuadraba?

 

—¿Y tú? Empieza tú —sonrió Ji Yanran.

 

—Por su expresión al hablar —respondió Yun Yifeng—. Últimamente… bueno, incluso ahora, a veces olvido cosas de repente. Así que sé cómo se siente uno cuando la memoria falla y se esfuerza por recordar. Pero ese señor Kong, o bien respondía con total seguridad, sin pensar ni un segundo, o bien se quedaba meditando largo rato para luego decir que no recordaba nada. Es demasiado extraño.

 

Cualquier persona normal debería tener recuerdos intermedios, algo entre “lo recuerdo perfectamente” y “no tengo idea”. Si solo hay esos dos extremos, lo más probable es que el sujeto ya haya memorizado lo que debe decir, y todo lo que no conviene, lo niega sin más.

 

—Además —añadió Yun Yifeng—, vi que Su Alteza no dijo ni una palabra en toda la visita. Eso me confirmó que algo no iba bien. ¿Y tú?

 

—Lo mío fue más sencillo —respondió Ji Yanran con una sonrisa—. Esa carta no era el manuscrito original de Kong Zhong. La copié yo después.

 

El original tenía una caligrafía desordenada y salvaje, como escrita en estado de embriaguez. Al copiarla, me esmeré en que fuera clara y ordenada. Incluso cambié las frases de cortesía del inicio. Y ese anciano, tumbado en la cama, apenas vio el encabezado y enseguida dijo que era de su puño y letra.

 

Yun Yifeng: “…”

 

—Tu método, desde luego, es sencillo.

 

—Cuando encontramos la carta en la residencia Jiang —explicó Ji Yanran—, ya había mandado verificarla. Es un objeto antiguo, y la caligrafía sí corresponde a Kong Zhong. Así que podemos descartar que alguien la haya falsificado recientemente para engañarnos.

 

Sin embargo, cuando se halló la carta, había varios discípulos de la Secta Feng Yu presentes. Detrás de ellos, una sirvienta de la familia Jiang sostenía una lámpara. Tal vez dentro había algún criado sirviendo el té. En fin, no fue un hallazgo completamente confidencial.

 

—¿Estás sospechando de alguien de la Secta feng Yu? —preguntó Yun Yifeng con cautela.

 

—¡Pero si también mencioné a las sirvientas y criados de la familia Jiang! —se apresuró a explicar Ji Yanran—. ¿Cómo podría equivocarse la Secta Feng Yu? Eso es imposible. Nueve de cada diez veces, el problema está en la residencia Jiang. Cuando volvamos, hablaremos con Jiang Lingfei.

 

—Déjalo —Yun Yifeng se recostó en la rama del árbol—. No es que tu sospecha no tenga fundamento. Sea quien sea, la información se filtró, y alguien se nos adelantó. Vaya uno a saber si Kong Zhong habló por miedo o por soborno… o si, directamente, el que está acostado en esa cama ni siquiera es Kong Zhong.

 

La luz del atardecer se filtraba entre las hojas, cálida sobre su rostro.

 

Ji Yanran alzó la mano para hacerle sombra, y se inclinó a besarle. Total, no había nada urgente… y tener a una belleza en brazos… un hombre hermoso que, además, olía bien. Jazmín con un leve toque medicinal, que se desprendía de su cabello negro y su cuello níveo. Todo en él era hermoso. De verdad, era como tener a un inmortal entre los brazos.

 

Yun Yifeng se apartó hacia un lado:

—¡Siéntate bien!

 

—¿Se ha movido algo en la casa de Kong? —preguntó Ji Yanran, frotando su rostro contra su cuello.

 

La casa de Kong no mostraba señales.

 

«¡Pero tú sí que no paras!», pensó Yun Yifeng, cosquilleado por su aliento, entre risas contenidas y resignación. No le quedaba más remedio que dejarlo hacer —al fin y al cabo, tampoco podía desordenarse tanto. Le dio una palmadita en la cabeza, como para calmarlo, y siguió estirando el cuello para vigilar a lo lejos.

 

Ji Yanran le dio un beso en la clavícula, satisfecho:

—Mi Yun’er es bastante dócil…

 

—Claro, sin una verdadera habilidad, ¿cómo podría retener al ilustre Príncipe Xiao, que ha visto mundo? —Yun Yifeng respondió con evasiva, mientras veía que Kong Zhong salía del patio. Se enderezó de inmediato.

 

Ji Yanran tenía la barbilla apoyada en su hombro, concentrado en sus travesuras con esta belleza. El movimiento repentino hizo que sus dientes chocaran con fuerza. Casi se le saltaron las lágrimas:

—¿Ese es tu “verdadero talento”?

 

—¡Oh, no me fijé! —Yun Yifeng se deslindó—. Culpa de Kong Zhong. ¿Por qué no salió antes o después, sino justo cuando el Príncipe Xiao estaba mordisqueando por todas partes? En verdad, ¡traidor y rebelde, su corazón merece castigo!

 

Kong Zhong cerró la puerta con llave, y se volvió con paso vacilante.

 

El sol caía en el horizonte. Los campesinos regresaban a casa. La calle estaba en plena efervescencia. Los puestos se levantaban por doquier. La dueña del puesto de té, vestida con una falda roja brillante, reía con todo el rostro —hoy abrió el negocio y ganó una fortuna.

 

Kong Zhong evitó cuidadosamente ese bullicio, se agachó y se metió en un callejón solitario. Tras varios giros, se dirigió hacia la salida de la ciudad.

 

Sus pasos, antes lentos y torpes, se volvieron cada vez más rápidos.

 

Tiró el bastón, enderezó la espalda, arrancó la máscara arrugada de su rostro. Al volverse, sus ojos eran profundos: ¡era la misma mujer que en el desierto del noroeste se había hecho pasar por la Santa Dama de la Nieve!

 

Un caballo la esperaba junto al camino.

 

La mujer sonrió, corrió unos pasos y extendió la mano para soltar las riendas. Pero de pronto, un dolor agudo le atravesó la muñeca, entumeciéndole medio cuerpo.

 

El sonido cortante del viento llegó desde atrás.

 

La mujer supo que algo iba mal. Intentó usar la técnica de escape que había empleado en el desierto. Pero una fusta blanca, como serpiente de nieve, ya se había enroscado en su tobillo. Todo su cuerpo fue arrastrado hacia atrás y cayó con un “¡pum!” bajo un árbol.

 

El Maestro Yun, siempre considerado, había elegido para ella un lecho de flores fragantes y mullidas. No era cuestión de que una tía de mediana edad se estrellara de forma demasiado miserable.

 

Ji Yanran desenvainó media espada, apoyando el filo de la espada Long Yin contra el cuello de la mujer:

—¿Quién es usted, en realidad?

 

La mujer cerró sus bellos ojos. No quiso decir una sola palabra.

 

***

 

Ciudad de Wanli, oficina del magistrado prefectoral.

 

El magistrado Ma estaba disfrutando de carne y licor cuando recibió el aviso: ¡el Príncipe Xiao había llegado!

 

El susto casi le hizo volar el bigote. Tropezó dieciocho veces en el camino, y entre caídas y carreras, logró llegar al salón principal.

 

Yun Yifeng lo sostuvo rápidamente:

—Con calma, señor magistrado.

 

—E-e-este humilde servidor…

 

—No hace falta ceremonias —interrumpió Ji Yanran con un gesto—. ¿Dónde está Kong Zhong?

 

El magistrado prefectoral Ma respondió apresurado:

—En casa, en casa. Enseguida mando a alguien a buscarlo.

 

Yun Yifeng: “…”

 

Por supuesto, la residencia de Kong estaba vacía. No había ni una sombra, ni humana ni fantasmal. El magistrado prefectoral, sudando a mares, explicó que Kong Zhong había estado enfermo durante años, pasaba la mayor parte del tiempo en cama, atendido por un sirviente y mantenido con el dinero que su hijo enviaba desde fuera. ¿Cómo podía desaparecer de repente? Hace apenas unos días, lo había visto tomando el sol en la calle, charlaron un poco, y no mencionó ningún viaje.

 

Los vecinos también decían que lo habían visto paseando, comprando sus bocadillos favoritos de flor de osmanthus, jugando con los niños del hospicio, feliz como siempre.

 

Todo indicaba que su desaparición había ocurrido en los últimos dos días.

 

****

 

En la prisión, Yun Yifeng miró a la mujer frente a él y suspiró:

—No me digas que lo mataste.

 

—¿Para qué matarlo? —respondió ella con frialdad—. Es solo un viejo erudito inútil. Se fue a buscar a su hijo.

 

—¿Buscar a su hijo? —Preguntó Yun Yifeng.

 

—Su único hijo comercia en Nanyang —dijo la mujer—. Me hice pasar por un comerciante, diciendo que venía a llevarlo con él. Kong Zhong se alegró muchísimo, aceptó sin dudar. Ayer al amanecer, le preparé un carruaje, escolta y todo para que partiera hacia el sur.

 

Yun Yifeng seguía mirándola fijamente.

 

—Solo quería que dejara libre el lugar. No soy alguien que mate sin motivo —la mujer frunció el ceño, molesta por su mirada—. Incluso le llamé un médico y le di una buena suma de dinero. El carruaje aún no debe haber salido de Lizhou. Si no me creen, envíen a alguien a comprobarlo.

 

—Lo haré —asintió Yun Yifeng. Luego añadió—: Si todo esto es cierto, entonces usted no parece una criminal despiadada. ¿Por qué montar esta trampa? Cada palabra que dijo empujaba al príncipe Xiao a investigar a Jiang Nanzhen, insinuando que tenía vínculos profundos con la familia Xie. ¿Qué clase de rencor hay entre ustedes? Además, ¿quién le informó que vendríamos a Wanli y que buscaríamos al señor Kong?

 

—Tus preguntas son demasiadas —respondió la mujer.

 

—En el desierto montaste un laberinto de niebla que me dejó aturdido varios días. Te hiciste pasar por mi madre. Ahora responder unas cuantas preguntas como compensación es lo mínimo —Yun Yifeng se mostró razonablemente indignado—. Y no solo eso: también tuviste tratos con Ye’er Teng. Solo con eso, ya tienes asegurada la pena de muerte.

 

—No hace falta que me amenaces con la decapitación. No le temo a la muerte. Pero antes de morir, aún tengo unas palabras que decirle al Príncipe Xiao.

 

—¿Y por qué solo al Príncipe Xiao? Decírmelo a mí sería lo mismo.

 

—¿Eres tú acaso de la familia Li? —la mujer lo miró con intensidad.

 

Yun Yifeng respondió con toda sinceridad:

—Si ustedes no se hubieran metido en tantos líos, quién sabe… tal vez ahora sí lo sería.

 

La mujer se quedó sin palabras ante aquella respuesta descarada y serena. Tardó un buen rato en reaccionar. Finalmente, apretó los dientes:

—Estas palabras… me las encargó la señorita para el Príncipe Xiao.

 

Yun Yifeng frunció levemente el ceño. «¿La señorita… Xie Hanyan?»