•※ Capítulo 126: ¿Quién Mató a Quién?
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Yun Yifeng, en realidad, aún no se había saciado de esta vida de comer, beber y “explorar el arte culinario” —al menos él estaba firmemente convencido de que se trataba de una verdadera “exploración”. El lujo y la holgazanería conducen a la decadencia, sí, pero aquel que fuera antaño el enérgico y resuelto maestro de la Secta feng Yu, ahora solo pensaba en conseguir un terreno en Jiangnan, en Wang Cheng, o en cualquier rincón pintoresco del mundo, para dedicarse por completo a ser un granjero.
Pero
los asuntos espinosos aún no estaban resueltos. La familia Jiang seguía siendo
un ovillo de caos, y no le quedó más remedio que posponer su gran plan
agrícola. Reunió a decenas de discípulos de la Secta Feng Yu de las ciudades
cercanas para ayudar a revisar documentos y buscar pistas.
—Todo
esto está relacionado con mi segundo tío —dijo Jiang Lingfei, guiando al grupo
hasta una biblioteca—. La mayoría son caligrafías y pinturas que dejó en vida,
además de cartas, libros de cuentas y otros objetos diversos. Pensábamos
entregárselos a mi tercera hermana cuando regresara a casa, así que todo fue
sellado con mucho cuidado.
Yun
Yifeng asintió:
—No
te preocupes, hermano Jiang. Revisaremos todo con sumo cuidado. No
estropearemos nada.
—Entonces
los dejo —dijo Jiang Lingfei, dándole una palmada en el hombro—. Tengo otros
asuntos que atender. Considera este lugar como tu casa. Si necesitas algo,
pídeselo al ama de llaves.
Buscar
pistas era, sin duda, una tarea que los discípulos de la Secta Feng Yu
dominaban a la perfección. Así que, aunque Jiang Nanmu se hubiera pasado la
vida componiendo poemas, pintando por ocio y escribiendo cartas a sus amigos
del confín del mundo, dejando una habitación entera repleta de “tesoros
caligráficos”, todo estaba bien conservado y clasificado. Revisarlo no resultó
tan arduo como parecía. Sin darse cuenta, el día se les fue por completo.
Al
caer la tarde, Yun Yifeng salió al patio a estirar el cuerpo. El cielo estaba
cubierto de nubes encendidas por el crepúsculo, ribeteadas de oro. El viento
soplaba con fuerza, las nubes se arremolinaban en un espectáculo grandioso.
Había algo en esa escena que evocaba el sabor del desierto del noroeste.
La
verdad, tras tanto tiempo lejos de Yancheng, comenzaba a echarla de menos. La
última vez que fue, apenas si podía mantenerse en pie, y no pudo cabalgar
libremente por las arenas doradas ni contemplar el paisaje como se debía. Si
algún día lograba un poco de tiempo libre…
—¡Hiss!...
Yun
Yifeng se llevó la mano al hombro, se giró y miró hacia la ventana, donde una
anciana de rostro airado blandía un rodillo de amasar. Sin saber si reír o
llorar exclamó:
—¡Abuela,
¿por qué me golpea?!
La
mujer era la única sirvienta que quedaba en el patio de Jiang Nanmu. Se decía
que en su juventud había sido bordadora, pero tuvo la desgracia de casarse con
un marido despreciable, y pasaba los días llorando. La segunda señora, de buen
corazón, decidió acogerla en la residencia Jiang, donde vivió durante décadas
sin volver a salir.
La
anciana, con el ceño fruncido, lo regañó:
—¡NO
USES ROPA BLANCA! ¡PARECES UN FANTASMA! ¡VE A CAMBIARTE, CÁMBIATE!
—Sí,
sí, sí —Yun Yifeng esquivó otro rodillazo que venía directo hacia él, y
respondió con tono conciliador—. Mañana mismo me cambio. ¿Qué tal un traje rojo
brillante? Alegre y festivo.
—¡Ahora
mismo! ¡Los que visten de blanco son fantasmas, y los fantasmas matan gente!
—la anciana no se dejó engañar, y le dio un fuerte toque en el pecho—. Justo
aquí. Si te clavan un cuchillo, te atraviesa de lado a lado.
Yun
Yifeng hizo una mueca. ¿Cómo podía una anciana de aspecto tan amable hablar con
tanta crudeza? Al ver que seguía agitando el rodillo como el Rey Mono con su
bastón, intentó calmarla para que soltara el “arma”. Pero ella siguió
murmurando para sí:
—Lo
vi con mis propios ojos. El de blanco mató al de verde, y luego lo arrojó al
pozo. ¡Tú, ve a cambiarte de ropa!
Yun
Yifeng: “…”
Probó
a preguntar con cautela:
—¿Qué
pozo?
—El
del patio trasero, el que tiene una losa encima —la anciana se acercó a su oído
con aire misterioso—. Si no me crees, ve tú mismo a mirar. No estoy mintiendo.
Yun
Yifeng frunció levemente el ceño. En efecto, en el patio trasero había un pozo,
y sobre él una losa cubierta de musgo, tan espesa que parecía una columna
verde, gruesa y peluda. A simple vista, se notaba que tenía muchos años.
«¿Un
asesinato…?»
Mientras
pensaba en ello, Jiang Lingfei y Ji Yanran entraron desde el exterior del
patio. Al ver su expresión pensativa, preguntaron:
—¿Qué
ocurre?
—Estaba
conversando con la anciana de este patio —respondió Yun Yifeng—. Parece que fue
testigo de un crimen. Hermano Jiang, sería mejor enviar a alguien a revisar el
pozo seco. Tal vez encontremos un cadáver.
Un
asunto así, surgido de repente, no podía tomarse a la ligera. Jiang Lingfei
llamó a varios sirvientes, que bajaron al pozo y retiraron el lodo acumulado.
Y, efectivamente, en un rincón apareció un esqueleto encogido, los huesos de
los dedos aún incrustados en las grietas de la pared, como si hubiera luchado
desesperadamente antes de morir.
Volvieron
a interrogar a la anciana, pero no se le pudo sacar nada más. Solo repetía una
y otra vez que el de blanco había matado al de verde. O bien señalaba
directamente a Yun Yifeng, diciendo que era alguien como él: con aspecto de
bodhisattva noble y amable, de voz suave y gentil. ¿Cómo podía matar a alguien?
Decía:
—Dime,
¿cómo puedes matar a alguien?
Tras
examinar los restos, Mei Zhuzong concluyó:
—Es
un crimen de al menos diez años atrás. La víctima era una mujer. Sus piernas,
brazos y costillas muestran heridas antiguas, probablemente sufrió graves
lesiones en la edad adulta. Luego sanaron, pero por el estado de la curación,
es evidente que quien la atendió fue un médico mediocre. Por eso los huesos
quedaron tan deformes.
—Con
tantas heridas antiguas, seguramente era una viajera del Jianghu —dijo Jiang
Lingfei—. Pero mi segundo tío siempre fue amable y apacible. ¿Cómo pudo conocer
a alguien tan violento? ¿Y por qué permitirle quedarse como huésped, solo para
que acabara cometiendo un asesinato?
Yun
Yifeng tuvo una corazonada:
—¿No
será… la señorita Xie de aquellos años? ¿Acaso mató a su sirvienta?
Una
mujer de aspecto noble y amable, que vivió en el patio del Segundo Señor, con
gran destreza marcial… todas las características coincidían. Además, había
tenido una disputa con su sirvienta. Si se analiza con cuidado, aquella frase —“¿Por
qué he de sentirme en deuda con el general?”— bien podría ser el motivo del
crimen.
Por
supuesto, todo esto no era más que conjetura sin pruebas. También era posible
que otra persona del Jianghu, violenta y despiadada, hubiera cometido el
asesinato y luego arrojado el cadáver al pozo antes de huir. Tal vez Xie Hanyan
no tenía nada que ver.
Los
tres en el patio se miraron en silencio, sin saber por dónde empezar a
investigar aquel asunto de hace más de diez años. En medio de la quietud, un
discípulo de la secta Feng Yu llegó corriendo al patio trasero, anunciando que
había encontrado una carta.
Una
carta escrita hace diez años por Kong Zhong, el primer talento romántico de
Huainan, dirigida a Jiang Nanmu. Las primeras páginas estaban dedicadas a
discutir poesía, pero en las últimas líneas, escritas con trazos apresurados,
decía:
«Gracias a la
recomendación del joven Wang, por fin conocí a la famosa belleza de la ciudad
Yue. Ciertamente, su rostro es encantador, pero ¿cómo decirlo? Hermosa, sí,
pero vacía por dentro. Su porte no se compara con aquella dama elegante que vi
la última vez que fui huésped en tu casa. Para ser franco, ni siquiera supera a
su silenciosa sirvienta. ¿Cómo están esas dos últimamente? ¿Acaso el Quinto
Señor ya las ha llevado de vuelta al Salón del Pino Azul? ¿O las ha enviado de
regreso al suroeste?»
Si
fueron enviadas al suroeste, entonces es aún más probable que se tratara de Xie
Hanyan. Por el tono de la carta, no parece que fueran huéspedes directos de
Jiang Nanmu, sino más bien que él las alojaba por encargo de Jiang Nanzhen.
—Mi
quinta tía tiene un carácter ácido, es celosa y de lengua afilada. Una mujer
difícil de tratar —comentó Jiang Lingfei—. Si por eso mi quinto tío decidió
alojar a las invitadas en el patio de mi segundo tío, no sería extraño.
—Sea
como sea, el quinto señor y la señorita Xie se conocían, y parece que tenían
una relación bastante cercana —dijo Yun Yifeng—. Pero cada vez que mencionamos
al general Lu, a la familia Xie, o al viejo guqin de la Residencia de la Música
Elegante, él se hace el desentendido, como si no supiera nada.
A
la luz de esto, parece que la información enviada desde el palacio fue más
precisa. La orden secreta llegó justo a tiempo, cortando el camino de Jiang
Nanzhen hacia el liderazgo de la familia.
Hasta
el momento, solo se han encontrado dos pistas.
Primera:
Jiang Nanzhen mantenía una relación cercana con Xie Hanyan. Al menos diez años
después de la derrota del general Lu, Xie Hanyan aún visitaba la familia Jiang
acompañada de su sirvienta, y Jiang Nanzhen se ha esforzado por ocultar este
hecho.
Segunda:
Xie Hanyan tuvo una disputa con su sirvienta, durante la cual mencionó la frase
“¿Por qué he de sentirme en deuda con el general?”, y es muy probable
que, a raíz de ello, la asesinara y arrojara su cadáver al pozo.
Ya
no queda nadie en el patio de Jiang Nanmu a quien interrogar. Solo queda
intentar por el lado de Jiang Nanzhen.
Una
simple carta que menciona a una “dama elegante del suroeste” no puede tomarse
como prueba concluyente para afirmar que se trata de Xie Hanyan. Por ello, Ji
Yanran decidió viajar personalmente con Yun Yifeng a Huainan.
—Acabo
de asumir el liderazgo —dijo Jiang Lingfei—. El quinto tío seguramente sigue
resentido. Probablemente se haga el enfermo durante varios meses. Vayan
tranquilos. Yo me encargaré de vigilar el Salón del Pino Azul.
Desde
la ciudad de Danfeng hasta Wanli, en Huainan —la tierra natal de aquel
talentoso Kong—, si se viaja sin descanso, solo se tarda unos diez días.
El
Dragón de Hielo Volador y Cuihua galopaban uno detrás del otro por la carretera
oficial, dejando tras de sí una estela de polvos ilusorios. El viento silbaba
junto a sus oídos, y el ánimo era ligero y alegre.
Yun
Yifeng agitó el látigo, haciendo que Cuihua, acelerara el paso. Dragón de Hielo
Volador, al ver esto, se sintió picado y quiso también desatar sus patas para
alcanzarlos, pero su jinete le tiró suavemente de las riendas.
—Déjalos
ganar esta vez —dijo Ji Yanran con una sonrisa baja—. Si vuelves a vencerlos,
esta noche te quedas sin zanahorias, y yo dormiré en el suelo.
Dragón
de Hielo Volador, quién sabe si entendió o no, pero cooperó bajando el ritmo,
doblando su fuerte lomo por una zanahoria prometida.
Así
fue como Cuihua, altivo y orgulloso, galopó todo el camino, mientras el Dragón
de Hielo Volador masticaba su zanahoria detrás. Finalmente, una tarde, ambos
llegaron juntos a la ciudad de Wanli, en Huainan.
Wanli:
un nombre que suena grandioso, pero en realidad, cruzar la ciudad de este a
oeste no lleva más de una hora. La casa de Kong Zhong era fácil de encontrar:
frente a la puerta, un viejo sauce de cuello torcido; el portón del patio,
entreabierto. Yun Yifeng llamó suavemente dos veces, y la puerta de madera se
abrió sola con un chirrido.
—¿Está
el señor Kong? —preguntó Yun Yifeng.
Pasó
un buen rato antes de que una voz ronca respondiera desde el interior:
—¿Quién
me busca? Entren y hablen.
La
puerta de la habitación también estaba abierta. Un hombre de cabello blanco y
rostro pálido yacía en la cama. Su voz temblaba:
—¿Quiénes
son ustedes?
—Venimos
de la familia Jiang, en la ciudad de Danfeng —dijo Yun Yifeng, colocando sobre
la mesa algunos bocadillos y tónicos—. Pasábamos por Wanli y quisimos visitar
al señor Kong.
—¿La
familia Jiang? —el hombre se incorporó con esfuerzo, perplejo—. Hace casi diez
años que no veo a nadie de la familia Jiang. ¿Por qué vienen ahora?
—Ejem
—dijo Yun Yifeng—. Para serle franco, encontramos una carta antigua en el
estudio del segundo señor Jiang Nanmu, y hay algunas cosas que quisiéramos
consultarle.
Kong
Zhong comprendió.
—Ya
veo. Pregunten, aunque en estos años mi memoria no es muy buena. Tal vez no
pueda responder con claridad.
—Primero,
mire esta carta —Yun Yifeng la sacó de su manga—. ¿La recuerda?
Kong
Zhong apenas le echó un vistazo y asintió:
—Sí,
esta carta la escribí yo.
Yun
Yifeng preguntó de nuevo:
—En
la carta se menciona a una dama elegante. ¿Recuerda su identidad? ¿Y qué
relación tenía con el quinto señor Jiang?
—Por
su porte y manera de hablar, debía pertenecer a una familia noble —respondió
Kong Zhong, esforzándose por recordar—. Aunque su aspecto era suave y gentil,
su carácter era firme. Y, si no me equivoco, tenía ciertas críticas hacia la
familia imperial…

