ASOF-108

  

Capítulo 108: Lección del pasado.

 

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El muy prometedor tercer joven maestro de la familia Jiang, al regresar a la posada, se metió de cabeza en el baño y se lavó de arriba abajo dos o tres veces antes de sentirse un poco más cómodo. Ordenó al mozo que preparara una tetera de Biluochun y, ya sentado en la silla como un terrateniente adinerado, interrogó a su hermano pequeño con tono de patrón:

—Habla con sinceridad. ¿Quién fue el que te instigó a hacer todo esto?

 

Jiang Lingchen lo fulminó con la mirada, furioso, sin intención alguna de responder.

 

—A estas alturas, el noveno joven maestro Jiang no tiene más opción que ponerse de nuestro lado —analizó Yun Yifeng con paciencia—. Para quien está detrás de todo esto, incluso si de verdad pensaba utilizarte, ahora tendrá que preguntarse si vale la pena arriesgarse a enfrentarse al Príncipe Xiao y al tercer joven maestro Jiang por ti. Permíteme hablar con franqueza: lo más probable es que no lo haga.

 

Jiang Lingfei lo amenazó con una sonrisa sombría:

—Si no cooperas, te entregaré al hermano mayor. Has conspirado con extraños para secuestrarme, codicias el puesto de líder de la familia y hasta andas diciendo que quieres ser líder de la Alianza Marcial. ¿Qué crees que hará contigo? Aun si te perdona la vida, seguro te encierra tres o cinco años para limarte el carácter, no sea que salgas a causar más problemas.

 

Las piernas de Jiang Lingchen temblaban. Solo su terquedad juvenil y su orgullo lo mantenían en pie, pero no por mucho tiempo. Porque Jiang Lingfei añadió, con aire casual:

 

—Claro, también puedo no entregarte al hermano mayor. Siempre queda la opción de enviarte al Palacio Imperial como eunuco. Total, la familia Jiang tiene hijos de sobra, no hay miedo de extinguir la línea. Y el palacio imperial es un buen lugar, lleno de damas hermosas como flores…

 

Mientras hablaba, sus ojos descendieron con intención. Jiang Lingchen sintió un escalofrío recorrerle la espalda, como si cierta parte de su cuerpo comenzara a dolerle sin razón. Al final no pudo resistir más. Apretando los dientes, fingió firmeza mientras su voz temblaba:

—¡N-No lo conozco!

 

Jiang Lingfei hizo un gesto de tijera con los dedos.

 

—¡DE VERDAD NO LO SÉ! —gritó Jiang Lingchen, al borde del colapso—. ¡FUERON ELLOS QUIENES VINIERON A BUSCARME!

 

Según su confesión, el grupo detrás de todo era una organización sumamente misteriosa, de movimientos tan esquivos como sombras de fantasmas. Siempre aparecían ocultos en la oscuridad de la noche, y fue por sugerencia suya que se contrató a Mu Chengxue.

 

—¿Así que fue Mu Chengxue quien te secuestró? —exclamó Ji Yanran, comprendiendo al fin—. En ese caso, no es tan vergonzoso. Al fin y al cabo, es el asesino número uno del Jiaghu.

 

—¡Él no es rival para mí! —gruñó Jiang Lingfei, rechinando los dientes.

 

Pero Ji Yanran no se convenció:

—Entonces, ¿por qué caíste en su trampa?

 

Jiang Lingfei vacilaba. ¿Debía admitir que tenía un punto débil y así salir del paso, o mantener el orgullo intacto?

 

Pero Jiang Lingchen, que ya había notado su indecisión, soltó de pronto:

 

—El tercer hermano sufrió una lesión interna en su infancia. Por eso, en ciertos días específicos, debe tomar medicina para sanar, y no puede usar ni una pizca de energía interna.

 

A Jiang Lingfei le picaban las muelas del coraje. Quería vaciarle una tetera de Biluochun en la cabeza a ese hermanito desdichado.

«¿Ahora sí te acuerdas de llamarme “tercer hermano”?»

 

Ji Yanran frunció ligeramente el ceño:

—¿Es cierto?

 

—Sí —suspiró Jiang Lingfei—. Es una dolencia de más de veinte años. Muy pocos lo saben. No sé cómo ese grupo logró enterarse y encima se lo contaron a este mocoso.

 

—La próxima vez, que el anciano Mei te eche un vistazo —dijo Ji Yanran, sin seguir indagando. Luego volvió la mirada hacia Jiang Lingchen—. Entonces, ¿fuiste tú quien contactó a Mu Chengxue? ¿Ese grupo solo trató contigo? ¿Alguien más los ha visto?

 

—No. Nadie más —respondió Jiang Lingchen.

 

Los del grupo hablaban con una habilidad persuasiva notable. Ni muy fuerte ni muy suave, justo lo suficiente para tocar una fibra en el corazón del noveno joven maestro Jiang. Criado desde pequeño en una familia de alto linaje marcial, rodeado de jóvenes talentosos, allá donde iba recibía elogios. Era inevitable que se le subiera un poco a la cabeza. Pensaba que solo le faltaban unos años de edad, ¿por qué no podría competir por el liderazgo del clan? Y en un par de años más, hasta el puesto de líder de la Alianza Marcial podría estar a su alcance.

 

Jiang Lingfei solo pudo suspirar. «¿No será que eres demasiado fácil de engañar?»

 

—Eso es todo lo que sé —dijo Jiang Lingchen.

 

—Ya casi amanece. Mejor llevo al noveno joven maestro de regreso —dijo Yun Yifeng, poniéndose de pie—. El Príncipe Xiao y el hermano Jiang pueden seguir conversando.

 

—¿Van a dejarme volver? —preguntó Jiang Lingchen, sorprendido.

 

—¿Y qué otra cosa? —respondió Jiang Lingfei. Luego añadió—: Pero cuando regreses, ten cuidado. Lleva más gente contigo. No vaya a ser que ese grupo venga a silenciarte.

 

Jiang Lingchen: “…”

 

Ji Yanran no olvidó advertirle:

—A tu corta edad, más te vale no andar matando inocentes por ahí.

 

Jiang Lingchen tenía las palabras atravesadas en la garganta. Al principio pensó en justificarse, pero luego consideró que esa imagen suya de asesino despiadado, envuelto en sangre y violencia, no era tan mala después de todo. Al menos sonaba mejor que “quería noquear al sirviente Zhong y encerrarlo”. Así que soltó un frío “¡Hmph!” y se marchó enfadado, agitando las mangas con furia.

 

Yun Yifeng lo siguió de cerca.

 

Ambos caminaban por la larga calle desierta. De vez en cuando se cruzaban con un sereno o algún viajero nocturno, pero antes de que Jiang Lingchen pudiera reaccionar, Yun Yifeng ya lo había arrastrado a un rincón oculto, sus pasos tan ligeros como si caminara sobre el viento, deslizándose sin dejar rastro.

 

Jiang Lingchen, asombrado, comentó:

—Así que el qinggong de la Secta Feng Yu es tan refinada.

 

Y luego, pensándolo mejor, añadió:

—Claro, si tienen que subirse a los tejados a escuchar conversaciones todo el tiempo…

 

Yun Yifeng: “…”

 

Sí, es cierto que ese era su oficio. Pero una cosa era “todo lo que ocurre en el Jianghu llega a oídos de la secta Feng Yu”, y otra muy distinta era pasarse el día escondido espiando como un fisgón. Una cosa era ser un estratega silencioso que movía los hilos desde las sombras; la otra, un pervertido.

 

Aun así, Jiang Lingchen no tenía mala impresión de él. Su rostro era un motivo. Su voz, otro “sí”, era así de superficial. Pero ese gusto superficial se desvaneció por completo en cuanto una píldora dulzona hasta lo empalagoso le explotó en la boca. Preso del pánico, intentó rasparse la garganta para vomitarla, pero aquella cosa ya se había disuelto en su lengua.

 

—¡¿Qué me diste de tragar?! —intentó gritar, pero Yun Yifeng le selló el punto del habla con un dedo, y solo pudo emitir un débil “mhm… mmm…” como una cigarra en otoño.

 

Yun Yifeng explicó con calma:

—Un veneno de la Secta Feng Yu. Pero no te preocupes, joven maestro. Mientras te portes bien y te quedes en casa sin causar problemas, yo mismo te daré el antídoto a su debido tiempo.

 

Jiang Lingchen respiraba con dificultad, mirándolo con furia.

 

Un joven maestro de quince años, mimado y arrogante, que aún no había puesto un pie en el Jianghu… y ya había recibido su primera lección.

 

Quedó completamente en shock.

 

******

 

Cuando Yun Yifeng regresó a la posada, el cielo ya clareaba. Jiang Lingfei estaba desayunando. En la mesa había patas de cerdo, costillas y pato asado: un banquete digno de la corte imperial. Ji Yanran, sentado a un lado con una taza de té, lo miraba con una mezcla de desaprobación y compasión.

 

El tercer joven maestro de la familia Jiang, aclamado por todo el Jianghu como un talento celestial, había partido del Noroeste rumbo al sur con la misión de poner orden en los asuntos de su familia, cargando sobre los hombros la responsabilidad y el deber. Pero quién lo hubiera imaginado: apenas a mitad de camino, sin siquiera pisar los límites de Danfeng, fue emboscado por su propio hermano menor, que se alió con extraños, contrató a un asesino y lo dejó inconsciente de un golpe. Luego lo encadenaron con grilletes gruesos y lo encerraron en una cámara oscura. Ni una comida decente había probado desde entonces.

 

Si esto se llegaba a saber, no solo perdería su reputación de “promesa del futuro”, sino que se convertiría en el hazmerreír del mundo marcial.

 

Ji Yanran le sirvió una pata de pato y comentó con pesar:

—Has dejado en ridículo a toda la Mansión del Príncipe Xiao.

 

—Y hay quien, de niño, se hizo pis en la cama y luego quiso quemar las sábanas, casi incendia medio Salón Ganwu. Eso sí que fue glorioso —replicó Jiang Lingfei, sin levantar la vista del plato.

 

Ji Yanran dio un golpe seco sobre la mesa, haciendo que la copa de vino se deslizara lejos:

—Ese desayuno te lo pagas tú.

 

—Pues que lo pague quien lo comió —dijo Jiang Lingfei, dejando los palillos sobre la mesa—. Maestro Yun, tengo un negocio entre manos. Quisiera pedirle ayuda a la Secta Feng Yu.

 

Yun Yifeng se sentó frente a él con una sonrisa:

—¿Qué clase de negocio?

 

—Encontrar a Mu Chengxue. Cuanto antes, mejor —respondió Jiang Lingfei.

 

Ji Yanran, que estaba al lado, frunció el ceño:

—Es un asesino. Siempre trabaja por encargo. Si no tienes uno, ¿para qué buscarlo a él?

 

Al oír eso, Jiang Lingfei se enfureció:

—¡Se llevó a mi Xiaohong!

 

Cuando despertó en la cámara oscura, tras evaluar la situación y descubrir que el culpable era su desdichado hermano menor, logró calmarse con rapidez. Lo siguiente fue buscar a su viejo compañero.

 

—Se lo di a Mu Chengxue —dijo Jiang Lingchen con fastidio.

 

En realidad, el asesino había sido bastante profesional: entregó a Jiang Lingfei junto con su caballo y su equipaje al cliente.

 

Pero Jiang Lingchen solo aceptó al hombre y el equipaje. ¿Dónde iba a esconder un caballo tan grande? ¡Que se lo llevara de inmediato!

 

Mu Chengxue, con rostro frío, aceptó con una palabra, tomó las riendas y se marchó.

 

****

 

—¡Ese maldito mocoso! —gruñó Jiang Lingfei, rechinando los dientes.

 

Yun Yifeng le dio una palmada en el hombro, recordando a su hurón: gordo, suave y glotón. «Lo entiendo perfectamente.»

 

—Ese negocio es aceptado por la secta Feng Yu.

 

Contaba con ayuda para encontrar a su viejo compañero. Lo demás, tendría que hacerlo él mismo. Jiang Lingfei soltó un largo suspiro, justo cuando iba a hablar, Ji Yanran lo interrumpió:

—Termina de comer y vuelve a casa. Yo voy a dormir un rato con Yun’er.

 

Jiang Lingfei: “…”

 

Ji Yanran lo miró de reojo:

—¿Qué pasa? ¿Acaso ahora puedes sacar alguna conclusión útil?

 

El tercer joven maestro se sintió sofocado. No, no podía. Había estado encerrado en esa cámara oscura y su único contacto con el mundo exterior había sido un hermano menor mimado, irritable, ambicioso y fácilmente manipulable. Lo que ese chico decía, ¿era verdad o mentira? ¿Real o fingido? Al menos, primero debía regresar a casa y comprobarlo por sí mismo.

 

—Sé prudente en todo —advirtió Ji Yanran—. En la situación actual, me temo que nadie en la familia Jiang te dará la bienvenida.

 

Jiang Lingfei soltó un largo suspiro:

—Está bien. Volveré esta noche.

 

Una vez que se marchó de la posada, Yun Yifeng reflexionó:

—El hermano Jiang sufrió una lesión en la infancia y debe tomar medicina regularmente. Ese secreto ni tú ni yo lo sabíamos. ¿Cómo pudo enterarse el grupo que está detrás de todo esto? ¿Será que hay algún vínculo con los mayores de la familia Jiang… Jiang Nanzhen, tal vez?

 

—Sin duda, los mayores de la familia son los principales sospechosos —respondió Ji Yanran, sirviéndole un poco de gachas—. Pero no hablemos de eso ahora. Después de la noche que pasamos, come algo para calmar el estómago y luego ve a descansar.

 

Yun Yifeng se limpió las manos y comentó al pasar:

—Aún no sabemos cuál es la situación real dentro de la familia Jiang.

 

Ji Yanran también frunció el ceño. Al principio pensó que Jiang Lingfei tenía suficiente capacidad para manejar el asunto por sí solo, y no tenía intención de quedarse a ayudar. Solo quería pasar a saludar de camino, y luego seguir con su amado rumbo a aquella pequeña ciudad del sur, envuelta en lluvia y niebla. Pero los hechos estaban claros sobre la mesa: si regresaban a la capital o evitaban Danfeng tomando otra ruta, Jiang Lingfei acabaría contemplando los nenúfares del patio durante meses.

 

—Si el hermano Jiang necesita ayuda, no podemos quedarnos de brazos cruzados —dijo Yun Yifeng, dándole una cucharada—. No te preocupes.

 

Ji Yanran le tomó la muñeca y se acercó a su rostro, frotándose con ternura:

—Esperemos a ver qué dice esta noche. Tú tranquilo, que yo siempre pongo el amor por encima de la amistad.

 

Yun Yifeng sonrió:

—Luego escribiré una carta a Qingyue. Pase lo que pase, al menos recuperaremos a Xiaohong.

 

—¿Mu Chengxue la devolverá? —Ji Yanran tenía dudas.

 

Después de todo, ya tenían antecedentes con el hurón.

 

«Si ese asesino se atreve a tanto, entonces…» Yun Yifeng pensó, «¡Será el momento perfecto para una buena pelea!»

 

****

 

Jiang Lingfei llamó a la puerta de la residencia Jiang.

 

El ama de llaves principal era un hombre de Jiang Lingxu. Hasta hace poco, estaba lleno de confianza, esperando con ansias su ascenso en mayo como “mano derecha del nuevo líder”. Pero el tercer joven maestro, que llevaba tiempo vagando fuera sin regresar, apareció de repente frente a él. A esa hora, con esa expresión… el propósito estaba escrito en su rostro. Ni siquiera hacía falta especular.

 

El ama de llaves forzó una sonrisa más fea que el llanto:

—Tercer joven maestro, ¿cómo no avisó antes de volver? Pase, pase.

 

—¿Cómo está el tío? —preguntó Jiang Lingfei.

 

El ama de llaves suspiró.

—No muy bien. Estos días no ha probado ni agua ni arroz.

 

Aunque no tenía gran afecto por ese tío, lo cierto es que había crecido bajo su protección. Desde la posición de un joven, Jiang Lingfei sí deseaba que viviera hasta los setenta u ochenta años, y que su muerte fuera tranquila, sin enfermedad. El patio principal estaba rodeado por guardias, tan herméticamente que ni una mosca podría entrar. Según decían, tanto el quinto maestro como el hermano mayor habían ordenado que nadie cruzara sin permiso.

 

Jiang Lingfei soltó una risa fría. Esos dos, probablemente solo en momentos como este lograban estar de acuerdo.

 

—¡Apártense! —ordenó, desenvainando media espada. El pomo, tallado con una calavera, brillaba con una luz oscura y feroz, aterradora incluso a plena luz del día.

 

Todos en la familia Jiang conocían el poder de la Espada Cabeza de Fantasma, y temían al tercer joven maestro por su rostro frío y su sangre helada. Los guardias se miraron entre sí. Aunque no se apartaron, ninguno se atrevió a detenerlo. Solo lo observaron entrar, y enviaron a alguien a informar a Jiang Lingxu.

 

Jiang Nandou yacía en una enorme cama de madera roja, respirando con regularidad. Jiang Lingfei hizo sonar sus pasos a propósito, pero no obtuvo reacción alguna. El hombre seguía profundamente dormido, con el rostro teñido de un tono gris azulado poco natural.

 

Los rumores sobre el maestro de la familia Jiang, herido por una desviación interna durante su entrenamiento, parecían ciertos.

 

El pulso era errático y débil. Las heridas no eran leves.

 

Aquel héroe que antaño dominaba el Jianghu, el tío respetado y temido por todos, se había convertido de pronto en un anciano débil y moribundo, con el cuerpo hinchado y rígido. Era difícil de mirar. Jiang Lingfei se sentó a su lado, con el corazón revuelto.

 

Desde fuera se oyeron pasos. La cortina se levantó, dejando entrar una ráfaga de viento frío con aroma a lluvia.

 

Jiang Lingfei se levantó.

—Hermano mayor.

 

—Siéntate —dijo Jiang Lingxu, apoyando una mano en su hombro—. Cuando Su Alteza el Príncipe Xiao vino ayer, ya imaginaba que volverías pronto.

 

—¿Qué le pasó al tío? —Jiang Lingfei miró hacia la cama.

 

—Alguien irrumpió mientras estaba en reclusión. Lo hirieron gravemente —respondió Jiang Lingxu—. Cuando los sirvientes lo encontraron, la sangre ya estaba casi seca. Apenas lograron salvarle la vida.

 

El lugar de reclusión de Jiang Nandou era una cueva de piedra, custodiada por discípulos y protegida por múltiples mecanismos y centinelas ocultos. Se decía que era tan segura como una muralla de hierro. Sin embargo, alguien logró entrar con total impunidad, herirlo y marcharse sin dejar rastro. Sonaba increíble.

 

Jiang Lingxu añadió:

—Hay un traidor en casa.