•※ Capítulo 105: Yendo
al Sur Juntos
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Según la costumbre, una vez pacificado el Noroeste y capturado el jefe de la tribu Geteng, Ji Yanran ya debía estar preparando el regreso a Wang Cheng. Primero, para informar al Emperador Li Jing sobre el curso de la campaña y discutir las medidas de pacificación futuras. Segundo, porque los soldados, habiendo arriesgado la vida y obtenido la victoria, merecían los honores imperiales y las aclamaciones del pueblo a lo largo del camino, lo cual sin duda elevaría aún más la moral.
Además,
quedaban pendientes asuntos como la disposición de los prisioneros de guerra,
la cuestión territorial de las praderas de Qingyang que Ye’er Teng había dejado
atrás, los interrogatorios de Zhou Jiuxiao y Yang Boqing, y la búsqueda de la
mujer de blanco que había escapado. Muchos asuntos, grandes y pequeños, aún
aguardaban la atención del general.
Pero
Yun Yifeng dijo: «Vamos a Jiangnan.»
¿Cómo
no iba Ji Yanran a entender lo que pasaba por su corazón? Apretó entre sus
dedos aquella mano delgada, y lo atrajo suavemente a su pecho.
Quiso
decirle: «Dame un poco más de tiempo.» Tal vez, como había dicho Ye’er
Teng, aquella mujer de blanco realmente conocía el paradero del Ganoderma Lucidum
de Sangre. «Déjame ir a capturarla.» O quizás, Zhou y Yang, siendo sus
cómplices, también sabrían algo. Incluso Ye’er Teng, bajo presión, podría
revelar más. La esperanza aún existía. «No la abandonemos. No todavía.»
—Ya
no quiero seguir buscando —dijo Yun Yifeng.
No
era exactamente rendirse, ni desesperar. Pero entre la esperanza incierta,
etérea y la dicha tangible de viajar juntos hacia el sur, él prefería lo
segundo. Si de verdad solo le quedaba medio año, un año a lo sumo, entonces
deseaba aprovechar ese tiempo para cumplir todos los anhelos que había
guardado, visitar cada lugar que había soñado.
El
Noroeste era hermoso. Yancheng tenía primaveras frescas, veranos suaves, frutas
dulces como miel. Pero no quería seguir encerrado en la silenciosa residencia
del general, viendo cómo Ji Yanran se consumía día tras día, preocupado por el
Ganoderma Lucidum de Sangre, corriendo de un lado a otro.
—Ya
tengo la ruta planeada —levantó la mirada—. Promételo, ¿sí? Si el Rey You de
Zhou pudo encender las almenaras solo por diversión, ¿no puede Su Alteza hacer
algo fuera de lo común? Deje atrás los asuntos de Estado y vámonos juntos a
vivir con alegría.
Ji
Yanran le acarició la mejilla con el pulgar. Sus ojos estaban llenos de venas
rojas. Quiso responder, pero la garganta se le secó, incapaz de pronunciar
palabra. Y el corazón… el corazón le dolía como nunca.
Por
primera vez en su vida, se sintió verdaderamente perdido.
—Entonces
queda decidido —dijo Yun Yifeng, recostándose de nuevo en su pecho—. Te doy
diez días. Diez días después, partiremos juntos hacia el sur.
—¿Hacia
el sur? —Li Jun fue el primero en enterarse de la noticia, y pensó de
inmediato: ¿acaso el Ganoderma Lucidum de Sangre ha aparecido en el sur?
Se
apresuró a decir:
—¡Perfecto,
entonces partamos cuanto antes!
—Espera
un momento —Yun Yifeng, con una bandeja de frutas en las manos, se incorporó
desde el diván y explicó con calma—. Me refiero a que el príncipe y yo, los dos
solos, iremos al sur.
—¿Por
qué? —Li Jun estaba completamente desconcertado. ¿Buscar algo no es tarea que
requiere cuanta más gente mejor? Aunque él fuera un inútil, al menos tenía algo
de fuerza. ¿Y si había que escarbar palmo a palmo en algún bosque salvaje?
Aunque
Yun Yifeng agradecía sinceramente aquel arranque de fervor, por muy agradecido
que estuviera, no deseaba llevar consigo semejante “bulto parlante” en medio de
paisajes floridos y lunas serenas. Así que bajó la voz y dijo:
—El
Rey Pingle desertó en plena batalla, dejando al batallón de vanguardia sin
cabeza. Por poco arruina todo. El Príncipe Xiao está muy molesto.
Li
Jun puso cara de calabaza amarga. «¡Eso…! Aunque no hubiera huido, tampoco
podía liderar tropas de verdad, ¿no?»
¡No
era broma! Además, él había regresado para avisar a Yun Yifeng. Si se insistía,
podía decirse que había salvado al Estado. ¿Cómo iba a saber que su Séptimo
Hermano estaba fingiendo?
Al
recordar el asunto, Li Jun se sintió con derecho a reclamar. Le confiscó la
bandeja de frutas y preguntó con seriedad:
—¿El
ejército montó una trampa a propósito y tú me lo ocultaste? ¿Acaso temías que
yo fuera a traicionarles y enviar un mensaje secreto a la familia Yang?
—Nada
de eso —respondió Yun Yifeng—. No solo tú, ni siquiera yo lo sabía. Me enteré
al llegar al campo de batalla y verlo con mis propios ojos.
Li
Jun se rascó la cabeza. Pues sí, de otro modo no habría salido de Yancheng como
si le fuera la vida en ello. Pero entonces surgió una nueva duda: ¿por qué su
Séptimo Hermano había decidido engañar también a Yun Yifeng?
Yun
Yifeng sonrió:
—Quizá
no quería que me preocupara. Con tal de que yo me quede en la residencia del
general, comiendo y bebiendo cada día, ya está bien.
Li
Jun reflexionó un momento, luego se acercó a su oído y murmuró:
—Hay
otro motivo. El Séptimo Hermano probablemente se siente culpable contigo.
Al
fin y al cabo, con solo una palabra suya, podría haber obtenido el Ganoderma Lucidum
de Sangre. Que Ye’er Teng codiciara las diez ciudades del Noroeste era cosa
suya, pero Ji Yanran eligió seguirle el juego y conquistar de una vez a la
tribu Geteng. No podía evitar que esa decisión implicara “renunciar
voluntariamente al Ganoderma”. ¿Y cómo decirle, cara a cara, a la persona que
ama: «He elegido al país y al pueblo, no a ti»
«¡Con
razón! Por eso se quedaba todos los días en el campamento y no volvía.»
Yun
Yifeng le arrebató la bandeja de frutas:
—El
Rey Pingle es tan perspicaz que ya lo ha entendido en su corazón. ¿Para qué
decirlo en voz alta? No voy a premiarte por ello.
Li
Jun soltó una risita servil.
—Está
bien, está bien, no digo más. Pero dime, ¿Puedo ir a Jiangnan…?
—¡Ni
lo sueñes! —le cortó Yun Yifeng de inmediato.
—Oh…
—Li Jun se lamentó.
Ling
Xing’er también fue enviada de regreso a la ciudad de Chunlin.
—Has
estado fuera mucho tiempo —dijo Yun Yifeng—. Qingyue debe estar extrañándote.
—¿Y
qué hay de usted? —preguntó ella.
—El
príncipe y yo también iremos a visitar la secta Feng Yu —dijo Yun Yifeng con
mucha ilusión—. Pero iremos despacio. En esta estación, viajar hacia el sur es
recorrer paisajes encantadores. No hay por qué apresurarse ni fatigarse en el
camino. Claro que tú eres distinta: tú tienes prisa por volver con tu
enamorado.
—¡Qué
cosas dice! —Ling Xing’er se sonrojó al instante. Ya no le masajeaba los
hombros con cuidado; apretó con fuerza, y el Maestro Yun, que no sabía medir
sus palabras, acabó con cejas y nariz arrugadas, casi al borde de las lágrimas.
Duoji
también vino a despedirse de Ji Yanran. La señorita Yue Ya estaba bien cuidada
por los médicos, acompañada cada día por Ling Xing’er, y hasta Li Jun había
escogido personalmente los ungüentos y perfumes. Su rostro, al fin, recuperaba
algo de color. Comparada con aquella hechicera de ojos esmeralda que una vez deslumbró
al mundo, su belleza ahora era discreta y apagada, pero su mirada se había
vuelto cálida y viva. Cuando sonreía, lo hacía con dulzura. Lo más importante:
había alguien que la amaba profundamente, siempre a su lado.
—Hay
un asunto más, que deseo discutir con el jefe tribal —dijo Ji Yanran.
Duoji
asintió:
—Su
Alteza el Príncipe Xiao, adelante.
—Aunque
la tribu Zhuyue vive apartada del mundo —dijo Ji Yanran—, posee una visión
singular sobre todas las cosas bajo el cielo, que siempre resulta refrescante y
reveladora. Si algún día fuera posible, me gustaría invitarle a Wang Cheng del
Gran Liang, para compartir vino con mi hermano mayor y con los eruditos de la
corte imperial y conversar sobre el pasado y el presente. ¿Qué os parece?
Duoji
sonrió.
—Valorar
a los hombres de letras y sus ideas… Su Alteza es, sin duda, distinto de los
generales comunes. Bien, ya que usted me ha devuelto a Yue Ya, la tribu Zhuyue
debe corresponder. Nos reuniremos en Wang Cheng cuando llegue el momento.
En
cuanto a Ye’er Teng, Zhou Jiuxiao y Yang Boqing, los tres habían sido sometidos
a tortura hasta quedar en carne viva, pero aun así no confesaban el paradero
del Ganoderma Lucidum de Sangre.
Lin
Ying comentó:
—Ye’er
Teng tiene los huesos duros, y odia al Príncipe Xiao con toda el alma. Parece
que prefiere morir antes que hablar. En cuanto a Zhou y Yang, probablemente no
saben nada. Apenas les queda aliento. Si seguimos interrogando, podrían morir y
eso sería difícil de explicar ante el Emperador.
—Está
bien —dijo Ji Yanran—. Llévenlos de regreso a Wang Cheng y entréguenlos a mi
hermano mayor. Esta vez, serás tú quien dirija personalmente el regreso y rinda
cuentas ante el trono.
Lin
Ying añadió:
—Pero
Yang Boqing y Zhou Jiuxiao no paran de gritar que tienen muchos secretos del
pasado que desean contarle al príncipe. Dicen que son grandes revelaciones.
—Cállales
la boca —ordenó Ji Yanran—. No quiero oír ni una palabra. Y llévate también al
segundo príncipe.
—¡Sí
Alteza! —respondió Lin Ying, inclinando la cabeza.
Así
fue como el Rey Pingle fue despachado, con el corazón triste y lleno de pesar.
—Yo
de verdad quería ir a Jiangnan…
La
pradera de Qingyang fue confiada a los hermanos Wu’en y Gegen, con el apoyo de
la tribu Yunzhu, vecino de la región. Se esperaba que en medio año pudiera
recuperar su antigua paz.
—Confío
en ustedes —dijo Ji Yanran—. En el futuro, serán grandes amigos del Gran Liang.
Wu’en
se inclinó ligeramente:
—No
defraudaremos la confianza de Su Alteza.
Un
nuevo tiempo había comenzado para el Noroeste.
Las
llamas de la guerra, que se habían extendido sin fin, por fin eran reemplazadas
por hogueras encendidas con alegría. Sobre ellas se asaban reses y corderos, el
vino aromático llenaba las copas de porcelana y toda la noche parecía embriagadora.
Mei
Zhuzong cruzó entre la multitud:
—¿Eh?
¿El Maestro Yun no está?
—A
Yun’er no le gusta este licor ardiente —respondió Ji Yanran, entregándole una
copa—. Hace un momento regresó a la residencia del general. ¿Y usted, anciano
Mei? ¿Irá con el jefe Yin Zhu de vuelta a las praderas de Qianlun?
—Yo
no regreso —dijo Mei Zhuzong, sentado sobre una duna mientras estiraba los
músculos—. El Gran Liang tiene buenos médicos y excelentes hierbas. Quiero ir a
verlos con mis propios ojos. Pero no se preocupe, Alteza: no viajaré con
ustedes. Mantendré cierta distancia.
Aunque
no demasiada. Lo justo para que, si se le necesita, pueda encontrarse en
cualquier momento y lugar.
Ji
Yanran sonrió, agradecido:
—Gracias.
A
lo lejos, alguien comenzó a cantar.
Tras
beber una copa de licor fuerte que quemaba la garganta, bajo la melodía del guqin,
la gente charlaba en voz alta, reía, gritaba que no se irían sin emborracharse.
Así
es la noche del Noroeste.
El
viento sopla sobre la hierba baja, y todo es vasto y silencioso.
***
Tres
días después, Lin Ying y Li Jun partieron con el ejército rumbo a Wang Cheng.
Ling
Xing’er regresó a la secta Feng Yu con sus compañeros.
Las
demás tribus también comenzaron a marcharse.
La
residencia del general quedó, por fin, completamente en calma.
Yun
Yifeng extendió un pañuelo sobre la cama, revisó el armario, revisó los
cajones. Sentía que quería llevarlo todo, pero que nada era realmente
necesario. Pasó toda la mañana revolviendo cada rincón como si fuera un barril
de col fermentada, y aun así no había logrado empacar gran cosa.
Ji
Yanran no sabía si reír o llorar.
—Vamos
a Jiangnan, no a huir de una guerra. No hace falta llevarse hasta el último
objeto valioso. ¿Y esta rana dorada?
—Me
gusta —respondió Yun Yifeng, apretándola con fuerza en la mano.
—Está
bien —cedió Ji Yanran—. Si te gusta, llévala.
Y
como no podía faltar, Yun Yifeng empacó tres o cuatro bolsas de carne seca, leche
agria, frutas confitadas… y por supuesto, el guqin. Su Alteza el Príncipe Xiao
no rechazó nada: lo aprobó todo y hasta ordenó preparar un carruaje especial
para transportar esa variedad de equipaje extravagante.
—Mi
señor —anunció el ama de llaves por la tarde desde el exterior—. Ha llegado una
carta desde la ciudad de Danfeng.
Ji
Yanran tenía media ciruela seca en la boca, tan ácida que le hacía fruncir el
rostro. No sabía si tragarla o escupirla. Al leer el contenido de la carta, la
acidez se le subió hasta los dientes.
—¿Qué
dice? —preguntó Yun Yifeng.
—La
familia Jiang elegirá nuevo líder en mayo. Ling Fei teme que otras sectas
aprovechen para causar disturbios, lo que afectaría a toda la ciudad de
Danfeng. Me pide que envíe veinte mil soldados para proteger a los ciudadanos
—explicó Ji Yanran—. No es gran cosa.
—Si
la familia Jiang realmente tiene problemas, toda la ciudad de Danfeng, incluso
el Jianghu, podría verse afectado —reflexionó Yun Yifeng—. Ya que pasaremos por
allí, podríamos detenernos a echar un vistazo. Si todo está en paz, mejor. Si
no, podremos ayudar un poco.
—De
acuerdo —asintió Ji Yanran—. Haremos como tú dices.
****
Los
habitantes de Yancheng no querían que el Príncipe Xiao y el Maestro Yun se
marcharan, así que ambos decidieron partir en secreto durante la noche.
A
sus espaldas, el desierto y las puertas de la ciudad se alejaban cada vez más.
Yun Yifeng, montado en su corcel, contemplaba el vasto mar de estrellas
descendiendo sobre el horizonte. En su corazón, brotaba una oleada de
emociones:
—Qué
hermoso se ve.
—Sí,
muy hermoso —respondió Ji Yanran.
—Me
refiero a las estrellas —aclaró Yun Yifeng.
Ji
Yanran le dio un beso en la oreja:
—Yo
me refería a ti.
Yun
Yifeng: “…”
—Mn.
El
Dragón de Hielo Volador galopó como una flecha hacia el horizonte.
Cuihua
lo seguía de cerca, sus cascos rompiendo el reflejo de las estrellas, mientras
el viento eterno susurraba.
El
cielo era de un azul profundo, y el manto de estrellas lo atravesaba de lado a
lado.
***Fin del Volumen
4: La bruja del desierto***

