Capítulo
75: Colinas de Maleza.
Es más
seguro romperle las piernas.
Ese muñeco de tela, feo y deformado fue como una flecha de hielo que se clavó en los ojos de Lu Wuming.
Como
padre, sabía que había fallado. Había permitido que su hijo naciera en un pozo
de oscuridad, y luego creciera solo, vagando por el Jianghu, sin saber cuántas
veces había luchado entre la vida y la muerte. Flechas abiertas, trampas
ocultas, monstruos de origen desconocido… parecía que todos querían poseerlo,
controlarlo y destruirlo.
En los
ojos de Lu Wuming estalló una furia roja. Con una sola mano, apretó el cuello
de Fu con tal fuerza que sus venas se marcaron como cuerdas tensas. Sus dedos
se cerraban con una presión capaz de romper piedra y acero.
Xiao
Lan se apresuró a intervenir. Matarlo antes de obtener respuestas no era lo más
sensato.
—Habla
—dijo Lu Wuming con voz grave y lenta—. ¿Quién eres realmente?
Fu,
con dificultad, señaló su propio cuello. Sus pies se agitaban en el aire, y la
sangre comenzaba a brotar por la comisura de sus labios.
Lu
Wuming lo arrojó al suelo.
Fu
aprovechó para respirar con fuerza, retrocediendo unos pasos mientras se
sentaba. Con voz ronca, dijo:
—No
quiero matar al joven maestro Lu.
Lu
Wuming lo observaba con frialdad.
—Ese
muñeco… sólo es un recordatorio —dijo Fu, llevándose la mano al pecho—. En el
pasado tomé algo de él. Ya estoy viejo, y el muñeco me ayuda a no olvidar.
Algún día… debo devolverlo.
Mientras
hablaba, una sonrisa extraña apareció en su rostro. Xiao Lan lo notó de
inmediato, pero antes de que pudiera reaccionar, una enorme roca cayó desde el
techo con estruendo.
El
polvo llenó la sala. Fragmentos de piedra llovían como metralla, cegando a
todos. Todo ocurrió demasiado rápido. Xiao Lan, sin pensarlo, usó una mano para
sostener la roca, y gritó:
—¡RETÍRENSE!
Una
nube blanca estalló, con un olor penetrante. Era una bomba de humo. La risa de
Fu se alejaba, como si ya hubiera escapado por una salida secreta.
La
situación era crítica. Sin tiempo para pensar, Lu Wuming arrastró al acurrucado
Liu Cheng, y junto con Miaoshou Kong Kong, retrocedió por el túnel. Xiao Lan,
apretando los dientes, liberó una oleada de energía interna como un dragón que
rugía desde su pecho. La roca se partió en mil pedazos, volando en todas
direcciones.
Aprovechando
el momento, Lu Wuming dio una patada a una de las piedras, despejando el camino
para que Xiao Lan pudiera regresar.
El
túnel temblaba, como si estuviera a punto de colapsar. Los tres cubrieron nariz
y boca, y salieron del pozo lo más rápido que pudieron. El suelo bajo sus pies
vibraba levemente, y del borde del pozo se elevaban nubes de polvo, como si un
espíritu vengativo estuviera llorando y causando estragos.
—¿Están
todos bien? —preguntó Lu Wuming.
Xiao
Lan negó con la cabeza. Su muñeca derecha estaba enrojecida, y al moverla
sentía un dolor punzante.
Miaoshou
Kong Kong se alarmó, corrió hacia él y le sostuvo el brazo con preocupación.
—¿Cómo
estás?
—Me lo
torcí. Con unos días de descanso estará bien —respondió Xiao Lan.
—Esto…
esto… — Miaoshou Kong Kong respiraba con dificultad, temblando mientras
sostenía su mano—. ¡Vamos ahora mismo a buscar un médico!
—De
verdad estoy bien, señor. No se preocupe —dijo Xiao Lan—. Esa roca era
demasiado pesada. Era inevitable salir lastimado. No hay fractura.
—¡Maldito,
maldito! —gritó Miaoshou Kong Kong con voz aguda, sin saber si maldecía al
anciano misterioso o a sí mismo. Estaba claramente frustrado y avergonzado.
Creía haber desactivado todas las trampas, pero no había detectado esa enorme
roca suspendida sobre sus cabezas. Era un error que nunca había cometido.
—Volvamos
a la posada —dijo Lu Wuming—. Al menos conseguimos a alguien. No fue en vano.
Xiao
Lan asintió y se volvió hacia Miaoshou Kong Kong.
—Señor,
regrese también.
El
anciano seguía mirando su muñeca hinchada, como si no hubiera escuchado.
Xiao
Lan sonrió.
—Es mi
mano, ¿no cree que me voy a ocupar de ella? No se preocupe, en tres o cinco
días estará como nueva.
—No te
enojes —dijo Miaoshou Kong Kong, inquieto.
—Estoy
agradecido por su ayuda, ¿cómo podría estar enojado? —respondió Xiao Lan—.
¿Quiere que lo acompañe de regreso?
—No,
tú ve a la posada. Ponte medicina y descansa bien —dijo Miaoshou Kong Kong
apresuradamente. Luego, con tono feroz, se volvió hacia Lu Wuming—. ¡HAZ QUE TU
HIJO LO CONSUELE BIEN! ¡QUE LO ACOMPAÑE!
El
rostro de Lu Wuming se volvió oscuro como el hierro.
«Está
loco».
Xiao
Lan no sabía si reír o llorar. Le dolía la cabeza. Con una mano empujó
suavemente el hombro de Miaoshou Kong Kong, logrando que se marchara por el
callejón. Al volverse, vio que Lu Wuming seguía parado en el mismo lugar.
—Señor
—dijo con calma.
—Vamos,
a la posada —respondió Lu Wuming, lanzándole un pañuelo con brusquedad—.
Póntela en la frente.
«¿Quién
era ese abuelo, que sólo se preocupaba por la mano, pero ignoraba por completo
la cabeza herida y sangrante?»
Xiao
Lan dio las gracias. Al abrir la mano, encontró un pañuelo de seda perfumado,
bordado con dos mandarines jugando en el agua. Era nuevo, seguramente bordado a
mano por su suegra.
Lu
Wuming caminaba delante a paso rápido. Xiao Lan no usó el pañuelo; en su lugar,
arrancó un trozo de su manga y lo presionó contra la herida sangrante mientras
aceleraba el paso para alcanzarlo.
***
En la
posada, Ah Liu avivó el fuego del brasero y le dijo a Lu Zhui:
—Papá,
deberías dormir un poco.
Lu
Zhui, envuelto en edredones, sentado en la cama, respondió:
—Si
tengo sueño, dormiré. Si no, cerrar los ojos a la fuerza es sólo para
aparentar.
Ah Liu
se sentó en una silla, apoyando la cabeza entre las manos.
—Oh…
Lu
Zhui se acomodó de lado, apoyado en la cabecera de la cama, pensando en los
asuntos de la ciudad. Aunque estaba débil, su cabello negro brillaba como seda
bajo la luz de la lámpara.
—Papá
—dijo Ah Liu.
—¿Mm?
—respondió Lu Zhui con desgana.
—¿Mi
madre es muy hermosa?
Ah Liu
se acercó más a él.
Lu
Zhui volvió en sí y, sonriendo, le dio un leve pellizco.
—Tú
preocúpate por pensar en la señorita Yue. No me preguntes eso.
Al fin
y al cabo, tarde o temprano se conocerían. ¿Qué importaba decirlo un poco
antes?
Ah Liu
se retorcía de curiosidad.
Tao Yu’er,
que había pedido prestada la cocina de la posada, subió con una taza de
medicina recién preparada. Era oscura y espesa; con sólo olerla, uno fruncía el
ceño. Pero Lu Zhui, acostumbrado, la tomó con gratitud y la bebió de un solo
trago.
Tao Yu’er
le limpió la boca con un pañuelo.
—Has
sufrido bastante.
Lu
Zhui sonrió.
—Sólo
son heridas menores. No se preocupe, señora.
—Duerme
un poco —dijo Tao Yu’er, subiéndole el edredón—. No sabemos cuándo volverán
Lan’er y los demás. Estás aquí esperando como un tonto, y lo único que logras
es agotarte.
—Está
bien —respondió Lu Zhui, cerrando obedientemente los ojos.
Ah Liu
estaba algo confundido. ¿Por qué cuando él hablaba de dormir, nadie lo tomaba
en serio, pero bastaba con que la señora Tao lo dijera para que Lu Zhui cerrara
los ojos sin protestar?
Tao Yu’er
bajó suavemente el dosel de la cama y se levantó para salir, pero en ese
momento se escucharon pasos en la escalera.
Como
era de esperarse, Lu Zhui abrió los ojos y se incorporó.
Ah Liu
se levantó y abrió la puerta.
—¿Estás
herido? —exclamó sorprendido.
—Sólo
raspones —respondió Xiao Lan al entrar. La herida en su cabeza ya no sangraba,
pero su ropa estaba cubierta de polvo, y su aspecto era bastante desaliñado.
—¿Pasó
algo? —preguntó Lu Zhui, bajando de la cama con los zapatos puestos,
tambaleándose un poco.
—Nada
grave —dijo Xiao Lan, sosteniéndolo—. Capturamos a la Bestia Devoradora de Oro.
El señor Lu está abajo con Cao Xu, decidiendo dónde encerrarla. Pero
lamentablemente, el anciano escapó. Quizás él sea el verdadero cerebro detrás
de todo.
Lu
Zhui le limpió el polvo de la frente con el dorso de la mano.
—Déjame
atenderte la herida.
—Puedo
hacerlo yo —respondió Xiao Lan. Quiso cargarlo de nuevo a la cama, pero al
notar lo sucio que estaba, cambió de idea—. Sé bueno, vuelve a acostarte.
—¿Qué
pasó con tu muñeca? —Lu Zhui frunció el ceño y lo obligó a sentarse en una
silla. Luego ajustó la lámpara para que iluminara mejor.
Tao Yu’er
suspiró, tomó una capa y la envolvió alrededor de Lu Zhui.
—Está
bien que te preocupes por Lan’er, pero también debes cuidarte. En pleno
invierno, si tu padre te ve así, se va a preocupar.
Lu
Zhui se sonrojó.
—Gracias,
señora.
Ah Liu
trajo el botiquín. Lu Zhui humedeció una toalla con agua caliente y comenzó a
limpiar la herida con delicadeza. Cuando rozó el área inflamada, frunció el
ceño.
—¿Duele?
—Con
una herida tan pequeña, si tú no la atiendes, yo ni me molesto. ¿Tú qué crees?
—respondió Xiao Lan.
Lu
Zhui sonrió y aplicó un poco de ungüento, masajeando suavemente la muñeca
hinchada.
Así
que cuando Lu Wuming entró en la habitación, lo que vio fue una escena
iluminada por la cálida luz de las velas: su hijo y Xiao Lan sentados frente a
frente, tomados de la mano con ternura.
—Maestro
Lu —saludó Tao Yu’er.
Lu
Wuming tosió dos veces con fuerza, claramente molesto.
«¿¡Y
nadie piensa controlar a ese hijo tuyo!?»
Tao Yu’er
sopló las hojas flotantes en su taza de té y comentó con naturalidad:
—Lan’er
está herido. Mingyu está preocupado por él y quiso aplicarle la medicina
personalmente.
—¡Madre!
—protestó Xiao Lan, frunciendo el ceño.
Tao Yu’er
se rio:
—¿Y
por qué te alteras? ¿Acaso dije algo incorrecto?
Xiao
Lan: “…”
—Liu
Cheng está bastante malherido. Probablemente tardará unas horas en despertar
—dijo Lu Wuming, claramente sin intención de seguir con el tema. Se sentó a la
mesa, tomó la mano de Xiao Lan y comenzó a aplicar el ungüento mientras
explicaba—. Lo revisé. Su estructura ósea está completamente deformada,
seguramente por efecto de los fármacos. Además, su sangre ha sido reemplazada.
Está lleno de veneno.
Xiao
Lan aspiró hondo.
—¡Hiss!
Tao Yu’er:
“…”
Lu
Zhui: “…”
Lu
Wuming terminó de vendarle la mano con eficiencia y “ternura”.
—¿Dónde
más estás herido?
Xiao
Lan negó con firmeza y retiró la mano rápidamente.
Lu
Zhui no pudo evitar reírse.
—Padre…
La
mirada de Lu Wuming era severa:
—¡Ah, entonces sí recuerdas que tienes
padre!
Lu
Zhui fingió no notar nada y preguntó con calma:
—¿Y
qué pasa con esa piel de bestia?
—Tal
como dijiste, fue fijada con sangre y medicamentos. Pero las heridas no han
sanado del todo. Recibió un latigazo en el pozo seco y la piel se ha desgarrado
casi por completo —respondió Lu Wuming—. Con ese nivel de daño, no creo que
sobreviva mucho tiempo.
—Aunque
parezca salvaje, no debería ser difícil interrogarlo —dijo Lu Zhui—. Ha sido un
cobarde toda su vida. Su esencia no cambia tan rápido. Y ahora que no tiene
quien lo proteja, será aún más débil.
—Cuando
despierte, lo sabremos —dijo Tao Yu’er—. Ya casi amanece. Es mejor que todos
descansen un poco.
Lu
Wuming miró a Xiao Lan.
—Niño, tu habitación está al lado.
Xiao
Lan se tocó la nariz, se levantó y le dijo a Lu Zhui:
—Descansa
bien.
—Está
bien —respondió Lu Zhui, como si contuviera una risa.
Lu
Wuming lo observó mientras se marchaba.
Pero
no se quedó tranquilo.
«La
habitación de al lado tampoco es segura. ¿Y si en plena noche cava un túnel y
se cuela?»
«Romperle
las piernas sería más efectivo».
Tao Yu’er
lo miró con evidente desdén.
Lu
Wuming le devolvió la mirada con actitud desafiante.
Lu
Zhui se tumbó sobre la mesa, cubriéndose la cabeza con una capa gruesa.
—Sé
obediente, duerme un poco —dijo Tao Yu’er, dándole una palmadita en el hombro y
empujando a Lu Wuming y Ah Liu fuera de la habitación.
Afuera
todo quedó en silencio. Lu Zhui, envuelto en edredones, no tenía ganas de
dormir.
No
sabía cuánto tiempo había pasado. Afuera comenzaba a clarear. Se incorporó un
poco y abrió la ventana para esperar el amanecer, pero desde la habitación
contigua se oyó un “crack”.
Xiao
Lan se sujetaba del marco de la ventana con una sola mano, colgado como un
gecko, y saltó con agilidad al interior.
Lu
Zhui lo miró y sonrió.
—El señor
Lu es demasiado severo —dijo Xiao Lan, tomando su mano—. Pero yo quería verte.
Lu
Zhui tiró del edredón y los envolvió a ambos.
—Mn.
Duerme bien.
Xiao
Lan lo miró en la oscuridad.
—No
hagas tonterías —dijo Lu Zhui, pellizcándole la nariz—. Cierra los ojos.
—Dame
un beso —pidió Xiao Lan.
Lu
Zhui negó con la cabeza.
—Sólo
uno —insistió Xiao Lan, como un niño pidiendo dulces.
Lu
Zhui sonrió, se acercó y rozó sus labios con los suyos.
—¿Ya
está?
—Sí
—respondió Xiao Lan, abrazándolo con fuerza.
Los
dos cuerpos se acurrucaron juntos. Las heridas causadas por los fragmentos de
piedra dolían al contacto, pero aun así ninguno quería soltarse.
Mientras
estuvieran juntos, incluso el dolor era algo que merecía ser atesorado, porque
significaba que la persona amada estaba cerca, respirando suave y tranquilo,
como la noche: silenciosa y tierna.
Con
alguien a su lado, Lu Zhui se quedó dormido rápidamente.
Xiao
Lan le dio suaves palmadas en la espalda. Sus ojos, normalmente afilados, se
habían vuelto completamente líquidos, temiendo despertarlo con cualquier
movimiento.
No se
sabía qué sueño había tenido, pero Lu Zhui se agitó ligeramente en sus brazos,
y la ropa interior se deslizó por su hombro. La luz de luna que entraba era
plateada, bañándolo con una palidez delicada y exquisita. Xiao Lan lo incorporó
con cuidado, intentando subirle el cuello de la ropa, pero su mirada se detuvo
en una cicatriz justo debajo de la clavícula.
Era
piel nueva, más clara que la de alrededor, bien curada. Si no se miraba con
atención, sería difícil notar que alguna vez hubo una herida allí.
Sus
dedos recorrieron la cicatriz centímetro a centímetro, y su corazón se llenó de
una mezcla de dolor y ternura, una emoción difícil de describir.
Recordaba
esa herida. Recordaba la colina cubierta de maleza, las sombras de espadas y
cuchillos, y a alguien que corrió para protegerlo, cayendo con los ojos llenos
de agua y niebla.
En su
momento, había dudado al ver la cicatriz en el hombro de Ji Hao, preguntándose
si había confundido a la persona. Pero ahora, al mirar al dormido y marcado Lu
Zhui a su lado, ni siquiera quería perdonarse por aquella breve vacilación.
«¿Cómo
podría haber dudado de él?»
Sus
dedos rodearon un mechón de cabello negro, lo acercó a sus labios y le dio un
beso reverente.
El
contacto era frío.
—¿Dónde
fue? —pensó Xiao Lan, apoyando su frente contra la de él y cerrando los ojos.
Los
recuerdos se rompían como hojas al viento, flotando en el río de la memoria. La
noche era tranquila, y el aroma de su cabello llenaba sus sentidos. Por una
vez, Xiao Lan se sintió en paz.
Una
colina cubierta de maleza.
Una
luz de sol pálida.
Una
túnica blanca manchada de sangre.
Y los
ojos más hermosos del mundo.
En el
suelo había caído una pequeña gema, brillando con una luz tenue.
Era la
piedra de nieve y ganso que tanto se había esforzado por conseguir: blanca,
luminosa, pura como la persona que más amaba.
Era
otoño, casi invierno, y el clima era frío. En aquel entonces, él sostenía la
piedra, cabalgando contra el viento feroz, dejando atrás la tumba Mingyue. Al
final del camino, había una aldea pequeña.
Una
aldea con un nombre hermoso: Yan Hui. “Yan” como los gansos que migran al sur,
“Hui” como el regreso de un ave cansada a su nido.
Su
pequeño Mingyu estaba allí.
Xiao
Lan apretó la mano de repente.
Los
fragmentos del pasado comenzaron a unirse, tambaleantes, como un carrusel de
recuerdos girando en su mente.
Era el
cumpleaños número diecinueve de Lu Zhui.
La
hierba seca, alta hasta la cintura, se mezclaba en tonos amarillos y verdes,
inclinándose suavemente con el viento. Lu Zhui vestía de blanco, y el borde de
su túnica revoloteaba como mariposas. Xiao Lan, sonriendo, saltó del caballo,
pero antes de poder abrazarlo, innumerables discípulos de la tumba Mingyue
surgieron de todas partes, blandiendo espadas y cuchillos brillantes.
Eran
pocos contra muchos. Tras la herida de Lu Zhui, Xiao Lan lo sostuvo con fuerza
y abrió a sangre una ruta de escape. En medio del caos, divisó una cueva y lo
escondió allí temporalmente, mientras él tomaba otro camino para alejar a los
perseguidores.
Al
final, quien lo detuvo al borde del acantilado fue la tía Fantasma.
Varios
dardos envenenados se clavaron en su cuello, y en un instante perdió toda
conciencia.
Desde
entonces, Xiao Lan perdió todos los recuerdos relacionados con Lu Zhui.
Volvieron a encontrarse en la cámara oscura de la tumba Mingyue, rodeados de
sangre y cadáveres.
Uno
pensaba que era un reencuentro entre amantes. El otro, ya sólo tenía ojos
llenos de sed de muerte.
Xiao
Lan apretaba los puños con tanta fuerza que casi destrozaba la almohada.
Quería
recordar más cosas.
La
infancia, el primer encuentro, el conocerse, el prometerse. Cada detalle, cada
palabra, cada gesto.
Quería
recuperarlo todo.
Lu
Zhui se despertó sobresaltado, medio envuelto en el edredón, con la mirada
perdida.
—¿Qué
pasa?
Xiao
Lan lo miraba, con el pecho agitado.
—¿Tuviste
una pesadilla? —preguntó Lu Zhui, tanteando.
Xiao
Lan soltó el puño y lo abrazó.
—Lo
siento.
—¿Eh?
—Lu Zhui frunció el ceño.
—Lo
siento —repitió Xiao Lan, con la voz ronca, enterrando el rostro en su cuello—.
Lo siento.
Lu
Zhui comprendió algo.
—Tú…
—La
próxima vez —dijo Xiao Lan, palabra por palabra—, te conseguiré la mejor piedra
de nieve y ganso del mundo.
Lu
Zhui rodeó su espalda con los brazos, cerrando los ojos con fuerza. Pasó un
largo rato antes de que dijera:
—Está
bien.
—Sólo
he recordado el pueblo de Yan Hui —dijo Xiao Lan, incorporándose un poco y
mirándolo a los ojos—. Pero más adelante, lo recordaré todo.
Lu
Zhui asintió.
—Mn.
La luz
de la luna caía dispersa, proyectando una ternura imposible de deshacer en sus
miradas.
Xiao
Lan le dio un golpecito en la nariz.
—Duerme.
Lu
Zhui tiró de su cuello, alzó ligeramente la cabeza y lo besó.
No fue
un roce fugaz, sino un beso lleno de deseo y apego.
Pero
Xiao Lan lo detuvo.
—Tranquilo.
Lu
Zhui lo miraba con los ojos empañados de humedad.
Xiao
Lan negó con la cabeza.
—No
puedo permitir que el Hehuan Gu se active otra vez.
Lu
Zhui tiró de su cinturón, y su lengua rozó la nuez de Adán.
Xiao
Lan le sujetó las mejillas con una mano y lo amenazó:
—Si
sigues así, llamo a tu padre.
Lu
Zhui: “…”
Xiao
Lan subió el edredón, envolviéndolo de pies a cabeza como un capullo de seda.
—A
dormir —ordenó.
Lu
Zhui se revolvió un poco, pero no logró soltarse. Entonces, con esfuerzo, se
giró y le dio la espalda, como si estuviera molesto.
Xiao
Lan soltó una risa, aunque su mirada se volvió aún más suave. Con la palma,
acarició con paciencia ese cabello negro que caía como seda sobre la almohada
bordada con mandarines.
No fue
hasta el mediodía del día siguiente que los demás comenzaron a levantarse.
Lu
Wuming tenía el rostro completamente sombrío. No había dormido en toda la
noche: ese leve crujido de la ventana había sido para él como un trueno directo
a la cabeza. Dormir después de eso… sólo si se tratara de un milagro. Al
parecer, romper piernas no bastaba. Había que amputarlas.
Ah
Liu, con expresión grave, pensaba que ese tal Xiao debía deberle mucho dinero
al abuelo.
Xiao
Lan, por su parte, mantenía el rostro sereno mientras tomaba su congee.
—Maestro
Lu —llamó Cao Xu, tocando la puerta—. Liu Cheng ha despertado.
Todos
bajaron apresuradamente. Lu Zhui, que lo había escuchado desde la habitación
contigua, también quiso ir, pero fue detenido por Tao Yu’er.
—Señora
—intentó Lu Zhui, tratando de levantar el edredón.
—Lan’er
y tu padre no lo permitirían —respondió Tao Yu’er—. Quédate acostado.
—Sólo
es una herida leve —insistió Lu Zhui.
—Veneno,
desequilibrio del pulso… sí, claro, una herida leve —dijo Tao Yu’er mientras le
daba la medicina—. Lan’er, con una simple cortada en la frente, eso sí que fue
una herida grave.
Lu
Zhui: “…”
Tao Yu’er
sonrió levemente.
—¿Qué
pasa? ¿Ya no dices nada?
—¿Cuándo
lo notó la señora? —preguntó Lu Zhui.
—Hasta
tu padre lo notó —respondió Tao Yu’er, dejando el cuenco vacío.
—¿Y no
está molesta? —volvió a preguntar Lu Zhui.
Tao Yu’er
continuó:
—Ni
siquiera tu padre no está molesto.
Lu
Zhui no sabía bien cómo reaccionar. Al principio estaba algo nervioso, pero
aquellas dos frases lo hicieron querer reír.
—Eso
puede hablarse más adelante, no hay prisa —dijo Tao Yu’er, tomándole la mano—.
¿Por qué no adivinas cuánto tardarán en interrogar al monstruo de abajo?
Lu
Zhui lo pensó un momento.
—Como
mucho, una hora.
—Yo
digo media hora —respondió Tao Yu’er—. Ya que estamos desocupados, ¿por qué no
te enseño una formación? Veamos si aprendes más rápido que lo que tardan en
interrogarlo.
Lu
Zhui se sorprendió un poco.
—¿Qué
formación?
—Esta
proviene de la tumba Mingyue —explicó Tao Yu’er—. Tú eres muy inteligente.
Cuando la aprendas, no necesitarás que te diga para qué sirve. Lo sabrás por ti
mismo.
Lu
Zhui asintió.
—Iré
por papel y tinta.
—No
hace falta —dijo Tao Yu’er—. Sólo cierra los ojos y escucha con atención.
«¿Pensar
por sí mismo?» Lu Zhui dudó un poco, pero no dijo nada más.
Cerró los ojos como le indicaron y se concentró en cada palabra que ella decía.
***
Abajo,
Liu Cheng apenas respiraba.
—Eso
es todo lo que sé… déjenme ir —murmuró.
Cao Xu
le dio una píldora medicinal y observó su piel grisácea bajo la capa de piel.
Sacudió la cabeza. Un hombre que alguna vez estuvo bien, ahora arruinado hasta
ese punto… ni el mismo Hua Tuo* podría salvarlo si renace.
*Hua Tuo es considerado el Dios de la medicina.

