Capítulo
74: Secar bien.
Muñeca
de Trapo
Al ver
ese rostro sin una gota de color, Xiao Lan comprendió que las cosas quizás no
eran tan simples como había pensado.
—En
ese entonces tú estabas entrenando en aislamiento. El mausoleo era demasiado
sofocante, así que quise ir solo al Gran Salón del Loto Rojo a mirar las
estrellas —dijo Lu Zhui, con el ceño fruncido y la voz áspera.
Xiao
Lan se levantó, dispuesto a ir a la mesa por un poco de agua, pero Lu Zhui le
sujetó la muñeca con fuerza.
—No me
voy —se apresuró a decir Xiao Lan—. Sólo iba por una taza de té caliente.
Lu
Zhui lo miró, con la mente aún atrapada en los recuerdos.
Xiao
Lan, cada vez más preocupado, lo abrazó por completo, envolviéndolo junto con
la manta contra su pecho.
—Si no
te sientes bien, no digas nada por ahora.
—Estoy
bien —respondió Lu Zhui con un leve movimiento de cabeza, agotado.
Y sí,
estaba bien… pero confundido. O más bien, desconcertado.
Antes
de que la señora Tao mencionara a la Bestia Devoradora de Oro, no tenía ningún
recuerdo relacionado. Pero tras escuchar la historia, una imagen nítida
apareció en su mente: una sombra negra, con rostro feroz, pelaje oscuro,
colmillos asomando por los labios al hablar, uñas brillantes adornadas con oro
y plata, y al caminar, pequeñas perlas redondas rodaban por el suelo, haciendo
un sonido seco al detenerse junto a sus pies.
No era
una fantasía. Era una escena real. Esa sombra había estado a pocos pasos,
riendo con un aliento fétido.
No
sólo Xiao Lan había perdido la memoria. Él también.
Al
pensar en ello, Lu Zhui sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Era tan
intenso que le erizó la piel. Sin darse cuenta, apretó con fuerza la manga de
Xiao Lan.
—Mingyu
—susurró Xiao Lan—. No tengas miedo.
—En
ese momento —dijo Lu Zhui—, él me preguntó si quería matar a la tía Fantasma,
matarte a ti… y destruir toda la tumba Mingyue.
—¿Y
luego? —preguntó Xiao Lan.
—Le
dije que no quería —respondió Lu Zhui—. Entonces me agarró del cuello. Me
asusté mucho, sólo sabía que tenía que luchar con todas mis fuerzas. Después…
me desmayé.
Pero
al despertar, esa experiencia había desaparecido misteriosamente de su memoria.
Nadie a su alrededor parecía saber nada. Todo había vuelto a la normalidad. Si
no fuera por la conversación de hoy, Lu Zhui pensaba que jamás lo habría
recordado.
Lo que
parecía una infancia coherente ahora tenía una grieta. Y esa grieta no sólo
traía miedo, sino una sensación persistente de inseguridad. No sabía cuánto
había perdido: ¿fue sólo ese instante con la Bestia Devoradora de Oro, o fueron
semanas, meses… años?
—No
pasa nada —dijo Xiao Lan, dándole unas palmaditas—. Cálmate primero.
La
cabeza de Lu Zhui empezó a doler de nuevo. Al principio era un dolor leve, como
hilos que se entrelazaban desde distintos rincones. Luego se convirtió en una
red densa que apretaba su cerebro, como si fuera a estallar.
Sin
darse cuenta, apretó la muñeca de Xiao Lan con fuerza, sus uñas se hundieron en
la piel. Su cuerpo parecía recién sacado del agua: frío y empapado. Pero por
dentro, sentía que ardía. Como si el fuego le secara la sangre, como si la
garganta fuera a prenderse.
Lo
empujó de repente, intentando llegar a la mesa por un poco de agua. En el
forcejeo, golpeó el candelabro de porcelana blanca, que cayó al suelo y se hizo
añicos.
—¡Mingyu,
mírame! —Xiao Lan lo sujetó por los hombros—. Tranquilo, despierta.
Aunque
estaba desesperado, su voz no era fuerte. Hablaba con suavidad, como si temiera
asustar aún más a Lu Zhui, que ya estaba al límite.
Al
escuchar el alboroto, los demás también se acercaron rápidamente.
Lu
Zhui estaba sentado al borde de la cama, con la mirada perdida y llena de
dolor.
—¿Qué
pasó? —preguntó Lu Wuming, alarmado.
Xiao
Lan negó con la cabeza y le hizo una señal para que bajara la voz. Luego
explicó en voz baja:
—Parece
que recordó algo del pasado, relacionado con la Bestia Devoradora de Oro. Se
asustó él solo.
«¿Asustado
por algo del pasado?» Los demás se miraron entre sí, confundidos.
¿No acababan de hablar de eso hace un momento, y estaba bien?
—Mingyu
—continuó Xiao Lan, tratando de calmarlo—. Tranquilo. Si quieres hablar, hazlo
despacio.
—¿Hablar
de qué? —preguntó Lu Zhui.
—De lo
que tú quieras —respondió Xiao Lan con una sonrisa, envolviendo sus manos entre
las suyas—. Y si no quieres decir nada, está bien. Pero primero tienes que
despertar del todo.
Lu
Zhui lo miró a los ojos.
—¿Ya
estás mejor? —preguntó Xiao Lan.
Lu
Zhui lo pensó un momento y asintió.
Xiao
Lan extendió la mano hacia atrás.
Yue
Dadao, rápida como siempre, le pasó una taza de té caliente.
Después
de beber el agua, Lu Zhui finalmente pareció más lúcido. Al mirar alrededor de
la habitación, vio rostros llenos de preocupación y afecto.
—¿Padre,
estás bien? —preguntó Ah Liu, inquieto.
—Estoy
bien —respondió Lu Zhui con voz cansada. Aún parecía estar saliendo de un
sueño, con el cuerpo y la mente en un estado de confusión.
Lu
Wuming se sentó junto a la cama y le tomó la mano con firmeza.
Sólo
para revisar el pulso, nada más.
Xiao
Lan: “…”
Tao Yu’er:
“…”
—Padre
—dijo Lu Zhui.
—No
hables —ordenó Lu Wuming, colocando la palma sobre él y transmitiéndole energía
interna lentamente.
El
dolor en el pecho comenzó a disiparse. Lu Zhui exhaló profundamente.
—Gracias,
padre.
—¿Qué
pasó hace un momento? —preguntó Lu Wuming, tomando un cojín y ayudándolo a
recostarse de nuevo.
Lu
Zhui miró a todos los presentes, con una expresión de duda.
—Creo
que… también he perdido la memoria.
Tao Yu’er
frunció el ceño.
—¿Por
la Bestia Devoradora de Oro?
—No es
sólo la Bestia Devoradora de Oro —dijo Lu Zhui—. Cuando era niño, esa criatura
me preguntó si quería vaciar la tumba Mingyue y convertirme en su dueño. Me
negué, y entonces me golpeó. Al despertar, no recordaba nada de lo ocurrido.
—Si
eras un niño, entonces no podía ser Liu Cheng —dedujo Tao Yu’er—. Eso significa
que hay más de una Bestia Devoradora de Oro.
—Liu
Cheng tiene alguien detrás —añadió Xiao Lan—. Seguramente es la primera de esas
criaturas.
—Quería
matar a la tía Fantasma… y a ti —dijo Lu Zhui, hablando despacio mientras
ordenaba sus pensamientos—. Tú eras pequeño entonces. ¿Fue la tía quien provocó
ese odio?
—Pero
cuando yo me encontré con esa criatura —dijo Xiao Lan, confundido—, le hablé a
la tía sobre ello. Ella no me creyó. Dijo que estaba inventando cosas para
evitar el castigo.
La
habitación cayó en silencio.
Todo
parecía haberse convertido en un nuevo misterio.
Dos
Bestias Devoradoras de Oro, apareciendo primero en la tumba y luego en
Huishuang. Una quería destruir la tumba Mingyue, la otra se dedicaba a arrancar
corazones. ¿Qué buscaban?
—Además
—continuó Lu Zhui, mirando a Xiao Lan—, si esa parte de mi memoria fue robada
para ocultar su rastro, tendría sentido. Pero ¿por qué dejó tus recuerdos
intactos? Y si quería matarte, ¿por qué no lo hizo entonces?
Nadie
tenía respuesta.
Ah Liu
sentía que la cabeza le daba vueltas.
—Duérmete
—dijo Lu Wuming.
—¿Eh?
—respondió Lu Zhui, volviendo en sí.
—Déjamelo
a mí —dijo Lu Wuming—. Esta noche sacaré a ese monstruo de su escondite.
Hasta
ahora había esperado, con la esperanza de atrapar a más implicados. Pero con el
camino cada vez más cubierto de niebla, decidió que era momento de cerrar la
red. Al menos, debía encontrar un punto de ruptura.
—Iré
con usted señor —dijo Xiao Lan.
Tao Yu’er
no se opuso.
—Tengan
cuidado —añadió Lu Zhui.
—No
pienses más en lo que pasó —le advirtió Xiao Lan—. Cuando regrese, todo tendrá
una respuesta.
—Está
bien —respondió Lu Zhui.
Ya que
habían decidido actuar, no había tiempo que perder. Tras una breve discusión,
cada uno se dirigió a su tarea. Xiao Lan y Lu Wuming salieron juntos de la
posada. Tao Yu’er se quedó cuidando a Lu Zhui, y Yue Dadao preparó una infusión
de flores para acompañarlos mientras esperaban.
La
luna menguante colgaba pálida en el cielo, iluminando una calle silenciosa
donde ni siquiera se oía el ladrido de los perros.
—¿La
Bestia Devoradora de Oro? —preguntó Miaoshou Kong Kong.
—Está
justo en el pozo seco que hay más adelante —respondió Xiao Lan.
—¿Y si
la atrapamos, vendrás conmigo? —preguntó Miaoshou Kong Kong.
—Pensé
que estaría interesado en una criatura como esa, surgida de una tumba —dijo
Xiao Lan.
Miaoshou
Kong Kong soltó una risa ronca.
—Cuando
hayas bajado conmigo a unas cuantas tumbas más, verás que esas bestias, sean de
oro o de plata, no tienen nada de especial. En ese inframundo oscuro, hay
monstruos de todo tipo. Que se escapen uno o dos y causen problemas aquí
arriba… no es nada nuevo.
Mientras
hablaba, se acercó más, observando con avidez los rasgos de Xiao Lan, como si
buscara en ellos el reflejo de su juventud.
—A mi
edad, ya no me interesa nada… salvo tú.
Lu
Wuming observaba la escena sin expresión, como si presenciara una extraña
reunión familiar. Aunque no le agradaba Miaoshou Kong Kong, debía admitir que
como abuelo no era del todo malo. Siempre respondía a las peticiones de Xiao
Lan, y desde que le prohibieron actuar por cuenta propia, había cumplido al pie
de la letra, viviendo en una casa apartada sin meterse en nada. Esta noche, al
mencionarle el plan, aceptó sin pensarlo, sin hacer preguntas.
—Gracias,
maestro —dijo Xiao Lan.
—Vamos
—respondió Miaoshou Kong Kong—. Atrapa a esa bestia y regresa conmigo. Cuando
aprendas la técnica secreta de la familia, podrás buscar a quien quieras para
tener un hijo, y entonces te dejaré volver a ver a ese chico de apellido Lu.
Lu
Wuming sintió como si le hubiera caído un rayo encima. Estuvo a punto de
escupir sangre.
«¿Podrías
tener un plan más descarado?».
Xiao
Lan, por dentro, se lamentaba en silencio. Aun así, caminaba junto a Lu Wuming
con la cabeza en alto. Los hombres de Cao Xu seguían vigilando el pozo seco,
asegurando que la sombra negra no había salido en ningún momento.
Lu
Wuming fue el primero en saltar al interior del pozo. Xiao Lan lo siguió de
cerca, y Miaoshou Kong Kong fue el tercero en descender. En su mano sostenía
una perla luminosa que, con una leve presión, emitía un resplandor tenue:
suficiente para iluminar el camino sin perturbar a los muertos.
El
suelo estaba seco, cubierto sólo por hojas caídas. A un lado, alguien había
excavado un pasadizo apenas lo suficientemente ancho para que un adulto pudiera
avanzar de lado.
Miaoshou
Kong Kong empujó ligeramente a Lu Wuming, indicándole que se colocara detrás de
él. No le interesaba saber quién era ese hombre de mediana edad. Si el nieto lo
había traído, que lo siguiera, pero sin estorbar.
Xiao
Lan se tocó la nariz y, por iniciativa propia, se quedó atrás, dejando que Lu
Wuming tomara la delantera.
Pensaban
que era un túnel corto, pero caminaron durante el tiempo que tarda en
consumirse un palillo de incienso, y aún no veían luz al frente.
Miaoshou
Kong Kong levantó la mano para que se detuvieran. Con la derecha, sacó unas
pinzas pequeñas de su cinturón y, con movimientos precisos, retiró los hilos de
seda que activaban una trampa.
Con un
leve “clic”, las lanzas plateadas que rodeaban el pasadizo quedaron bloqueadas,
convertidas en un montón de chatarra inútil.
Xiao
Lan se sorprendió. En la tumba Mingyue también había maestros de trampas, pero
nunca había visto una técnica de desactivación tan refinada. Incluso Lu Wuming
miró al anciano con nuevos ojos. Claro que admirarlo era una cosa; perdonarle
aquella frase sobre “tener un hijo antes de volver a ver al chico de apellido
Lu” era otra. Esa ofensa podía guardarse por treinta, cincuenta, setenta…
incluso cientos de años.
Una
brisa fría rozó sus mejillas. Por experiencia, Miaoshou Kong Kong sabía que
estaban cerca del final del túnel. Al principio, sólo había aceptado ayudar a
Xiao Lan como un favor, una tarea más. Pero a medida que desactivaba cada
obstáculo, comenzó a emocionarse. El dueño de este pasadizo debía ser como él:
alguien que había vivido entre tumbas durante años. La precisión de los
mecanismos antiguos le provocaba una sensación de desafío. Y ese placer de
encontrar a un rival digno hizo que sus ojos volvieran a teñirse de rojo.
—¿Quién
será? —pensó Miaoshou Kong Kong, oculto en las sombras, mientras asomaba la
cabeza con cautela.
Un
rugido resonó en el estrecho espacio, rebotando entre las paredes.
Los
tres se sobresaltaron, creyendo que habían sido descubiertos.
—Tranquilo,
¿por qué te alteras? —dijo una voz anciana, como si estuviera calmando a la
Bestia Devoradora de Oro.
Al
final del túnel había una cámara oculta, lo suficientemente amplia para
albergar a una docena de hombres. Un anciano, envuelto en una capa de piel
negra, aplicaba ungüento lentamente sobre los dedos de Liu Cheng.
—En
unos días —dijo con calma— te llevaré a arrancar el corazón del joven maestro de
la tumba Mingyue.
Xiao
Lan frunció el ceño. «¿Él?»
La
emoción en los ojos de Miaoshou Kong Kong se desvaneció de golpe, reemplazada
por una sed de sangre.
Lu
Wuming le sujetó la muñeca, indicándole que se mantuviera sereno.
—Y si
lo mato, ¿qué gano? —preguntó Liu Cheng, con voz pastosa.
—Matarlo
no te dará mucho. Pero si sigues arrancando corazones, provocarás el terror en
el Jianghu. Esos héroes arrogantes temblarán con sólo oír tu nombre —respondió
el anciano, soltándole la mano—. ¿No es eso lo que deseas?
De la
boca de Liu Cheng goteaba saliva venenosa, llena de codicia.
El
anciano le dio unas palmaditas en la cabeza y se recostó en una silla, cerrando
los ojos para descansar. Las llamas de las velas parpadeaban, iluminando
tenuemente el oro esparcido por el suelo.
Miaoshou
Kong Kong inspeccionó la cámara. Sólo había una trampa visible. Tras
intercambiar miradas con los otros dos, sacó una pequeña esfera plateada de su
manga y la lanzó directamente al techo del lado izquierdo.
Se oyó
un leve silbido. El anciano abrió los ojos, alerta, pero ya era tarde. La
esfera había perforado el mecanismo, y unas espadas venenosas salieron del
agujero, pero sin fuerza ni dirección.
En ese
instante, Xiao Lan saltó al ataque. Su látigo de hierro negro se enroscó en Liu
Cheng y lo estrelló contra la pared.
Se oyó
el crujido de huesos. Liu Cheng gritó dos veces antes de desmayarse.
Todo
ocurrió demasiado rápido. El anciano reaccionó abriendo sus amplias mangas. De
su capa de piel salieron cientos de agujas plateadas, todas impregnadas con
veneno.
Lu
Wuming levantó la palma y creó un torbellino. La corriente congeló las agujas
en el aire y luego las devolvió con fuerza en dirección contraria.
El
anciano esquivó como pudo. Finalmente, logró ver el rostro del hombre que lo
enfrentaba.
—¿¡Tú
eres Lu Wuming!? —exclamó.
Miaoshou
Kong Kong también se sorprendió. «¿Lu Wuming? ¿El padre de Lu Zhui?»
Xiao
Lan ató las manos de Liu Cheng a su espalda. Al levantarse, notó en un rincón
un montón de tela, sujetado por lingotes de oro en las esquinas. Parecía
ocultar algo.
—¿Qué
es eso? —preguntó Xiao Lan.
El
anciano no respondió.
Xiao
Lan agitó el látigo y retiró la tela. Rodaron varios muñecos de tela. Uno de
ellos llegó hasta los pies de Lu Wuming. En la espalda tenía clavado un papel
con fecha y hora de nacimiento: exactamente la de Lu Zhui.

