Capítulo
70: Gran incendio.
¿Sabes
de quién es el corazón más delicioso?
La
criatura envuelta en pieles se ocultaba en las sombras, con el pecho agitado,
las garras como cuchillas clavadas en la pared de piedra, sin emitir sonido
alguno.
Ese
era Liu Cheng, el mismo de aquel día.
Tras
volver de la muerte, descubrió que se había convertido en un monstruo:
repulsivo, grotesco, pero dotado de una fuerza aterradora. Al correr por las
calles vacías, se sentía como un leopardo, como un tigre.
La
inquietud en su interior se desvaneció pronto. Comenzó a ansiar la sangre, el
asesinato, el miedo reverente que provocaba en los demás. Era una sensación que
antes nunca había tenido, algo que siempre deseó y que ahora quería saborear
una por una.
El
anciano le ofreció un cuenco de arroz.
Liu
Cheng lo tomó con ambas manos, hundió el rostro y lo devoró sin masticar. El
caldo le empapó el cuello y el pecho. Su postura era la de una bestia.
El
anciano lo observaba con satisfacción. Incluso sacó un pañuelo y le limpió con
paciencia la suciedad del cuerpo.
—Recuerda
mi nombre —le dijo.
Liu
Cheng lo miró.
—Me
llamo Fu —dijo el anciano.
Liu
Cheng asintió. Fu le puso una mano en el hombro y lo hizo arrodillarse
lentamente.
—Cuanto
más vivo el corazón, más delicioso —dijo Fu, sentado en una silla desvencijada,
como un chef describiendo su plato estrella—. Sacado caliente, palpitante… mmm.
Los
ojos de Liu Cheng se volvieron codiciosos, inquietos.
—Aún
no es el momento —dijo Fu—. ¿Sabes dónde están los mejores corazones?
Liu
Cheng pensó un momento y respondió:
—En el
palacio imperial.
Fu
soltó una carcajada.
—¡Así
que quieres ser Emperador! ¡Bien, muy bien!
Liu
Cheng tragó saliva, sin negar nada.
Tres
palacios, seis cortes, por encima de todos… ¿quién no querría sentarse en el
trono dorado?
Fu
negó con la cabeza.
—Todavía
no puedes arrancar el corazón de un Emperador. Pero hay alguien más… también es
un joven héroe, generoso, sin preocupaciones por comida o dinero. Alto,
apuesto, rodeado de mujeres. Uno de los más destacados del mundo marcial. ¿No
lo odias?
Los
ojos de Liu Cheng se llenaron de odio. La saliva le goteaba por la comisura de
los labios.
—¿Quién?
—Ya lo
has visto —respondió Fu—. El joven maestro de la tumba Mingyue: Xiao Lan.
La voz
resonó como si viniera de un valle vacío, arrastrada por un viento feroz,
clavándose en el corazón como un clavo.
***
En
otra cueva, Qiu Peng desplegaba un mapa. Estaba detalladamente dibujado, con la
distribución de Huishuang y los alrededores: montañas, ríos, caminos. Muchos
puntos estaban marcados con rojo bermellón.
—Veo
que el líder Qiu vino bien preparado —comentó la tía Fantasma.
—Este
lugar se llama montaña Qingcang —dijo Qiu Peng, señalando una zona del mapa—.
Mis hombres han visto varias veces a gente del acantilado Chaomu por aquí.
La tía
Fantasma frunció el ceño.
—¿Insinúas
que Lu Mingyu está en la montaña Qingcang?
—Casi
seguro —respondió Qiu Peng—. Además, coincide con la dirección que toma el
joven Xiao cada vez que sale de la ciudad.
La tía
Fantasma sonrió con sarcasmo.
—Con
tu estilo, seguro ya buscaste allí antes. No encontraste nada, y ahora te
acuerdas de esta vieja para que te sirva.
—Si
hemos acordado colaborar, ¿por qué preocuparse por lo que hice antes? —replicó
Qiu Peng con franqueza—. Lo importante es lo que viene.
—Ya
buscaste en Qingcang y no encontraste nada —repitió la tía Fantasma—. ¿Sabes
por qué?
—Le
ruego que me ilumine —dijo Qiu Peng.
—La
madre de Lan’er también está en Huishuang —explicó la tía Fantasma—. Tao Yu’er
es experta en formación de barreras. La antigua Mansión Xiao estuvo protegida
por sus formaciones durante más de veinte años. Muchos expertos del mundo
marcial entraron y salieron, y ninguno notó nada extraño.
Al
mencionar esto, inevitablemente recordó a Fei Ling, y su tono se volvió más
venenoso.
—¿Puedes
romper la formación, tía? —preguntó Qiu Peng.
—Los
discípulos del acantilado Wunian dominan todo tipo de técnicas ocultas y
formaciones. Nadie en el mundo marcial puede romperlas —dijo la tía Fantasma—.
Pero tengo un método que podríamos probar.
Qiu
Peng se alegró al escucharla y se acercó rápidamente. La tía Fantasma pidió que
le trajeran un frasco de porcelana. Dentro, algo se movía, emitiendo un sonido
rasposo y vivo.
—¿Sabe
el líder Qiu qué es esto? —preguntó ella.
Qiu
Peng negó con la cabeza.
—Si lo
lleva consigo, debe ser algo raro.
—Raro
no tanto —respondió la tía Fantasma—. En el pozo de cadáveres más profundo de
la tumba Mingyue hay tantos que apenas caben. Si se lanza una vaca, la devoran
en segundos. Esta criatura se llama “caparazón taladrador”. En tumbas comunes
también puede encontrarse, pero nunca con la ferocidad, astucia y sed de sangre
que tienen los de la tumba Mingyue.
Ni la
formación más refinada puede engañar el olfato agudo del caparazón taladrador.
En
realidad, antes de que Xiao Lan mostrara su postura, la tía Fantasma no pensaba
tocar a Tao Yu’er. O quizás esperaba el momento justo: que madre e hijo
rompieran su vínculo, que Tao Yu’er muriera a manos de Xiao Lan. Eso sería lo
más satisfactorio.
Pero
ahora se daba cuenta de que ese niño, criado en la tumba, se alejaba cada vez
más de ella. Como si no hubiera vuelta atrás.
No
podía aceptarlo. Y tampoco quería soltarlo.
Hace
siete u ocho años, ya lo había arrebatado una vez de las manos de Lu Mingyu.
Ahora estaba segura de que podía hacerlo de nuevo. Incluso deseaba decirle a
Xiao Lan, en ese mismo instante, que si la tumba Mingyue quería atacar a su
madre o a su amada, sería cosa fácil.
No
había actuado antes… porque esperaba que él regresara por voluntad propia.
***
En la
montaña Qingcang…
Lu
Zhui estaba recostado en una silla mullida, repasando mentalmente todo lo
ocurrido en la ciudad. El sol cálido le acariciaba el cuerpo, y se sentía
bastante cómodo.
—Padre
—dijo Ah Liu, sentado a su lado—. ¿Has pensado en lo que te dije?
—¿Qué
cosa? —preguntó Lu Zhui.
—¿Qué
otra podría ser? Si sólo te he dicho una —respondió Ah Liu, con tono paciente—.
Hazle caso a la señora Tao. Déjame llevarte a la Mansión del Sol y la Luna.
Lu
Zhui se cubrió el rostro con el brazo.
—No
—dijo Ah Liu, apartándole el brazo con firmeza. Como Tao Yu’er y Yue Dadao
habían ido a la montaña, aprovechó para hablar sin rodeos—. Incluso Xiao Lan
dijo que la señora Tao quiere usarnos. Pero si hasta ella quiere enviarte
lejos, es que tu enfermedad no puede seguir esperando.
Lu
Zhui no respondió.
Ni él
mismo se había imaginado que su cuerpo esta vez sería tan débil. Según el plan
original, debía acompañar a Xiao Lan para descubrir al culpable detrás de la
tragedia de la familia Xiao, y si era posible, obtener la Lámpara de Loto Rojo.
Pero por más nobles que fueran sus deseos, la realidad no cooperaba. Ahora,
postrado en la montaña, no sólo no podía actuar, sino que bajar a la ciudad
sería una carga para los demás.
—Si te
preocupa el viaje, aún tienes a tu padre —añadió Ah Liu—. Hazme caso esta vez,
¿sí?
Lu
Zhui sirvió té con desgana.
—¿Y
qué gano yo si te hago caso?
—¡Mucho!
—dijo Ah Liu, golpeándose el pecho con entusiasmo—. ¡Te prometo que en dos años
tendrás un nieto en brazos!
—¡Pff!
—Lu Zhui escupió el té de la risa.
Ah
Liu, orgulloso, pensó que ese sí era un buen incentivo, viendo a su padre reír
de esa manera.
Sin
saber si reír o llorar, Lu Zhui, se sintió menos agobiado. Finalmente dijo:
—Escribiré
una carta. Mañana se la entregas a Xiao Lan.
Ah Liu
aceptó encantado. Al ver que el sol comenzaba a ponerse, llevó a Lu Zhui a la
habitación y preparó los pinceles y el papel, bostezando mientras lo observaba
escribir.
Más
tarde, Tao Yu’er y Yue Dadao regresaron. Habían ido a aprender sobre
formaciones en la montaña y trajeron unos frutos de escarcha recién caídos. Al
morderlos, eran agridulces y suaves.
El
cuerpo de Lin Wei también había mejorado. Por la noche conversó un rato con Lu
Zhui sobre formaciones, pero Ah Liu lo cargó de vuelta a su habitación para que
descansara.
Las
velas se apagaron una a una. El patio quedó completamente en silencio.
Lu
Zhui estaba algo somnoliento, pero no quería dormir. Cerró los ojos y siguió
analizando la situación en la ciudad. Pasó una hora antes de que el sueño
comenzara a invadirlo. El viento silbaba, la lluvia caía suave. Si hubiera un
estanque en el patio, seguramente ya estaría lleno de ondas verdes.
La
lluvia caía cada vez con más fuerza.
Ssshh...
Ssshh
ssshh...
Lu
Zhui empezó a sentir que algo no estaba bien.
No era
temporada de lluvias.
Los
carámbanos colgaban aún de los aleros, la nieve del invierno no se había
derretido, y el viento helado seguía rugiendo, desgarrando cielo y tierra.
¿Cómo podía haber una lluvia primaveral tan tenue?
De
pronto, Lu Zhui se incorporó de la cama y tomó la espada Qingfeng que tenía
junto a la almohada.
La
puerta de la habitación se abrió de golpe con un estruendo, como si se hubiera
volcado una tinaja llena de granos de soja, que rodaban con un sonido seco y
continuo. Al mismo tiempo, se escucharon golpes por todos lados. Yue Dadao
gritó desde el otro lado:
—¡¿QUÉ
ES ESO?!
Lu
Zhui encendió un fósforo y lo que vio lo dejó helado. Miles de insectos negros,
brillantes como aceite, se revolcaban por el suelo, agrupándose como una
serpiente gruesa y oscura que se arrastraba hacia él.
La
espada no bastaba para detenerlos. Eran como fantasmas vengativos, avanzando
capa tras capa, capaces incluso de perforar un banco de madera.
Lu
Zhui reaccionó al instante, y casi al mismo tiempo que Tao Yu’er desde la
habitación contigua, gritó:
—¡QUÉMENLOS!
—¡Sí!
—respondió Ah Liu, encendiendo un fósforo y lanzándolo al suelo.
Las
cáscaras negras ardieron al contacto con el fuego. El sonido era como miles de
petardos estallando, sin olor a azufre, sólo un hedor nauseabundo y penetrante.
Los insectos en llamas rodaban por el suelo, y pronto el fuego alcanzó la
estructura de madera de la casa.
Ah Liu
cargó a Lin Wei sobre su espalda, y los cinco salieron corriendo del patio. Aún
temblando, miraron hacia atrás: las llamas se alzaban varios metros, rugiendo
como si quisieran devorar toda la montaña.
—Escondámonos
por ahora —ordenó Tao Yu’er.
Lu Zhui
asintió. En el instante en que ordenó prender fuego, ya había considerado que
eso revelaría su ubicación. Pero ante la avalancha de escarabajos negros, no
había otra opción. Además, aunque no los quemaran, si el enemigo seguía el
rastro de los insectos, igual encontraría el patio. Tal vez ya estaban al
acecho: la tía Fantasma, Qiu Peng, o cualquier otro que codiciara la Lámpara de
Loto Rojo … o su vida.
Un
sonido agudo y rasposo se cruzó en el aire, resonando de pronto en la cima
desierta de la montaña.
Yue
Dadao se estremeció, con miedo.
Ah
Liu, con una mano arrastraba a Lin Wei, y con la otra protegía a Yue Dadao,
colocándola detrás de él. Luego dio dos pasos al frente, intentando cubrir
también a Lu Zhui.
La tía
Fantasma salió tambaleante de entre las sombras, con una expresión extraña.
—Qué
gusto verte, joven Mingyu —dijo con voz temblorosa.
Lu
Zhui no respondió.
Tao Yu’er
soltó una risa fría.
—Sabía
que eras tú, vieja bruja.

