Capítulo
68: Bestia que Come Oro.
Tu
historia es tan fantástica como la de las Siete Hadas.
El
cielo comenzaba a oscurecer. Lu Zhui, abrazando sus rodillas, se sentó junto a
la ventana, absorto mirando las estrellas.
El
firmamento era azul, salpicado de diminutas estrellas que titilaban, formando
una vasta y majestuosa Vía Láctea. Todo alrededor estaba en silencio. Si uno
cerraba los ojos, podía escuchar el sonido del viento.
Yue
Dadao estaba sentada en lo alto de un árbol seco del patio, con una bolsita de
caramelos de ocho tesoros en la mano. Mientras contemplaba el paisaje, también
observaba a Lu Zhui, recordando las historias que escuchaba de niña: el joven
de blanco, espada al cinto, cabalgando por el antiguo camino del viento, entre
flores. El viento era fragante, sus manos cálidas, la empuñadura de la espada
incrustada de gemas, la cantimplora llena de buen vino. Había cruzado desiertos
y visitado islas solitarias, viviendo la vida más libre y audaz del mundo.
Ella
pensaba que Lu Zhui debía ser así: como un ave, como un copo de nieve, hermoso
y libre.
Ah Liu
llegó envuelto en una capa, la sacudió sin decir palabra y envolvió a Lu Zhui
con firmeza.
—…
—Yue Dadao lo miró. Estorbaba.
—¿Hm?
—preguntó Lu Zhui.
—Se ha
levantado viento —dijo Ah Liu, ajustándole el cuello de la capa—. ¿Te ayudo a
entrar, padre?
Lu
Zhui negó con la cabeza.
Ah Liu
suspiró profundamente. Una vez más pensó que realmente necesitaba una madre.
Lu
Zhui se recostó perezosamente en el alféizar, envuelto en la gran capa,
sonriendo bajo la luz de las estrellas. Sus ojos brillaban, y el viento le
pegaba algunos mechones de cabello al rostro, limpio y hermoso.
Ah
Liu, algo nervioso, bajó la voz:
—Padre…
¿por qué estás tan contento?
—Recordaba
algunas cosas del pasado —respondió Lu Zhui—. Dentro de la casa está muy
encerrado, y no tengo sueño. Quiero quedarme aquí un rato más.
—Pero
podrías resfriarte —insistió Ah Liu.
—Quiero
beber vino —dijo Lu Zhui.
—Eso
no puede ser —rechazó Ah Liu de inmediato, sin margen de negociación. Ni agua
fría podía tomar, ¿y quería vino?
—Sólo
una copa —pidió Lu Zhui.
—Ni una copa —dijo Ah Liu, apretujándose
junto a él—. ¿Y si mejor te preparo un cuenco de sopa de carne?
Lu
Zhui suspiró.
—De
verdad que no tienes ni una pizca de gusto —y se contuvo de decir la otra
mitad: igualito a tu otro padre.
Ah Liu
se hurgó la oreja con el meñique, sin entender.
—¿Gusto
de qué?
Lu
Zhui lo empujó con una sonrisa, sin responder. Volvió a acurrucarse en el
alféizar, envuelto en la capa, escuchando el viento y contemplando la luna. Al
cabo de un rato, volvió a hablar:
—Yo
soy un hombre hecho y derecho, y tú al menos sabes preguntar si me voy a
resfriar. Pero esa chica, sentada en el árbol tanto tiempo, ¿no se te ocurre
preocuparte por ella?
Ah Liu
lo miró confundido.
—¿Eh?
Lu
Zhui alzó una ceja.
Ah Liu
insistió:
—¿Qué chica?
—Sigue
fingiendo —dijo Lu Zhui.
Ah Liu
se levantó de golpe y salió corriendo hacia su habitación.
—¡Me
voy a dormir!
Pero
antes de llegar a la puerta, un viento repentino lo alcanzó. Lu Zhui se impulsó
sobre la nieve, lo agarró del hombro con una mano, lo giró y lo empujó hacia
atrás. Ah Liu tropezó y casi cayó sentado.
—¡Oye,
oye! —exclamó Yue Dadao, sin entender nada. Al ver que los dos parecían pelear,
tiró su bolsita de caramelos y saltó del árbol—. ¿Qué pasa?
Lu
Zhui empujó a Ah Liu justo frente a la chica.
Ah
Liu: “…”
Yue
Dadao: “…”
Después
de un largo silencio, Yue Dadao agitó su pañuelo y salió corriendo del patio.
—¿Y tú
qué haces ahí parado? —le dijo Lu Zhui—. Afuera está oscuro. Por muy buena que
sea su técnica, sigue siendo una chica. No puedes dejarla sola.
Ah Liu
se rascó la cabeza, tomó su gran espada de anillos dorados y salió corriendo
tras ella.
La luz
de la luna era tenue, iluminando las huellas en la nieve, profundas y ligeras,
de a pares, formando una hilera.
Lu
Zhui sonrió y volvió a su habitación.
Tao Yu’er,
sabiendo que él sufría frío por el veneno, siempre le ponía una bolsa caliente
en la cama. No importaba cuándo se acostara, siempre estaba tibia. En estos
días en la montaña, habían pasado mucho tiempo conversando, y entre ellos había
nacido una especie de afecto maternal. Incluso Ah Liu, tan tosco como era,
notaba que la dama Tao se había vuelto mucho más amable que cuando la
conocieron. A veces hasta se arremangaba para cocinar, aunque sus platos no
fueran muy sabrosos.
La
cama estaba vacía. Lu Zhui enterró el rostro en la almohada, distraído. Al cabo
de un rato, se metió por completo bajo las mantas.
El
aroma del encuentro íntimo aún no se había disipado del todo. En la oscuridad,
sin visión, el olfato se volvía más agudo. Lu Zhui apretó las mantas, deslizó
la mano por su pecho hacia abajo, pero se detuvo en el abdomen.
Algo
recorría su sangre, deseando incluso el más leve contacto. Pero no sabía si era
deseo o el efecto del veneno. Al final, sólo pudo fruncir el ceño y obligarse a
calmarse poco a poco, hasta que su respiración volvió a la normalidad… porque
quería vivir un poco más.
Su
espalda estaba empapada en sudor frío. La ropa interior se le pegaba al cuerpo,
incómoda.
Lu
Zhui no se molestó en responder. Simplemente cambió de postura, se acurrucó en
la cama y siguió absorto, con el ceño fruncido.
Nunca
había sido una persona pesimista. Incluso cuando fue olvidado, malinterpretado,
perseguido, y quedó tirado en el camino cubierto de heridas, jamás perdió la
esperanza. El invierno en Jiangnan era cruel, y él yacía sobre el barro oscuro,
viendo cómo la sangre se filtraba poco a poco desde sus heridas, derritiendo la
fina capa de hielo bajo su cuerpo… hasta que Zhao Yue lo subió al caballo.
Después
de más de veinte años recorriendo el mundo, había estado al borde de la muerte
demasiadas veces, y otras tantas había logrado sobrevivir. Ya no sabía si eso
era buena suerte o mala fortuna. A veces, al ver en la calle a parejas
ancianas, a vendedores de leña, o incluso a terratenientes barrigones paseando
sus aves, sentía una profunda envidia: esa vida tranquila, estable, de compañía
mutua… ¿cuándo podría él vivir algo así?
Desde
el patio llegaban voces suaves. Seguramente Ah Liu había encontrado a Yue
Dadao. El sonido de la puerta al abrirse ocultó sus risas. Lu Zhui se sintió
algo mejor, se incorporó un poco y tomó unas agujas de plata del cabecero. Una
por una, las fue clavando en el pliegue del brazo, sellando temporalmente
varios puntos de sus meridianos.
Aunque
eso equivalía a inutilizar gran parte de su poder, al menos lograba calmar el
veneno en su cuerpo y evitar que causara más estragos.
***
Mientras
tanto, en Huishuang.
Xiao
Lan llamó a la puerta de la habitación de huéspedes.
—Señor
Lu.
Lu Wuming
dejó su copa de vino.
—Entra.
Xiao
Lan llevaba una bolsa de fiambres. Incluso en momentos de crisis, no podía
pasar por un puesto sin comprar algo para agradar a su suegro.
—¿Cómo
fue? —preguntó Lu Wuming.
—Aceptó
ayudarme —respondió Xiao Lan.
Aunque
ya había considerado esa posibilidad, el hecho de que el anciano aceptara tan
fácilmente lo tomó por sorpresa.
—Hay
algo que quiero contarle —dijo Xiao Lan.
Lu
Wuming eligió una pata de pollo.
—Habla.
—Ese
anciano dice llamarse Miaoshou Kong Kong. Se dedica a saquear tumbas.
—¿Un
ladrón de tumbas? —respondió Lu Wuming con tono casual, aunque se notaba cierto
desprecio.
Xiao
Lan se sirvió una copa de vino, algo incómodo.
—Sí.
—¿Eso
es todo?
Xiao
Lan respiró hondo.
—Además…
Miaoshou Kong Kong dice que es mi… abuelo.
Lu
Wuming casi se atraganta con el vino.
Xiao
Lan se levantó para darle unas palmaditas en la espalda.
Lu
Wuming recuperó el aliento.
—¿Abuelo?
Xiao
Lan asintió, con una mezcla de resignación y desconcierto, y relató brevemente
lo ocurrido.
La
llama de la vela parpadeaba en la habitación.
—Eso
es todo —dijo Xiao Lan.
Lu
Wuming agitó la mano.
—Aunque
suena increíble, si lo piensas bien, todo encaja. Así que fue por ti que fue a
la residencia Xiao hace años. No es de extrañar que, tras el incendio, me
persiguiera como un loco durante años.
—Sí
—respondió Xiao Lan.
—Siempre
me vio como el culpable —dijo Lu Wuming—. Por más que intenté demostrar lo
contrario, nunca me creyó. Ahora que ha aceptado ayudarte, será mejor que no me
aparezca. No quiero que surjan más problemas.
Xiao
Lan asintió y volvió a sentarse.
—¿Quién
cree usted que pudo haber difundido el rumor que llevó la desgracia a la
familia Xiao?
—En
aquel entonces, el Jianghu estaba muy revuelto —respondió Lu Wuming—. Yo estaba
en Nanyang cuando escuché el rumor por casualidad, y por eso fui al norte, a
Huishuang. Pero antes de investigar, me topé con Miaoshou Kong Kong y aquel
incendio. Luego tuve que ocuparme de otros asuntos y nunca volví a indagar. Me
temo que no puedo responderte.
Xiao
Lan sonrió con dificultad.
—Entiendo.
—Después,
cuando conocí a tu madre en de la tumba Mingyue, no quise tocar el tema por
miedo a despertar viejos dolores —dijo Lu Wuming—. Siempre quise obtener la
Lámpara de Loto Rojo, pero como dijo mi esposa, para la familia Lu puede ser
sólo una lámpara fría, mientras que para la dama Tao podría ser el arma que
destruyó su hogar. Mejor no mencionarlo.
—Gracias,
señor —dijo Xiao Lan.
—Dadao
me contó que en la montaña Qingcang, tu madre cuidó mucho de Mingyu —dijo Lu
Wuming—. Se lo agradezco.
—Mingyu
es débil, sensible al frío, ha sido envenenado muchas veces y tiene muchas
heridas —dijo Xiao Lan—. Ha estado postrado en la montaña, sólo mi madre lo ha
atendido. No creo que mejore pronto.
—Después
de esto, me lo llevaré a casa para que se recupere —dijo Lu Wuming.
Xiao
Lan se sorprendió.
—¿A la
isla?
Lu
Wuming bebió de un trago.
—Cuando
destruyas la tumba Mingyue, si Mingyu quiere invitarte a casa, yo no me
opondré.
Xiao
Lan respondió en voz baja:
—Está
bien.
Las
chispas de la vela saltaban en todas direcciones. Lu Wuming, sin saber que ya
era suegro, y Xiao Lan, con la cabeza llena de preocupaciones, bebían en
silencio, acompañados por ciruelas encurtidas, fiambres y el viento nocturno
que se colaba por la ventana.
Tras
un rato, Xiao Lan volvió a hablar.
—¿Puedo
hacerle otra pregunta?
Lu
Wuming asintió.
—Usted
ha recorrido el Jianghu durante años. ¿Ha oído hablar del Hehuan Gu?
Lu
Wuming lo miró con evidente desagrado.
Xiao
Lan: “…”
—¿Y
para qué preguntas por ese veneno vulgar? —dijo Lu Wuming.
—Un
amigo mío fue envenenado por error con un gu —dijo Xiao Lan sin cambiar de
expresión—. Así que si tengo oportunidad, me gustaría investigar por él.
—¿Ese
amigo tiene alguien a quien ama? —preguntó Lu Wuming.
—Sí
—respondió Xiao Lan.
—¿Sí?
—repitió Lu Wuming—. Entonces no es buena señal.
Xiao
Lan frunció el ceño.
—El Hehuan
Gu, también llamado gu de pasión, si se aplica a una sola persona, no es más
que una herramienta vulgar —explicó Lu Wuming—. Pero si se aplica a dos
amantes, uno de ellos será consumido por el deseo de forma intermitente. Si se
une a su pareja, los gu se multiplican en su cuerpo. Pero si se resiste cada
vez, terminará dañando su salud.
—¿Cómo
se cura? —preguntó Xiao Lan.
La
respuesta de Lu Wuming fue idéntica a la de Tao Yu’er.
Buscar
un nuevo amor. Olvidar el anterior. Así todo se resolverá.
—¿No
hay otra forma? —insistió Xiao Lan.
Lu
Wuming negó con la cabeza.
—Eso
no lo sé. Si tu amigo no quiere olvidar, que consulte al médico divino Ye Jin
de la Mansión del Sol y la Luna, o a la familia real Duan de Dali en la Mansión
del Suroeste. Tal vez tengan un antídoto.
Xiao
Lan asintió.
—Entiendo.
Gracias, señor.
—Vamos
—dijo Lu Wuming, limpiándose los dedos—. Acompáñame a dar una vuelta por la
ciudad.
Xiao
Lan salió con él. Justo cuando pensaba preguntar por Qiu Peng, un alboroto
estalló al frente.
—¡HAN
MATADO A ALGUIEN! —un grito desgarrador rompió la noche, helando hasta los
huesos.
Los
patrulleros del distrito, alertados por el ruido, corrieron con antorchas en
mano. Xiao Lan y Lu Wuming se ocultaron en las sombras y los siguieron.
El
incidente ocurrió en una pequeña casa de muros grisáceos. Una mujer estaba
sentada en el suelo, temblando, retrocediendo sin cesar. Cruzaba los brazos
sobre los hombros, con el rostro lleno de terror.
Junto
al pozo del patio yacía un hombre corpulento, con el rostro cubierto de barba
tupida. Tenía un gran agujero en el pecho, del que brotaba sangre sin cesar,
como si le hubieran arrancado el corazón en vida.
Los oficiales
levantaron a la mujer del suelo y la llevaron de inmediato al yamen. Al
escuchar la llegada de los oficiales, algunos aldeanos valientes salieron a ver
qué había ocurrido. El cadáver ya estaba cubierto con una sábana, esperando al
forense para su inspección.
Xiao
Lan y Lu Wuming se miraron. Ambos pensaron en el caso de la Mansión Li, donde
un artista marcial había sido asesinado de la misma forma: corazón arrancado,
ojos vaciados. El método era idéntico.
Recorrieron
los alrededores, pero no encontraron nada extraño. Ni una sombra sospechosa.
Al
amanecer, nueve de cada diez habitantes de Huishuang hablaban del incidente.
Cao Xu, tras investigar, regresó a la posada con noticias: la víctima era un
matón de poca monta.
—Eso
no sorprende —dijo Lu Wuming—. Esta ciudad estuvo ocupada por gente del mundo
marcial durante meses. Los ciudadanos ya se han acostumbrado a acostarse
temprano. A medianoche, los únicos que andan por ahí son los patrulleros y los
vigilantes. No queda mucha gente decente.
—La
mujer también es una persona común —añadió Cao Xu—. Su esposo murió el año
pasado. Los vecinos suelen ayudarla. Dicen que es honesta y trabajadora. Todos
creen que el matón intentó aprovecharse de ella y se topó con un espíritu
vengativo.
—¿La
mujer logró ver al asesino? —preguntó Lu Wuming.
—Una
viuda que apenas sale de casa, ¿qué iba a ver? Bastante valiente fue no
desmayarse —respondió Cao Xu—. El magistrado prefectoral la interrogó durante
media hora, luego una sirvienta del yamen la calmó otra media. Al final, contó
que escuchó un ruido sordo en el patio, pensó que se había caído el gallinero.
Al salir, vio el cadáver sangrando al pie del muro. Pero no vio al asesino.
—El
primero fue un artista marcial, el segundo un matón —dijo Xiao Lan—. No hay
patrón.
—Entonces
actúa según su estado de ánimo —concluyó Lu Wuming—. O está cultivando alguna
técnica maligna, o quiere sembrar el miedo. Pero si los artistas marciales ya
se han ido, y la tumba Mingyue no da señales, ¿de qué le sirve seguir
arrancando corazones para asustar a los ciudadanos?
Xiao
Lan pensó un momento y dijo:
—He
escuchado una historia sobre alguien que arrancaba corazones.
—Ah ¿sí?
—respondió Lu Wuming—. Cuéntala.
—Es
más bien una leyenda de Fantasmas —dijo Xiao Lan—. Se dice que en los antiguos
grupos de tumbas hay una criatura llamada la Bestia Devoradora de Oro.
Normalmente se alimenta de oro y plata, pero cuando no tiene más, sale de la
tumba a arrancar corazones y ojos humanos.
Lu
Wuming: “…”
Lu
Wuming le dio una palmada en el hombro, con tono compasivo:
—Creo
que estás agotado. ¿No deberías ir a descansar un rato?
Xiao
Lan continuó:
—Aunque
suena absurdo, cuando era niño… creo que realmente le vi una vez.
Fue en
una de las cámaras más sombrías de la tumba Mingyue. Había bajado a recoger
flores rojas, y vio una sombra negra, como una bestia, agazapada en la sala del
tesoro. Estaba devorando oro con avidez, y tragaba perlas como si fueran
fideos, riendo con una voz ronca mientras las absorbía.
Era
joven entonces, y era la primera vez que veía algo tan extraño. Al retroceder,
tropezó con una tinaja y la volcó. La bestia, al oír el ruido, abrió sus ojos
rojos como sangre y se lanzó sobre él.
—Sentí
como si una montaña me aplastara —dijo Xiao Lan—. Poco después perdí el
conocimiento. Cuando desperté, ya estaba en la cama de mi tía. El médico dijo
que me había caído en un charco de barro por jugar en lo alto, y que me había
golpeado la cabeza.
Lu Wuming
preguntó:
—¿Le
contaste a tu tía sobre la Bestia Devoradora de Oro?
—Sí
—respondió Xiao Lan—. Pero nadie me creyó. El tesoro estaba intacto, los
discípulos que custodiaban no notaron nada extraño, y ni una sola de las cien
trampas fue activada. No sólo mi tía, ni siquiera yo mismo lo creí.
Pero
aquello… no fue un sueño.
Xiao
Lan se remangó y mostró su muñeca a Lu Wuming.
Las
marcas ya eran antiguas, pero si se miraba con atención, se veían tres
cicatrices que atravesaban la piel, como si hubieran sido hechas por las garras
de una bestia salvaje.
—Mi
tía no creyó que esas cicatrices fueran reales —dijo Xiao Lan—. Pensó que me
las había hecho con algún objeto afilado para evitar un castigo por travesuras.
Así que nunca volví a mencionarlo.
—¿No
se lo contaste a Mingyu? —preguntó Lu Wuming—. Él dice que en la tumba ustedes
eran los mejores amigos, sin secretos entre ustedes.
—He
olvidado muchas cosas de cuando convivíamos —respondió Xiao Lan—. Pero eso sí
lo recuerdo. No se lo conté porque era demasiado extraño. Temía asustarlo.
—¿La
Bestia Devoradora de Oro volvió a aparecer después? —preguntó Lu Wuming.
Xiao
Lan negó con la cabeza.
—De no
ser por estos casos de corazones arrancados, ya lo habría olvidado. Esta vez me
pareció una coincidencia, por eso se lo conté.
Lu
Wuming asintió y le sirvió una taza de té.
Aunque
no creía que Xiao Lan estuviera mintiendo, la historia era demasiado
fantasiosa. Entre fantasmas y bestias devoradoras, prefería pensar que alguien
estaba detrás de todo esto.
Mientras
tanto, el magistrado de Huishuang se lamentaba. Cuando los artistas marciales
estaban en la ciudad, ningún ciudadano salió herido. Pero apenas se fueron,
hubo un muerto. Si esto se difundía, su ascenso en la administración podría
retrasarse varios años.
En el
mundo oficial, todos sabían que, se resolviera o no el caso, había que
aparentar diligencia. Así que, en poco tiempo, la ciudad se llenó de oficiales
armados, revisando casa por casa, sin dejar ni los gallineros sin inspeccionar.
Abajo,
en la posada, hubo alboroto durante un buen rato. Finalmente, Cao Xu subió.
—Señor,
ya los hemos despachado.
Xiao
Lan negó con la cabeza en silencio. El despliegue del yamen era ruidoso, sí,
pero sólo servía para molestar a los ciudadanos. Si se trataba de un forastero
dispuesto a pagar, lo dejaban ir sin más. Pensar que encontrarían algo era
absurdo.
—¿Han
localizado a gente de la tumba Mingyue? —preguntó Lu Wuming.
Cao Xu
asintió.
—Gracias
a la inspección del yamen, nos ahorramos trabajo. Anoche, un informante vio al
grupo de la tumba Mingyue retirarse a una casa en las afueras, y luego
esconderse en la montaña. No se han ido. Además, Qiu Peng de la Banda Eagle
Claw los acompaña.
—¿Qué
opinas? —preguntó Lu Wuming a Xiao Lan.
—Sobre
Qiu Peng, hay algo que no he tenido oportunidad de preguntarle —respondió Xiao
Lan.
Lu
Wuming le hizo una seña para que continuara.
—Cuando
la Banda Eagle Claw llegó a la ciudad, se ocultaron en el bosque exterior.
Tenían contacto secreto con la Mansión Li, incluso excavaron un pasadizo en el
estudio. Según dicen, era para matar a alguien de apellido Lu. ¿Usted ha tenido
algún conflicto con él?
—Un
pequeño clan de la Isla Qiong —dijo Lu Wuming—. Hace unos años me enviaron a
alguien para proponerme un negocio. Pero en ese momento estaba preocupado por
Mingyu, y además escuché rumores de que la familia Xiao poseía la Lámpara de
Loto Rojo. Me fui de Nanyang antes de siquiera reunirme con ellos.
—¿Eso
fue todo? —preguntó Xiao Lan.
Lu
Wuming asintió.
—Si
por eso se tomaron la molestia de excavar túneles y colocar trampas… —Xiao Lan
se detuvo a mitad de frase, negando con la cabeza. Era demasiado absurdo.
—¿Y
Mingyu? —preguntó Lu Wuming.
—Ya le
pregunté. No conoce a ningún Qiu Peng —respondió Xiao Lan.
El
asunto parecía haber llegado a un callejón sin salida. Ambos se miraron, y sólo
pudieron consolarse con la idea de que “hay muchos Lu en el mundo”.
***
En el
pequeño patio de la montaña Qingcang, Lu Zhui también se había enterado del
caso del corazón arrancado.
Tao Yu’er
se frotó las sienes.
—Esto
sí que es extraño.
Y
justo en ese momento, Ah Liu había cocinado una cacerola de pulmón de cerdo.
Nadie tenía apetito. Apenas comieron unas cuantas verduras.
Al ver
que Lu Zhui estaba algo pálido, Tao Yu’er le tomó la muñeca para revisar su
pulso… y otra vez, pulso de embarazo.
—No es
nada —dijo Lu Zhui.
—No
deberías seguir en esta montaña —suspiró Tao Yu’er—. ¿Y si te envío a la
Mansión del Sol y la Luna por un tiempo? El médico divino Ye es amigo del Gran
Lord Wen. Seguro te dejaría quedarte allí.
Lu
Zhui se sorprendió ligeramente.
Sabía
que la dama Tao siempre había tenido un gran interés en la tumba Mingyue. Tal
vez por ambición, tal vez por otra razón. Y también sabía que ya había
conseguido la Lámpara de Loto Rojo de manos de Fei Ling. Si los rumores eran
ciertos, sólo necesitaba la otra Lámpara de Loto Rojo para abrir completamente
la tumba.
Desde
la batalla en la Cresta Fuhun, el Jianghu no ha dejado de murmurar que fue él
quien robó la Lámpara de Loto Rojo de la tumba Mingyue. Incluso si la señora
Tao no cree en esos rumores, tenerlo cerca podría provocar la aparición de sus
padres —ya sea aquel asesino que en su día estremeció al mundo, o la doncella
que custodiaba la lámpara en lo más profundo de la tumba—. Para abrir la tumba,
ambos serían una ventaja sin ningún perjuicio.
Él
había supuesto que la dama Tao lo vigilaría sin descanso, que no se apartaría
de su lado. Incluso Xiao Lan pensaba lo mismo.
Pero
ahora, ella proponía enviarlo a la Mansión del Sol y la Luna.
Claro
que también podía ser porque su vida realmente pendía de un hilo. Si seguía
empeorando, no habría salvación: perdería tanto al hombre como al tesoro. En
ese caso, enviarlo lejos sería lo más sensato. Sin embargo, en ese instante, al
mirar aquellos ojos bondadosos y preocupados frente a él, Lu Zhui prefería
creer que ella lo hacía por cariño.
Sin
intrigas ni cálculos. Sólo el afecto más sencillo de una madre hacia su hijo.

