Capítulo
67: Demonio.
¿Quieres
arrancar corazones?
—Pero yo no creo que estas manos sean distintas a las de los demás —dijo Xiao Lan.
—Por
supuesto que lo son —respondió Miaoshou Kong Kong—. Si obedeces, tus manos se
convertirán en la llave más precisa del mundo para abrir mecanismos ocultos.
—¿Llave
de mecanismos? —Xiao Lan empezó a entender—. ¿Entonces lo que quiere decir es
que, incluso sin la Lámpara de Loto Rojo, podría desactivar las trampas y
entrar en lo más profundo de la tumba Mingyue?
—¿Y
bien? —preguntó Miaoshou Kong Kong—. ¿Ahora estás dispuesto a venir conmigo al
Mar del Norte?
—Con
tanta gente en el mundo, ¿por qué me eligió a mí? —Xiao Lan no ocultaba su
duda.
Pero Miaoshou
Kong Kong no respondió. Lo miraba con una codicia tan intensa que parecía
querer atravesar su piel y ver sus huesos.
Xiao
Lan tuvo que agitar la mano frente a él.
—¿Señor?
—Primero
prométemelo —insistió Miaoshou Kong Kong.
Xiao
Lan soltó una risa.
—No
soy un niño de tres años que se deja engañar con amenazas o promesas.
—Entonces,
¿qué necesitas para aceptar? —preguntó Miaoshou Kong Kong, molesto.
—Ji
Hao también es su discípulo, y ahora ni siquiera sabemos si está vivo. Usted no
parece preocuparse —dijo Xiao Lan—. Si acepto, ¿qué me garantiza que no acabaré
igual?
—¿Cómo
podría compararse él contigo? — Miaoshou Kong Kong lo despreció—. No es más que
un extraño, obsesionado con saquear tumbas imperiales y robar tesoros, sin
tener ni la habilidad ni el juicio para lograrlo.
—Ah ¿sí?
—Xiao Lan arqueó una ceja—. ¿Entonces según usted… yo soy de los suyos?
Miaoshou
Kong Kong apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos crujieron. Su
pecho subía y bajaba, como si luchara por contener una emoción desbordante.
Pasó un largo rato en silencio, justo cuando Xiao Lan pensaba que no diría nada
más, el anciano se abalanzó sobre él, se acercó a su oído y, temblando, le
susurró palabra por palabra:
—Tu
padre… tu padre es mi hijo. Dime, ¿eres de los nuestros… o un extraño?
Aquello
superaba cualquier expectativa. Xiao Lan se sorprendió, pero su rostro
permaneció sereno.
Miaoshou
Kong Kong tragó saliva, molesto por la calma de Xiao Lan. Se acercó aún más.
—¿No
me crees?
Xiao
Lan negó con la cabeza.
—Mi
madre nunca mencionó que tuviera un abuelo. Y todos en Huishuang saben que el
viejo maestro de la familia Xiao falleció hace años. Incluso fui a quemar
incienso por él cuando crecí.
—¡TÚ
NO TIENES NADA QUE VER CON LOS XIAO! —gritó Miaoshou Kong Kong, fuera de sí—. ¡NI
SIQUIERA TE LLAMAS XIAO!
—Entonces,
dígame, señor —replicó Xiao Lan—, ¿Cómo debería llamarme?
—No
tienes nombre. No deberías tenerlo —la voz del anciano sonaba como salida del
infierno, su rostro se deformaba por la emoción—. Eres Miaoshou Kong Kong. El
mejor saqueador de tumbas del mundo.
Xiao
Lan retrocedió dos pasos, alejándose de aquella atmósfera opresiva.
—Yo
soy Miaoshou Kong Kong. Tu padre también debió serlo. Y tú… tus hijos, tus
nietos… todos, por generaciones, deben vivir junto al tiempo y las montañas
—dijo el anciano con fervor—. ¿Lo entiendes?
—¿Y
cómo puede estar tan seguro de que soy su heredero? —preguntó Xiao Lan.
—He
buscado durante tantos años. No puedo estar equivocado —insistió Miaoshou Kong
Kong, tratando de convencerlo—. No tocaré la tumba Mingyue. Lo dejaré para ti,
cuando hayas aprendido todo. ¿Qué dices?
Xiao
Lan lo miró a los ojos. No respondió de inmediato.
El
anciano comenzaba a impacientarse.
—No
digo que no —respondió Xiao Lan, con tono indiferente.
Los
ojos de Miaoshou Kong Kong brillaron de repente, lleno de júbilo.
—¿Aceptas?
—Pero
tengo condiciones —dijo Xiao Lan—. ¿Está dispuesto a cumplirlas?
—Dime
lo que quieras —respondió el anciano, apresurado.
—Quiero
descubrir quién fue el que difundió los rumores que llevaron a la masacre de la
familia Xiao —dijo Xiao Lan.
Miaoshou
Kong Kong frunció el ceño, molesto.
—Ya te
dije que no tienes nada que ver con los Xiao. ¿Qué importa quién estuvo detrás?
Xiao
Lan alzó una ceja.
—Ese
es sólo mi primer requisito. Si ni siquiera acepta eso, entonces olvídese de
que vaya al Mar del Norte.
—¿Y el
segundo? —preguntó Miaoshou Kong Kong.
—No
volver a hacerle daño a Lu Mingyu.
Xiao
Lan pensaba que, dada la obsesión del anciano con su legado, este segundo punto
sería difícil de aceptar. Pero para su sorpresa, Miaoshou Kong Kong asintió sin
pensarlo.
—Mientras
busques una mujer y tengas un hijo, después puedes estar con quien quieras
—dijo el anciano. En realidad, quería vengar a su hijo, pero si eso significaba
perder también a su nieto, no valía la pena. Además, podía aceptar por ahora,
ganar tiempo, y cuando tuviera un bisnieto en brazos… ya habría oportunidad de
matar a los Lu.
Xiao
Lan: “…”
—¿Esas
son todas tus condiciones? —preguntó Miaoshou Kong Kong.
—¿Las
acepta? —replicó Xiao Lan.
—De
acuerdo —respondió el anciano.
Xiao
Lan sonrió levemente.
—Entonces,
mientras estemos en Huishuang, necesito que me ayude.
—¿Cómo?
Xiao
Lan se sentó en una silla cercana.
—Primero
dígame: ¿aún tiene contacto con la gente de la tumba Mingyue?
Miaoshou
Kong Kong negó con la cabeza.
Aparte
de tumbas y tesoros, no le interesaba nada del mundo marcial. Nunca tuvo
intención de tratar con la tía Fantasma. Su plan era llevarse a Xiao Lan
directamente, pero Ji Hao le había advertido que mientras Lu Mingyu estuviera
presente, Xiao Lan no aceptaría irse tan fácilmente.
—¿Lu
Mingyu? ¿También es de la familia Lu? — Miaoshou Kong Kong frunció el ceño—.
¿Qué relación tiene con Lu Wuming?
—¿El
maestro conoce a Lu Wuming? —Ji Hao se sorprendió. La pregunta se le escapó sin
pensar, pero enseguida se dio cuenta de que no debía haberlo dicho. Corrigió
rápidamente—: Lu Mingyu es su hijo.
Al
escuchar esto, Miaoshou Kong Kong se enfureció. En su mente, Lu Wuming había
sido quien provocó el incendio en la casa Xiao y quien lo arrojó por el
acantilado. Aunque los rumores decían que Lu Wuming había muerto, ahora su hijo
aparecía para acercarse a su nieto. Una maldición que parecía repetirse
generación tras generación.
Así
fue como aceptó la propuesta de Ji Hao: viajar juntos al norte, a Huishuang,
secuestrar a Ah Liu y Lin Wei, y usar eso para obligar a Lu Zhui a salir de su
escondite. Su objetivo era matarlo y cortar de raíz los sentimientos de Xiao
Lan.
—¿Siempre
fue Ji Hao quien se comunicó con la tía Fantasma? —preguntó Xiao Lan.
—No me
gusta tratar con la gente —respondió Miaoshou Kong Kong. Quizás por haber
pasado tanto tiempo en tumbas, la luz del sol le resultaba incómoda. Sólo los
pasadizos húmedos y oscuros le daban paz. Incluso los cadáveres cubiertos de
perlas le parecían más agradables que los vivos.
***
En la
montaña Qingcang, Ah Liu estaba sentado junto a la mesa, con expresión
preocupada.
—Padre…
—¿Qué
pasa? —Lu Zhui estaba medio dormido, apoyado en el brazo.
Ah Liu
lo sacudió para despertarlo.
—Creo
que la señorita Yue últimamente no quiere hablar conmigo.
Lu
Zhui lo miró durante un buen rato.
—¿Apenas
te diste cuenta?
—Ah, es
cierto —respondió Ah Liu, sorprendido—. ¿Entonces padre ya lo sabía?
La
mirada de Lu Zhui tenía un toque de admiración.
Ah Liu
seguía confundido.
—¿Qué
hice para molestarla?
—¿Quieres
casarte? —preguntó Lu Zhui.
Ah Liu
se dio una palmada en el muslo.
—¡Claro
que sí!
—¿Con
la señorita Yue?
—¿Eh?
—¿Quieres
o no? —Lu Zhui se incorporó y volvió a preguntar.
Ah Liu
bajó la voz como si fuera un ladrón.
—¿Será
que… le gusto?
—Vaya,
sí que tienes imaginación —dijo Lu Zhui.
Ah
Liu: “…”
—Y
para colmo, acertaste —añadió Lu Zhui.
Ah
Liu: “…”
—Entonces,
¿te casas o no? —preguntó Lu Zhui.
Ah Liu
se rascó la oreja.
—Lo
pensaré.
—¿Lo
pensarás? —Lu Zhui no sabía si reír o llorar.
—Ella
antes decía todos los días que quería casarse conmigo. Ya me tenía los oídos
desgastados, y nunca lo tomé en serio —dijo Ah Liu—. ¿Así que sí le gusto?
Lu
Zhui suspiró.
—Con
esa cara de despistado que tienes, si yo fuera el padre de la señorita Yue,
primero te daría una paliza antes de pensar en casarla contigo.
—Entonces
descanse, padre. Yo salgo un momento —dijo Ah Liu, riendo.
—Espera
—lo detuvo Lu Zhui—. ¿Cómo está Lin Wei?
—Ya
tomó la medicina. Si duerme unos diez o quince días, estará bien —respondió Ah
Liu—. Lo vigilaré. Sólo comer y dormir, nada más.
—Gracias
—asintió Lu Zhui.
Ah Liu
salió del patio con su gran espada al hombro. Al ver a Yue Dadao en el patio,
recordó lo que Lu Zhui le había dicho y no pudo evitar sonreír con entusiasmo.
Incluso se sonrojó.
Un
hombre corpulento… con las mejillas rojas.
Yue
Dadao le lanzó una palangana de agua sin mirar y se metió corriendo en la casa.
Tao Yu’er,
sentada a la mesa, se rio.
—Parece
una niña.
Yue
Dadao se tapó la cara con ambas manos, entre enfadada y avergonzada, con la
timidez de una joven enamorada. Pensaba mil cosas, se sentía humillada y
triste, y casi se echó a llorar en el regazo de Tao Yu’er.
Lu
Zhui cerró la puerta de su habitación, tomó un ungüento y lo aplicó suavemente
en su cuello frente al espejo de bronce. Los chupetones se extendían con cierto
tinte sensual hasta el abdomen.
No
había mentido del todo a Xiao Lan. Ni él mismo sabía cuándo había sido
infectado por el veneno. En sus años en la tumba, había sido obligado a ingerir
muchos tóxicos. Aunque sobrevivió, las secuelas quedaron. Esta vez fue el Hehuan
Gu. La próxima… quién sabe.
Lu
Zhui cerró su túnica y suspiró.
***
De
noche, en Huishuang.
La
llama azul de una vela parpadeaba, iluminando las sombras dentro del dosel de
la cama.
Liu
Cheng abrió los ojos, aturdido.
Una
risa seca y ronca resonó, flotando en el aire como un susurro siniestro.
—¿Despertaste?
Liu
Cheng se incorporó lentamente, con movimientos rígidos.
—Estás
despierto —repitió la voz, aun flotando cerca.
Liu
Cheng miró al anciano frente a él. Su rostro, casi oculto en la oscuridad,
parecía brillar con una fosforescencia espectral.
—¿Quieres
arrancar corazones? —preguntó la voz.
Liu
Cheng recordó de inmediato aquella noche. Lo que había visto.
Aquellas
manos ensangrentadas, aterradoras y repulsivas, pero llenas de poder. Un poder
que había deseado por mucho tiempo: absoluto, aplastante, imposible de ignorar
o resistir. Un poder que obligaba a todos a arrodillarse y suplicar.
—Quiero
—dijo Liu Cheng.
El
anciano sonrió, más sombrío que nunca.
—Bien.

