Capítulo
64: Sombra de fantasma.
Esa
noche, te vi sacar corazones.
Después
de terminar su ejercicio de respiración, Ji Hao preguntó:
—¿Cómo
piensas mantenerme? ¿En una mazmorra o en una casa abandonada?
—Tú y
mi tía conspiraron para engañarme —respondió Xiao Lan—. Y como la misión aún no
se ha cumplido, volver no será necesariamente mejor que estar encerrado.
Ji Hao
apretó los dientes.
—¡Yo
no soy parte de tu Tumba Mingyue!
—De la
Isla Guyang del Mar del Norte, hubo un anciano que vino a buscarme —dijo Xiao
Lan—. ¿Lo conoces?
Ji Hao
soltó un bufido y cerró los ojos, negándose a hablar más.
La
ciudad de Huishuang seguía fría y desolada. Lu Wuming, disfrazado como un
comerciante forastero, caminaba solo por calles y callejones. Excepto por el
bullicio en la Mansión Li —donde las sectas del Jianghu discutían
acaloradamente—, el resto de la ciudad parecía casi deshabitado.
Con Lu
Zhui y Xiao Lan desaparecidos tras saltar por el acantilado, y sin rastro de la
gente de la Tumba Mingyue ni de la pandilla Eagle Claw, la última pista sobre la
Lámpara de Loto Rojo se había perdido. Aunque las sectas se resistían a
aceptarlo, no podían negar que esta expedición había sido, probablemente, un
sueño vacío.
Algunos
comenzaron a preparar su partida. Antes de irse, algunos intentaron saquear la
ciudad, pero al salir se encontraron con una vigilancia estricta: cada tres o
cinco casas había una patrulla de soldados. No parecían oficiales del gobierno,
sino tropas estacionadas en la región. Así que, frustrados, abandonaron la
idea.
En una
sola tarde, la Mansión Li se vació casi por completo. Los que quedaban, al ver
que sus compañeros se marchaban, también perdieron el interés. Al caer la
noche, se fue otro grupo. Para el amanecer del tercer día, sólo quedaba un clan
en la residencia: el llamado Bangchui.
—Ese
nombre sí que es apropiado —comentó Lu Wuming.
—Son
bandidos de Xiangxi —explicó Cao Xu—. Su líder se llama Liu Cheng, bastante
conocido en el mundo marcial.
—¿Conocido?
—preguntó Lu Wuming—. ¿Tiene buena técnica?
—En
realidad, no —rio Cao Xu—. Mi señor no lo sabe, pero Liu Cheng de la montaña Bangchui
es famoso… por ser increíblemente desafortunado.
Lu
Wuming frunció el ceño.
—¿Qué
significa “increíblemente desafortunado”?
—Tiene
poco más de treinta años —dijo Cao Xu—. Se dice que el cielo parece empeñado en
hacerle la vida imposible. Bajó de la montaña para robar y justo se topó con
las tropas imperiales regresando a Wang Cheng: una marea negra de soldados por
todas partes. Quiso imitar las óperas y raptar una novia para llevarla al
campamento… pero se cruzó con la Guardiana de izquierda del Palacio Perseguidor
de las Sombras. Lo dejó hecho polvo y hasta le prendió fuego al campamento.
Intentó reconstruirlo, pero si no era un incendio, era una inundación. Después
de varias desgracias así, el nombre de la secta de la Montaña Bangchui se hizo
famoso. Todos dicen que nunca han visto a alguien tan desafortunado.
—¿Y
aún hay gente que quiera quedarse con él? —preguntó Lu Wuming.
Cao Xu
negó con la cabeza.
—Antes
sí, pero ahora ya no. En la Mansión Li sólo queda Liu Cheng.
—Si
uno arruina su vida, no puede culpar al cielo —dijo Lu Wuming—. Aunque parezca
que todo le sale mal, en realidad todo lo ha provocado él mismo.
—Tiene
razón, maestro Lu —asintió Cao Xu—. Ahora que las sectas se han dispersado y la
tumba Minyue ha abandonado la ciudad, ¿tiene usted algún plan?
—¿Y el
anciano que te pedí vigilar? —preguntó Lu Wuming.
—Está
tranquilo —respondió Cao Xu—. No ha salido de su casa. Los de la tu,ba Mingyue
fueron a buscarlo antes de irse, pero él los echó. Por cierto, Ah Liu y Lin Wei
ya están bien. El antídoto funcionó.
—Entonces
su relación con la tumba Mingyue tampoco es buena —dijo Lu Wuming—. A lo sumo,
se estaban usando mutuamente. Ahora que logró su objetivo, no es raro que los
deseche.
—¿Qué
objetivo? —preguntó Cao Xu.
—La
tumba Mingyue quería matar a Mingyu y obtener la Lámpara de Loto Rojo —explicó
Lu Wuming—. Ese anciano, por sus propios motivos, también guarda rencor contra
la familia Lu. Pero lo que realmente quiere es llevarse a Xiao Lan.
Probablemente por eso aceptó colaborar con la tía Fantasma. Pero ahora que ha
establecido un vínculo con Xiao Lan, ya no le interesa la tumba Mingyue.
—Ya
veo —asintió Cao Xu.
En el
pequeño patio de la calle Fuquan, Miaoshou Kong Kong estaba sentado frente a
una mesa de piedra, dejando que sus herramientas brillantes tomaran el sol.
Para los demás, quizás eran objetos extraños, pero cualquiera podía admirar su
precisión y calidad. Las uniones metálicas brillaban con un resplandor tenue,
como si fueran pares de ojos observando en silencio.
Estas
eran las mejores herramientas para saquear tumbas de todo el mundo. Miaoshou
Kong no podía esperar más para entregárselas a Xiao Lan, su único nieto.
Sólo
de pensarlo, se le iluminaba el rostro, temblaba de emoción y sus ojos se
enrojecían, murmurando palabras incomprensibles.
La mujer
de túnica púrpura dudó durante mucho tiempo antes de reunir el valor para
hablar.
—Amo…
—¿Qué
ocurre? —Miaoshou Kong volvió en sí.
—¿Está
bien que haya echado así al emisario secreto de la tumba Mingyue? —preguntó
ella con cautela.
—¿Y
qué tendría de malo? —Miaoshou Kong dejó sus herramientas con desdén—. Un grupo
de inútiles. Después de tanto tiempo, aún no han logrado matar a Lu Mingyu.
Dicen que han montado una formación fuera de la ciudad, pero sólo saben hablar
bonito.
—Sí,
amo —respondió ella, bajando la cabeza.
—¿Aún
no hay noticias de Lan’er? —preguntó Miaoshou Kong.
La mujer
negó con la cabeza.
—Desde
el día en que saltó por el acantilado con Lu Mingyu, no se ha sabido nada. Ji
Hao también desapareció.
—Él no
tendría el valor de saltar con Lu Mingyu —Miaoshou Kong soltó una risa fría—.
No importa. Esperemos. La tumba Mingyue no lo dejará escapar tan fácilmente.
En la
deteriorada Mansión Li, Liu Cheng de la montaña Bangchui estaba sentado junto a
la mesa, desgarrando un pollo asado. El suelo estaba lleno de huesos y botellas
vacías. Nadie sabía cuántos días llevaba sin bañarse; el hedor era
insoportable.
De
repente, una mano helada se posó sobre su hombro.
Liu
Cheng se quedó rígido. El muslo de pollo cayó sobre la mesa.
Una
voz ronca soltó una risa entrecortada, flotando en el aire como un susurro.
—¿Te
has quedado aquí para esperarme?
Liu
Cheng apretó los dientes.
—¡Sí!
—Dime,
¿por qué esperas? —La voz se alejaba y se acercaba, a veces parecía venir del
inframundo, otras veces susurraba al oído.
—¡NO
QUIERO SEGUIR SIENDO TAN DESGRACIADO! —gritó Liu Cheng.
—¿Sabes
quién soy? —preguntó la voz.
Liu
Cheng dudó.
—Yo…
yo…
La voz
no lo interrumpió. Escuchó con paciencia mientras Liu Cheng repetía “yo” siete
u ocho veces, sin poder continuar.
—Esa
noche… te vi arrancar un corazón —dijo Liu Cheng, apretando los dientes—. Tu
técnica… no parece humana.
La
mano sobre su hombro se apretó de repente. La risa ronca se volvió aún más
penetrante. Liu Cheng fue arrastrado a trompicones, adentrándose en la niebla
nocturna.
Cuando
Lu Wuming regresó al pie del acantilado, ya era el atardecer del cuarto día.
—Señor
Lu —saludó Xiao Lan, que estaba encendiendo una fogata frente a la cueva.
—No
hace falta cocinar —dijo Lu Wuming—. Subamos primero.
—¿Cómo
está la situación en la ciudad? —preguntó Xiao Lan.
—Desde
que la tumba Mingyue se marchó, las sectas del Jianghu también se han
dispersado. Huishuang está bastante desolada, pero el gobierno ha enviado
tropas. La vida de los ciudadanos debería volver pronto a la normalidad
—respondió Lu Wuming.
Xiao
Lan asintió.
—Gracias,
maestro Lu.
Aunque
el asunto aún no estaba completamente resuelto, al menos podía respirar con
algo más de tranquilidad. Lu Zhui tenía vínculos con la corte imperial y esta
vez había venido a Huishuang con el emblema de Wen Liunian. Si los ciudadanos
sufrían daños, sería difícil para él rendir cuentas al regresar.
—¿Y Ji
Hao? —preguntó Lu Wuming.
—Está
envenenado con toxina de cadáver —respondió Xiao Lan—. Según el pulso, lleva al
menos cinco años con ella en el cuerpo. Ya le di una píldora para prolongar la
vida. Ahora mismo está dormido.
«Así
que al final era un saqueador de tumbas». Lu Wuming entró en la
cueva y, tal como esperaba, vio a Ji Hao recostado contra la pared, inmóvil.
Ambos lo ataron con una cuerda a la cintura y lo llevaron juntos de regreso al
acantilado.
La
noche ya había caído por completo. Al llegar a la ciudad, Lu Wuming dijo:
—Mis
hombres viven cerca. Lo llevaremos allí para encerrarlo por ahora.
Xiao
Lan: “…”
—¿Por
qué no dejarlo a mi cargo? —propuso Xiao Lan.
—¿A
ti? —Lu Wuming frunció el ceño—. ¿No ibas a subir a la montaña para vigilar a
Mingyu por mí? Tao Yu’er ya regresó a Qingcang, y yo no puedo entrar sin más.
Sólo tú puedes ir a investigar.
—Los
del acantilado Chaomu también están cerca —explicó Xiao Lan—. Ji Hao no es
problema. No quiero molestarlo por algo tan trivial.
Lu
Wuming lo miró con sospecha.
Xiao
Lan, con el corazón en la garganta, dijo:
—Espere
un momento.
Apenas
terminó de hablar, ya se había alejado varios metros con Ji Hao, moviéndose
como el viento.
Lu
Wuming: “…”
El
cielo comenzaba a aclararse. Lu Zhui seguía profundamente dormido, envuelto en
su edredón. Su sueño iba por la mitad cuando un leve “clac” en la
ventana lo despertó. Abrió los ojos con alerta.
Xiao
Lan entró de un salto, trayendo consigo el frío de la madrugada.
Lu
Zhui se incorporó sorprendido.
—¿Tú?
¿Por qué has vuelto?
—Vine
a verte —dijo Xiao Lan, acercándose para subirle el edredón—. No te vayas a
resfriar.
—¿Cómo
están las cosas abajo en la montaña? —preguntó Lu Zhui, acariciando su rostro
helado.
—Las
sectas del Jianghu se han retirado. Mi tía también se fue, aunque seguro no muy
lejos —respondió Xiao Lan—. Además, apareció un anciano de la Isla Baisha del
Mar del Norte. Está medio loco… y parece tener una obsesión con mis manos.
—Ya
escuché algo por parte de los hombres de mi padre. Pero no hablemos de eso
ahora —dijo Lu Zhui—. ¿Estás cansado? ¿Por qué no duermes un poco?
—Duerme
tú. Yo te cuido —respondió Xiao Lan.
Lu
Zhui negó con la cabeza.
—Si tú
no duermes, yo tampoco.
Xiao
Lan no pudo evitar reír. Lo abrazó junto con el edredón.
—Estás
envenenado y enfermo, deberías descansar bien. Yo estoy perfectamente.
Mientras
lo consolaba, deslizó la palma por su espalda y cintura. Notó que estaba más
delgado que antes, lo que le hizo suspirar.
—Si te
dejo así de flaco, me temo que mi suegro no querrá aprobar el compromiso.
Lu
Zhui enterró el rostro en su pecho.
—Mm…
Desde
el patio se oían ruidos suaves: Ah Liu se había levantado para preparar el
desayuno.
Xiao
Lan miró hacia afuera y preguntó en voz baja:
—¿Cómo
va?
—¿Te
refieres a Ah Liu? —Lu Zhui rodeó su cuello con los brazos y suspiró—. Es algo
tonto… me temo que nunca se casará.
En la
cocina, Ah Liu silbaba alegremente mientras calentaba varios baldes de agua y
comenzaba a amasar la harina. Fuerte, diligente, incansable.
Yue Dadao,
en su habitación, se tapaba los oídos. Como no era suficiente, se cubrió la
cabeza con el edredón.
Lu
Zhui apoyó la barbilla en el hombro de Xiao Lan y sopló suavemente en su oído.
Xiao
Lan le rodeó la cintura con firmeza.
—No
hagas travesuras.
—Cuando
bajaste de la montaña, el veneno volvió a activarse —dijo Lu Zhui con desgano.
Xiao
Lan frunció el ceño.
—¿Qué
veneno?
—No lo
sé —respondió Lu Zhui.
Xiao
Lan tomó su muñeca. El pulso latía con fuerza, y su piel estaba ligeramente
caliente.

