RT 63

 

Capítulo 63: Me gusta alguien.

Los días con él no se consideran difíciles

 

En la cabaña de la montaña Qingcang, Lin Wei dormía profundamente. En su sueño, era como si alguien le hubiera cubierto los ojos con un velo negro. Por más que se esforzaba en abrirlos, no lograba ver nada a su alrededor. Esa impotencia lo ponía cada vez más inquieto, como si tuviera un enorme caldero de mil kilos sobre el pecho. De su boca salían gemidos inconscientes.

 

Ah Liu, alarmado, dejó caer el caqui que tenía en la mano, arrastró una silla hasta la cama y lo empujó suavemente.

—¡Ey, ey, despierta!

 

Lin Wei abrió los ojos de golpe.

 

—¡Gracias al cielo! —exclamó Ah Liu, feliz—. Tú sí que tienes suerte, amigo.

 

Lin Wei tardó un buen rato en recuperar la claridad. Al recordar lo ocurrido, se alarmó.

—¿Cómo está todo abajo en la montaña?

 

—Igual que antes. Pero no te preocupes por eso —respondió Ah Liu, empujándolo de nuevo hacia la cama—. Concéntrate en sanar tus heridas internas.

 

—¿Y el segundo jefe Lu?

 

—En la cocina, preparando sopa para ti —dijo Ah Liu.

 

Lin Wei soltó un suspiro de alivio. Mientras Lu Zhui estuviera bien, todo lo demás podía esperar.

 

Ah Liu, mordisqueando el resto del caqui, le contó lo sucedido de forma resumida.

 

—¿El maestro Lu vino? —preguntó Lin Wei, sorprendido.

 

—Sí, y tiene una técnica impresionante. Nuestro padre por fin tiene un respaldo —dijo Ah Liu con admiración. Luego añadió en tono de advertencia—: Pero la dama Tao aún no sabe nada. Ten cuidado y no se te escape.

 

—Entendido —asintió Lin Wei.

 

En la cocina, Lu Zhui estaba sentado en un pequeño taburete, abanicando el fuego. En la olla de barro, la sopa de pollo burbujeaba con fuerza. El humo envolvía el ambiente, y el aroma era cálido y reconfortante.

 

Yue Dadao, con las mejillas apoyadas en las manos, lo observaba desde un rincón.

 

—¿Todavía estás molesta con Ah Liu? —preguntó Lu Zhui con una sonrisa.

 

Yue Dadao volvió en sí, soltó un “¡ah!” y, al reaccionar, se sonrojó. Agitó la mano con torpeza.

—¡Claro que no! ¿Por qué iba a estar molesta con él?

 

—Ah Liu es en realidad Yu Liushang. Todos lo sabían, menos tú —dijo Lu Zhui—. Si vas a enfadarte, deberías enfadarte con todos, no sólo con Ah Liu.

 

—¿Y por qué no me lo dijeron? —Yue Dadao hizo un puchero—. ¡Ni siquiera mi shifu me lo dijo!

 

—Llegaste a Huishuang sin previo aviso, y desde el primer momento dijiste que sólo te casarías con Ah Liu. ¿Quién se atrevía a contarte la verdad? —Lu Zhui le pasó un cuenco de arroz glutinoso con flor de osmanthus—. Si hubieras dicho que eras discípula de mi padre, y que querías a Ah Liu, Lin Wei lo habría noqueado y te lo habría entregado envuelto con papel de regalo.

 

—¡No lo quiero! —replicó Yue Dadao.

 

Lu Zhui sonrió. Agachó la cabeza y echó más leña al fuego. Su cabello negro caía sobre los hombros, y la luz danzante del fuego iluminaba su rostro con calidez y dulzura.

 

—El joven maestro sí que es guapo —dijo Yue Dadao.

 

—Dime, ¿por qué querías casarte con Yu Liushang? —preguntó Lu Zhui.

 

—Lo escuché por ahí… y mal —admitió Yue Dadao, algo avergonzada—. Mis padres siempre me presionaban para casarme. Me harté y me fui con mi shifu a buscar tranquilidad. Ese día me quedé dormida en la cama de su esposa, y al despertar, escuché que él hablaba con un invitado del Gran Chu. Decían cosas como “apuesto, elegante, gentil”, y que era el joven ideal con el que todas querían casarse. Mi shifu estaba encantado.

 

—Mn —dijo Lu Zhui, sonriendo.

 

—Sólo mencionaron un nombre: Yu Liushang, de Huishuang. Dijeron que tenía buen carácter, gran habilidad marcial y excelente temperamento. Lo memoricé. Al volver a casa, mis padres volvieron a presionarme, y yo, enfadada, me hice a la mar.

 

—¿A por Ah Liu? —preguntó Lu Zhui.

 

Yue Dadao se deprimió.

—Ahora que lo pienso… quizás lo de “apuesto y elegante” era sobre usted, y lo de “buena técnica y buen carácter” era… era…

 

Lu Zhui la miró con una sonrisa ambigua, observando cómo la joven se debatía entre llamar a Ah Liu o a Yu Liushang.

 

Yue Dadao enterró la cabeza entre las rodillas. Pasado un buen rato, recordó algo y se apresuró a explicar:

—Yo… yo vine a Huishuang por ese joven apuesto, pero pensé que hablaban de Yu Liushang. Si era usted… si era usted… yo, yo, yo…

 

Cuanto más hablaba, más se enredaba. Por un lado, quería dejar claro lo que sentía: aunque Lu Zhui era realmente elegante y amable, un hombre excelente en todos los sentidos, después de aquel malentendido —no, incluso sin él—, ella no tenía intención de casarse. Pero, por otro lado, no encontraba las palabras adecuadas para expresarlo, y al final casi se le llenaron los ojos de lágrimas.

 

Lu Zhui sonrió y negó con la cabeza.

—Lo sé. El que quieres no soy yo.

 

Yue Dadao soltó un suspiro de alivio, con las mejillas encendidas.

—Usted es como alguien que vive en las nubes. Seguro que algún día se casará con la mejor persona.

 

Lu Zhui destapó la olla.

—¿Quieres comer la parte trasera del pollo?

 

Yue Dadao infló las mejillas y negó con la cabeza.

 

Lu Zhui le sirvió un muslo y un ala, volvió a tapar la olla y dejó que siguiera cocinándose a fuego lento. Lin Wei llevaba días sin comer ni beber, su estómago debía estar muy dañado, así que era mejor que la sopa fuera espesa y fácil de tragar.

 

—¿Tiene alguien a quien quiera, joven maestro Lu? —preguntó Yue Dadao.

 

—¿Yo? —respondió Lu Zhui—. Te lo diré, pero no puedes contárselo a mi padre.

 

Yue Dadao levantó la mano.

—Lo prometo.

 

—Sí —dijo Lu Zhui, imitando su postura con las mejillas apoyadas en las manos—. Algún día me casaré con él.

 

—¡Guau! —exclamó Yue Dadao. Luego preguntó—: ¿Es guapo?

 

Lu Zhui asintió.

—Muy guapo.

 

Los ojos de Yue Dadao se llenaron de admiración. Parecía que, salvo ella, todo el mundo tenía a alguien hermoso en su corazón.

 

—Hemos pasado por muchas cosas juntos —dijo Lu Zhui—. Montañas de cuchillas, mares de fuego… todas las heridas que debíamos y no debíamos sufrir, las hemos sufrido.

 

—¿Ah? —Yue Dadao se compadeció—. Eso debió ser muy duro.

 

—Lo fue —Lu Zhui dejó el pequeño abanico—. Muchas veces pensé que, tras superar el obstáculo frente a nosotros, el camino sería llano. Pero siempre acabábamos decepcionados. Cada vez que estábamos agotados, el camino no sólo no se allanaba, sino que se llenaba de más espinas y tropiezos.

 

—¿Shifu Lu sabe todo esto? —preguntó Yue Dadao.

 

Lu Zhui negó con la cabeza.

 

—Si lo supiera, seguro no permitiría que usted sufriera así fuera de casa —afirmó Yue Dadao con convicción.

 

—Por eso debes guardar el secreto por mí —dijo Lu Zhui.

 

—No diré nada —respondió Yue Dadao—. Pero… ¿cuánto tiempo más tendrá que soportar estos días tan duros?

 

Lu Zhui sonrió.

—Ahí te equivocas. Mientras él esté conmigo, ningún día es realmente duro.

 

Lo dijo con naturalidad, pero con una ternura tan profunda que incluso Yue Dadao, tan directa y poco sentimental, se sonrojó al sentir la intensidad de ese afecto.

 

—…Segundo jefe Lu —interrumpió Ah Liu al ver a Yue Dadao en la cocina. Se tragó el “padre” que iba a decir—. Lin Wei ha despertado.

 

Yue Dadao se giró de espaldas a él.

 

—Voy a verlo —dijo Lu Zhui, levantándose. Le entregó el abanico a Yue Dadao para que cuidara el fuego, se inclinó y salió de la cocina. Quería hacerle una señal a Ah Liu para que fuera a congraciarse con ella, pero su hijo ya estaba parado con toda rectitud en la puerta de la habitación de Lin Wei, levantando la cortina y llamando a su padre para que entrara rápido, pues el patio estaba frío.

 

Lu Zhui suspiró internamente.

«¿Qué aspecto tiene una cabeza hueca?»

 

«Exactamente como tú»

 

Lin Wei se incorporó con esfuerzo.

—Segundo jefe…

 

—El veneno ya no es problema, pero necesitas descansar bien por un tiempo —dijo Lu Zhui—. No te preocupes por lo que pasa abajo en la montaña. Concéntrate en recuperarte.

 

—He fallado. Le he causado problemas —dijo Lin Wei, avergonzado.

 

—¿Qué estás diciendo? —Lu Zhui aún no había respondido cuando Ah Liu se adelantó, molesto—. Yo también fui secuestrado por ese viejo loco, y nunca he pensado que soy inútil.

 

Mientras hablaba, se golpeó el pecho dos veces con fuerza. Firme, orgulloso, como si dijera: «camino por la calle y hasta me quieren casar; bebo licor fuerte y ni me da tos; tengo una suerte bárbara».

 

Lin Wei se quedó sin palabras, entre irritado y sofocado, sin ganas de seguir hablando.

 

Lu Zhui le acomodó bien el edredón, pero en su mente seguía dando vueltas lo que había dicho aquel que trajo el antídoto.

 

El nombre de Miaoshou Kong Kong ya lo había mencionado Lu Wuming antes, aunque sólo como una historia del Jianghul, una advertencia sobre lo peligroso que podía ser. Nunca imaginó que acabaría encontrándoselo en Huishuang.

 

Bueno, encontrarlo era una cosa. Que lo odiara por haberlo arrojado por un acantilado años atrás, era comprensible. Pero ¿por qué mostraba tanta devoción por Xiao Lan? Ambos habían crecido juntos en la tumba Mingyue y aunque ahora se reencontraban, Xiao Lan nunca había mencionado a ese hombre. De hecho, parecía no conocerlo en absoluto.

 

«Aparece de la nada, se desvive por él, incluso con un aire de locura… ¿podría ser… un pariente?»

 

Porque fuera de un vínculo de sangre, era difícil encontrar otra explicación para un comportamiento tan extraño.

 

Lu Zhui fruncía ligeramente el ceño, atrapado en sus propias conjeturas. Pensó en ello toda la noche.

 

El amanecer disipó la niebla de la montaña. Ji Hao miraba con cautela al hombre frente a él.

 

—Estás envenenado —dijo Xiao Lan.

 

Ji Hao no parecía sorprendido. Sólo preguntó:

—¿Qué es lo que quieres?

 

—Fuiste tú quien vino a ofrecerse para hacerse pasar por Mingyu —Xiao Lan avivó el fuego—. Yo simplemente aproveché la oportunidad para montar una escena para esos inútiles de la ciudad.

 

—¡Tú…! —El pecho de Ji Hao se agitó, sintiendo un dolor punzante.

 

—Aunque haya perdido la memoria, no estoy tan confundido como para no saber a quién amo —dijo Xiao Lan—. Tú y yo no nos conocíamos antes. ¿Por qué hacer todo esto?

 

Ji Hao lo fulminó con la mirada, pero no respondió.

 

—Si no nos conocíamos, tampoco tienes razón para querer matar a Mingyu. ¿Alguien te lo ordenó? —insistió Xiao Lan.

 

—¿Vas a matarme? —preguntó Ji Hao.

 

—¿Para qué habría de matarte? —dijo Xiao Lan—. El maestro Lu ha salido a la ciudad a investigar. Cuando regrese, te llevaré a un lugar oculto por el momento.

 

Ji Hao tosió durante largo rato, hasta escupir un poco de sangre oscura.

 

—Es veneno de cadáver —explicó Xiao Lan—. Si uno pasa años entre tumbas y pasadizos oscuros, acaba infectado. Con el tiempo, no hay medicina que lo cure. Incluso en la tumba Mingyue, por más concurrido que esté, hay túneles sellados que nadie puede pisar.

 

Ji Hao cerró los ojos y comenzó a regular su respiración con energía interna.

 

Xiao Lan lo observaba en silencio. Su rostro no mostraba emoción, pero por dentro estaba inquieto. Cuando el maestro Lu regresara, sin duda interrogaría a Ji Hao. Si se negaba a hablar, no habría problema. Pero si soltaba, aunque fuera una frase sobre sus charlas privadas con Lu Zhui, entonces sí que se avecinaba un dolor de cabeza.

 

Además, si iba a confesar sus sentimientos, debía hacerlo en un día soleado, con el cielo despejado, llevando una caja de dulces y presentándose con dignidad ante sus futuros suegros. Aunque lo persiguieran por todo el patio a golpes, al menos sería un recuerdo feliz.

 

Pero que todo saliera a la luz en una cueva húmeda y oscura, como parte de una amenaza o una moneda de cambio… eso no sólo arruinaba el momento, era como tragarse una mosca.