RT 61

 

Capítulo 61: Estrategia.

Realmente es un gran bocado delicioso.

 

En el instante en que Ji Hao cayó por el acantilado, los discípulos de la tumba Mingyue y los clanes del Jianghu llegaron justo a tiempo para presenciar la escena. Al ver aquello, se quedaron boquiabiertos, deteniéndose con cautela. Apretaban sus armas con fuerza, mirando a Xiao Lan con ojos llenos de sospecha.

 

—Joven maestro… —dijo uno de los discípulos de la tumba Mingyue, al ver que la tía Fantasma no aparecía—. Esto…

 

Pero Xiao Lan no respondió. Dio dos pasos hacia atrás y también se lanzó al vacío.

 

Estallaron los gritos detrás de él. Los expertos corrieron hasta el borde del acantilado, asomándose con cuidado. Pero sólo vieron un mar de nubes espesas. No quedaba ni rastro de figura humana.

 

—¡JOVEN MAESTRO XIAO! —el discípulo de la tumba Mingyue quedó paralizado. No entendía qué había ocurrido. Tras un largo rato, finalmente reaccionó y corrió cuesta abajo para informar.

 

Los demás clanes se miraban entre sí, murmurando, estirando el cuello para ver si algo se movía allá abajo. Pero como era de esperar… nada.

 

Las montañas eran vastas, los acantilados empinados. La niebla envolvía todo el paisaje, como si el mundo entero estuviera sumido en el caos.

 

En una cueva inclinada bajo el acantilado, Xiao Lan dijo:

—Gracias, maestro Lu.

 

Lu Wuming se sacudió las mangas.

—Tienes agallas. Saltar desde un acantilado de mil metros no es cosa menor.

 

A un lado, Ji Hao seguía inconsciente. Aunque Lu Wuming lo había atrapado a tiempo, se había golpeado la cabeza y tardaría en despertar.

 

La montaña era fría y húmeda. Xiao Lan encendió una fogata para calentarse.

—Esperemos a que caiga la noche antes de regresar.

 

Cuando pasaron por el río, había visto de reojo a Lu Wuming oculto entre las sombras, acompañado por alguien más. Por eso no se fue de inmediato. Fingió estar pensando, dando vueltas sin rumbo, sólo para confirmar sus sospechas.

 

El corazón de Miaoshou Kong latía con fuerza. Miraba a Xiao Lan con total concentración, las venas de su frente se marcaban con violencia, y todo su cuerpo parecía estar al borde de la euforia y la tensión. Había olvidado por completo la presencia de Lu Wuming —o mejor dicho, de “Lu Zhui”, como él lo veía.

 

Lu Wuming estaba cada vez más desconcertado, incluso un poco confundido, algo raro en él. Había vivido oculto durante años, sin saber que Xiao Lan se había convertido en uno de los personajes más codiciados del Jianghu. ¿De qué otra forma se explicaba que todos quisieran acercarse a él como si fuera un tesoro?

 

—Lan, Lan… ese nombre no es bueno, no es bueno —murmuraba Miaoshou Kong, sacudiendo la cabeza—. El agua es mala, encontrarse con agua es camino de muerte. Hay que cambiar ese nombre.

 

Lo decía con tanta concentración, tan absorto en mirar a Xiao Lan, que no se dio cuenta de que su voz se había elevado. Lu Wuming frunció ligeramente el ceño, y Xiao Lan, que no estaba tan lejos, no tuvo más remedio que mirar hacia ellos. Si no escuchaba a esa distancia, sería demasiado sospechoso.

 

Lu Wuming salió de detrás del árbol y le hizo una señal rápida con los ojos.

 

Xiao Lan lo entendió y se acercó.

 

—¡DETENTE! —gritó de pronto Miaoshou Kong.

 

Xiao Lan se detuvo.

 

—Tranquilo… no estés con alguien que se apellide Lu —dijo Miaoshou Kong como si estuviera calmando a un niño. Caminó hacia él con pasos suaves, conteniendo la respiración. Sus ojos, antes turbios, brillaban con intensidad, y sus manos temblaban.

 

Lo dijo sin pensar, pero en los oídos de Xiao Lan fue como un trueno. “No estés con alguien que se apellide Lu”… ¿qué tipo de “estar con”? Si ya había pasado tiempo con Lu Wuming en ese bosque, ¿qué significaba eso para su relación con Lu Zhui?

 

Al pensarlo, Xiao Lan no pudo evitar mirar a Lu Wuming.

 

—¡NO LO MIRES! —gritó Miaoshou Kong otra vez.

 

Lu Wuming permaneció en silencio.

 

Al ver que su expresión no cambiaba, Xiao Lan soltó un leve suspiro y miró al anciano.

—Señor… ¿me conoce?

 

—¡Claro que te conozco, claro que sí! —Miaoshou Kong tenía el rostro encendido. Tras mucho esfuerzo sin poder hablar, simplemente le tomó la mano y la acercó a sus ojos, como si temiera encontrar seis dedos o alguna deformidad.

 

Por suerte, los dedos de Xiao Lan eran largos, la palma seca, limpia y firme. Una mano hermosa.

 

Miaoshou Kong estaba a punto de llorar. En todos estos años, ni siquiera al adentrarse en tumbas imperiales antiguas, ni al acostarse sobre montañas de oro y tesoros, había sentido una alegría comparable a la de este momento.

 

—¿Señor? —La mirada del anciano era tan intensa que a Xiao Lan se le erizó la piel—. ¿Está bien?

 

Miaoshou Kong balbuceaba:

—Tú… tú… ¿qué quieres?

 

—Yo no quiero nad…

 

—¡QUIERE EL ANTÍDOTO! —interrumpió Lu Wuming con decisión.

 

Xiao Lan por fin reaccionó. Empezaba a entender quién podía ser ese anciano.

 

Aunque no podía culparse por no haberlo notado antes. ¿Quién imaginaría que el hombre que había drogado y secuestrado a Ah Liu y Lin Wei se mostraría tan efusivo con él?

 

—¿Tiene usted el antídoto, señor? —preguntó Xiao Lan.

 

—¿Qué antídoto? ¿Estás envenenado? ¿Estás herido? —El anciano cambió de expresión de inmediato.

 

—Si usted ha capturado a Lin Wei y Ah Liu, ellos son amigos míos. Le ruego que tenga compasión —dijo Xiao Lan.

 

—¿Tus amigos… o los suyos? —Miaoshou Kong se alteró de golpe, señalando a Lu Wuming—. ¡Ese embaucador te ha lavado el cerebro! ¡Voy a matarlos a todos y sacarte del hechizo de los Lu!

 

Lu Wuming permaneció en silencio.

«Claramente está bien loco» —pensó.

 

Xiao Lan endureció el tono:

—¡SEÑOR, NO DIGA DISPARATES!

 

—¿Te enojaste? No te enojes… —Miaoshou Kong Kong tragó saliva y trató de calmarlo—. A los Lu no los salvo. Pero si quieres otra cosa… oro, mujeres, lo que sea, te lo doy.

 

—Sólo quiero el antídoto. Si insiste en no dármelo… —dijo Xiao Lan.

 

—¿Y qué harás si no te lo doy? ¿Vas a hacer un berrinche? —preguntó Miaoshou Kong.

 

—Me cortaré este dedo —respondió Xiao Lan.

 

Lu Wuming sonrió por dentro. Esa sí que fue una jugada astuta.

 

Miaoshou Kong Kong casi se desmaya.

 

—Ha estado mirando mi mano todo el tiempo. Le gusta ¿verdad? —dijo Xiao Lan—. Entonces, ¿qué tal si cambio este dedo por el antídoto de Lin Wei y Ah Liu?

 

—¡No, no puede ser! —Miaoshou Kong lo agarró del brazo y lo apretó contra su pecho. Su rostro, antes encendido, se volvió pálido como la ceniza. Balbuceaba sin sentido.

 

—No… esas manos… nadie puede tocarlas. Ni tú mismo.

 

—Entonces, ¿me dará el antídoto? —preguntó Xiao Lan.

 

—¡Toma, toma, es tuyo! —Miaoshou Kong, temblando, sacó un frasco de su pecho y lo lanzó con fuerza hacia Lu Wuming—. ¡VETE! ¡ALÉJATE!

 

Lu Wuming tomó el frasco y salió del bosque con pasos firmes.

 

—Gracias, señor —dijo Xiao Lan.

 

—¿Entonces estás dispuesto a venir conmigo? —preguntó Miaoshou Kong con ansias.

 

—¿A dónde? —respondió Xiao Lan.

 

—A la Isla Baisha, en el Mar del Norte.

 

La Isla Guyang también estaba en el Mar del Norte.

 

El hombre tenía buena técnica, y su origen era incierto. No valía la pena enfrentarlo directamente. Xiao Lan, sin mostrar emoción, dijo:

—Cuando termine los asuntos de esta ciudad, podemos hablar de eso con calma.

 

—¿Eso significa que aceptas? —Miaoshou Kong asintió—. Bien. Mientras seas obediente, puedes pedirme lo que quieras.

 

—¿Podría saber su nombre, señor? —preguntó Xiao Lan.

 

Miaoshou Kong abrió la boca, pero justo cuando iba a hablar, se tragó las palabras. Sólo se frotó las manos.

 

Xiao Lan no insistió. En cambio, preguntó:

—Si algún día necesito encontrarlo, ¿a dónde debo ir?

 

—A la calle Fuquan. Cuando llegues, alguien te recibirá —respondió Miaoshou Kong apresurado.

 

Xiao Lan asintió.

—Gracias. Entonces me retiro por ahora.

 

Miaoshou Kong lo miró con pesar, siguiendo su figura mientras se alejaba. En su mente sólo quedaban esas manos secas y largas. Jóvenes. No como las suyas, torpes y temblorosas, que ya no podían abrir ni una cerradura, por más que tuviera las mejores herramientas.

 

Incluso cuando ya estaba lejos del bosque, Xiao Lan aún sentía esa mirada ardiente pegada a su espalda.

 

—¿Quién es ese hombre en realidad? —preguntó Lu Wuming.

 

—Señor Lu —Xiao Lan volvió en sí—. ¿Y el antídoto?

 

—Ya envié a alguien hacia la Montaña Qingcang —respondió Lu Wuming—. Él podrá encontrar la entrada de la formación. Mingyu lo examinará y decidirá si usarlo o no. Pero viendo cómo reaccionó ese anciano contigo, no parece que sea falso.

 

—Yo de verdad no lo conozco —dijo Xiao Lan, aún confundido—. Sólo sé que viene del Mar del Norte.

 

—Yo lo vi una vez, hace años —dijo Lu Wuming—. Pero tampoco sé quién es.

 

—¿Una sola vez?

 

—Es una historia larga. Quizá te conmueva —Lu Wuming bajó la voz—. En aquel entonces, yo buscaba la Lámpara de Loto Rojo. Viajé solo hasta esta ciudad de Huishuang.

 

Xiao Lan se sorprendió. No esperaba que Lu Wuming hablara tan abiertamente del pasado.

 

—En ese tiempo tú aún eras un bebé. Corría el rumor en el mundo marcial de que la familia Xiao poseía la Lámpara de Loto Rojo. Una noche me infiltré en la vieja mansión de los Xiao, al norte de la ciudad. No había logrado averiguar nada cuando ese anciano apareció de la nada y me obligó a huir hacia las montañas verdes. Peleamos durante tres días, hasta el amanecer del tercero.

 

—¿Quién ganó? —preguntó Xiao Lan.

 

—No importa quién ganó —respondió Lu Wuming—. Terminamos en empate. Pero al bajar de la montaña, escuché que la Mansión Xiao se había incendiado.

 

Xiao Lan frunció el ceño.

 

—Tu madre desapareció contigo. Y ese anciano, como si estuviera loco, creyó que yo lo había distraído para poder atacar, robar la Lámpara de Loto Rojo y prender fuego. Me persiguió durante dos años. En una de nuestras peleas, lo lancé por un acantilado.

 

—¿Y ahora aparece aquí, en Huishuang? —Xiao Lan murmuró.

 

—Al principio pensé que venía por la Lámpara de Loto Rojo. Pero ahora creo que quizá se infiltró en la Mansión Xiao por ti —dijo Lu Wuming—. Aunque cuando fui a la tumba Mingyue a ver a Mingyu, también me encontré con tu madre. Le mencioné el asunto, pero ni ella sabía quién era ese anciano.

 

—Ya veo —dijo Xiao Lan.

 

Aquello difería bastante de lo que Qiu Peng había dicho en su momento. Pero Xiao Lan nunca se dejaba influenciar fácilmente. Lo tomaba como una hipótesis más, esperando poder verificarla en el futuro. Aun así, en lo más profundo de su corazón, saber que lo ocurrido en la familia Xiao quizás no fue obra de Lu Wuming le dio un gran alivio.

 

—¿Cuál es tu próximo paso? —preguntó Lu Wuming.

 

—Ya que ese anciano parece estar aliado con Ji Hao, no hay prisa por enfrentarlo —respondió Xiao Lan—. Ahora que tenemos el antídoto para Ah Liu y Lin Wei, quiero ocuparme primero de la tumba Mingyue.

 

—¿Vas a enfrentarte a la tumba Mingyue? —Lu Wuming lo miró con sorpresa.

 

—Quiero que mi tía se marche de Huishuang —dijo Xiao Lan con firmeza.