Capítulo
60: Aprovechando la Oportunidad.
¿Quién
quiere matar a quién?
—No me
interesa ningún espectáculo —dijo Ji Hao.
—¿De
verdad estás molesto? —Xiao Lan se volvió a mirarlo, pero en lugar de
preocuparse, se le escapó una sonrisa—. Sólo te dormí con un poco de medicina,
no te dolió ni te dejó secuelas. ¿Eso ya te parece motivo para enfadarte? Lu
Mingyu casi pierde la vida, entre heridas graves y veneno, y aun así me obedece
sin rechistar.
Ji Hao
se quedó sin palabras. Quiso replicar, pero Xiao Lan ya había salido de la
habitación sin intención alguna de esperarlo.
Ji
Hao: “…”
El
rostro de Ji Hao estaba cubierto de escarcha. Apretó los puños con fuerza, pero
al final, terminó siguiéndolo.
No era
que quisiera seguirlo. Era que no tenía otra opción.
El
camino por delante estaba completamente oscuro. Para él, la única ficha que
podía jugar para salir con vida era aferrarse a Xiao Lan, manipularlo para que
matara a Lu Mingyu.
No
tenía derecho a elegir.
Al oír
los pasos detrás de él, Xiao Lan sonrió y, de hecho, redujo el paso para que Ji
Hao lo alcanzara.
—¿A
dónde vamos a ver ese espectáculo? —preguntó Ji Hao, con un tono más calmado.
—A la Mansión
Li —respondió Xiao Lan.
—¿La Mansión
Li? —repitió Ji Hao—. Ese lugar ya está ocupado por un montón de sectas del Jianghu.
Una panda de inútiles. ¿Qué espectáculo puede haber ahí?
—Tres
zapateros juntos pueden igualar a un Zhuge Liang —Xiao Lan saltó a un árbol—.
Aunque no lo creas, anoche la Mansión Li estuvo… embrujada.
Ji Hao
frunció el ceño.
—¿Embrujada?
—Mira
—Xiao Lan se acomodó en una rama y señaló con el mentón—. Le sacaron los ojos y
el corazón a alguien. Seguro fue un espíritu vengativo.
Ji Hao
siguió su mirada. La Mansión Li estaba mucho más caótica que de costumbre,
llena de alboroto y confusión.
—Lo
descubrieron esta mañana —dijo Xiao Lan—. Y lo gracioso es que cuando estaban
matando y quemando dentro de la residencia, usaron el pretexto de “asuntos del Jianghu
se resuelven en el Jianghu” para echar al gobierno. Pero ahora que hay cosas
raras, corren llorando a pedir ayuda oficial.
Naturalmente,
el gobierno no iba a intervenir. Primero, por aquello de “asuntos del Jianghu
se resuelven en el Jianghu”. Segundo, porque Lu Zhui era hombre de Wen Liunian,
y los funcionarios, tras recibir su señal, no se atreverían a contradecirlo.
Mientras los ciudadanos de la ciudad estuvieran seguros y en paz, esa banda de
forasteros que sólo sabían pelear y causar alboroto no merecía ni una mirada.
El gobierno prefería mantenerse al margen y disfrutar de la tranquilidad.
—¿El
gobierno se involucrará? —preguntó Ji Hao.
—Por
supuesto que no —respondió Xiao Lan—. Por eso los clanes más cobardes ya no
aguantaron y se marcharon. Al fin y al cabo, vinieron a la ciudad para hacer
fortuna, no para morir.
Ji Hao
seguía sin mostrar interés.
—¿Ese
es el “gran espectáculo” del que hablabas?
—Se
fueron los que temen por su vida. Los que quedan son los que no temen perderla
por dinero —continuó Xiao Lan—. Pero por muy valientes que sean, no se quedarán
sentados esperando que el fantasma regrese. Así que inevitablemente, tomarán la
iniciativa.
Ji Hao
frunció ligeramente el ceño, como si intentara descifrar qué significaba esa
“iniciativa”. Todo el mundo sabía que el único motivo por el que seguían en la
ciudad era la Lámpara de Loto Rojo. Pero ahora no había pistas. ¿Cómo iban a
actuar sin un objetivo claro?
—Y no
lo digas —añadió Xiao Lan—, pero en este momento, probablemente estén viviendo
el momento más heroico de sus vidas.
Ji Hao
se burló.
—¿Una
panda de rufianes, heroicos?
—Antes
eran peces pequeños, sin ambiciones. Sólo querían sobrevivir. Pero esta vez es
distinto. Tantos reunidos con un mismo objetivo, soñando juntos con días de
gloria y riqueza. Se han dejado llevar por la fantasía. Y justo ahora ha muerto
uno de los suyos. Tal vez eso les despierte un poco de espíritu de lucha
compartida. Todos quieren ser héroes. Incluso los rufianes.
—¿Y
entonces? —Ji Hao lo miró.
—O
recogen sus cosas y vuelven al campo, a ser jefes de montaña que ni comen bien
ni mueren de hambre… o se juegan la vida, roban la Lámpara de Loto Rojo, vacían
la tumba Mingyue y viven libres para siempre. Los que quedan, están aquí por
ese segundo camino. Y en esta ciudad, sólo hay dos cosas relacionadas con la
Lámpara de Loto Rojo: la tumba Mingyue… y Lu Mingyu. Ya circulan rumores: si no
pueden conseguir la Lámpara de Loto Rojo, obtener a Lu Mingyu es igual.
—¿Dónde
lo escondiste? —preguntó Ji Hao.
Xiao
Lan sonrió.
—Pensé
que preguntarías con más rodeos. ¿Tan directo?
Ji Hao
no cambió de expresión. Seguía mirando hacia la Mansión Li a lo lejos.
—Desde
la primera vez que lo vi, dije que quería matarlo. ¿Acaso lo he ocultado?
—Yo no
podría —Xiao Lan alzó una ceja—. Es guapo, es dulce… ha sido la persona más
complaciente conmigo en todos estos años.
Ji Hao
soltó una risa fría.
—Estás
completamente loco.
—No
soy de los que se aferran al pasado —dijo Xiao Lan—. Si pierdo la memoria y
tengo suerte de encontrar a alguien que me agrade, la vida puede seguir.
Lo
dijo con tanta ligereza que Ji Hao se quedó sin palabras.
De
hecho, desde que lo vio esta vez, Xiao Lan había estado… extraño. No mostró la
confusión ni el rechazo que uno esperaría. Lo aceptó con naturalidad, lo dejó
quedarse a su lado sin reparos. Su actitud era tibia, ni cálida ni fría, pero
cada tanto mencionaba a “Lu Mingyu”, como si quisiera recordarle lo guapo y
dulce que era.
Ese
comportamiento no se parecía en nada al enamorado de años atrás, que habría
sacrificado todo por huir con Lu Mingyu y vivir juntos para siempre. Era como
si fuera otra persona: egoísta, impredecible, aparentemente abierto, pero en
realidad inaccesible, encerrado en una coraza de acero.
Ji Hao
pensó que, a partir de ahora, tendría que estar más alerta que nunca para
lidiar con él.
De
pronto, Xiao Lan dijo:
—¿Por
qué no me haces un favor?
—¿Qué
favor? —preguntó Ji Hao.
—Estas
personas del mundo marcial ya están locos. Pero yo no puedo abandonar la tumba
Mingyue —dijo Xiao Lan.
Ji Hao
se burló.
—Qué
considerado.
—Yo
también lo creo —respondió Xiao Lan con total naturalidad.
—¿Qué
favor? —repitió Ji Hao, sin ganas de seguir con sus juegos de palabras.
Xiao
Lan señaló con el dedo.
—Ve a
la casa de té frente a la Mansión Li. Vigila qué hacen a continuación.
—¿Sólo
eso? —Ji Hao lo miró de reojo.
—¿Y si
no? —Xiao Lan le agarró el hombro y saltó del árbol con él—. Ahora que me he
peleado con mi tía, soy un lobo solitario. Por supuesto que tienes que
ayudarme.
—¿Y
qué vas a hacer? —preguntó Ji Hao—. ¿Vas a buscar a Lu Mingyu otra vez?
—Voy a
buscar a mi tía —respondió Xiao Lan—. La situación es crítica. Ella sabe
distinguir lo urgente de lo trivial. No debería enfrentarse a mí en un momento
como este. Tú sólo has lo que te digo.
Al
verlo tan seguro de sí mismo, Ji Hao se sintió algo molesto, pero no dijo nada.
Xiao Lan lo empujó por el hombro escaleras arriba hasta sentarlo junto a la
ventana.
Tal
vez porque necesitaba un favor, Xiao Lan fue más amable con él. Ordenó una mesa
llena de té fragante y bocadillos antes de marcharse.
Ji Hao
observó su silueta desaparecer por el pasillo, luego alzó la cabeza y se bebió
media tetera de té frío de un solo trago. Sólo entonces sintió que la opresión
en su pecho comenzaba a disiparse.
Pero
Xiao Lan no regresó a la guarida de la tumba Mingyue. En cambio, volvió a los
alrededores de la casa de té y se ocultó en las sombras.
El sol
comenzó a descender, y para la hora de la cena, las calles estaban algo más
concurridas. Ji Hao seguía sentado junto a la ventana. Frente a él, la tetera
recién calentada de esmalte rojo brillaba intensamente, contrastando con el
joven de ropas blancas que tenía detrás, llamando la atención de todos los que
pasaban.
Justo
entonces, un discípulo de la tumba Mingyue pasó por allí. Al verlo, retrocedió
dos pasos, se frotó los ojos y observó con atención durante un buen rato. Luego
giró sobre sus talones y salió corriendo para informar a la tía Fantasma.
Xiao
Lan calculó el tiempo en su mente. Tomó un sombrero de bambú de un puesto
callejero, volvió a la casa de té y lo colocó sobre la cabeza de Ji Hao. Sin
decir una palabra, lo agarró y lo hizo ponerse de pie.
—¡Vamos!
—¿Qué
ha pasado? —preguntó Ji Hao.
—Primero
salgamos de aquí —Xiao Lan lo arrastró, rompió el barandal de una patada y
saltó directamente a la calle.
Primero
cayó con estruendo una gran tabla, luego dos figuras saltaron detrás. Los
ciudadanos se sobresaltaron. Cuando lograron reaccionar, los dos —uno vestido
de negro y otro de blanco— ya estaban al final de la calle.
—¡UN
FANTASMA! —gritó alguien con voz estridente. Era uno de los discípulos del acantilado
Chaomu, disfrazado de leñador, con una voz que valía por tres.
La
ciudad llevaba días revuelta. Los ciudadanos vivían con el corazón en la boca,
y tras el asesinato ocurrido la noche anterior en la Mansión Li, ahora con la
aparición de un supuesto fantasma, el caos estaba servido. En cuestión de
segundos, unos gritaban, otros lloraban, todos corrían de vuelta a sus casas.
Los
expertos del Jianghu que estaban dentro de la Mansión Li salieron al escuchar
el alboroto. Tras preguntar durante un buen rato, lograron entender que dos
personas habían salido corriendo hacia las afueras de la ciudad: uno vestido de
negro, otro de blanco, ambos de aspecto distinguido.
Mientras
hablaban, llegó otro informante desde la ciudad: algo había ocurrido en la
tumba Mingyue, y de repente muchos de sus miembros habían salido también.
Pensando
que el joven maestro de la tumba Mingyue había estado paseando por la ciudad
con Lu Zhui, y que esa pareja de blanco y negro había provocado semejante
movilización… ¿quién más podía ser?
Las
sectas del Jianghu se encendieron como pólvora. Empuñaron espadas y cuchillos,
corrieron en tropel, temiendo llegar tarde y perder la oportunidad de hacerse
con la Lámpara de Loto Rojo.
El
viento silbaba en los oídos. El sendero de montaña estaba cubierto de hielo, y
avanzar no era fácil. Ji Hao, tras mucho esfuerzo, logró zafarse y gritó
furioso:
—¿ESTÁS
LOCO?
—Mi
tía quiere matarme —dijo Xiao Lan.
—¿Y
por qué querría matarte? —Ji Hao se frotó las muñecas—. Hace un momento decías
que ibas a volver con ellos.
—Mira
tú mismo —Xiao Lan lo llevó a un punto elevado.
A lo
lejos, el sendero estaba cubierto de humo y confusión. Se acercaban muchos
hombres armados.
—¿Ahora
me crees? —dijo Xiao Lan—. ¿Seguimos corriendo?
Ji Hao
seguía negando con la cabeza.
—No
creo que tu tía quiera matarte.
—Creas
o no, no voy a arriesgar mi vida —Xiao Lan se movió como el viento y de pronto
le bloqueó sus puntos de acupuntura.
—¿QUÉ
HACES? —Ji Hao, completamente desprevenido, gritó—. ¡SUÉLTAME!
—Si mi
tía quiere matarme, ¿crees que te dejará con vida? —Xiao Lan sonrió, lo cargó
al hombro con una sola mano y siguió corriendo cuesta arriba. No tardaron en
llegar al borde de un acantilado.
—¿QUÉ
DEMONIOS VAS A HACER? —Ji Hao no podía moverse, sus ojos estaban llenos de
venas rojas.
Pero
Xiao Lan preguntó:
—¿Has
oído hablar de la formación?
Ji Hao
se quedó helado. Una sensación de mal presagio le recorrió el cuerpo.
—Tenías
razón. Mi tía no va a matarme —Xiao Lan lo agarró por los hombros y lo empujó
hacia el borde—. Perdona.
Ji Hao
abrió los ojos de par en par.
—No te
preocupes —susurró Xiao Lan al oído, sonriendo, y le dio una palmada que lo
lanzó al vacío.
En el
instante antes de perder el sentido, Ji Hao creyó escuchar una frase.
«No
vas a morir».

