Capítulo
58: Razones
¿Sabes
quién soy?
—No
hagas escándalo —dijo Xiao Lan.
Lu
Zhui dio unas palmaditas sobre la cama.
—Acláramelo.
¿Qué significa eso de “tuvieron un pasado”?
Xiao
Lan observó con atención su expresión.
No
parecía haber señales de enojo.
Lu
Zhui permaneció en silencio.
—Ese
hombre de blanco dijo llamarse Ji Hao, de la isla Guyang en el Mar del Norte.
¿Lo has oído nombrar alguna vez? —preguntó Xiao Lan.
Lu
Zhui negó con la cabeza.
—No.
—¿De
verdad no? —Xiao Lan frunció ligeramente el ceño.
—No es
no. ¿Para qué te mentiría con eso? —Lu Zhui se acomodó entre las mantas,
sentado con la calma de un viejo buda—. ¿Qué pasa? ¿Porque “tuvieron un pasado”
tengo que conocerlo obligatoriamente?
Xiao
Lan guardó silencio.
—No
—dijo al fin.
—Entonces
continúa —Lu Zhui alzó el mentón.
Xiao
Lan, entre divertido y resignado, comentó:
—Con
esa actitud, sólo te falta sacar un puñado de semillas de melón para picar.
Lu
Zhui arqueó una ceja.
—¿Acaso
te gusta que me ponga a llorar, gritar y amenazar con suicidarme?
—Me
gustas de cualquier forma —respondió Xiao Lan.
Por
fin había dicho una frase romántica como la gente normal. No fue fácil.
Afuera,
la nieve había formado una capa espesa, cubriendo las rocas negras de las
montañas lejanas. Todo el mundo parecía haberse vuelto simple y puro, como el
que dormitaba entre almohadas y mantas, con el cabello negro, la ropa blanca,
escuchando la historia mientras de vez en cuando murmuraba un leve “hmm”.
Dentro
de la habitación, el ambiente se volvía cada vez más silencioso. La luz
amarillenta envolvía las cortinas de la cama, el aroma era tenue, lo suficiente
para adormecer a cualquiera. Xiao Lan, sin saber qué más hacer, presionó con la
pared fría de su taza de té contra la mejilla de Lu Zhui.
—Aunque
esta historia no sea muy emocionante, al menos hay alguien que apareció con la
intención de matarte. No deberías estar tan somnoliento, sin el menor interés,
¿no?
Lu
Zhui bostezó.
—Hmm.
—¿Estás
molesto o simplemente agotado por usar demasiada energía interna? —Xiao Lan lo
miró a los ojos—. Si estás cansado, descansa bien. Ya hablaremos cuando
despiertes.
Lu
Zhui lo pensó un momento.
—Mitad
y mitad —respondió.
—Ni
siquiera la mitad se permite —dijo Xiao Lan—. Nunca he confiado en Ji Hao, ni
un poco.
—¿Le compraste
ropa nueva? —preguntó Lu Zhui.
Xiao
Lan se quedó perplejo un instante, luego soltó una risita y lo atrajo a su
pecho.
—¿Qué
importa cuántas compró? En el futuro, te llevaré a comprar diez o cien veces
más.
—Ni
siquiera por un momento se puede saber de qué lado está. Esa frase de “matarme”,
¿cuánto tiene de verdad? —dijo Lu Zhui—. Y tú simplemente subes a la montaña,
¿qué pasa con él?
—Lo
escondí —respondió Xiao Lan.
Lu
Zhui frunció el ceño.
—Un
hombre vivo y entero ¿lo escondes, así como así? Además, Ji Hao no parece
precisamente alguien fácil de tratar. ¿Cómo es que cooperó?
—Usé
algunos métodos, naturalmente —dijo Xiao Lan.
—¿Qué
métodos? —preguntó Lu Zhui.
Xiao
Lan curvó los labios.
—No te
lo voy a decir.
Lu
Zhui se quedó callado.
—Lo
sedujiste —dijo al fin.
Xiao
Lan se echó a reír con más ganas.
—Ajá.
Lu
Zhui lo observó un rato, suspirando en lo profundo de su corazón. Sentía que,
en el futuro, quizás realmente no podría controlar a este hombre.
Al
principio estaba bien, pero ahora se volvía cada vez más descarado.
Incluso
un poco malicioso.
Cuando
recuperara la memoria y recordara todo lo que habían hecho juntos, seguramente
lo tendría aún más en sus manos.
—¿En
qué piensas? —preguntó Xiao Lan.
—En el
futuro —respondió Lu Zhui.
—Ah,
el futuro… —sonrió Xiao Lan—. En el futuro te llevaré a recorrer ríos y
montañas, a conocer todos los lugares hermosos de este mundo.
Las
palabras de amor siempre suenan bien, más aún cuando las dice el amor de tu
vida.
Lu
Zhui rodeó su cuello con los brazos.
—Está
bien.
—Descansa
bien —dijo Xiao Lan—. No puedo quedarme mucho tiempo contigo. Esta noche debo
bajar de la montaña.
Lu
Zhui soltó sus brazos.
—¿Crees
que Ji Hao podría estar aliado con el viejo que atacó a Lin Wei?
Xiao
Lan frunció el ceño.
—¿Cuál
es tu razonamiento?
—Apareció
en el mismo momento y lugar que Ji Hao —explicó Lu Zhui—. Y con el mismo
objetivo. No importa lo que pensaran en su interior, lo que dijeron fue lo
mismo: que querían matarme.
—Al
principio pensé que quizás el maestro Lu, en su juventud… —Xiao Lan dudó un
momento, pero al ver que Lu Zhui no mostraba ninguna reacción, continuó—. Que,
en aquel entonces, obligado por mi tía, ofendió a mucha gente. Si se tratara de
pagar las deudas del padre, tendría sentido. Pero si ni siquiera el maestro Lu
conoce a esta gente, ¿entonces por qué quieren tu vida?
—No lo
sé —Lu Zhui negó con la cabeza.
—Olvídalo,
déjame encargarme de esto —Xiao Lan lo acomodó para que se recostara—. Ahora
que Lin Wei y Ah Liu han regresado, el maestro Lu y yo iremos a buscar el
antídoto. Tú quédate tranquilo en la montaña. Como te dije antes: pase lo que
pase, no puedes bajar. ¿Lo sabes?
—Ten
cuidado con todo —dijo Lu Zhui.
Xiao
Lan asintió y preguntó:
—En la
base del acantilado Chaomu deben estar apostados algunos hombres. Sin las
órdenes de Lin Wei o tuyas, no se atreverán a actuar por su cuenta. ¿Por qué no
voy yo a dispersarlos temporalmente? Así evitamos que surja otro peligro.
—Aquí
está la medalla —Lu Zhui sacó una caja del cabecero de la cama—. Si decides
dispersarlos o hacer otra cosa, tú decides.
—Está
bien —respondió Xiao Lan.
—Y mi
padre… —Lu Zhui lo miró—. Sabes cómo manejarlo, ¿verdad?
—Ajá —dijo
Xiao Lan.
Lu
Zhui guardó silencio un momento.
—Ese
“ajá” tuyo suena poco convincente.
Xiao
Lan tuvo que explicarse:
—Para
no revelar nuestra relación y al mismo tiempo explicar el origen de Ji Hao, me
vi obligado a ocultar algunas cosas. Tal vez el maestro Lu piense que mis
palabras son contradictorias, que no soy sincero.
La
mirada de Lu Zhui se volvió profunda.
—Más
adelante le explicaré todo al maestro Lu. No voy a…
—¿No
vas a qué? —preguntó Lu Zhui al ver que se detenía a mitad de frase.
—No
voy a retrasar nuestro matrimonio —dijo Xiao Lan.
La
nieve se derretía en silencio, formando pequeñas manchas húmedas en el alféizar
de la ventana, y también una leve ondulación en el corazón.
Incluso
después de que Xiao Lan se marchara, esa ondulación no se calmó. Al contrario,
se expandía en oleadas, agitando el fondo del corazón hasta dejarlo revuelto y
blando.
—Papá
—llamó Ah Liu, tocando la puerta.
—Entra
—Lu Zhui volvió en sí desde sus pensamientos, donde paseaba por una vieja calle
de Jiangnan decorada con cintas rojas, y se incorporó.
Ah Liu
empujó la puerta y entró.
—Escuché
que ese tal Xiao ya se fue.
—Sí
—Lu Zhui se recostó en la cabecera de la cama—. Sólo vino a hablar. Terminó de
decir lo suyo y se fue.
—¿Y yo
qué? —Ah Liu arrastró una silla hasta la cama y se sentó—. Ese viejo me mandó
de vuelta para matarte. ¿Todavía tengo que seguir fingiendo para él?
—¿Acaso
piensas volver? —preguntó Lu Zhui.
—Claro
que no quiero volver. Pero Lin Wei escupe sangre cada tanto y cae inconsciente
—Ah Liu frunció el ceño—. Hay que conseguir el antídoto cuanto antes.
—Mi
padre y Xiao Lan fueron al pequeño patio de la calle Fu Shou. Quédate en la
montaña por ahora —dijo Lu Zhui—. Si no pueden con ese viejo, ya pensaremos en
otra forma. No será tarde.
—Está
bien —aceptó Ah Liu, aunque en su interior seguía preguntándose por qué, siendo
el mismo veneno, él no había sufrido nada.
¿Sería
que además de romper formaciones por accidente, también era inmune a todos los
venenos?
Si de
verdad era así, quien se case con él estaría ganando un premio enorme.
No
pudo evitar sentirse algo orgulloso.
—¡Achís!
—En la falda de la montaña, Yue Dadao estornudó más de diez veces seguidas.
—¿Estás
bien? —preguntó Tao Yu’er.
—No es
resfriado, no es resfriado —Yue Dadao agitó las manos con apuro, temiendo que
lo mandaran de vuelta a la montaña Qingcang. Ah Liu aún no había sido
encontrado, y el antídoto tampoco.
«Esta
mocosa…» Pensó Tao Yu’er con una sonrisa irónica, «Sí que está
encaprichada».
Justo
cuando iba a cambiar de callejuela con ella, del otro extremo llegó un
alboroto, como si algo grave hubiera ocurrido.
Lu
Wuming sostenía el mango de su espada con una sola mano, mirando fríamente a
los que lo rodeaban.
Había
bajado de la montaña disfrazado como su hijo, y apenas entró en la ciudad, los
hombres de la tumba Mingyue lo rodearon por completo.
Cuando
Tao Yu’er y Yue Dadao llegaron apresuradas, la pelea ya había estallado. La
larga calle estaba completamente vacía, los ciudadanos se habían dispersado
hace rato, e incluso los expertos del Jianghu no se atrevían a mirar el
espectáculo —aún recordaban el látigo que Xiao Lan había lanzado tiempo atrás,
que les dolía hasta en los huesos. La tumba Mingyue no era cosa fácil de
enfrentar.
Yue
Dadao, oculto en un callejón, exclamó sorprendida:
—¿Por
qué es el joven maestro Lu?
Tao Yu’er
también frunció ligeramente el ceño.
Lu
Wuming giró en el aire, y con un solo movimiento de su mano derecha —sin
siquiera desenvainar la espada— los atacantes cayeron al suelo entre gritos de
dolor.
Lu
Zhui había aprendido de Lu Wuming. Padre e hijo compartían casi el mismo estilo
de espada. Incluso Tao Yu’er no pudo notar la diferencia, sólo se preguntaba
cómo era posible que Lu Zhui, de un día para otro, pareciera haber sanado por
completo, como si tuviera un cuerpo nuevo.
Si
había estado fingiendo, ella misma le había tomado el pulso. Fingía demasiado
bien.
Lu
Wuming caminó entre los cuerpos esparcidos por la calle, que gemían de dolor,
tomó un sombrero de bambú colgado en un árbol y siguió su camino con calma.
Tao Yu’er,
cada vez más intrigada, quiso seguirlo, pero Yue Dadao, a su lado, cerró los
ojos de repente y cayó desmayada.
—¡Eh!
—Tao Yu’er se sobresaltó.
Yue
Dadao tenía los ojos cerrados, completamente inmóvil.
Tao Yu’er
sacó de su pecho una medicina refrescante y la acercó a las alas de la nariz de
Yue Dadao. El aroma helado era tan penetrante que casi podía percibirse desde
media calle de distancia, pero Yue Dadao seguía sin mostrar señales de
despertar.
Porque
estaba fingiendo.
Si al
principio no lo había notado, tras ver tres o cuatro movimientos ya podía estar
segura: ese noventa y nueve por ciento era su shifu disfrazado. No podía
permitir que la dama Tao lo siguiera y causara problemas, así que tomó una
decisión rápida: cerró los ojos, se desmayó, y no se movió ni, aunque le cayera
un rayo.
Tao Yu’er
se quedó sin palabras.
Atravesando
callejones y pasajes, Lu Wuming se detuvo junto al río.
La
persona que lo seguía también se detuvo.
—Ya
que has venido, amigo —dijo Lu Wuming—, ¿por qué ocultarte como un ladrón?
Una
risa seca y ronca se escuchó desde el callejón trasero. Una figura vestida de
negro emergió lentamente de las sombras.
—El
joven maestro Mingyu es realmente formidable. Incluso así pudo notar la
presencia de este viejo.
Lu
Wuming se giró para mirarlo.
—¿Quién
eres?
—Naturalmente
tú no me conoces —respondió el hombre. Su rostro envejecido estaba surcado por
profundas grietas, no por los años ni el clima, sino por fuego y veneno—. Pero
si tu padre estuviera aquí, sería otra historia. Seguro que jamás imaginó que
yo aún estuviera vivo.
Lu
Wuming fijó la vista en la marca de nacimiento rojo sangre en su cuello, y de
pronto comprendió. Los disturbios recientes en la ciudad de Huishuang, los
rumores sobre la Lámpara de Loto Rojo, los expertos del Jianghu que parecían
haber perdido la razón, y la identidad y propósito del tal Ji Hao,
supuestamente venido de la Isla Guyang del Mar del Norte… Todo, cada evento,
cada pista, finalmente empezaba a encajar.

