ASOF-78

 

Volumen 4: La bruja del desierto.

 

Capítulo 78: El caso sospechoso de la familia Yang

 

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La ciudad Dayuan era una de las localidades más importantes del Gran Liang, y también un punto estratégico por el que generaciones de militares habían luchado. La zona estaba rodeada de montañas y ríos, con caminos irregulares que hacían del terreno un lugar peligroso. Incluso si el mundo entero estuviera en paz y no hubiera guerras en las Llanuras Centrales, la gente criada en una ciudad tan célebre y cargada de historia sin duda llevaba consigo un aire de caballerosidad.

 

Jiang Lingfei se montó de un salto en su caballo, miró la imponente puerta de la ciudad no muy lejos y se preguntó:

—Parece que solo los funcionarios del gobierno local están esperando en la entrada. ¿Por qué no hay ni una sola persona de la familia Yang para recibirnos? ¿Son realmente tan arrogantes que ni siquiera tienen modales ni respeto básico?

 

Antes de que Ji Yanran pudiera responder, Li Jun se apresuró a deslindarse:

—¡Yo no sé nada!

 

—Entremos primero en la ciudad —dijo Ji Yanran—. Si de verdad son tan arrogantes, entonces dejaré que mi hermano emperador se encargue de ellos.

 

Yun Yifeng también se deslizó fuera del carruaje. El clima había sido abrasador durante los últimos días, así que Ji Yanran le había prohibido montar a caballo. Solo podía recostarse sobre los asientos de jade frío, con un plato de frutas frescas de temporada frente a él. Li Jun lo miraba con bastante envidia y de vez en cuando se escabullía para refrescarse un rato. Yun Yifeng no lo despreciaba e incluso intercambiaba algunas palabras con él de vez en cuando. La atmósfera entre ellos podía considerarse armoniosa. Al menos eso pensaba el Rey de Pingle.

 

«Ya estoy a medio camino de tener al Maestro de secta Yun como amigo del Jianghu». Pensó Li Jun con determinación.

 

Así que, al ver salir a su “amigo del Jianghu”, Li Jun se apresuró a acercarse, se remangó y ayudó a Yun Yifeng a bloquear el sol.

 

Yun Yifeng le preguntó:

—Su Alteza el Príncipe Xiao ha venido personalmente, pero no hay ni un solo movimiento por parte de la familia Yang. ¿Podría haber alguna conspiración oculta detrás de esto?

 

Sin dudarlo, Li Jun respondió en voz alta:

—Es posible.

 

Yun Yifeng se atragantó por un momento.

—Su Alteza realmente no siente apego por su familia.

 

—¿Y por qué debería? —Li Jun hizo una mueca—. Para serte sincero, la vida era mucho mejor hace unos años. Pero últimamente, la gente de la familia Yang va y viene, y las relaciones entre todas las partes se han vuelto muy complicadas. Aunque nunca he participado en la política, no soy tonto. Por supuesto que estoy del lado de mi Séptimo Hermano.

 

Yun Yifeng siguió preguntando:

—¿Quiénes son esas personas que van y vienen?

 

—No las reconozco —respondió Li Jun—. Pero, viendo esos ojos astutos y maliciosos, combinados con esa forma coqueta de vestir, ¡definitivamente no son buena gente!

 

Yun Yifeng echó un vistazo al rico Príncipe frente a él, envuelto en sedas y satén de colores brillantes, y obtuvo su respuesta. Definitivamente no son buena gente.

 

Al entrar en la ciudad, justo coincidió con la puesta del sol. La vista era impresionante.

 

El funcionario local se llamaba Wan Pinghai. Había sido comandante naval en el Mar del Este cuando era joven. Pero tras sufrir una lesión en la pierna, Li Jing lo trasladó a Ciudad Dayuan, y desde entonces había estado vigilando a la familia Yang.

 

—Este funcionario ya ha visitado la Residencia Yang hace unos días. En ese momento, Su Ming Hou dijo que estaba mareado por un golpe de calor y no podía levantarse de la cama. Hasta hoy, no ha salido de su habitación.

 

Su Ming Hou era otro tío de Li Jun, cuyo nombre real era Yang Boqing. Era una persona escéptica y extremadamente sensible, una serpiente venenosa de vientre rojo, astuta y calculadora. En aquel año, cuando la familia Yang aún no había caído, él ya percibía con agudeza la tormenta que se avecinaba, y rápidamente trazó una ruta de escape para sí mismo. Aprovechó el prestigio militar que había acumulado en sus años de servicio para forzar la indulgencia del Emperador anterior. No solo no fue ejecutado, sino que recibió una enorme suma de plata y oro para “disfrutar el resto de sus años” en su tierra natal. Aunque debía vivir fuera de Wang Cheng, apenas había cumplido cincuenta años en ese entonces. Para los Generales del Ejército, esa edad aún se consideraba plena. No era de extrañar que se convirtiera en una espina clavada en el costado de Li Jing.

 

Li Jun volvió a hablar en voz muy baja:

—Por supuesto que está fingiendo estar enfermo.

 

Yun Yifeng preguntó:

—¿Su Alteza no va a regresar para comprobarlo?

 

Li Jun rechazó la idea de inmediato:

—Ya hice un acuerdo con el joven maestro Jiang. Durante los días que esté en Ciudad Dayuan, me quedaré en su habitación, por si la familia Yang intenta asesinarme.

 

Eso ya parecía exagerado. Yun Yifeng frunció el ceño, con sospecha:

—¿Su Alteza sabe algún secreto? ¿Por eso es que está tan preocupado y ansioso por ser asesinado?

 

Li Jun sacudió la cabeza de inmediato.

—N-n-no es nada de eso.

 

Yun Yifeng: “…”

 

—¡De verdad no sé nada! —Li Jun sonrió con disculpas, lo tomó del brazo y lo sacó—. Ven conmigo, conozco muy bien las calles de ciudad Dayuan. Hay un restaurante antiguo en la ciudad que vende unas albóndigas agridulces deliciosas y dimsum rellenos de cordero. Si seguimos demorando aquí, no quedarán asientos.

 

Era la hora más concurrida del día, y las calles estaban llenas de gente. Los campesinos regresaban de los campos cargando sus azadones, y los soldados se dirigían en grupos a los restaurantes para cenar. Los niños acababan de terminar sus clases y corrían de vuelta a casa; si no prestaban atención, podían chocar con alguien. El dueño de un pequeño puesto callejero preparaba fideos fríos: cortó unas finas rodajas de verduras, las echó al cuenco y luego las lavó nuevamente con agua helada. Coronado con un buen chorro de vinagreta, el plato se veía sumamente apetitoso.

 

Li Jun era experto en leer las miradas de las personas. Incluso antes de que Yun Yifeng dijera algo, ya había pedido varios cuencos de fideos para que los llevaran al restaurante. Mientras mezclaba los fideos, el dueño lo saludó con una sonrisa; ambos parecían conocerse desde hacía tiempo. Lo mismo ocurría con el resto de la gente del lugar. Un niño pequeño chocó con Li Jun mientras corría, y su madre no se mostró ni remotamente sorprendida. Solo sonrió, se disculpó, recogió su cesta llena de verduras con una mano y tomó la mano del niño con la otra mientras regresaban a casa.

 

No parece un patán arrogante que se aproveche de los demás. Es bastante afable. Yun Yifeng se tocó la barbilla y echó un vistazo al hombre que tenía al lado.

 

Li Jun adivinó lo que estaba pensando y soltó una risa:

—Yo era dominante cuando era joven e ignorante. Ahora no tengo poder, ni respaldo, ni talento. Mis habilidades en artes marciales también son pésimas. Solo puedo intentar vivir con honestidad y mantenerme alejado de los problemas.

 

Eso era cierto.

 

Yun Yifeng le dio una palmada en el hombro como gesto de consuelo.

 

Jiang Lingfei, que venía detrás de los dos, preguntó a Ji Yanran:

—¿Fuiste tú quien pidió al Maestro Yun que conversara con Li Jun?

 

—Ojalá Yun’er se mantuviera alejado de él —dijo Ji Yanran, molesto—. Li Jun ha estado hablando de asuntos insignificantes del palacio durante todo el viaje. Chismes sobre consortes, concubinas y cortesanos… información que ni siquiera la secta Feng Yu podría descubrir, por muy poderoso que sea. Y por lo visto, es más interesante que cualquier libro, a juzgar por lo intrigado que está Yun’er.

 

—Sí que es astuto —chasqueó la lengua Jiang Lingfei—. Este tipo debe haber sido soltado a propósito por la familia Yang.

 

—Está bien que estén haciendo un movimiento —dijo Ji Yanran—. Vamos, vamos a comer.

 

Cuando el dueño del restaurante se enteró de la visita, había preparado desde temprano la habitación privada más fresca. Afuera de la ventana había varios árboles grandes y frondosos. Cuando soplaba el viento, la fragancia de las frutas se colaba suavemente.

 

Li Jun se esforzó al máximo por demostrar sus dotes de anfitrión. Tras presentar cada platillo, comenzó a promocionar el restaurante sin parar, diciendo que justo afuera había un pozo muy eficaz para quienes buscaban casarse, ya que había sido bendecido por Yue Lao con el hilo rojo del destino.

 

Yun Yifeng preguntó con indiferencia:

—¿Qué tan eficaz es?

 

Li Jun respondió con misterio:

—El Maestro de secta Yun lo sabrá cuando lo pruebe.

 

Yun Yifeng le echó una mirada a su rostro radiante y rechazó la oferta con calma:

—No creo en eso.

 

El dueño del restaurante, que justo pasaba a rellenar el té, alcanzó a oír la conversación entre los dos. Sonrió y dijo:

—Es cierto. Cada año, durante la temporada de verano, muchos jóvenes vienen aquí para ver su reflejo en el agua y llenar una botella antes de marcharse. Al hacerlo, pueden estar junto a su amado por mucho tiempo.

 

Sonaba bastante absurdo, pero tenía buenas intenciones. Y como muchos decían que funcionaba, no parecía haber problema en mirar simplemente su reflejo en el agua.

 

Yun Yifeng empujó la puerta y salió. Se detuvo junto al pozo, lo observó con intensidad y solo regresó después de rodearlo un par de veces.

 

Li Jun le guiñó un ojo y lo empujó con el codo:

—¿Qué opinas? ¿Reflejó al amante de mi Séptimo Hermano?

 

Jiang Lingfei casi escupió el té que tenía en la boca, y en cierto modo admiró la astucia de Li Jun.

 

Li Jun seguía complacido, convencido de que su halago había sido exitoso.

 

Yun Yifeng lo miró:

—Vi un cadáver.

 

Li Jun tardó en reaccionar.

—¿Eh?

 

Ji Yanran frunció el ceño.

—¿En el pozo?

 

—Ve a llamar al dueño y al funcionario Wan —suspiró Yun Yifeng—. Me temo que esta comida tendrá que cancelarse.

 

El cadáver fue rápidamente sacado del pozo. Aún no había comenzado a descomponerse. Era un joven de poco más de veinte años, apuñalado directamente en el corazón. Por la forma en que vestía, parecía haber sido un sirviente de alguna familia en vida. Como el cuerpo fue hallado en el pozo del restaurante, naturalmente el dueño del lugar tuvo que salir a identificarlo. Reuniendo valor, levantó la tela blanca, lo miró con ojos temblorosos y respondió, sorprendido:

—Este… ¿No es Xiaoduo de la residencia Yang?

 

Li Jun, que estaba bajo el corredor, corrió al escuchar que el cadáver pertenecía a la residencia Yang. Y efectivamente, era un sirviente de esa casa.

 

Según el relato del dueño, Yang Xiaoduo había ido al restaurante a comprar albóndigas fritas para llevar a casa. No lo volvió a ver después de eso.

 

Un asistente del yamen fue a buscar herramientas para inspeccionar el fondo del pozo, y encontró que, en efecto, había algunas albóndigas fritas. Los miembros de la residencia Yang eran clientes frecuentes del restaurante, y solían enviar a su sirviente a comprar comida. Siempre tomaban el atajo por el patio trasero, saliendo por la puerta trasera, ya que era el camino más corto.

 

—Después de comprar las albóndigas, probablemente lo mataron antes de que saliera del restaurante —especuló Wan Pinghai.

 

El oficial que estaba al lado interrumpió:

—Yang Xiaoduo era un jugador frecuente, así que tal vez debía dinero. Le han cortado el dedo índice derecho, lo cual es un método común que usan los garitos para castigar a los estafadores como él.

 

—Quien hizo eso tiene una técnica de espada limpia y precisa. Parece haber recibido entrenamiento profesional —Yun Yifeng volvió a cubrir el cuerpo con la tela blanca—. No parece obra de un matón cualquiera de los garitos.

 

—¿Quieres decir que el asesino fue quien le cortó el dedo? —Jiang Lingfei frunció el ceño, perplejo—. Pero es solo un sirviente, ¿por qué tomarse tantas molestias?

 

—Solo estoy dando mi opinión —respondió Yun Yifeng—. En cuanto a los detalles del asesinato, tendré que dejarle el trabajo al funcionario Wan y al forense.

 

Wan Pinghai también quiso suspirar en ese momento. Este caso de asesinato tenía que aparecer justo en el peor momento: cuando Su Alteza el Príncipe Xiao estaba en Ciudad Dayuan, y justo bajo sus ojos y nariz. Además, el fallecido era alguien de la familia Yang, lo que volvía todo aún más complicado. Pero por muy enredado que fuera el caso, debía resolverse con cuidado. Ordenó al forense que llevara el cuerpo al yamen y envió a alguien a informar a la familia Yang.

 

Cuando la gente del pueblo se enteró de que Yang Xiaoduo había sido asesinado, todos quedaron profundamente impactados. «Aún ayer estaba bien, ¿cómo podían cambiar las cosas tan rápido?»

 

Algunos jóvenes bienintencionados siguieron al forense hasta la residencia Yang. Como resultado, las grandes puertas bermellón estaban cerradas, y nadie salió a abrirlas durante mucho tiempo.

 

«La residencia Yang solía ser tan bulliciosa, ¿por qué no había nadie que respondiera a la puerta en pleno día?» Los vecinos presentes se miraban entre sí con desconcierto, y en sus corazones comenzaban a surgir malos presentimientos. Así que, mientras el funcionario del yamen dudaba en entrar, un joven audaz trepó a un árbol para asomarse y ver qué ocurría en el patio.

 

Unas cuantas linternas rojas rodaban por los escalones, dejando un rastro carmesí.

 

Pensó que quizá estaban pintadas con algún aceite costoso que les daba ese tono rojo oscuro persistente… hasta que comprendió la verdad. Soltó un grito y cayó del árbol.

 

—¡MUERTOS… TODOS ESTÁN MUERTOS! —el joven retrocedía a rastras, presa del pánico, como si quisiera poner la mayor distancia posible entre él y aquella casa lujosa—. ¡HAY SANGRE POR TODAS PARTES! ¡SANGRE POR TODAS PARTES!

 

La ciudad entera cayó en el caos.

 

La razón era que todos en la residencia Yang estaban muertos.

 

O, para ser más precisos, todos los sirvientes habían sido asesinados. Más de treinta vidas perdidas. La sangre salpicaba cada rincón, y cada cadáver tenía amputado el dedo índice derecho. En cuanto a los dueños de la residencia —Yang Boqing, su esposa, concubinas e hijos, los demás ancianos de la familia y el ama de llaves principal Yang Da— todos habían desaparecido en una sola noche.

 

Fuera que alguien los hubiera secuestrado, o que tuvieran tanto miedo de Ji Yanran que simplemente empacaron y huyeron, asesinando a sus sirvientes para silenciarlos, era demasiado difícil de determinar en ese momento.

 

El guardia de la puerta de la ciudad revisó los registros y confirmó que, efectivamente, una caravana de comerciantes de las Regiones Occidentales había salido esa misma mañana. Todos los bienes que transportaban estaban empacados en grandes cajas de madera. Pero como Ciudad Dayuan no producía su propia madera, aquello despertó sospechas. Tras una inspección rutinaria de algunas cajas, se les permitió continuar su viaje.

 

Habían partido esa misma mañana, así que, lógicamente, no debían haber ido muy lejos. Jiang Lingfei intervino:

—Llevaré a algunos hombres conmigo para perseguirlos.

 

Ji Yanran asintió:

—Ten cuidado.

 

La noche era oscura.

 

Yun Yifeng estaba sentado a la mesa, mirando a Li Jun sin expresión alguna.

 

—Y-y-yo de verdad no sé nada —el Rey de Pingle estaba visiblemente nervioso, con lágrimas corriendo por su rostro—. ¡Juro por el Cielo que digo la verdad!