•❥ ❥• Capítulo 189: El hijo del Gran Rey Ming •❥ ❥•
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Los pequeños planes del Gran Lord
Wen.
En la quietud de la noche, Chu Yuan
dejó a un lado el libro que estaba leyendo. Se sentía algo fatigado, y justo
cuando pensaba salir a tomar aire, Ye Jin levantó la cortina y entró.
—¿Aún no descansas? —Chu Yuan se
sorprendió un poco—. Ya casi es medianoche.
—¿Y tú sabes que deberías estar
descansando a esta hora? —Ye Jin le entregó un cuenco de sopa—. Tómatelo.
—¿Sopa de pescado? —Chu Yuan
revolvió con la cuchara.
—Ya le quité las espinas —Ye Jin se
sentó a su lado—. Le añadí un tónico para reponer energía. Hay que tomarla
caliente para que haga efecto.
Chu Yuan se la terminó en unas
cuantas cucharadas, y luego le advirtió:
—Cuando las dos fuerzas se
enfrenten, seguro habrá muchas bajas. Tú acabarás sin dormir ni descansar. De
ahora en adelante, deja estas cosas al personal de cocina. No te agotes.
Ye Jin, con su habitual orgullo,
pensó: «¿Y tú qué sabes?»
Chu Yuan sonrió y le acomodó el
cuello de la túnica.
—Anda, vuelve a descansar. Dentro de
poco, Qianfeng vendrá a buscarte otra vez.
—¿Y tú no vas a dormir? —Ye Jin
frunció el ceño.
—Me queda algo de trabajo militar,
no mucho… —Chu Yuan no había terminado la frase cuando vio a su hermano
arremangarse, así que se apresuró a decir— …Lo dejo para mañana.
—¿Duan Baiyue vino hoy a molestarte?
—la pregunta de rutina.
—No —Chu Yuan se llevó la mano a la
frente al oír el nombre. Ya le dolía la cabeza.
—La calvicie en el medio de la
cabeza no tiene cura —Ye Jin le habló con tono serio y compasivo.
—Sí, sí, sí —Chu Yuan asintió
obedientemente, y cambió de tema—. Me voy a dormir.
Ye Jin se levantó y lo acompañó al
dormitorio.
Chu Yuan: “…”
«¿No será que va a quedarse hablando
toda la noche otra vez?»
Estaban en plena campaña, y además
en un barco, la cama era pequeña. Pero eso no impidió que el médico divino Ye
se metiera en su cama con determinación, con toda la actitud de quien planea
una charla nocturna sin fin.
Chu Yuan sugirió:
—¿Por qué no mandamos a Sixi a
buscar a Qianfeng?
—¿Qué Qianfeng ni qué nada? Apenas
lo conozco. No es hora de ir a molestar —Ye Jin lo miró con seriedad—. Tengo
algo que hablar contigo.
Chu Yuan no sabía si reír o llorar.
Ya se había resignado a escuchar otra vez historias de calvos y disfunciones
eréctiles, cuando Ye Jin preguntó:
—¿Qué opinas del Gran Rey Ming?
—¿Yun Duanhun? —Chu Yuan se
sorprendió.
Ye Jin asintió.
—¿Por qué lo mencionas de repente?
—Chu Yuan frunció el ceño.
—No es que lo haya recordado de
repente. Lo he estado pensando desde hace mucho —Ye Jin abrazó sus rodillas—.
Ya que hemos venido al Mar del Este, hay cosas que no se pueden seguir
evitando.
—¿Escuchaste rumores allá afuera?
—Chu Yuan tanteó.
—En aquella batalla naval de hace
más de veinte años, no solo participaron la corte imperial y el Gran Rey Ming.
También hubo miles y miles de pescadores del Mar del Este. La verdad puede ser
silenciada por un tiempo, pero el corazón del pueblo no cambia. Lo que fue
justo o injusto, correcto o equivocado, no lo decide un edicto imperial ni una
orden de censura —respondió Ye Jin.
—¿Qué es lo que quieres decir
exactamente? —Chu Yuan le puso una capa encima, para que no se resfriara.
—Quiero saber qué opinas del Gran Rey
Ming —Ye Jin lo miró fijamente—. Si realmente hubiera querido rebelarse, lo
habría hecho justo después de la batalla naval. En ese momento, los pescadores
lo veneraban como a un dios, y el ejército del Gran Chu no era rival para las
fuerzas del Mar del Este. Si hubiera querido usurpar el trono, habría sido pan
comido. ¿Por qué esperar hasta que el emperador regresara a Wang Cheng,
consolidara su poder y recuperara el control militar?
Chu Yuan negó con la cabeza:
—Todo eso ya pasó. No tiene sentido
removerlo ahora.
—¿En palacio imperial queda algún
registro sobre el asunto? —Ye Jin no pensaba dejarlo pasar.
—Ni una sola palabra —respondió Chu
Yuan.
—Si el Rey Gran Ming realmente
hubiera querido rebelarse, entonces la orden de exterminarlo habría sido
justificada. Pero ¿por qué borrar todos los registros históricos? —Ye Jin
insistió—. Tú eres el emperador. Deberías saber mejor que yo en qué
circunstancias la familia imperial decide cortar por lo sano.
—Hablaremos de esto cuando
regresemos al palacio imperial —Chu Yuan le revolvió el cabello—. Anda, duerme
ya.
—¡No me des largas! —Ye Jin apartó
su mano con un manotazo.
Chu Yua: “…”
Tras un momento de silencio, Chu
Yuan suspiró:
—Incluso si mi padre se equivocó…
¿qué se supone que debo hacer?
Ye Jin frunció ligeramente el ceño.
—Tú eres un hombre del Jianghu.
Puedes actuar según tu conciencia. Pero yo no —dijo Chu Yuan—. Este asunto fue
muy sonado en su momento. Si se reabre la investigación y alguien con malas
intenciones lo usa para agitar al pueblo, podría causar muchos problemas. No
solo está en juego la imagen de la familia imperial, sino también la
estabilidad del país. Por eso, sin importar cuál sea la verdad, el nombre de
Yun Duanhun debe seguir siendo un tabú.
—¿Entonces ya decidiste tergiversar
los hechos y difamar a un hombre justo? —preguntó Ye Jin.
Chu Yuan suspiró.
—Sé que no puedes aceptar esto. Pero
estando en mi posición, hay cosas que no se pueden escarbar demasiado.
Ye Jin no respondió.
—¿Ya estás molesto otra vez? —Chu
Yuan sonrió con amargura—. Al principio quería que te quedaras a mi lado. Pero
luego pensé que, con tu carácter tan puro y transparente, si permanecías mucho
tiempo en palacio imperial, acabarías despreciándome.
Ye Jin negó con la cabeza:
—Eres un buen emperador.
—Gracias —agradeció
Chu Yuan con una sonrisa.
El médico divino Ye apretó el borde
de la manta, como si en su mente hubiera volcado una mesa, y murmuró en voz muy
baja:
—Mi hermano lo hace… aceptablemente…
La sonrisa en el rostro de Chu Yuan
se hizo aún más amplia.
—No te desprecio —Ye Jin se recostó
a su lado—. En cuanto al asunto del Rey Gran Ming, no es que exija conocer toda
la verdad. Pero si la corte imperial dejara de tratarlo como un tema tabú, eso
podría beneficiar mucho a la campaña militar.
—¿A qué te refieres? —Chu Yuan le
acomodó la manta.
—No se trata solo de la tribu Yuwei.
Muchos pescadores del Mar del Este aún veneran al Gran Rey Ming —explicó Ye
Jin—. Los isleños viven todo el año enfrentando viento y lluvia, acostumbrados
a desafiar las olas. Aunque la corte imperial ha enviado funcionarios para
gobernar, su autoridad aquí no se compara con la del interior. En su momento,
aunque la corte emitió diez edictos para exterminar a los rebeldes, en el
corazón de muchos pescadores, Yun Duanhun seguía siendo el gran dios de la
guerra del Mar del Este, no un traidor. Y después de aquello, la relación entre
el pueblo de esta región y la corte se volvió aún más distante.
—Qianfeng sabe dirigir tropas, sí,
pero no tiene mucha experiencia en combate naval —continuó Ye Jin—. Esta zona
es famosa por sus nieblas traicioneras y olas gigantes. Si pudiéramos contar
con pescadores que conozcan bien el terreno, nos facilitaría mucho las cosas.
—¿Entonces? —preguntó Chu Yuan.
—Entonces quizá podamos encontrar
una forma de preservar la dignidad de la corte imperial y, al mismo tiempo,
aliviar el resentimiento del pueblo, para que se unan al ejército en la lucha
contra los rebeldes —dijo Ye Jin.
—Suena fácil —Chu Yuan negó con la
cabeza—. A menos que yo emita un edicto imperial para limpiar el nombre de Yun
Duanhun, no veo cómo podríamos ganarnos el corazón de la gente tan rápido.
—El líder de los pescadores perdió a
sus padres siendo joven, no tenía fama en el Jianghu, y fue discípulo de un
maestro respetado en el Mar del Este —dijo Ye Jin.
Chu Yuan se sorprendió ligeramente:
—¿Por qué mencionas eso ahora?
—Si lo que se busca es ganarse el
corazón del pueblo y calmar su desconfianza, no es necesario sacar todos los
asuntos a la luz —dijo Ye Jin—. Basta con encontrar a alguien que tenga una
conexión ambigua con el Gran Rey Ming, y que además sea valorado por la corte
imperial. El pueblo, al ver eso, naturalmente se relajará, y su resistencia al
ejército disminuirá.
—Continúa —dijo Chu Yuan.
—Solo hay que dejar correr la
noticia en el Mar del Este: que el líder de los pescadores tiene vínculos con
el Gran Rey Ming, y que la rebelión de hace más de veinte años tuvo otras
causas —explicó Ye Jin—. Los detalles los completará la gente por sí sola, no
hace falta que digamos más.
Chu Yuan parecía pensativo.
—Es la forma más rápida de unir a
los pescadores del Mar del Este —dijo Ye Jin—. Se aprovecha la influencia
residual del Gran Rey Ming, se suaviza el asunto de la rebelión, además, con la
relación entre el líder y Lord Wen, el pueblo verá que la corte imperial valora
el talento sin importar el pasado.
Chu Yuan asintió:
—Mañana hablaré de esto con mi
querido funcionario Wen.
Ye Jin se acurrucó más bajo la
manta, bostezando con sueño.
Chu Yuan soltó una risa suave y
cubrió la perla luminosa de la cabecera.
Fuera del camarote, Duan Baiyue
preguntó:
—¿Están durmiendo juntos?
—Sí —respondió el eunuco Sixi.
Duan Baiyue: “…”
—Será mejor que el Rey del Suroeste
se retire —susurró Sixi—. Si Lord Ye lo ve, seguro habrá escándalo. En tierra
es otra cosa, pero aquí estamos en plena navegación. Si se arma una pelea, ¿qué
hacemos con el barco?
Duan Baiyue sintió, por una vez, el
pecho apretado.
En otra embarcación, Wen Liunian
abrazaba su manta, perdido en la oscuridad.
—¿No piensas dormir? —preguntó Zhao
Yue.
Wen Liunian se sobresaltó:
—¿No estabas dormido?
—Pronto habrá movimiento. ¿Cómo
podría dormir? —Zhao Yue lo atrajo a su pecho—. Ya casi amanece.
—Lord Ye fue a ver al emperador esta
noche —dijo Wen Liunian, algo preocupado—. No sé si todo saldrá bien.
Zhao Yue bajó la cabeza y le dio un
suave beso en el cabello.
Wen Liunian lo miró.
Zhao Yue, con algo de culpa, dijo:
—Si no fuera por mí, no tendrías que
esforzarte tanto.
—No es solo por eso. En efecto,
sería beneficioso para la campaña —dijo Wen Liunian—. Ganar la guerra es lo más
importante. Cuanto antes termine, antes podrá la gente volver a una vida
tranquila. El error fue del emperador anterior por dejarse llevar por
calumnias; no debería ser el actual quien cargue con las consecuencias.
Zhao Yue lo abrazó con más fuerza,
suspirando en silencio.
A la mañana siguiente, Wen Liunian
salió del camarote estirándose, y se encontró con Ye Jin agachado en la
cubierta, espiando algo con sigilo.
—¿Lord Ye? —preguntó Wen Liunian,
desconcertado.
Ye Jin se sobresaltó, pero al ver
que era él, soltó un suspiro de alivio.
Wen Liunian siguió la dirección de
su mirada… y vio a Duan Baiyue saliendo del camarote de Chu Yuan.
Los ojos de Ye Jin se encendieron
con una luz asesina.
—¡Ejem! —Antes de que desmontara el
barco, Wen Liunian se apresuró a cambiar de tema—. ¿Y qué dijo el emperador?
—Aceptó —respondió Ye Jin.
—¿De verdad? —Wen Liunian se alegró.
—Por supuesto —dijo Ye Jin—.
Seguramente pronto te convocará.
—Gracias, médico divino Ye —Wen
Liunian estaba tan emocionado que casi se le saltaban las lágrimas. Incluso
tuvo ganas de hacerle una reverencia.
—No hace falta agradecer —respondió
Ye Jin—. Al fin y al cabo, esto también beneficia al ejército del Gran Chu.
Además, como dijiste, mejor que seamos nosotros quienes divulguemos la historia
del líder de los pescadores, antes de que Qingqiu la use para manipular. Así
evitamos que otros se aprovechen.
—Lord Wen, Lord Ye —el eunuco Sixi
llegó corriendo—. El Emperador Chu los convoca de inmediato.
—¿Y qué hacía Duan Baiyue en el
camarote? —aprovechó Ye Jin para preguntar.
—…Traía el desayuno —respondió Sixi.
«¡Si le gusta tanto repartir comida,
que se haga cocinero!»
pensó Ye Jin con indignación, apretando inconscientemente el pequeño frasco
blanco que llevaba en la cintura.
Wen Liunian se alejó discretamente…
por si acaso.
La convocatoria del emperador a
ambos fue, naturalmente, para discutir la propuesta que Ye Jin había hecho la
noche anterior. Hablando con franqueza, era sin duda la forma más rápida de
ganarse el corazón del pueblo. Con la guerra a punto de estallar, no había
tiempo para deliberaciones prolongadas, así que Chu Yuan aceptó sin vacilar.
Los guardianes oscuros del Palacio Perseguidor
de las Sombras, que lo habían pasado bastante aburridos durante el viaje, se
entusiasmaron al fin. Aunque de vez en cuando ayudaban a vender mercancías en
barcos mercantes, pescaban para los isleños, atrapaban ladrones para los
aldeanos, e incluso durante una pausa intermedia arreglaron varios matrimonios,
a cambio de una cesta de cacahuetes rojos y huevos, el mar no era como la
tierra firme. Aunque a veces pasaban por pequeñas islas, la mayor parte del
tiempo estaban a la deriva en aguas desiertas. Bajo el sol cálido, hasta los
huesos se les ablandaban. Así que al enterarse de que por fin había trabajo, se
les iluminaron los ojos y casi se les saltaron las lágrimas.
No pasó mucho tiempo antes de que
comenzaran a circular rumores por el Mar del Este: decían que Zhao Yue era hijo
de Yun Duanhun.
—¡Pero habíamos acordado no
revelarlo de inmediato! —exclamó Wen Liunian, sorprendido. Él había planeado ir
poco a poco… ¿cómo es que de pronto ya eran padre e hijo?
—Nosotros no lo revelamos
—respondieron los guardianes oscuros, con cara de inocentes—. Pero no podemos
controlar la imaginación del pueblo.
Durante todos estos años, muchos
pescadores habían sentido que el Gran Rey Ming había sido víctima de una
injusticia. Un héroe como él, desaparecido por culpa de una conspiración… cada
vez que lo recordaban, suspiraban con pesar. Así que al enterarse de que tenía
un hijo, no se detuvieron a pensar más: la alegría fue inmediata. Y como Wen
Liunian tenía buena reputación en la región, los rumores se propagaron aún más
rápido. Todos decían que el cielo tenía ojos, y que al fin la familia Yun no se
había extinguido.
Con los rumores ardiendo como fuego,
Wen Liunian por fin sintió que se le quitaba un peso de encima. Se tumbó
perezosamente en la cubierta a tomar el sol, mientras cinco lobos de armadura
roja se alineaban a su lado, moviendo sus antenas al unísono.
Zhao Yue se sentó junto a él.
Wen Liunian se apoyó en su hombro y
dijo:
—Esta noche quiero comer pescado.
—Bien —Zhao Yue lo rodeó con un
brazo por los hombros.
Wen Liunian olfateó ligeramente y
preguntó, intrigado:
—¿Qué es ese olor?
Parecía aroma a hierbas medicinales.
Zhao Yue sacó un pequeño frasco:
—Es medicina para heridas. El médico
divino Ye preparó unas nuevas esta mañana y las envió, por si acaso.
Wen Liunian lo tomó, lo olió… y lo
devolvió con desdén.
—Es amargo.
—También me preguntó algunas cosas
sobre mi shifu —dijo Zhao Yue.
—Si algún día el médico divino Ye
descubre que no eres hijo del Gran Rey Ming, sino su hermano de sangre… me
pregunto cómo reaccionaría —Wen Liunian apoyó la cabeza en su regazo.
—Ese día no llegará —Zhao Yue le
pellizcó la punta de la nariz—. Yo solo quiero vivir una vida tranquila
contigo.
—Eso es cierto —Wen Liunian lo
abrazó por la cintura—. Hay cosas que, en lugar de revelarlas, es mejor que se
queden como secretos para siempre.
El gran barco navegó otros diez
días, hasta que finalmente atracó cerca de una gran isla próxima a la Isla Baiwu,
para descansar y discutir la siguiente estrategia.
—Aún no sabemos cuántas tropas hay
en la isla ni cuántos pájaros de luto —dijo Chu Yuan—. Si actuamos
precipitadamente, podríamos salir perdiendo. ¿Alguien tiene una idea brillante?
Wen Liunian se acarició el mentón:
—Primero hay que capturar a alguien
para interrogar.
—Pero si se esconden en la isla y no
salen, ¿cómo los capturamos? —preguntó Ye Jin.
—Pues peleando —respondió Wen
Liunian.
Chu Yuan frunció ligeramente el
ceño:
—¿Cuántos soldados necesitas?
Wen Liunian negó con la cabeza:
—Ni uno solo.
Todos: “…”
Todos en la sala se miraron entre
sí.
Ye Jin, desconcertado, preguntó:
—¿Ni uno solo?
Wen Liunian se rascó la mejilla:
—Así es. Ni uno solo.
