TFGL 188

 

Capítulo 188: El ingenioso y astuto Lord Wen

 

Ideas tras ideas.

 

La vasta superficie del mar no se parece en nada a la tierra firme. Tras haber estado a la deriva toda la noche, todos sentían cierta incertidumbre en el corazón. Al mirar a su alrededor y ver que aún no había rastro alguno de tierra, no les quedó más remedio que empezar a considerar la posibilidad de regresar.

 

Lord Wen se sentía decepcionado: ¿cómo podía ser que realmente no hubieran obtenido nada?

 

—Si no lo encontramos esta vez, volveremos en otra ocasión —dijo Zhao Yue—. O quizás podamos preguntarle a mi shifu; tal vez él tenga alguna pista.

 

Wen Liunian miraba al frente con pesar.

 

—¿Regresamos? —probó a decir Ye Jin.

 

—Esperen —Shen Qianfeng frunció ligeramente el ceño—. Parece que hay un barco adelante.

 

Wen Liunian se animó de inmediato y giró la cabeza con rapidez para mirar.

 

En medio de la bruma matinal, efectivamente había una embarcación surcando las olas hacia ellos. Su casco era completamente negro, con proas afiladas en ambos extremos: claramente no era un barco pesquero común.

 

Sin saber si el otro era amigo o enemigo, Zhao Yue frunció el ceño y apretó el mango de su espada.

 

—¡Anciano shifu! —exclamó Wen Liunian con sorpresa al ver que las dos embarcaciones se acercaban.

 

—¿Shifu? —Zhao Yue también se alegró.

 

Yun Duanhun descendió con Wufeng y Wuying, aterrizando con firmeza sobre la cubierta.

 

—¡Joven maestro Zhao, Lord Wen! —saludó Wuying con una sonrisa traviesa, mientras comía un paquete de pescado seco frito.

 

—¿Cómo es que shifu está aquí? —preguntó Zhao Yue, desconcertado.

 

—Íbamos a visitar a un viejo amigo, pero escuchamos que una embarcación de guerra del Gran Chu había llegado a estas aguas. Xiao Wuying lo adivinó enseguida: dijo que seguramente eran ustedes, así que vinimos a echar un vistazo —explicó Yun Duanhun—. Y resulta que tenía razón.

 

—¿Ese viejo amigo... es de la tribu Yuwei? —preguntó Wen Liunian.

 

—¿Cómo es que lo sabes todo? —Yun Duanhun suspiró—. Ser demasiado listo tampoco es bueno.

 

—Precisamente venimos en busca de la tribu Yuwei —dijo Wen Liunian, abrazándole el brazo con una sonrisa radiante como la primavera.

 

Yun Duanhun se llevó la mano a la mandíbula, como si le doliera: 

—¿Qué travesura estás planeando ahora?

 

—Esta vez el ejército del Gran Chu va a enfrentarse a una dura batalla en la Isla Baiwu —dijo Wen Liunian, aferrándose contra él—. Las espadas nunca sobran. ¿Cree que podríamos comprar algunas armas de la tribu Yuwei?

 

—Los isleños han vivido aislados del mundo durante años. No desean ser molestados —Yun Duanhun negó con la cabeza.

 

—No desembarcaremos —respondió Wen Liunian—. Ni siquiera necesitamos saber dónde está la isla.

 

—Tú cumplirías tu promesa, pero los demás quizá no —Yun Duanhun le dio una palmadita en la cabeza—. La tribu Yuwei es experta en forjar espadas, y aún más en tácticas navales. Si el Emperador Chu se entera, no los dejará en paz.

 

Wen Liunian reflexionó un momento y dijo: 

—El actual emperador no es como el anterior.

 

—No arriesgaré a la gente de la tribu Yuwei —Yun Duanhun negó con la cabezaRegresemos.

 

—¿Shifu teme que los isleños se vean implicados por lo ocurrido en aquel entonces? —Wen Liunian preguntó en voz baja, tanteando el terreno.

 

Ye Jin y Shen Qianfeng, con buen juicio, se retiraron hacia el otro extremo del barco. Ambos habían sospechado desde hacía tiempo la verdadera identidad de Yun Duanhun, pero nunca lo habían preguntado abiertamente. En las reuniones, todos evitaban el tema con tácita comprensión.

 

—Ellos también son, en cierto sentido, mi gente —dijo Yun Duanhun—. Si no hubiera habido alguien que avisara a tiempo, probablemente ya habrían dormido para siempre bajo el mar.

 

Wen Liunian guardó silencio. De aquel incidente de hace veinte años, solo sabía que el anterior emperador Chu había ordenado arrestar a muchos, pero no imaginaba que incluso la tribu Yuwei hubiera sido perseguida.

 

—Regresemos —Yun Duanhun le dio una palmada en el hombro—. Dejémoslos vivir en paz.

 

—Sí —respondió Wen Liunian con pesar—. No lo pensé bien. He sido imprudente. Le pido disculpas, anciano shifu.

 

—Te ayudaré en secreto —dijo Yun Duanhun—. En el campo de batalla, las espadas no distinguen a quién cortan. Cuídate.

 

Wen Liunian asintió.

—Gracias, anciano shifu.

 

La pequeña embarcación negra giró sus velas y pronto desapareció por el mismo camino por el que había llegado.

 

Después de despedir a los tres, Wen Liunian se sentó en la cubierta, mirando absorto hacia la distancia.

 

Ye Jin se sentó a su lado.

 

—Lord Ye —Wen Liunian se volvió hacia él.

 

—Pensemos que no ha pasado nada. Salimos solo a ver el arcoíris —le consoló Ye Jin—. Si lo piensas bien, es cierto que no lo planeamos con suficiente cuidado. Solo pensábamos en buscar a la tribu Yuwei en secreto, sin considerar cómo explicar a Chu Yuan la compra de armas.

 

—Según los registros, la tribu Yuwei era valiente y hábil en combate. Navegaban a diario por el mar, protegiendo a los pescadores de los piratas. Pero tras la batalla del Mar del Este, desaparecieron por completo —dijo Wen Liunian—. Si el emperador anterior hubiera sabido distinguir el bien del mal, los invasores wokou no habrían campado a sus anchas tantos años.

 

—En eso, Chu Yuan es mejor que él —dijo Ye Jin—. Pero al final, sigue siendo el emperador. Por prudencia, lo mejor es no decir nada. Pasemos esta página en silencio.

 

El viento arreció sobre el mar, y el barco de guerra, impulsado por la brisa, regresó rápidamente a la isla.

 

—¿Dónde está el Emperador? —preguntó Ye Jin.

 

—Mi Lord, el emperador ha subido a bordo junto con el Rey del Suroeste —respondió el guardia imperial—. Ha ordenado que nadie los moleste.

 

Ye Jin sintió como si le hubiera caído un rayo encima.

 

—¡XIAO...! —Shen Qianfeng apenas había empezado a hablar cuando Ye Jin ya había salido disparado hacia el barco, ¡a una velocidad sorprendente!

 

Los guardias imperiales se quedaron boquiabiertos: «¿Desde cuándo el pequeño Noveno Príncipe tiene tan buen dominio del qinggong?»

 

—¡¡DUAN BAIYUE!! —bramó Ye Jin, arremangándose con furia— ¡ESTA VEZ SÍ TE VOY A CASTRAR!

 

Dentro del camarote, el Rey del Suroeste alzó una ceja: 

—¿Otra vez salgo por la ventana?

 

Chu Yuan se llevó la mano a la frente, con dolor de cabeza.

 

Ye Jin empujó la puerta de golpe, y tal como sospechaba, allí estaban los dos sentados frente a una mesa, con un mapa de batalla desplegado delante.

 

—¿El médico divino Ye necesita algo? —preguntó Duan Baiyue con calma.

 

Ye Jin soltó un “¡hmph!” nasal, cargado de sospecha.

 

El Rey del Suroeste, con buen juicio, levantó ambas manos en señal de rendición y salió del camarote.

 

Ye Jin se sentó junto a su hermano, inspeccionando cuidadosamente su ropa. Luego preguntó:

—¿Has estado bebiendo?

 

—Solo una copa —respondió Chu Yuan.

 

—¡Te lo he dicho mil veces! ¡No aceptes cosas de extraños, así como así! —Ye Jin tomó la jarra de vino, la olió... y se quedó pasmado—. ¡Esto tiene al menos siete u ocho tipos de afrodisíacos!

 

Chu Yuan: “…”

 

Ye Jin sacó rápidamente una píldora de un pequeño frasco en su cintura, se la dio a su hermano y lo consoló:

—Menos mal que llegué a tiempo.

 

—Esto… es un dulce de fruta que traje para ti desde la capital imperial —dijo Chu Yuan.

 

La expresión de Ye Jin se congeló. Y acto seguido, le dio una paliza a su hermano.

 

—¡Ya basta! —Chu Yuan dijo entre risas y quejas—. Estamos discutiendo asuntos serios.

 

—¿Y para eso hay que beber? —replicó Ye Jin con firmeza—. ¡A la vista está que no hay buenas intenciones! Eso de perder el control por culpa del alcohol... no es algo que yo haya experimentado.

 

—Tiene que ver con la tribu Yuwei —dijo Chu Yuan.

 

Ye Jin frunció ligeramente el ceño:

—¿La tribu Yuwei?

 

—Si no me equivoco, hace dos días saliste al mar precisamente por ellos, ¿no es así? —preguntó Chu Yuan.

 

—No —Ye Jin negó con rapidez.

 

—¿Y cómo te fue? —insistió Chu Yuan.

 

Ye Jin guardó silencio.

 

—¿No quisieron venir? —preguntó Chu Yuan.

 

Ye Jin: “…”

 

—…No los encontramos —respondió Ye Jin tras dudar un momento—. Solo nos cruzamos con un viejo conocido. Dijo que no querían ser molestados.

 

—¿Ni siquiera para comprar algunas armas? —preguntó Chu Yuan.

 

—¿Solo quieres sus armas? —Ye Jin lo miró fijamente.

 

—No solo eso. Me gustaría que se unieran al ejército del Gran Chu —dijo Chu Yuan—. Pero si realmente no desean involucrarse, no los obligaremos.

 

Ye Jin negó con la cabeza:

—No confiarán en ti.

 

—¿Por culpa del emperador anterior? —preguntó Chu Yuan.

 

—En aquella revuelta de hace más de veinte años, murieron demasiados inocentes —dijo Ye Jin—. Déjalos vivir en paz.

 

Chu Yuan suspiró levemente y bebió otra copa de vino.

 

Ye Jin le dio otro caramelo de dulce.

 

Chu Yuan: “…”

 

Ye Jin lo miró con sinceridad.

—De verdad tenía afrodisíacos. Te va a dar calor.

 

Chu Yuan no tuvo más remedio que cooperar:

—Oh…

 

Duan Baiyue, apoyado en la puerta, no sabía si reír o llorar.

 

Ye Jin salió del camarote… y siguió mirando a Duan Baiyue como si fuera un pervertido.

 

—¿Puedo entrar? —preguntó Duan Baiyue.

 

«¡Por supuesto que no!» Ye Jin lo rodeó una vez, lo escaneó de pies a cabeza y exclamó, sorprendido:

—¡¿Incluso te arreglaste para esto?!

 

La expresión de Duan Baiyue se tensó:

—No lo hice.

 

«¡Claro que no! ¡Y yo soy el Emperador Celestial! En plena estrategia militar y aún te las arregla para llevar un colgante de jade… No podías ser más coqueto». Ye Jin tuvo que contener las ganas de darle un manotazo en la cabeza y gritarle que se mantuviera lejos de su hermano.

 

—¿Por qué el médico divino Ye me mira así? —preguntó Duan Baiyue, sin cambiar el rostro.

 

—Había una vez un rey fronterizo calvo… muy, muy pervertido —dijo Ye Jin con mirada sombría—. Un día, ¡PUM!, de repente… le dejó de funcionar la polla.

 

Para ilustrarlo, incluso dobló el dedo índice: «así, sin más… impotente».

 

—Todo se puede hablar con calma Duan Baiyue dio un paso atrás.

 

Después de todo, Ye Jin era el mejor médico del Jianghu. En otros asuntos podía bromear, pero en este… era mejor no tentar al destino.

 

—¡Xiao Jin! —Chu Yuan había intentado hacerse el desentendido, pero ya no pudo soportarlo.

 

Duan Baiyue aprovechó el momento, se dio la vuelta y bajó del barco sin dudar.

 

«¡Bien que corriste!» Ye Jin entrecerró los ojos, feroz.

 

Más tarde, cuando Wen Liunian se enteró de lo ocurrido, también se sorprendió:

 

—¿El emperador ya sabe lo de la tribu Yuwei?

 

—Sí —asintió Ye Jin—. Aunque pensándolo bien, siendo el gobernante de un país, es lógico que esté más informado que nosotros.

 

—¿Y qué opina? —preguntó Wen Liunian.

 

—Solo dijo que, si ellos no quieren, entonces que se los dejará en paz —respondió Ye Jin—. No los presionó ni ordenó enviar tropas a buscarlos.

 

—El Emperador Chu es verdaderamente un gobernante sabio —elogió Wen Liunian—. Parece que fuimos nosotros quienes nos preocupamos de más.

 

—Si lo vemos con optimismo, quizá hasta se pueda resolver el malentendido con el Gran Rey Ming —dijo Ye Jin.

 

—¿Podría pedirle un favor al médico divino Ye? —Wen Liunian dudó al mencionarlo.

 

—Por supuesto —Ye Jin asintió—. Dígame sin reservas.

 

—Es sobre la opinión del Emperador Chu respecto al Gran Rey Ming —dijo Wen Liunian.

 

—Entiendo —Ye Jin asintió—. Pero ¿por qué lo pregunta de repente?

 

Wen Liunian se acercó y le susurró unas palabras al oído.

 

—Ya veo… —Ye Jin se acarició el mentón—. Bien, iré a preguntarle por usted.