•❥ ❥• Capítulo 181: El pequeño tritón encontrado •❥ ❥•
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Las malas acciones siempre tienen su
castigo.
La superficie del mar por la noche
parecía haber sido teñida con tinta, una oscuridad infinita lo cubría todo. En
el cielo no brillaban estrellas ni luna, solo se oían las olas golpeando la
playa, trayendo consigo ecos repetidos.
El barco de suministros del ejército
del Gran Chu estaba tranquilamente atracado en el muelle, esperando la llegada
del amanecer. Justo antes de que amaneciera, dos sombras negras se deslizaron
silenciosamente hacia la popa del barco; sus movimientos eran como los de un
gato montés, apareciendo solo un instante antes de desaparecer por completo.
La bodega de carga del barco era muy
amplia, y según las instrucciones de Xiao Lingzi, los dos hombres pronto
encontraron los barriles de madera que contenían agua potable. El interior de
uno era más que suficiente para ocultar a un adulto.
—Por la cantidad de suministros,
parece que hay bastante gente en la Bahía de Beisha —dijo Zhao Yue—. Procedamos
con cautela.
Zhou Mubai asintió con la cabeza y
se separó para ocultarse en otro barril. El sol comenzaba a elevarse por el
horizonte. El barquero recogió el ancla, desplegó las velas y zarpó hacia la
Bahía de Beisha, envuelta en niebla.
La parte más baja del barco no tenía
ni un rayo de luz. Solo confiando en su intuición, podían calcular el tiempo
transcurrido. Después de unas siete u ocho horas, el barco llegó al muelle con
un golpe sordo. Un guardia, que parecía ser el líder, se adelantó y preguntó en
voz alta:
—¿Por qué han llegado un día entero
después de lo previsto?
—No me lo recuerdes. No sabemos qué
chocó con el barco en el mar, estuvo a punto de hundirse —respondió el capitán,
saltando a tierra—. Por suerte, no pasó nada grave y el retraso no fue mucho.
—Ya es tarde. Descargaremos la
mercancía mañana. Los hermanos están agotados —añadió otro hombre.
El bullicio exterior fue apagándose
poco a poco. Zhao Yue y Zhou Mubai aprovecharon el momento para salir del
camarote; todo a su alrededor estaba en completo silencio. Solo los viejos
árboles, de raíces entrelazadas, proyectaban sombras siniestras bajo el
resplandor de las antorchas ardientes.
—Las luces a lo lejos se extienden
por bastante terreno. Debe haber muchas residencias, casi parece un pueblo
—dijo Zhou Mubai—. Hay torres de vigilancia y puestos de guardia por todos
lados. Parece que se ha convertido en un enclave importante.
—Quizás Chu Heng espera que, si
pierde la guerra, pueda tener una vía de escape desde aquí —dijo Zhao Yue—. En
el muelle hay al menos cincuenta barcos de guerra, e incluso tres cañones. Si a
eso le sumamos esta espesa niebla, en caso de que estalle el conflicto, seguro
que Su Majestad no lo tendrá fácil.
—Lo que piense el emperador no es de
mi incumbencia. Pero ya que estamos aquí, no podemos irnos sin dejarle a Chu
Heng un regalito —sonrió Zhou Mubai—. Vamos, busquemos a las sirenas. Nunca he
visto una en persona.
La isla era bastante grande, y
aunque patrullas militares pasaban con frecuencia, no había muchas trampas o
mecanismos. Ambos eran veteranos del mundo Jianghu y no tardaron en seguir
pistas hasta dar con un estanque de aguas centelleantes.
Y a pesar de haber presenciado
muchas escenas impactantes, al ver el interior del estanque, los dos quedaron
momentáneamente paralizados. Alrededor del borde del agua yacían cerca de un
centenar de jóvenes, todos dormidos, con los ojos cerrados. Sus cabellos caían
sobre los hombros desnudos, moviéndose suavemente con las ondulaciones del
agua, y más abajo… se extendía una cola de pez de tono azul plateado.
—¿De verdad existen las sirenas?
—Zhou Mubai aspiró hondo, sobresaltado.
—Tan cerca... Difícil no creerlo
—dijo Zhao Yue—. No sé qué método usó Chu Heng, pero logró reunir una cantidad
impresionante.
—¿Será que crio una pareja?
—aventuró Zhou Mubai.
—Espera... —Zhao Yue frunció
levemente el ceño.
—¿Qué ocurre? —preguntó Zhou Mubai,
siguiendo su mirada. Entonces vio que una de las sirenas en el estanque no
estaba dormida. Se agitaba levemente, como si se sintiera extremadamente
incómodo. Y después de un momento... su cola comenzó a desprenderse lentamente,
revelando un par de piernas.
—Esto... —Zhou Mubai intercambió una
mirada con Zhao Yue, pero antes de que pudiera hablar, se oyó el sonido de
pasos a lo lejos.
Tal vez por haber notado la luz de
las antorchas, el pequeño tritón se puso nervioso. Tiró apresuradamente de su
cola de pez, tratando de volver a colocársela, pero cuanto más se apresuraba,
más torpe se volvía; con gran esfuerzo, apenas logró cubrir la mitad. Los
soldados ya estaban a punto de acercarse, y justo cuando Zhou Mubai pensaba en
cómo reaccionar, Zhao Yue se adelantó con un rápido salto, cubrió la boca del
pequeño y lo sacó del estanque de un tirón, aterrizando con firmeza.
Zhou Mubai se sorprendió por su
habilidad, «¡Qué movimiento de qinggong!»
El pequeño tritón, asustado, abrió
los ojos de par en par, mirándolo con desesperación.
Zhao Yue bloqueó su punto del habla
y le hizo una seña para que guardara silencio.
El niño asintió obediente, se cubrió
la boca con las manos y se acurrucó sin moverse.
Los soldados inspeccionaron
alrededor del estanque, pero no notaron que faltaba uno. Al ver que todos
dormían tranquilamente, se marcharon hacia otro lugar. Cuando el ruido de los
pasos se extinguió, Zhao Yue llevó al pequeño tritón con Zhou Mubai y se
alejaron por ahora del estanque.
Detrás de la isla se extendía una
vasta zona silvestre, claramente poco transitada. Zhao Yue se quitó su capa
exterior y la envolvió alrededor del niño para que no se enfriara. La cola de
pez ya se había desprendido por completo, y Zhou Mubai la sostenía,
examinándola.
—No sé qué material es —dijo Zhou
Mubai—. Parece piel de pez, pero mucho más ligera y resistente.
El pequeño tritón movió
discretamente sus piernas. Zhao Yue, observando bajo la luz de la luna, notó
que ya estaban deformadas. Entonces suavizó aún más su tono de voz:
—¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años
tienes?
—Me llamo Xiao Liuzi, tengo
ocho años —respondió el niño con voz ronca, sin la dulzura típica de un
infante, como si su garganta hubiera sido dañada.
—¿Tú también te llamas Xiao Liuzi?
—Zhou Mubai sonrió y le acarició la cabeza—. Qué coincidencia, nosotros también
conocemos a un Xiao Liuzi.
—¿Vinieron a rescatar personas?
—preguntó el niño.
Zhao Yue asintió.
—¿De dónde eres? ¿Cómo llegaste
aquí?
—Soy de la Isla Caracol —dijo Xiao
Liuzi—. Mi tío iba a llevarme al mar, pero luego desapareció. Todos los del
barco eran malas personas.
—¿Y los demás? ¿También fueron
capturados como tú? —volvió a preguntar Zhao Yue.
—No lo sé —negó el niño con la
cabeza—. Ellos no pueden hablar.
Zhao Yue frunció el ceño. Primero
les habían causado mudez con medicina, luego atado las piernas y colocado colas
artificiales. Usando métodos tan crueles para crear estas supuestas “sirenas”,
Chu Heng merecía morir mil veces y no sería suficiente.
—Tal vez el médico divino Ye pueda
sanarlos —comentó Zhou Mubai.
Zhao Yue asintió y se volvió hacia Xiao
Liuzi:
—Aparte de ese estanque, ¿hay otro
lugar donde retengan a personas como tú?
—Sí, al lado de una gran pagoda
—respondió Xiao Liuzi—. Hay muchos, muchos más.
—¡Miserables sin alma! —gruñó Zhou
Mubai, apretando los dientes.
—Cuando amanezca iré a investigarlo
—dijo Zhao Yue—. Hermano Zhou, quédate cuidando de él.
Zhou Mubai asintió, y examinó
cuidadosamente las heridas del niño. Los huesos de sus piernas estaban algo
deformados, pero, por suerte, aún era joven; con tiempo, podrían sanar. Las
cuerdas en sus tobillos le resultaban familiares, idénticas a las que encontró
en los cadáveres de la playa de la Isla Haicai.
«Un niño con una suerte descomunal…» pensó para sí, y le dio una suave
palmada en la cabeza.
***
En la Ciudad Gran Kun, Wen Liunian
aprovechó que Ye Jin no estaba cerca para hablar con Chu Yuan:
—El Rey del Suroeste no está calvo…
El rostro de Chu Yuan se tensó.
—Por supuesto que lo sé.
—Entonces está bien —Wen Liunian
suspiró, claramente aliviado.
—No fue en vano que se comiera
tantos codillos —Chu Yuan se rio, negando con la cabeza—. Incluso encontró
momento para aclarar el rumor.
—Este humilde funcionario solo habla
con objetividad —replicó Wen Liunian, con franqueza.
—Basta, dejémoslo. Hablemos del gran
jefe Zhao —dijo Chu Yuan—. ¿Cuándo regresará?
—Tal vez en unos días... o quizá
tarde más. Es difícil saberlo —respondió Wen Liunian, algo desanimado—. Si lo
hubiera sabido, no le habría mencionado lo de la Bahía de Beisha…
«Ahora mira lo que pasó: en cuanto
salió de reclusión, se fue directo allá, sin siquiera pasar a saludarme».
Chu Yuan negó con la cabeza:
—Se le van a arrugar las cejas de
tanto esperar.
Más de un año sin verse. Wen Liunian
hizo un puchero. Estaban recién casados cuando se separaron.
Chu Yuan, divertido por su
expresión, estaba por pedir unos bocadillos cuando el eunuco Sixi anunció desde
fuera:
—El Rey Chu ha llegado.
—No puedo tener ni un momento de paz
—murmuró Chu Yuan, sacudiendo la cabeza—. Que entre.
Chu Heng entró al estudio y se
sorprendió al ver a Wen Liunian allí. No pudo evitar maldecir internamente. Ese
funcionario que se hacía el desentendido mientras lanzaba indirectas con
palabras afiladas y actuaba con una naturalidad perturbadora... De verdad era
alguien que no podía provocar ni evitar. ¿Por qué se lo encontraba en todas
partes?
—Mis respetos, Su Alteza —saludó Wen
Liunian, cumpliendo con la etiqueta.
—¿Tu apresurada visita tiene que ver
con la situación en el frente? —preguntó Chu Yuan.
—Así es —respondió Chu Heng—. Ahora
que Su Majestad ha venido personalmente, nuestros soldados están llenos de
moral. Si aprovechamos esta oportunidad para lanzar una ofensiva decisiva,
seguro podremos exterminar a los rebeldes de un solo golpe.
—¿Y tú qué opinas, querido
funcionario Wen? —Chu Yuan se giró hacia él.
—Si se puede atacar con ímpetu,
sería ideal —dijo Wen Liunian—. Pero en este momento, Duan Baiyue ocupa la
ciudad y se niega a salir, con todos los ciudadanos retenidos como rehenes.
Aunque Su Alteza comande personalmente el ejército, el asedio ha sido largo e
infructuoso. Me temo que decirlo es más fácil que hacerlo.
—Antes, con solo la guarnición del
Mar del Este, era imposible lanzar un ataque —replicó Chu Heng—. Pero hoy la
situación es distinta. Con Su Majestad al frente y los guardias secretos
imperiales en acción, abrir las puertas de la ciudad ya no es una tarea
difícil.
—¿Mis guardias secretos imperiales?
—Chu Yuan sonrió. Ese escuadrón había sido entrenado personalmente por Shen
Qianfeng, y cada miembro dominaba artes marciales extraordinarias y un qinggong
en los movimientos que rozaba lo sobrenatural. Habían acumulado logros
militares notables.
—Mientras logren infiltrarse y abrir
las puertas desde dentro, nuestras tropas podrán entrar en avalancha —continuó
Chu Heng—. La diferencia numérica es significativa, y para entonces, Duan
Baiyue ni con alas podrá escapar.
—Parece viable —dijo Chu Yuan—. Pero
cada uno de los guardias secretos imperiales es un destacado entre los
soldados. Exijo que esta misión sea impecable.
—Por supuesto —asintió Chu Heng—. Si
Su Majestad lo autoriza, los planes posteriores se elaborarán con suma
precisión y detalle, sólo entonces podrán llevarse a cabo.
Una vez que Chu Heng se marchó, Chu
Yuan comentó:
—Se nota que quiere apresurar la
guerra.
—Con tantas cosas que lleva en la
conciencia, es lógico que no quiera que Su Majestad permanezca mucho tiempo
cerca —respondió Wen Liunian—. Si se descubren sus movimientos, probablemente
cada uno sería motivo suficiente para perder la cabeza.
—¿Y qué opina mi querido funcionario
Wen que hará ahora? —preguntó Chu Yuan.
—Ir tras el Rey del Suroeste
—respondió Wen sin vacilar. No hacía falta adivinarlo.
Chu Yuan sonrió mientras servía una
taza de té.
—Entonces esperaremos noticias de
Duan Baiyue.
***
En el campamento del Rey del
Suroeste, el viejo Li que se encargaba del fuego andaba algo inquieto. Por
alguna razón, sentía que el Rey Duan lo miraba de forma constante, lo que le
ponía los pelos de punta.
«Pero si no he hecho nada malo…» pensó mientras se devanaba los
sesos. No lograba encontrar explicación alguna.
Duan Baiyue lo observó fijamente
durante un largo rato y luego se marchó sin decir una palabra.
El viejo Li se rascó la cabeza
calva, completamente desconcertado.
—Majestad —entró Duan Nian en la
tienda principal—. Un visitante solicita audiencia.
—¿Quién? —preguntó Duan Baiyue.
—No ha dado su nombre —respondió
Duan Nian, entregándole una carta—. Sólo dejó esto.
Duan Baiyue la abrió, la leyó
brevemente y luego sonrió:
—Déjalo pasar. Resulta ser un
invitado distinguido.
Antes creía que la espera llevaría
al menos un mes, pero ahora veía que el otro era más impaciente que él. Había
venido por su cuenta, y mucho antes de lo esperado.
Mientras tanto, un pequeño
recipiente burbujeaba y desprendía un aroma delicioso. Wen Liunian, al pasar
por la cocina, estiró el cuello para mirar dentro.
—Ese caldo no puede beberlo, Lord
Wen —le cortó Ye Jin de inmediato.
—¿Y eso por qué? —preguntó Wen
Liunian, intrigado.
—Los eruditos no deben tomarlo —dijo
Ye Jin con seriedad.
—¿Y eso se clasifica así? —Wen Liunian
parpadeó, aún más confundido.
—Naturalmente —respondió Ye Jin,
apretando la tapa para que no lo abriera.
Wen Liunian se alejó con pesar, pero
aún con ganas de probarlo.
—Su Excelencia —lo saludó un guardia
oscuro al cruzarse—. ¿Otra vez en la cocina?
—Solo pasaba por aquí casualmente
—dijo Wen Liunian—. El médico divino Ye parece estar preparando sopa.
—Así es —respondió el guardia oscuro—.
Riñones de cerdo con ñame y bayas de goji. Es para el líder de la Alianza Shen.
Wen Liunian comprendió de inmediato.
Con razón no lo dejaban beber. Era claramente demasiado “tonificante”.
—¿Qué es eso que huele tan bien?
—preguntó Chu Yuan al pasar cerca de la cocina.
Ye Jin sintió ganas de gritar. El Emperador
nunca salía del estudio, ¿y ahora que él cocinaba, se aparecían todos uno tras
otro?
—¡USTED TAMPOCO PUEDE BEBERLA!
—exclamó Ye Jin, impaciente.
—¡¿Y por qué no?! —preguntó Chu
Yuan.
—Porque aún no estás casado
—respondió Ye Jin con frialdad—. Si este tónico te afecta el cuerpo, ¡no sería
justo dejar que ese tal Duan se aproveche!
Ye Jin golpeó la tapa de la olla.
—Luego te prepararé algo con mungo
para disipar el calor. Mejor mantenerte casto por ahora.
—… —Chu Yuan no supo qué responder.
Ye Jin tomó la olla con sumo cuidado
y salió corriendo hacia la habitación de Shen Qianfeng. Sí, la noche anterior
había sido demasiado agotadora. Había que reponer fuerzas.
Desde el tejado, los guardianes oscuros
chasquearon la lengua al unísono. «El líder de la Alianza Shen, qué buena
fortuna tiene».
Chu Yuan, sonriendo, se dio la
vuelta rumbo a su dormitorio para descansar un poco. Pero al abrir la puerta,
se encontró con Duan Baiyue sentado junto a la mesa, sirviéndose té con total
calma.
—¿Y tú por qué estás aquí? —frunció
el ceño Chu Yuan.
—Naturalmente por asuntos militares
—respondió Duan Baiyue, sereno.
—¿Y bien?
—Chu Heng, como esperábamos, vino a
buscarme para intentar convencerme —Duan Baiyue se acarició el mentón—. La
oferta no fue nada despreciable, para ser sincero.
—¿Y entonces? —lo miró Chu Yuan con
frialdad.
—No hay “entonces” —Duan Baiyue
recogió el comentario con destreza—. Según el plan, fingí aceptar su propuesta.
—Bien —asintió Chu Yuan.
—¿"Bien"? ¿Eso es todo?
—Duan Baiyue soltó una risa baja—. ¿Solo una palabra?
—¿Y qué más quiere el Rey del
Suroeste? —preguntó Chu Yuan.
—Lo que quiero, el Emperador Chu lo
sabe perfectamente —replicó Duan Baiyue, sin disimular la intensidad de su
mirada ni sus intenciones.
—Ya dijiste lo que viniste a decir.
Puedes irte —dijo Chu Yuan con tono indiferente.
—¿Ni siquiera me dejas tomar una
taza de té? —preguntó Duan Baiyue, sin levantarse.
—No.
Duan Baiyue soltó una risa. Cuando
levantó la mano para arreglarle el cabello a Chu Yuan, este retrocedió de
inmediato con alerta:
—¡XIAO JIN!
La mano de Duan Baiyue se congeló en
el aire. Para ser sinceros, aquel nombre le provocaba una pequeña sombra
mental.
En el patio todo estaba en silencio.
Obviamente, Ye Jin no podía oírlo; seguía en la habitación observando a Shen
Qianfeng beber sopa.
—Si crees que estoy a punto de
atacarte, lo lógico sería llamar a un guardia —dijo Duan Baiyue—. No al médico
divino Ye.
—¿Acaso tú le temes a un guardia?
—respondió Chu Yuan con tono apenas elevado.
Duan Baiyue se quedó un momento
atónito, luego negó con la cabeza.
—¿Y tienes miedo de Xiao Jin?
—insistió Chu Yuan.
Duan Baiyue, sin poder evitarlo,
levantó la mano como para tocarse la cabeza.
Más que miedo... lo que sentía era
un impulso instintivo de evasión.
En los ojos de Chu Yuan brilló una
ligera sonrisa. Duró apenas un instante, pero no escapó a la mirada de Duan
Baiyue.
—Valió la pena… —murmuró el Rey del
Suroeste, acariciándose el mentón—. Al menos has sonreído.
Antes de marcharse, dejó una jarra
de licor de flores de Yunnan, llamado Zhili.
Aunque el nombre evocaba poesía, el
sabor era agudo y ardiente. Solo después de un largo rato, un dulzor tenue
regresaba al paladar, acompañado de un dejo amargo... tal como el sabor de una
despedida que termina en reencuentro.
Chu Yuan dejó la copa y ordenó a Sixi
que guardara el resto de la jarra.
Sin sopa ni vino, Wen Liunian se
sentó decaído en la entrada, hojeando sus archivos con desgano.
«Sin comida. Sin compañía».
—Su Excelencia —un guardia oscuro apareció
corriendo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Wen Liunian.
—Chu Mian ha regresado del campo
—respondió el guardia oscuro—. Lo primero que hizo fue venir a buscarlo. Ahora
está esperando fuera. ¿Desea que lo despache?
—No es necesario —dijo Wen,
sacudiendo su túnica mientras se levantaba—. Iré a verlo.
—Pero… es Chu Mian… —el guardia
oscuro se veía incómodo. Después de todo, en su primera aparición se robó el
cinturón y los calzoncillos de Wen, difícil soltar del todo la vigilancia.
—Vengan conmigo —ordenó Wen
Liunian—. Aunque este segundo joven maestro sea algo… peculiar, su esencia no
es mala. Si lo comparamos con su padre y hermano, ya es bastante rescatable.
—¡Su Excelencia! —exclamó Chu Mian
al verlo—. ¡He vuelto!
—¿Por qué elegiste justo este
momento para regresar? —preguntó Wen Liunian—. Hay guerra, y la Ciudad del Gran
Kun está en peligro.
—Lo sé, pero quería volver
—respondió Chu Mian—. Mi padre y hermano están ocupados peleando. Nadie se
preocupa por mí.
—¿El Rey Chu sabe que has regresado?
—preguntó Wen.
—Claro que sí —asintió Chu Mian—. Me
dio una pequeña reprimenda, nada grave. Solo dijo que no causara problemas.
—Entonces escúchalo —dijo Wen
Liunian—. Quédate en la residencia y no te metas en líos.
—He escrito muchos poemas
últimamente —Chu Mian sacó entusiasmado un cuaderno—. Por favor, revíselos.
—¿Tan grueso? —se sorprendió Wen
Liunian.
—Este es solo uno. Tengo siete u
ocho más en casa.
—… —Wen suspiró.
Ni siquiera los emparejadores de
calle escriben tanto.
Aunque había una guerra rugiendo al
fondo, nada afectaba el entusiasmo poético de Chu Mian. Retuvo a Wen Liunian
por una hora entera hablando de versos, antes de retirarse a regañadientes,
dejando pactada la próxima charla.
Wen Liunian sacudió la cabeza. Todo
tiene un límite. Amar los libros es bueno, pero ignorar el mundo exterior… era
excesivo.
Diez días después, estalló la mayor
batalla entre ambos bandos. Los soldados del Estado Chu, armados con espadas
afiladas y escudos en alto, se alinearon firmes bajo las puertas de la ciudad.
Sus rugidos cortaban el cielo como cuchillas. Sobre los muros, ondeaban las
banderas del ejército del Suroeste, bordadas con los tótems de sus tribus
ancestrales, flameando con fuerza en el viento.
Wen Liunian montaba a caballo, junto
a Shen Qianfeng en el frente de batalla, repitiéndose mentalmente que debía
mantener la espalda recta, sin permitir que la armadura lo hiciera encorvarse.
Aunque era un erudito sin fuerza para matar ni un pollo, Chu Yuan había querido
que viera el mundo real, y por eso había emitido un edicto para traerlo
consigo.
—No hace falta sentarse tan rígido
—el guardia oscuro, incapaz de seguir viendo su postura, se acercó a caballo—.
Ahora mismo nadie presta atención a este lado, y usted no es el único erudito
aquí. El segundo, por supuesto, era Chu Mian. Al enterarse de que Wen Liunian
iría personalmente al campo, se entusiasmó. Tras insistir con su padre y
hermano, logró colarse también.
Wen Liunian movió discretamente la
cintura.
Era realmente agotador. Nada que ver
con la ligereza de la armadura de hilos dorados.
Duan Baiyue estaba en lo alto de la
muralla, las manos tras la espalda, mirando a Chu Yuan abajo. No pudo evitar
saborear el recuerdo de “cierta noche”, y sus labios se curvaron
involuntariamente.
Desde abajo, Ye Jin apretó los puños
con ira. «¡Eso es realmente indecente! ¿Cómo puede tener esa sonrisa
libidinosa en un momento así? Definitivamente, hay que buscar la oportunidad
para castrarlo».
—Su Alteza —susurró Duan Nian con
discreción.
—Con tantos contra pocos... no es el
estilo de un gran reino —Duan Baiyue alzó la ceja con una sonrisa.
—Provocar sin motivo sí que es
típico de un país pequeño —replicó Wen Liunian con lengua afilada.
Duan Baiyue lo miró divertido.
Wen Liunian le devolvió la mirada
sin miedo.
El próximo mes recordaría enviarle
codillos de cerdo, bien picantes.
—No desperdicie esfuerzos, Emperador
Chu —dijo Duan Baiyue—. No pienso salir de la ciudad.
—¿Viniste desde tan lejos al Mar del
Este solo para comportarte como una tortuga encogida? —la voz de Wen Liunian
destilaba desdén.
Duan Baiyue rechinó los dientes. «¿Por
qué siempre responde él?»
—¡ABRID LA PUERTA! —ordenó
finalmente Chu Yuan.
Wen Liunian se sumó al coro:
—¿OYERON? ¡ABRAN LA PUERTA!
Duan Baiyue levantó ligeramente la
mano, y al instante, decenas de arqueros subieron a la muralla. Con los arcos
tensados en luna llena, las puntas brillaban bajo el sol.
Los guardianes oscuros rodearon a
Wen Liunian al instante, protegiéndolo de posibles flechas perdidas.
—¡¿Crees que unos pocos hombres
pueden herir a Zhen?! —la voz de Chu Yuan era gélida.
—Claro que no —Duan Baiyue sonrió—.
Al único capaz de herir al Emperador Chu... es este servidor… Y sólo yo…
Ye Jin apretó la mano de Shen
Qianfeng con fuerza, se irguió y respiró hondo, recordándose que tenía que
mantener la calma.
El rostro de Chu Yuan se endureció
al instante. Levantó la mano y gritó con furia:
—¡ATAQUEN!
Cientos de soldados vestidos de
negro se lanzaron al aire como águilas. Antes de que los arqueros enemigos
pudieran reaccionar, aterrizaron firmemente sobre los muros de la ciudad.