TFGL 180

 

Capítulo 180: ¿A dónde fue mi querido funcionario Wen?

 

El Señor Wen se emborrachó.

 

El barco en el que viajaban rumbo al Sur era un navío comercial de gran tamaño—más de cuarenta zhang de largo y diez de ancho. Su estructura tenía grabados complejos, con un diseño fastuoso y elegante. Tenía tres niveles, todos llenos de gente transitando. Durante el día parecía una fiesta de Año Nuevo.

 

—¿Infiltrarse en el compartimiento de carga? —Zhou Mubai frunció levemente el ceño—. Suena viable, pero también es muy arriesgado. Beisha es territorio enemigo. Nadie sabe si hay trampas dentro. Si nos descubren, será difícil escapar.

 

—Es el método más rápido —dijo Zhao Yue—. Afuera hay niebla espesa; eso puede relajar la vigilancia. Dentro, quizás no estén tan alertas. Y si decidí ir, es porque sé que puedo salir entero.

 

Zhou Mubai seguía negando con la cabeza:

—Xiao Liuzhi no lo permitiría.

 

Zhao Yue sonrió.

—¿No me digas que vas a regresar a contarle todo?

 

—Pero... —Zhou Mubai apenas comenzaba a hablar cuando una joven entró corriendo. Tendría unos diecisiete o dieciocho años, con el pelo revuelto y la ropa sucia. Desesperada, tropezó y casi se lanzó en brazos de Zhao Yue.

 

—¡Maldita mocosa, sal de ahí! —se escuchó detrás. Un grupo de siete u ocho sirvientes entró en tropel. El último era un hombre de mediana edad, vestido con seda, jadeando y pálido.

 

Zhao Yue frunció el ceño:

—¿Qué ocurre?

 

—¡Señor, ayúdeme! —La joven, sin escapatoria, cayó de rodillas ante Zhao Yue—. ¡Ellos son malos! Quieren llevarme para abusar de mí.

 

—¡¿Qué tonterías estás diciendo?! —gritó el hombre, a punto de desmayarse—. ¡Tú misma dijiste que querías ser mi concubina y venir conmigo al sur! ¡Pero resultaste una ladrona! ¡Devuélveme los billetes!

 

—¡Señor, por favor! ¡Me están difamando! —La chica seguía llorando, agarrada a Zhao Yue.

 

Zhou Mubai observaba todo con una sonrisa, y tranquilamente se servía té.

 

—¿Tercer joven maestro Zhou? —al ver a Zhou Mubai, el hombre lo reconoció y dio una palmada en el muslo—. ¡Tercer joven, por favor dígale usted! Yo, Wu Lao'er, aunque tenga fama de coqueto, ¡nunca obligaría a nadie a hacer cosas indecentes!

 

Al ver que los dos hombres se conocían, la joven disminuyó un poco el llanto y empezó a mirar discretamente a Zhao Yue.

 

—Devuelve lo que no es tuyo —dijo Zhou Mubai con calma.

 

—¡Yo no robé! —insistió la muchacha.

 

—Devuélvelos —dijo Zhou Mubai con una mirada fría—. Si no lo haces, te lanzo al mar.

 

—¡Tú...! —la cara de la joven se puso roja.

 

—¡Rápido! —gritó Wu Lao'er, golpeando el suelo con el pie.

 

La chica, a regañadientes, sacó los taels y lo arrojó:

 

—Ya está, no tengo más.

 

Wu Lao'er los recogió y los contó. Faltaban varios cientos de taeles. Aunque estaba furioso, por respeto a Zhou Mubai no hizo escándalo. Se limitó a lanzarle una mirada de odio, y se fue, como quien ha sido mordido por un perro.

 

Cuando él y sus hombres se fueron, la joven también dejó de llorar. Se levantó, con intención de salir, pero Zhou Mubai la detuvo:

—¿Tienes más dinero?

 

—¿Y a ti qué te importa? —respondió la chica. Su estómago rugía.

 

Zhou Mubai negó con la cabeza:

—No planeaba involucrarme, pero se te ve en la cara que no eres ninguna inocente. Y si te mueres de hambre, quizás hagas algo aún peor. Esto no es tierra firme—no puedes andar haciendo lo que se te antoje.

 

—El camino es largo. Si en el trayecto ves un barco que regresa, sería mejor que lo tomes —añadió Zhao Yue—. Incluso si llegas a Nanyang, estarás sola, sin hablar el idioma y vulnerable. No siempre habrá alguien dispuesto a ayudarte.

 

Aunque ambos hablaban con buena intención, la joven no lo tomó bien. Agarró dos pastelitos de la mesa y salió corriendo sin mirar atrás.

 

Zhou Mubai negó con la cabeza, sin interés en seguir el tema. El barco comercial, dentro de unos dos días, se encontraría con el navío de abastecimiento del ejército de Chu rumbo a Beisha. Si querían infiltrarse, necesitaban planear una estrategia perfecta.

 

***

 

En la ciudad del Gran Kun, Wen Liunian estaba en el patio tomando el sol, sintiéndose cálido de pies a cabeza.

 

—Su Excelencia —entró un guardia oscuro con una carta en mano.

 

—¿La escribió el gran jefe Zhao? —Wen Liunian se levantó.

 

—Sí —el guardia oscuro se la entregó—. También envió vino y pescado seco de la Isla Luoying.

 

Wen Liunian, contento, abrió la carta. Pero al ver la caligrafía, reconoció que era de Yun Duanhun. Se detuvo con cierta sorpresa. Al terminar de leer, su mente zumbaba, y durante un buen rato no pudo decir ni una palabra.

 

—¿Qué dice el gran jefe Zhao? —preguntó el guardia oscuro, desconcertado. Las veces anteriores siempre estaba alegre después de leer sus cartas, incluso comía el doble.

 

—Salió de reclusión antes de tiempo —respondió Wen Liunian.

 

—¿Salió antes? ¡Eso es bueno! —el guardia oscuro se alegró—. ¿Cuándo regresa?

 

—No lo sé —Wen Liunian negó con la cabeza.

 

El guardia oscuro quedó en silencio.

 

«¿No lo sabe?»

 

«Solo falta que se haya escapado por la ventana...»

 

—Fue a la Bahía de Beisha —Wen Liunian frunció el ceño.

 

—¿A Beisha? ¿Por lo de las sirenas? —el guardia oscuro se alarmó.

 

Wen Liunian asintió:

—Sí.

 

—Pero eso... —los guardianes oscuros se miraron, sorprendidos. Llevaban tiempo discutiendo ese asunto entre muchos, y no se había llegado a ninguna conclusión. ¿Y ahora simplemente se fue?

 

—¿Debemos zarpar para detenerlo? —preguntó uno, con cautela.

 

Wen Liunian negó:

—Ya es demasiado tarde.

 

—Con Lord Wen aquí, el gran jefe Zhao no actuará precipitadamente —dijo uno de los guardianes oscuros—. Seguro ya tiene un plan y no hay por qué preocuparse demasiado.

 

Wen Liunian asintió con desgano, guardó la carta con sumo cuidado y se sentó en el umbral, ensimismado. Ya ni le apetecía el cerdo glaseado; su cena fue medio bollo al vapor frío, y hasta pasada la medianoche no se acostó.

 

Los guardianes oscuros discutieron entre ellos: si no podían convencerlo con razones, y en todo el reino no había quien pudiera ganarle en lógica… tal vez lo mejor era emborracharlo. Al menos dormiría bien.

 

Wen Liunian no se opuso. Bebió su cuenco de vino de un solo trago y no estaba mal.

 

Las tres jarras eran vino dulce, elaborado personalmente por Zhao Yue. Solo pretendía que las probara, no eran muy fuertes. Pero Wen Liunian bebió las tres, corrió al baño más de diez veces y al final se desplomó, completamente inconsciente.

 

A la mañana siguiente, los guardianes oscuros abrieron la puerta con cuidado. Al verlo aun durmiendo profundamente, se tranquilizaron. Justo iban camino al desayuno cuando el ama de llaves irrumpió, jadeante:

—¡El Rey Chu viene a ver a Lord Wen!

 

—Dile que está enfermo —respondió el guardia oscuro—. No puede recibir visitas.

 

—¡Eso no servirá! —el ama de llaves se alarmó—. El Emperador Chu llega hoy a la ciudad. Por protocolo, el Rey debe escoltarlo junto con Lord Wen. No hay tiempo que perder.

 

El guardia oscuro se quedó helado:

—¿La comitiva llega hoy?

 

—Claro, Lord Wen ya recibió la notificación. ¿No se los mencionó?

 

El guardia oscuro: “…”

 

Wen Liunian seguía roncando. A ese nivel… ni el mismísimo Emperador del Cielo podría despertarlo.

 

—¿Y si fingimos que fue atacado por un asesino? —sugirió uno de los guardianes oscuros—. Le ponemos un bulto en la cabeza, y el emperador seguro no lo culpará. Hasta puede que le dé una recompensa.

 

Todos estuvieron de acuerdo.

Perfecto. Ve tú a golpearlo.

 

***

 

Mientras tanto, en el salón principal, Chu Heng llevaba ya un buen rato esperando sin que nadie saliera. Lo urgente lo urgía: los oficiales ya lo habían apurado tres o cuatro veces. Finalmente, no pudo demorar más y se marchó con su séquito a recibir a la corte imperial.

 

En el camino real, el sonido de los cuernos retumbaba por todos los campos. Las banderas de los Nueve Dragones ondeaban como cortinas oscuras contra el cielo. Decenas de miles de soldados vestidos con armaduras negras marchaban con paso firme, la formación recta e imponente, como un dragón cuyas escamas se extendían hasta donde la vista ya no alcanzaba.

 

—¡Larga vida al emperador! —Chu Heng ya estaba en la puerta de la ciudad recibiendo con todos los honores. Algunos era la primera vez que veían al emperador y, aunque estaban de rodillas y no se atrevían a levantar la cabeza, no pudieron evitar echar un vistazo furtivo. Para su mala suerte, sus ojos se cruzaron con los del emperador, y quedaron tan aterrados que volvieron a agachar la cabeza de inmediato.

 

A su alrededor reinaba el silencio. El joven emperador, con armadura plateada y espada al cinto, erguido sobre su corcel, emanaba un aura cortante y vibrante. Parecía nacido para liderar campañas, tomar fortalezas y recuperar las tierras perdidas del reino.

 

—Han sido años duros, Rey Chu —dijo Chu Yuan, tras una larga pausa.

 

—Su Majestad exagera. Gobernar el Mar del Este es parte de mis deberes —respondió Chu Heng con la cabeza baja.

 

A la entrada del Gran Kun, las palabras que escribió el emperador anterior ya se veían erosionadas, cubiertas por el paso del tiempo.

 

—Levántense —ordenó Chu Yuan—. ¡Vamos a entrar!

 

—¡Sí! —Las banderas ondeaban al viento. Detrás, decenas de miles de soldados respondían al unísono, sus voces subiendo hasta los cielos. A los lados de la calle, el pueblo se arrodillaba en silencio. Pero en sus corazones, un rayo de esperanza brillaba: el emperador había llegado. Quizás ahora, los días buenos estaban cerca.

 

Tras instalarse en la posada, Chu Yuan preguntó:

 

—¿Dónde está mi querido funcionario Wen?

 

—Majestad, Lord Wen está enfermo —respondió Chu Heng.

 

—¿Enfermo? —frunció el ceño Chu Yuan.

 

—Dicen que bastante grave —añadió Chu Heng.

 

Ye Jin también se sorprendió. Cuando se fue, estaba perfectamente. ¿Cómo es que ahora ni puede levantarse de la cama?

—La casa de Wen está justo al cruzar la calle. Iré a verlo.

 

Chu Yuan asintió y lo acompañó.

 

Los demás se alarmaron. Sabían que el ministro Wen era cercano al emperador, pero no esperaban esto: ignorar por completo la guerra del Mar del Este para visitar al enfermo en cuanto llegar… eso era devoción.

 

Wen Liunian seguía abrazado a su manta, soñando. Uno de los guardianes oscuros iba hacia la habitación con una jarra de sopa para la resaca, pero al ver entrar a Ye Jin y Chu Yuan, se asustó tanto que casi la deja caer.

 

—¿Qué ha pasado? —Ye Jin se acercó, olfateando—. Huele… a vinagre.

 

—Es... vinagre —sonrió el guardia oscuro, muy natural, sin rigidez alguna.

 

—¿Qué tiene mi querido funcionario Wen? —preguntó Chu Yuan, preocupado.

 

—Majestad... Lord Wen… está un poco aturdido —eligió con cuidado sus palabras.

 

—¿Aturdido? ¿Por agotamiento? —preguntó Chu Yuan

 

—Sí, está algo cansado. ¿No prefiere tomar un té mientras tanto? —propuso el guardia oscuro con entusiasmo.

 

Pero Chu Yuan negó con la cabeza:

—¿Dónde está exactamente mi querido funcionario Wen?

 

Los guardianes oscuros buscaban con desesperación la ayuda de Ye Jin solo con la mirada.

 

—¡No me digan que emborracharon al Gran Lord Wen! —Ye Jin tomó un poco de la sopa y la olió con sospecha.

 

El guardia oscuro sonrió, mostrando sus dientes.

 

Chu Yuan: “…”

 

—Pff... —Wen Liunian dormía boca arriba, completamente despatarrado, rascándose la cara en sueños, incluso babeando.

 

Chu Yuan, de pie junto a la cama, no sabía si reír o llorar.

 

—No vuelvan a hacer esto —dijo Ye Jin mientras acomodaba al funcionario con cuidado—. Es un erudito, ¿cómo iba a aguantar tres jarras de vino?

 

—No sabíamos que hoy llegaba el emperador —se justificó el guardia oscuro abatido—. El gran jefe Zhao envió una carta diciendo que iba a infiltrarse en la Bahía de Beisha, y Lord Wen se pasó la noche sin dormir, preocupado. Además, últimamente ha estado ocupado ayudando al pueblo, ha perdido bastante peso.

 

Tal vez por sentir calor, Wen Liunian pateó la manta y, medio despierto, intentó quitarse la ropa.

 

¡SANTO CIELO! Los guardianes oscuros lo retuvieron como pudieron.

 

Chu Yuan soltó una carcajada, y junto a Ye Jin salió de la habitación:

—Cuéntame sobre la Bahía de Beisha.

 

—La verdad es que sí tiene algo extraño —suspiró Ye Jin—. No es de extrañar que Lord Wen esté tan angustiado que no pueda dormir.

 

***

 

Mientras caía la noche, un barco de guerra navegaba con viento a favor, a toda velocidad. No muy lejos, la lujosa embarcación comercial con destino al sur estaba anclada cerca de una isla, tan imponente como una bestia negra.

 

Zhao Yue y Zhou Mubai, vestidos con ropas nocturnas, se preparaban para saltar al agua e intentar acercarse al barco de suministros. Pero antes de que pudieran moverse, una silueta pequeña apareció en el nivel inferior. Llevaba algo atado a la cintura y, sin pensárselo dos veces, se lanzó al mar con un “¡plop!”.

 

—¿La chica de ayer? —Zhao Yue frunció el ceño.

 

Zhou Mubai asintió:

—Sabía que no era trigo limpio… pero no imaginé que fuera tan temeraria. Meterse en Beisha...

 

La figura chapoteó y logró alcanzar el barco de guerra. Pero justo cuando estaba por trepar, todo su cuerpo se entumeció. Sin saber qué pasaba, fue levantada por alguien... y devuelta al barco anterior.

 

—Ustedes... —la chica aún temblaba.

 

—¿Has bebido? —Zhou Mubai se acercó a olfatearla, y luego examinó los vejigos de cerdo que llevaba atados—. ¿Así pretendías aguantar el frío en el agua? No sé si decirte valiente... o inconsciente.

 

—¿Qué quieren de mí? —la chica dio un pisotón en el suelo indignada.

 

Zhou Mubai la tomó del brazo y, junto a Zhao Yue, regresaron con ella al camarote.

 

Empapada por el agua del mar, la muchacha temblaba sin parar.

 

—Ponte esto —Zhou Mubai le tendió un conjunto de ropa—. Te lo advierto: si haces alguna jugarreta, no esperes que te trate con delicadeza.

 

La chica le arrebató la ropa y fue a cambiarse al cuarto interior. Y lo cierto es que se comportó con bastante obediencia. No tenía muchas opciones.

 

—¿Cómo te llamas? —preguntó Zhou Mubai.

 

—¿Y qué importa? Tú no me conoces —respondió ella, abrazando la taza de té, aun temblando.

 

—Deberías agradecerme por traerte de vuelta. Si no, seguirías congelándote allá afuera.

 

La chica, sabiendo que él no era fácil de manejar, se negó a seguir hablando.

 

—Tu nombre —insistió Zhou Mubai—. Te lo digo en serio: nosotros también tenemos interés en ese barco de abastecimiento. Si cooperas, tal vez encuentres una salida.

 

—¿También van en busca de las sirenas? —preguntó la chica, alzando la mirada.

 

Zhou Mubai esbozó una sonrisa gélida:

—Tu nombre.

 

—...Me llamo Xiao Lingzi —dijo finalmente, acercándose a Zhao Yue—. No soy más que una estafadora. Tú pareces un verdadero guerrero, seguramente no me conoces.

 

—¿Xiao Lingzi, la que se escapó de la secta de Haihua Niang? —frunció el ceño Zhao Yue.

 

—¿De veras me reconoces? —se sorprendió la chica.

 

Zhao Yue y Zhou Mubai se miraron. Wen Liunian había mencionado en una carta la masacre del clan Pinglang, y entre los nombres apareció esta misteriosa joven. Lo que no imaginaron fue encontrarla justo aquí.

 

—¿Dónde estabas la noche en que se quemó el clan Pinglang? —preguntó Zhou Mubai.

 

—¿Son amigos de Haihua Niang? —preguntó Xiao Lingzi, en guardia.

 

Zhou Mubai no respondió directamente, pero lo dio por hecho.

 

—Esa noche llegaron varios asesinos. Muy hábiles —dijo Xiao Lingzi—. Me escondí en un pozo seco y no me descubrieron. Cuando se fueron, me escapé.

 

—¿Y por qué querías ir a la Bahía de Beisha? ¿Quién te dijo que allí hay sirenas? —preguntó Zhao Yue.

 

—Lo escuché sin querer mientras estaba en el pozo —respondió Xiao Lingzi—. Decían que la familia Liu criaba sirenas para un príncipe, pero como no podían sobrevivir, todo acabó mal. Y que ahora las sirenas están en Beisha.

 

—Aunque eso fuera cierto, ¿qué tiene que ver contigo? —dijo Zhou Mubai—. ¿Vas a arriesgar tu vida en Beisha por vengar a los Liu?

 

—¿Quién quiere vengarlos? —Xiao Lingzi torció la boca—. Incluso si acepté su dinero, también le entregué mi cuerpo. Estamos a mano.

 

Zhao Yue negó en silencio. «Qué manera tan ruda e impulsiva de hablar para alguien tan joven».

 

—Desde que logré escapar de la familia Liu, he estado viajando en barcos mercantes —dijo Xiao Lingzi—. Luego escuché que este gran navío pasaría cerca de la Bahía de Beisha, y justo apareció el señor Wu queriendo tomarme como concubina. Pensé en aprovechar para subir y echar un vistazo: quería ver si las sirenas realmente existen.

 

—¿Arriesgarte solo para mirar? —Zhou Mubai no sabía si reír o enfadarse.

 

—Créeme o no —replicó Xiao Lingzi—. He vagado por el Jianghu muchos años y nunca he visto una sirena. Quiero ver el mundo.

 

—Eres increíble —dijo Zhou Mubai, sacudiendo la cabeza.

 

—Ahora está bien —dijo Xiao Lingzi con tristeza—. Por tu culpa me detuvieron y ese barco de guerra ya debe haber zarpado. Vine para nada.

 

—¿Cuál era tu plan? —preguntó Zhou Mubai—. Si no te hubiera atrapado, ¿dónde pensabas esconderte?

 

—En el compartimento más bajo del barco hay barriles de agua dulce. Vaciando uno, se puede meter dentro —respondió—. Más adentro hay comida seca. No me iba a morir de hambre.

 

—¿Cómo sabes todo eso? —Zhou Mubai frunció el ceño.

 

—Porque me lo trabajé —dijo Xiao Lingzi—. Me costó mucho averiguarlo. ¿Ustedes también van a Beisha? ¿Han investigado algo? ¿Puedo ir con ustedes?

 

—Tú no vas a ninguna parte —dijo Zhou Mubai—. ¿Sabes lo que pasaría si entraras en Beisha esta noche y te descubrieran?

 

—¿Qué pasaría? —respondió Xiao Lingzi con desprecio—. A lo sumo perdería la vida.

 

—¿Una sola vida? —Zhou Mubai negó con la cabeza—. Lo tomas demasiado a la ligera.

 

Xiao Lingzi no entendía.

 

—La peor consecuencia no es solo que tú mueras —dijo Zhou Mubai—. Tal vez también caigan todos los soldados en ese barco de guerra… y cada una de las sirenas que hay dentro de la niebla. Hay gente dispuesta a todo para mantener ciertos secretos.

 

Xiao Lingzi lo miró frunciendo el ceño.

 

—Dinos todo lo que sabes —dijo Zhou Mubai, colocando un puñado de hojas de oro sobre la mesa—. Serán tuyas.

 

Tal vez por la frialdad en su expresión, o por la mención de que la vida de las sirenas estaba en juego, Xiao Lingzi se estremeció. Finalmente, relató sin omitir ningún detalle todo lo que había averiguado en los últimos meses sobre la Bahía de Beisha.

 

—Bien —Zhou Mubai deslizó las hojas de oro hacia ella.

 

—¿También intentarán subir a ese barco? —preguntó Xiao Lingzi, señalando—. Pero hace rato que zarpó, ¿no?

 

—No necesariamente —respondió Zhou Mubai con una media sonrisa, mirando por la ventana.

 

La noche era oscura y silenciosa. El barco de guerra seguía anclado en otro muelle de la isla. Los soldados seguían trabajando entre antorchas, maldiciendo por el agujero en el casco que les había hecho perder horas. Si eso provocaba retraso y el rey se enteraba, no escaparían al castigo.

 

—¿Tú… agujereaste el barco? —Xiao Lingzi se quedó boquiabierta.

 

—Un esfuerzo mínimo —respondió Zhou Mubai.

 

—¡Qué impresionante! —Xiao Lingzi lo miraba con admiración. Si ella tuviera ese nivel de habilidad, ya no necesitaría estafar: simplemente lo tomaría todo por fuerza.

 

Zhou Mubai le hizo una seña con el dedo.

 

Xiao Lingzi, obediente, se acercó.

 

Una aguja plateada se le clavó en el cuello. En cuestión de segundos, su cuerpo se desplomó en silencio.

 

—Veneno de la secta Peacock —explicó Zhou Mubai—. Simula la muerte durante un mes. En el barco hay conocidos. La llevaremos a la Isla Haicai y la dejaremos a cuidado de la tía Zihua.

 

Zhao Yue asintió:

—¿Y el siguiente paso?

 

—Por supuesto que vamos a infiltrarnos en el barco de suministros —Zhou Mubai se acarició la barbilla—. El jefe Zhao y yo iremos juntos.

 

***

 

Mientras tanto, el Este empezaba a aclararse, y una redonda aurora rompía el horizonte. Wen Liunian bostezó y se sentó en la cama con ánimo renovado; su estómago rugía con fuerza.

 

Los lobos de armadura roja correteaban en la ventana, girando sin parar, sus antenas completamente rígidas. Wen los miró durante largo rato y, de repente, una idea estalló en su mente con un fuerte "¡boom!". Se levantó de golpe y salió corriendo.

 

—¡Su Excelencia, espere! —exclamó la señora que iba a dejarle agua—. ¡¿Y los zapatos?!

 

—¡Rápido, preparen carruaje y caballos! ¡Tengo que salir! —gritó Wen Liunian mientras rebuscaba entre la ropa—. ¡El emperador está por llegar, no puedo demorarlo!

 

—El emperador ya ha llegado —dijo Chu Yuan desde la puerta.

 

Wen Liunian: “…”

 

Wen Liunian: “…”

 

Wen Liunian: “…”

 

Chu Yuan lo miraba con una sonrisa apenas contenida.

 

Wen Liunian volvió la cabeza lentamente. Esto tenía que ser una alucinación.

 

Chu Yuan alzó una ceja:

—Dormiste un día entero. Esas tres jarras deben haber sido vino de calidad, ¿verdad?

 

La cara de Wen Liunian se puso blanca como papel, y cayó de rodillas para pedir perdón, pero fue levantado enseguida.

 

—Solo bromeaba —dijo Chu Yuan.

 

—Majestad, por favor, perdóneme —respondió Wen Liunian, afligido.

 

—No es para tanto —dijo el Emperador Chu—. Mientras no te embriagues todos los días, una copa ocasional no hace daño. Además, con los hombres del Palacio Perseguidor de las Sombra cerca, no podías negarte.

 

Desde el techo, los guardianes oscuros estaban atentos a cada palabra, listos para saltar si la ira imperial se desataba.

 

—Has trabajado duro este último año —Chu Yuan le sirvió una taza de té.

 

—Servir al pueblo no es fatiga —respondió Wen Liunian con humildad—. Además, el Rey del Suroeste siempre me envía codillos. Incluso carne de jabalí del Yunnan. Son memorables.

 

Chu Yuan negó con la cabeza, riéndose:

—¿Duan Baiyue te ha tratado mal?

 

—No —Wen Liunian negó rápidamente—. El Rey del Suroeste es muy amable conmigo.

 

Justo en ese momento, Ye Jin entró con una taza de medicina:

—¡Ejem!

 

Wen Liunian se irguió de inmediato:

—Bueno... tampoco tan bien.

 

Ye Jin le lanzó una mirada severa a su hermano. «¿Qué tiene ese calvo para que todo el mundo pregunte por él?»

 

Chu Yuan no pudo contener la risa. A este paso, parecía que el que había sido maltratado… ¡era Duan Baiyue!