•❥ ❥• Capítulo 179: No está completamente calvo •❥ ❥•
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Está calvo justo en el centro de la
cabeza.
Duan Baiyue llevaba mucho tiempo
atrincherado en el Mar del Este, así que el ejército del Gran Chu,
naturalmente, no podía permitirle ni un respiro. Pero antes de que Chu Yuan y
Shen Qianfan llegaran con el grueso de las tropas, Chu Heng tampoco quería
malgastar soldados en enfrentamientos innecesarios. Así que, aunque movilizó
tropas, las batallas eran totalmente apagadas: si no lograban romper las
murallas, no insistían. Cada día se limitaban a gritar con caballos y soldados
fuera de la ciudad, para luego tocar los tambores y retirarse con prisa, como
si temieran que el combate fuera real.
Los comandantes eran hombres de
confianza del Rey Chu, que sabían exactamente cómo colaborar para que aquella
obra se actuara a la perfección. Durante un tiempo, toda la región parecía
estar sumida en caos bélico, pero en realidad, apenas si hubo bajas.
—No han hecho nada y aun así cada
día inventan una novedad. Eso también tiene su mérito —comentó Wen Liunian,
arrojando el informe de guerra al costado.
—El Emperador Chu y Qianfan
probablemente aún tarden en llegar —dijo Shen Qianfeng—. Lo más importante
ahora es ganar tiempo.
—Gracias al Rey del Suroeste, claro
—suspiró Wen Liunian.
Ye Jin, espalda recta y abrazando al
gato, permanecía impasible.
Wen Liunian, rápido para rectificar:
—Sólo lo dije por decir… Pensándolo
bien, el Rey del Suroeste tampoco es tan crucial.
Shen Qianfeng: “…”
—¡Su Excelencia! —llamó un guardia oscuro
desde afuera—. El líder Shang ha enviado una carta.
—¿Una carta? —Wen Liunian frunció el
ceño. Justo estaba pensando por qué no habían regresado aún. ¿Será que algo los
ha demorado?
—El lacre parece indicar que se
trata de algo urgente —dijo el guardia oscuro, entregándole el mensaje.
Shen Qianfeng y Ye Jin se acercaron
para leerla juntos.
—¿Otra vez la Bahía de Beisha? —Wen
Liunian volvió a fruncir el ceño.
—¡Malnacidos! —exclamó Ye Jin
después de un largo silencio, con rabia en los ojos.
Sabían que Ye Jin siempre había
tenido debilidad por los niños, y no podía tolerar verlos sufrir. Shen Qianfeng
lo rodeó con un brazo, y le dio una palmada suave en la espalda para
consolarlo.
—El líder Shang dijo que se quedará
en la Isla Haicai con el asesor Mu —explicó Wen Liunian—. Puede que encuentren
otras pistas, por ahora no volverán.
—Está bien así —dijo Shen Qianfeng—.
La tía Zihua tiene bastante influencia en el Mar del Este. Si ella toma cartas
en el asunto, debería jugar a nuestro favor.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ye
Jin—. Si no actuamos, temo que más niños sigan siendo víctimas.
—Eso no es tan difícil de resolver
—dijo Wen Liunian—. Hay dos razones por las que los niños son secuestrados:
una, porque sus padres son engañados creyendo que los envían a aprender un
oficio y ganarse la vida; dos, porque los traficantes se los llevan a la
fuerza. Supongo que la primera razón es la más común.
—¿Y qué propones? —preguntó Shen
Qianfeng.
—Si logramos que los pescadores
comprendan que dejar a los niños a su lado les dará un mejor futuro que
enviarlos afuera, podremos prevenir gran parte de estos casos —dijo Wen
Liunian—. Al final, nadie se separaría de sus hijos si no fuera por necesidad.
—Entonces… —Ye Jin tanteó la idea.
—Aquí es donde entra usted —Wen
Liunian se acarició la barbilla. Al fin y al cabo, con su rango de príncipe, es
más fácil tomar medidas y emitir comunicados.
Así, esa misma noche, Ye Jin fue con
Shen Qianfeng al palacio del Rey Chu.
—¿Quieren formar una nueva armada?
—preguntó Chu Heng, desconcertado.
—No para lanzarla al combate ahora
—dijo Ye Jin—. Es para reforzar la defensa marítima en el futuro. El gran jefe Zhao
es una figura extraña del Mar del Este, con habilidades acuáticas
excepcionales. Al enterarse de esto, el Emperador Chu ha concebido la idea de
formar una unidad subacuática.
—Ya veo —asintió Chu Heng.
—Para entrenar habilidades
submarinas, lo mejor es comenzar a edad temprana —dijo Ye Jin—. Lord Wen ya ha
redactado el anuncio. Si a Su Alteza no le parece mal, daré la orden para
distribuirlo por todas las regiones del Este.
—¿Tan apresurado? —frunció el ceño
Chu Heng—. La guerra aún no ha terminado. ¿No deberíamos aplazarlo un tiempo?
—Con Su Alteza y el Rey del Suroeste
en combate, esta tarea de entrenar la armada acuática puede dejarse en manos de
Lord Wen —dijo Ye Jin—. Así no se estorban.
—Si el Noveno Príncipe ya ha
dispuesto los planes, este Rey cooperará con todo gusto —respondió Chu Heng con
diplomacia. Después de todo, con el ejército de Chu a punto de llegar, nadie
osaba provocarlo.
Unos días después, un anuncio
oficial fue enviado a toda velocidad por caballos hacia todas las regiones del
Mar del Este. De pronto, la gente comentaba por todas partes que el Gran Lord Wen
estaba reclutando niños para formar una nueva armada para el Emperador Chu, solo
aceptaban de seis a diez años, y el shifu sería nada menos que un anciano inmortal
del Mar del Este. Quienes fueran elegidos recibirían beneficios imperiales, y
sus familias serían recompensadas. ¡Una fortuna caída del cielo!
—¿De verdad se podrá frenar el
problema? —preguntó Ye Jin.
—Aunque no llegue al cien por
ciento, al menos resolverá el ochenta por ciento —respondió Wen Liunian—. Y
sobre aquellos que ya han sido llevados, solo queda esperar que el ejército
llegue pronto y pueda liberarlos.
***
En la sala de hielo de la Isla Luoying,
Zhao Yue entrenaba con el torso desnudo, sentado en meditación. Aunque el
entorno era gélido, sentía como si tuviera una llama en el pecho. Su energía se
estancaba, causando un dolor sordo.
Yun Duanhun lo observaba en
silencio:
—No lo fuerces.
Zhao Yue abrió los ojos lentamente:
—Shifu...
Ya había alcanzado el noveno nivel
del estilo de espada Hongliu, pero no lograba atravesar el último umbral.
Siempre que lo intentaba, la energía se bloqueaba en el pecho, dejándolo
exhausto y sin avances.
—Te lo dije desde el principio —dijo
Yun Duanhun—. Este estilo depende un setenta por ciento del esfuerzo, y treinta
por ciento del destino. Ya pocos en el mundo del Jianghu llegan a este nivel.
No te obsesiones.
—Lo entiendo —Zhao Yue asintió.
—Ya ha estallado la guerra en el Mar
del Este. Imaginaba que estarías ansioso —le dijo, dándole una palmadita—. Es
hora de volver.
—¿Ahora? —Zhao Yue se sorprendió.
—Si el momento es propicio, romper
ese último límite puede ocurrir en un instante. Si te obsesionas, puede tomarte
una década. Con tu nivel actual, ya tienes renombre en el Jianghu. Con la
guerra ardiendo allá afuera, y Xiao Liuzhi necesitándote, es mejor salir por
ahora. Cuando el mar esté en calma, podrás volver y continuar.
—Gracias, shifu —dijo Zhao Yue con
gratitud.
—Esta carta es del jefe Shang
—añadió Yun Duanhun—. Está en la Isla Haicai. Puedes reunirte con él y seguir
el plan.
—Entendido —Zhao Yue asintió.
—Si surge algo, escríbeme cuando
quieras —le dijo, palmeándole el hombro—. Aunque has sufrido mucho en estos
veinte años, también has ganado lo que otros no pueden. Te esperan días cada
vez mejores.
Zhao Yue sonrió:
—Cuando todo esto termine, regresaré
con Xiao Liuzhi para agradecerle personalmente.
Tres días después, una embarcación
pasó por la Isla Luoying. Zhao Yue se despidió de todos y zarpó rumbo al sur en
busca de Shang Yunze. Mientras tanto, Wen Liunian permanecía en casa sin salir,
dedicándose cada día a redactar proclamas militares. Las frases eran cada vez
más largas, con lenguaje florido, plagadas de citas clásicas, y tan
grandilocuentes que cuando Chu Cheng las leía desde lo alto del muro, los
soldados abajo no entendían ni una palabra.
Una vez llegó otra carta llena de
arcaísmos y giros rebuscados. Chu Cheng apenas leyó tres frases antes de que le
doliera la cabeza, y la dejó de lado.
Al enterarse, Wen Liunian se
presentó en el palacio del Rey Chu, protestando con energía durante media hora.
Su tono era tan apasionado y su discurso tan exuberante, que hasta los
sirvientes que servían té se mareaban de escucharlo.
Finalmente, al lograr que se
retirara, Chu Heng envió una carta urgente al frente, regañando ferozmente a
Chu Cheng:
«¡Si se te ordena leerlo, lo lees!
¡No provoques problemas en casa por una tontería!»
Chu Heng estaba tan molesto que
mandó gente a buscar por todos lados hasta recuperar esa montaña de papel.
Los habitantes del Mar del Este, que
antes vivían aterrados y listos para abandonar sus hogares, se sorprendieron de
que la guerra fuera tan tibia: cada día solo veían a los ejércitos gritándose
insultos, para luego tocar los tambores y retirarse. En poco tiempo, el pueblo
estaba tan confundido como inquieto, preguntándose qué estaba ocurriendo
realmente. Entre todos los rumores, había uno que se extendía con fuerza y
parecía el más creíble: que el Rey del Suroeste no pretendía usurpar el trono,
sino simplemente expandir sus territorios, reclamando todo lo que se hallara al
sur del río Bai. La razón por la que prolongaba la guerra era, en apariencia,
para poder encontrar el momento adecuado y negociar cara a cara con el actual
emperador.
—¿Es cierto eso? —frunció el ceño
Chu Cheng.
—¿Quién puede asegurarlo? —respondió
Chu Heng mientras apartaba la espuma de su té—. Pero si es así, Chu Yuan se ha
metido solo en la trampa.
—¿Debemos intentar atraer al Rey del
Suroeste a nuestro lado? —volvió a preguntar Chu Cheng.
—Todavía no es el momento —dijo Chu
Heng con calma—. Por ahora, esperemos.
En la casa de Wen Liunian, Ye Jin
acomodó la cama de Shen Qianfeng, y acto seguido fue corriendo a la habitación
de Wen Liunian, claramente sin ninguna intención de dormir.
—Médico divino Ye —Wen Liunian ya me
disponía a descansar, pero al verlo entrar tan agitado, me sobresaltó y me senté
de golpe—. ¿Pasó algo?
—Nada —respondió Ye Jin, haciendo un
gesto con la mano.
Wen Liunian: “…”
«Entonces… ¿por qué?»
Cinco lobos de armadura roja,
en fila, treparon torpemente por la pata de la mesa y se pusieron a menear las
antenas frente a Ye Jin.
«Queremos insectos».
Ye Jin abrió el frasco de carne
picada sin mucho ánimo y se sentó al borde de la cama de Wen Liunian, con una
mirada brillante y fija.
—¿Lord Ye? —Wen Liunian lo miró,
desconcertado. «¿Y esa mirada?»
—Necesito pedirte algo —dijo Ye Jin
directamente.
—¿Qué cosa? —preguntó Wen Liunian.
Ye Jin reflexionó un momento y luego
explicó:
—Hubo una vez un rey fronterizo
extremadamente… lascivo.
Wen Liunian: “…”
—Pero hay alguien que simplemente no
lo cree —Ye Jin se indignó—. ¿Cómo puedo hacer que esa persona entienda que el
rey fronterizo es de verdad un degenerado, y así me permita castrarlo?
Wen Liunian sintió un escalofrío
recorrer su espalda.
—Usted, como el mayor erudito del
Gran Chu, seguro tiene una solución —los ojos de Ye Jin brillaban.
—Eso… el Rey del Suroeste no es
tan... —Wen Liunian lo intentó.
—¡Nadie en todo el Gran Chu es más
indecente que él! —exclamó Ye Jin. Pero al darse cuenta de que había dicho algo
muy comprometedor, corrigió rápido—. Aunque claro, también podría ser el Rey de
Dandong.
—Ese ya está cerca de los ochenta…
—Wen Liunian se mordió el labio.
—¿Y qué tal Mu Hanye? —Ye Jin seguía
con su enumeración.
—Si realmente necesitas ayuda, hay
que adaptarse a cada caso. Ese “alguien” del que hablas, ¿cómo es? Si no puedes
decir el nombre, al menos describe el carácter —dijo Wen Liunian.
—¿El carácter? —Ye Jin pensó—. Lo
han engañado varias veces, así que no confía fácilmente en nadie. Es muy
cauteloso, analiza todo a fondo antes de dar un paso.
—¿A qué se dedica? —preguntó Wen
Liunian.
—Vende churros —respondió Ye Jin sin
pensarlo mucho.
Wen Liunian: “…”
—¿Tienes alguna idea? —insistió Ye
Jin.
—Demasiado vago —negó Wen Liunian
con la cabeza.
—Olvídalo. Lo voy a castrar
directamente —Ye Jin se levantó para salir.
—¡LORD YE! —Wen Liunian lo detuvo—.
Ante todo, la guerra es lo más importante.
Ye Jin se detuvo en seco. Luego giró
de golpe para mirarlo.
Wen Liunian tosió dos veces,
incómodo, y dijo:
—El carácter del Rey del Suroeste…
lo juzgará Su Majestad en su momento.
Ye Jin: “…”
Ye Jin: “…”
Ye Jin: “…”
Media hora más tarde, cuando Shen
Qianfeng apareció en busca de Ye Jin, lo encontró metido en la cama de Wen
Liunian, enumerando uno por uno los crímenes del Rey del Suroeste.
—Ajá, sí, sí, es muy lascivo —Wen
Liunian bostezaba, completamente mareado, y solo sabía asentir con energía.
—¿Qué tiene de especial ese tipo? en
fin… —Ye Jin dio una palmada en la pared.
Shen Qianfeng solo podía apoyarse en
el marco de la puerta con dolor de cabeza.
Cuando él quiso casarse, el Emperador
Chu tampoco los dejaba. Y ahora que el asunto ha girado completamente… no solo
no mejora, sino que parece haberse complicado aún más.
Si el Emperador Chu lo supiera, no
sabría si reír o llorar.
El ejército imperial finalmente
llegó a la ciudad de Fuquan, el bastión más cercano a la Ciudad del Gran Kun.
Esa noche, recién instalados, los guardias anunciaron que el Noveno Príncipe Ye
y el líder de la Alianza Shen habían llegado.
—¡Pasen pronto! —exclamó Chu Yuan,
lleno de alegría.
—¿Por qué tienes tan mal aspecto?
—preguntó Ye Jin al verlo.
—Pesqué un resfriado hace unos días,
pero ya estoy bien —respondió Chu Yuan—. No te preocupes.
Ye Jin se sentó a la mesa, tomó su
muñeca y le revisó el pulso. Luego dijo:
—Tienes exceso de calor interno.
Mañana te prepararé unas hierbas para regularlo.
—Gracias. Has trabajado mucho estos
días —dijo Chu Yuan con una sonrisa.
Ye Jin negó con la cabeza:
—El esfuerzo lo hizo Lord Wen. Los
funcionarios del Mar del Este son corruptos hasta la médula. El pueblo sufre en
silencio. Todos dicen que al ver a Lord Wen, por fin saben lo que es un
verdadero oficial imperial.
—Que Chu Heng y su hijo hayan
arraigado aquí es culpa de la corte imperial. Cría cuervos… —suspiró Chu Yuan—.
Cuando todo termine, se compensará debidamente a los ciudadanos.
—¿Y el examen imperial de primavera?
—preguntó Ye Jin.
—No hay otro como el Gran Ministro
Wen, pero sí varios jóvenes promesas —respondió Chu Yuan—. Desde que se fundó
la academia, finalmente estamos viendo resultados.
—Qué bien —dijo Ye Jin—. Shen
Qianfeng y Qianfan están afuera. Ya es tarde; los haré volver mañana.
—¿Y tú? ¿Te quedas en la habitación
contigua? —preguntó Chu Yuan.
Ye Jin lo pensó un poco:
—No. Hoy me quedo aquí.
—¿Por qué? —Chu Yuan se sorprendió.
—¡¿No vas a aceptar?! —exclamó Ye Jin, con las manos en la
cintura.
—Por supuesto que… acepto —respondió Chu Yuan, aún aturdido por
la sorpresa.
Pero el Médico divino Ye claramente
no se iba a preocupar por si estaba contento o confundido; tras asearse, se
sentó con las piernas cruzadas sobre la cama, mirando a su hermano con
seriedad.
—¿No tienes algo que decirme? —preguntó Chu Yuan.
—Sí —fue al grano Ye Jin— ¿Cuándo
piensas casarte?
Chu Yuan: “…”
—No intentes evadirlo otra vez —dijo Ye Jin— ¡Tienes que decirlo!
Chu Yuan negó con la cabeza.
—No tengo pensado casarme.
—¿No tienes pensado casarte? —Ye Jin abrió los ojos con asombro— ¿Y el trono entonces?
—El tío imperial aún tiene
descendencia; también son sangre legítima de la familia Chu —dijo Chu Yuan.
—En ese caso, ¿por qué luchaste por
el trono en primer lugar? —preguntó
Ye Jin.
—O era convertirme en emperador… o
morir —sonrió Chu Yuan con amargura— Quería vivir, así que tenía que
ganar.
Ye Jin: “…”
—Duerme —dijo Chu Yuan mientras le daba una
palmadita— Puedes pedirme
cualquier cosa, menos que me case.
Ye Jin suspiró por dentro y comenzó
a masajearle las sienes. Todo a su alrededor se fue silenciando poco a poco.
Justo cuando Chu Yuan estaba por dormirse, de pronto preguntó:
—¿Cómo está Duan Baiyue últimamente?
—Bastante bien —respondió detalladamente Ye Jin sin
cambiar la expresión— Ha
abierto tres burdeles, se casó con una docena de concubinas, se ha entregado al
licor y la vida lasciva cada noche, engordó decenas de kilos, tiene tres
papadas… y por exceso de deseo se le cayó el pelo. Quedó calvo justo en el
centro de la cabeza.
Sonaba sorprendentemente
convincente.
Chu Yuan frunció el ceño,
confundido.
—¡DUERME! —le gritó Ye Jin con ferocidad— ¡NADA DE HABLAR!
Así fue como el Emperador Chu se
quedó dormido, lleno de dudas.
Ye Jin, con sumo cuidado, le acomodó
la manta a Chu Yuan. Se recostó a su lado, dejando que la mente siguiera
revoloteando entre pensamientos hasta que, con la llegada del amanecer,
finalmente cayó en un sueño tenue.
Chu Yuan siempre había tenido el
sueño ligero; cualquier mínimo sonido era suficiente para despertarlo, y mucho
más durante campañas militares. En la mañana siguiente, apenas Sixi comenzaba a
subir las escaleras, Chu Yuan ya había abierto la puerta y hecho un gesto de
silencio.
Ye Jin abrazaba la manta, dormía
profundamente con una expresión de dulce paz.
—Majestad —susurró Sixi— Ha llegado un visitante.
Chu Yuan frunció ligeramente el
ceño. Tras meditar un momento, giró y cerró la puerta suavemente antes de
dirigirse a otra habitación de invitados.
La luz del sol bañaba el interior.
Duan Baiyue jugaba distraídamente con una copa de vino sobre la mesa, con una
sonrisa leve en los labios. Al escuchar la puerta, su sonrisa se intensificó.
Chu Yuan, sin embargo, mantenía el
rostro impasible.
—Espero que todo haya estado bien —saludó Duan Baiyue.
—Todo en orden —respondió Chu Yuan— Pero según nuestro acuerdo, el Rey
del Suroeste no debería aparecer sin invitación.
—En efecto no lo pretendía —dijo Duan Baiyue con una expresión
despreocupada— Pero si el médico
divino Ye ya ha llegado, si yo no venía también, ¿qué cosas no diría él sobre
mí?
—¿Has estado molestando a Xiao Jin? —Chu Yuan frunció el ceño de
inmediato.
—¿Yo? ¿molestarlo? —Duan Baiyue negó con una sonrisa— Dejando lo demás de lado, sólo para
encontrar a esos tres lobos de armadura roja casi movilicé toda la
región suroeste. Jamás había malgastado tantos recursos.
Chu Yuan se sentó frente a él.
—¿Y qué dice Lord Ye sobre mí? —preguntó
Duan Biayue.
—Dice que estás calvo —respondió Chu Yuan.
Duan Baiyue: “…”
—Calvo justo en el centro de la
cabeza —añadió Chu Yuan.
Duan Baiyue: “…”
—Pasemos a asuntos importantes —dijo Chu Yuan— Sobre la batalla en el Mar del Este,
¿cuál es tu opinión?
—¿No vamos a seguir hablando de Ye
Jin? —replicó Duan Baiyue— Hace poco apareció con un grupo de
bailarinas, fingiendo que eran recomendación de Lord Wen, y quiso obligarme a
aceptarlas.
Chu Yuan: “…”
—Además, las casamenteras han estado
viniendo sin pausa. Ya hay unos treinta retratos acumulados.
Chu Yuan: “…”
Ante el prolongado silencio, Duan
Baiyue se inclinó ligeramente… pero fue empujado por Chu Yuan, quien apretó los
dientes y dijo:
—¡Entre tú y Zhen no hay
ningún vínculo!
—¿De verdad? —Duan Baiyue arqueó una ceja mientras
acariciaba suavemente su labio inferior.
Chu Yuan respondió con frialdad.
—Si el Rey Duan no vino a discutir
los asuntos del Mar del Este, puede retirarse ahora.
Al notar que todavía había enojo en
su semblante, Duan Baiyue alzó las cejas.
—Como desees…
—…Con Chu Heng… —Chu Yuan apenas
había dicho la primera palabra cuando se oyó al eunuco Sixi desde fuera— Lord
Ye, el Emperador Chue stá tratando asuntos importantes. Ha ordenado no ser
molestado...
—¿Ni siquiera yo? —preguntó Ye Jin.
—Esto... el Emperador Chu no dijo si
sí o no —Sixi estaba desesperado—. ¿Por qué no espera un momento? Quizás ya
casi termina.
—No —dijo Ye Jin, sintiendo una
incomodidad inexplicable.
Sixi estuvo a punto de llorar. «¿Qué
significa “no”?»
Ye Jin abrió la puerta de golpe.
Chu Yuan estaba sentado junto a la
mesa, bebiendo té con total calma.
Ye Jin: “…”
«¿Por qué está solo?»
Chu Yuan explicó por iniciativa
propia:
—Fue uno de los espías que envié al
Mar del Este. Acaba de venir con un informe... y ya se fue.
Ye Jin lo observó con recelo, aceptó
a medias la explicación y bajó a desayunar con los demás.
Chu Yuan suspiró aliviado.
Del armario de la esquina, que
acababa de abrirse, Duan Baiyue salió apoyado contra la pared, sonriendo:
—¿Esto cuenta como esconder a la
belleza en la sala dorada?
Chu Yuan apretó los dientes:
—¡Ten algo de decoro!
—Injusto que me culpes —Duan Baiyue
soltó una carcajada—. No fui yo quien quiso esconderme en el armario. Además,
estamos en una operación conjunta. Lo lógico es discutir juntos. ¿Por qué estás
tan nervioso, Majestad?
—¡DUAN BAIYUE! —Chu Yuan estaba
furioso.
—Hablemos del asunto —el Rey del
Suroeste cambió de tono con habilidad—. A juzgar por el panorama, Chu Heng
quiere reclutarme. ¿Qué piensas hacer?
—Aceptarlo, por supuesto —respondió
Chu Yuan.
—Tan seguro... ¿no temes que
realmente me una a él? —bromeó Duan Baiyue.
—Inténtalo —replicó Chu Yuan con
mirada gélida.
—Solo lo dije por decir —Duan Baiyue
se encogió de hombros—. Pero tu reacción... es igualita a la de antes.
—Estos son los memoriales del ministro
Wen —Chu Yuan ignoró sus desvaríos. Ordenó a Sixi que trajera un buen fajo de
papel oficial, que entregó todo a Duan Baiyue.
—Tiene muy buena letra —comentó Duan
Baiyue—. No en vano se comió tantos estofados de codillos que yo pagué.
Chu Yuan: “…”
—Este Wen también tiene su chispa
—añadió Duan Baiyue con una sonrisa.
***
En el mar del este, tras navegar un
largo rato siguiendo al barco mercante, Zhao Yue finalmente llegó a la isla Haicai.
Shang Yunze y Mu Qingshan lo esperaban en el muelle temprano por la mañana. La
tía Zihua también limpió un patio nuevo para que viviera y el banquete con un
aire uniforme, estaba lleno de sabores agrios y picantes del suroeste.
—Quien debía organizar este banquete
es Lord Wen —comentó Shang Yunze—. Pero dadas las circunstancias, me temo que
no volverá pronto. Esto es lo mejor que pudimos hacer.
—Gracias, el líder Shang —respondió
Zhao Yue—. En tiempos de guerra, lo esencial es la misión.
—Esa técnica de la Espada Hongliu,
no la había oído antes —dijo la tía Zihua—. ¿Por qué no practicas unas cuantas
rondas con Mubai después de comer?
Zhou Mubai se quedó helado:
—¿Por qué yo? —Pelear un poco no era
problema, pero si cierta persona se enteraba... iba a estar escuchando reclamos
por medio año. Solo de pensarlo ya le dolía la cabeza.
—¿Acaso voy a ser yo? —replicó la
tía Zihua—. Mingchuan no ha vuelto del muelle, Yunze tiene a Xiao Mu que lo
protege... sólo quedas tú.
Sin padre, sin madre, sin pareja.
Zhou Mubai no tuvo más remedio que aceptar.
Aunque su nombre suena delicado y
elegante, las técnicas de la secta Peacock son implacables y algo oscuras.
Sumado a los años que Zhou Mubai pasó vagando por el Jianghu, ha aprendido
artes de varias escuelas que ha entrelazado con su propia técnica interna, lo
que da aún más fuerza a sus golpes. Al principio, cuidando de no excederse por
respeto a Wen Liunian, no usó toda su potencia. Pero ante la presión constante
de Zhao Yue, fue retrocediendo poco a poco, sorprendido, y terminó tomándose el
duelo en serio.
Zhao Yue no daba señales de aflojar.
Él comenzó entrenando precisamente con las técnicas de la secta Peacock, así
que entendía con precisión la lógica de cada movimiento. Después de cientos de
intercambios, ya había acorralado a Zhou Mubai.
—¡Qué velocidad! —exclamó Mu
Qingshan admirado.
Shang Yunze le dio un golpecito en
la cabeza:
—¿Y cuando yo entreno, por qué no me
miras así?
—Es que tu estilo no luce bonito
—respondió Mu Qingshan con total sinceridad.
El líder Shang se quedó con el pecho
apretado. «¡Bien! Tendré que contratar un grupo de acróbatas la próxima vez».
Mientras hablaban, Zhao Yue y Zhou
Mubai ya habían terminado el combate, enfundando sus espadas al mismo tiempo.
—Las técnicas del gran jefe Zhao son
realmente poderosas. Me rindo ante usted —dijo Zhou Mubai con respeto.
—Gracias por la cortesía, tercer
joven maestro Zhou —respondió Zhao Yue—. Practico el estilo de la secta Peacock
desde pequeño. Eso me da cierta ventaja.
—Aun con ventaja, no hay muchos que
puedan ganarle a Mubai —intervino la tía Zihua con una sonrisa—. Perder su
cultivo y volver a este nivel no es cosa menor. Parece que ya están listos para
ir a la Bahía de Beisha.
—¿Cuándo partimos? —preguntó Zhao
Yue.
—Dentro de tres días —respondió
Shang Yunze—. Hay un barco comercial que podemos tomar, es perfecto para
explorar.
—No hace falta que vayan todos
—intervino la tía Zihua—. Demasiada gente dificulta el trabajo. Que Zhao Yue y
Mubai vayan. Tú y Xiao Mu pueden quedarse en la isla.
—Solo será investigación encubierto
—añadió Zhou Mubai—. El gran jefe Zhao y yo bastamos. Líder Shang, mejor
quédate aquí.
Shang Yunze no insistió. En cambio,
Mu Qingshan se quedó preocupado, y en la habitación preguntó si de verdad no
pelearían entre ellos.
—Claro que no —se rio Shang Yunze—.
No son niños peleando por caramelos. Además, Zhou no es del tipo que guarda
rencor. Wen Liunian y Zhao Yue ya llevan tiempo casados, seguro que lo tiene
claro.
Mu Qingshan asintió. Y pensó que, si
volvía a ver al abad del templo, le pediría un amuleto de amor para el pobre
tercer joven maestro Zhou.
La Bahía de Beisha está rodeada por
niebla todo el año. Las embarcaciones comunes la evitan. Solo los barcos militares
del Gran Chu pueden entrar.
—¿Cuándo llegará otro barco?
—preguntó Zhao Yue.
—Según el patrón, en cinco o seis
días habrá uno —dijo Zhou Mubai desde la cubierta—. Pero son barcos pequeños,
difícil infiltrarse. Y no sé si Xiao Liuzhi aceptaría.
—Todo es incierto por ahora. Veamos
primero la situación —respondió Zhao Yue—. Entremos. Está empezando a soplar el
viento.
En la Ciudad del Gran Kun, Wen
Liunian estaba concentrado lavando a los lobos de armadura roja. Al
llegar al más grande, se quedó pensativo:
—¿Por qué ha dejado de moverse otra
vez?
—¿No será que está… embarazada? —Los
guardianes oscuros se acercaron emocionados.
—¡Es macho! —Wen Liunian dijo—.
Quién sabe cuándo volverá el médico divino Ye… si estuviera aquí podríamos
preguntarle. Sólo espero que no esté enfermo.
—¿Y si vamos a preguntarle en
secreto al Rey del Suroeste? —propuso uno de los guardianes oscuros con
entusiasmo.
—Mejor no —Wen Liunian apoyó la cara
sobre la mano—. Estos días, con los dos ejércitos frente a frente, el Rey del
Suroeste ni siquiera ha aparecido.
El guardia oscuro, por una vez, no
captó la indirecta:
—¿Y qué importa que no se haya
dejado ver?
Wen Liunian suspiró internamente. «Si
no se ha dejado ver… ¿quién garantiza que esté en la ciudad?»
***
En otro punto, Shen Qianfeng agitaba
la mano delante de Ye Jin.
—¿En qué estás pensando? La comida
se enfría.
—¿Hmm? —Ye Jin volvió en sí.
—Te digo que la comida se enfría
—Shen Qianfeng se rio—. ¿Qué te tiene tan distraído?
—¿No te ha parecido raro
últimamente? Como si algo no estuviera bien… —Ye Jin frunció el ceño.
—¿Raro cómo? —preguntó Shen
Qianfeng.
—No sé explicarlo… simplemente
incómodo —Ye Jin dejó los cubiertos.
Shen Qianfeng sacudió la cabeza.
Mandó a recalentar los platos, los mezcló y empezó a alimentarlo:
—¿Tal vez no has descansado bien?
—No lo entiendes —Ye Jin tragó la
comida—. No quiero seguir comiendo. Voy a subir a echar un vistazo.
—El Emperador Chu debe estar
descansando —le recordó Shen Qianfeng.
—Pues entonces iré al jardín. No sé
por qué… pero tengo un mal presentimiento —Ye
Jin se levantó.
Y Shen Qianfeng no tuvo más remedio
que seguirlo.
La posada no era muy grande, y el
patio trasero aún más pequeño. Ye Jin caminó un rato por allí, hasta que notó
una huella en el alféizar de la ventana.
—¿Un espía o un asesino? —frunció el
ceño Shen Qianfeng—. Aunque con la habilidad del emperador, debería haberlo
detectado fácilmente.
Justo al terminar la frase, Duan
Baiyue saltó desde lo alto.
Así fue como Ye Jin, por primera vez
en su vida, entendió lo que significaba estar completamente aturdido.
—¡Ejem…! —el Rey del Suroeste se
tocó la barbilla—. Qué coincidencia, ¿verdad?
Desde el piso superior, Chu Yuan
también observaba boquiabierto.
«¿Por qué tenía que pasar esto…
precisamente?»
Después del tiempo que tarda hacer
una taza de té, Ye Jin estaba sentado en una silla, mirando muy serio a su
hermano mayor.
Afuera en el patio, Duan Baiyue
preguntaba a Shen Qianfeng:
—Líder Shen ¿Hay alguna manera, de
hacer que Lord Ye se olvide de esto?
Shen Qianfeng negó con la cabeza.
Pasó un rato. Finalmente, Chu Yuan
rompió el silencio:
—Xiao Jin...
Ye Jin inhaló profundamente. ¡Tenía
que mantener la calma!
—¡Basta ya! —Duan Baiyue, impaciente
de esperar, subió las escaleras con paso firme. Venía con mil cosas preparadas
para decir. Pero apenas abrió la puerta, se encontró con la feroz mirada de Ye
Jin:
—¡FUERA! Y SI ENTRAS, OLVÍDATE DE
QUE TE VUELVA A DAR EL UNGÜENTO CONTRA LA CALVICIE.
Chu Yuan giró la cabeza, impactado. «¡¿De
verdad está calvo?!»
Duan Baiyue quedó totalmente
desconcertado, con la mente en blanco y un zumbido en los oídos.
«Esto… no… no tengo como defenderme
ante esto…»
El Rey del Suroeste tenía
sentimientos encontrados. Si respondía “¡no estoy calvo!”, sonaba raro
sin importar cómo lo dijera. Pero si no decía nada… ¿no estaría admitiendo que
sí lo estaba?
Antes de que lograra resolver el
dilema, Shen Qianfeng ya lo había sacado de la habitación, cerrando la puerta
de golpe.
—Continúa… —Ye Jin ni se inmutó.
—El Rey del Suroeste vino a discutir
asuntos militares —Chu Yuan dejó la taza de té con calma.
—¿Y para eso hay que entrar por la
ventana? —Ye Jin no parecía convencido.
—Era más práctico —replicó Chu Yuan.
Ye Jin arrastró la silla más cerca,
con una mirada muy seria.
Chu Yuan, instintivamente, se echó
ligeramente hacia atrás.
Ye Jin le recordó:
—Está calvo…
Duan Baiyue, desde afuera, se cubrió
la frente con la mano.
Shen Qianfeng le palmeó el hombro
con compasión.
—¿Y qué si lo está? —dudó Chu Yuan.
—¡Si lo es y mucho! —pensó Ye Jin, y siguió implacable— ¡Capaz que también sea impotente! Es
mejor mantener distancia.
Duan Baiyue: “…”
—No hagas escándalo —dijo Chu Yuan
con dolor de cabeza—. El Rey del Suroeste vino de verdad a tratar asuntos
oficiales. Mañana vuelve al campamento.
—¿Y a qué conclusión llegaron?
—preguntó Ye Jin.
—Pretenderá aliarse con Chu Heng.
Luego, coordinará conmigo para eliminarlo por completo —explicó Chu Yuan.
—¿Se puede confiar en él? —frunció
el ceño Ye Jin.
Chu Yuan dudó un momento… y asintió.
Duan Baiyue, aún afuera, dejó
escapar una sonrisa discreta.
Aunque Ye Jin no castró al Rey del
Suroeste… por ahora. «En vista de que la guerra era inminente, si contrato a
un señor calvo para que camine por la calle frente a él siete u ocho veces».
Chu Yuan, parado junto a la ventana,
no sabía qué pensar.
Ye Jin le señaló desde lejos:
—Mira, calvo justo en el medio.
Chu Yuan no sabía si reír o llorar.
—¿Por qué lo odias tanto?
«¿Hace falta preguntar eso?» Ye Jin estaba frustrado más allá de
la razón. Quería zarandearlo y revisar si no lo habían embrujado.
«¿Qué tiene de especial ese tal
Duan?»
Evadiendo su mirada, Chu Yuan
murmuró con incomodidad:
—La guerra es lo más urgente.
—Ya lo sé —respondió Ye Jin, con los
ojos entrecerrados—. Si no, ya lo habría perseguido a puñetazos por todo el
patio.
Luego, Ye Jin le entregó una
botellita:
—Toma esto.
—¿Qué es? —preguntó Chu Yuan.
—Poción para producir disfunción
eréctil.
Chu Yuan: “…”
—Por si acaso —dijo Ye Jin con total
seriedad.
Chu Yuan intentó responder, abrió la
boca… pero no encontró palabras. Al final, solo suspiró.
***
En las aguas cercanas a la Bahía de
Beisha, un barco avanzaba lentamente. Llevaba izada la bandera negra con el
dragón de la armada del Gran Chu. Los pescadores, al ver esto, no se
sorprendieron. “Con razón,” decían. El resto de los barcos huían de esa zona
como si el mar ardiera. ¿Quién más querría adentrarse en la niebla?
—Es un barco de abastecimiento —Zhou
Mubai observaba desde la cubierta—. Solo van cinco personas. Todos se conocen
entre sí. Será difícil infiltrarse.
—No necesariamente —dijo Zhao Yue,
pensativo.
—¿Oh? ¿Tienes un plan? —Zhou Mubai
se interesó.
—Probemos esta noche —dijo Zhao
Yue—. Tal vez funcione.