•❥ ❥• Capítulo 178: Un gran barco negro •❥ ❥•
◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦ ❁ ◦ ❖ ◦
Dado que va a haber una guerra,
¿puedo irme primero?
Después del quince de enero, los
padres de la familia Wen regresaron al sur. Zhou Mubai se embarcó con una
caravana comercial, diciendo que iba a reunirse con algunos amigos. La casa
volvió a estar tranquila. Los guardianes oscuros comentaban que nadie sabía
dónde se había metido Lord Shang, y que era raro que tardara tanto en regresar.
En el vasto Mar del Este, un enorme
barco mercante cortaba las olas a toda velocidad. Shang Yunze sacudió su capa
para envolver a su hombre:
—¿Quieres volver a dormir un poco?
—No tengo sueño —respondió Mu
Qingshan, sacudiendo la cabeza.
—Solo es una salida al mar, ¿por qué
tan emocionado? —Shang Yunze no sabía si reír o llorar—. Te despiertas antes
del amanecer, y por las noches no te acuestas hasta tarde. Pero durante el día,
ni rastro de cansancio.
—Nunca había estado en un barco —Mu
Qingshan tenía los ojos brillantes—. Ni había imaginado poder salir al mar.
—Después de más de diez días
navegando, ya deberías haber tenido suficiente —Shang Yunze lo abrazó por los
hombros—. Sé bueno y vuelve a la cabina. Pronto va a levantar viento.
—¡No quiero! —protestó Mu Qingshan.
—Si no vuelves, te beso —amenazó
Shang Yunze.
Mu Qingshan lo pateó sin ningún
temor.
Shang Yunze respiró hondo y justo
cuando pensaba en cargarlo a la fuerza, un canto tenue y lejano se deslizó por
el aire.
—¿Eh? —Mu Qingshan se detuvo,
extrañado—. ¿Escuchaste algo?
—Sí —respondió Shang Yunze.
—Entonces no lo imaginé —Mu Qingshan
miró alrededor—. Pero estamos rodeados de mar. ¿De dónde saldría una canción?
—Tal vez… ¿la canta alguien en el
agua? —sugirió Shang Yunze con una ceja levantada.
—¿Una sirena? —Mu Qingshan se
sobresaltó.
—Lo dije al azar —Shang Yunze le
tapó suavemente la boca y escuchó unos momentos más—. Ya no se oye.
—Pero antes lo escuchamos —Mu
Qingshan se asomó por la borda—. ¿Crees que podrían acercarse?
—Señores —el capitán del barco se
acercó siguiendo la voz—. Regresen a la cabina. El tramo por delante no es
tranquilo. Es mejor no dejarse ver.
—¿Por qué no es tranquilo? —preguntó
Mu Qingshan, frunciendo el ceño.
—Tal vez no lo sepan, pero más
adelante está la Bahía de Beisha —dijo el capitán—. Es famosa en el Mar del
Este por su formación mágica. Hay monstruos ahí.
—¿Qué tipo de monstruos? —volvió a
preguntar Mu Qingshan.
—¿Quién sabe? Si uno los ve, ya no
vive para contarlo —el capitán agitó las manos con nerviosismo—. Por favor,
entren. Una vez que rodeemos esta zona, todo estará bien.
—Gracias por la advertencia —dijo
Shang Yunze, tirando suavemente de Mu Qingshan para volver a sus aposentos.
—¿Por qué no nos quedamos un poco
más? —dijo Mu Qingshan, desconcertado—. ¡Tal vez realmente veamos una sirena!
—Las sirenas no son peces voladores
que se ven por ahí como si nada. Además, la Bahía de Beisha está envuelta en
neblina espesa. No puedo ponerte en peligro —Shang Yunze le sirvió un vaso de
agua—. Mañana por la noche llegaremos a la Isla de Haicai. Cuando veamos a la
tía Zihua, podemos preguntarle cualquier cosa entonces.
—Hmm —Mu Qingshan reflexionó—. ¿Ella
es muy severa?
—Un poco —Shang Yunze lo abrazó
mientras se sentaban al borde de la cama—. Pero eso es con extraños. Tú eres de
la familia.
—Pero antes quería casarte con su
sobrina —le recordó Mu Qingshan.
Shang Yunze se rio:
—Solo lo mencionó de pasada. Y tú
bien que te acuerdas.
Mu Qingshan le dio una patada. «¡Claro
que lo recuerdo!»
—Fue una idea. Yo no quería, así que
ahí quedó. No es que la chica no pueda casarse con otro. No soy indispensable
—Shang Yunze juntó su frente con la suya—. ¿Hacemos algo travieso?
—No lo haremos —Mu Qingshan le
apretó la boca, ferozmente.
—Falsas negativas —Shang Yunze se
giró encima de él y lo besó.
Mu Qingshan giró el rostro hacia un
lado.
«Bueno… solo esta vez».
Esa noche el mar estuvo
increíblemente tranquilo. La flotilla rodeó sin problema la Bahía de Beisha y,
al caer la tarde siguiente, llegaron a la Isla Haicai.
—¿Lord Shang? —una voz familiar se
oyó cerca.
—¿Zhou Mubai, tú por aquí? —al ver a
Zhou Mubai, Shang Yunze y Mu Qingshan se sorprendieron.
—Qué coincidencia —sonrió Zhou
Mubai—. Justo ayer la tía Zihua me dijo que vendrías. No esperaba verte tan
pronto. Creo que estamos aquí por el mismo motivo.
—¿La Bahía de Beisha? —dedujo Mu
Qingshan.
Zhou Mubai asintió:
—Vamos primero a ver a la tía Zihua.
Ella preparó personalmente un patio tranquilo, y ha estado preguntando al menos
diez veces por qué no llegan ya.
Comparada con la Isla Luoying, la
Isla Haicai era mucho más grande, casi como una ciudad costera en tierra firme.
Su líder era la señora Zihua, quien según se decía, pertenecía originalmente a
una familia de artes marciales de las llanuras centrales. Como no quiso aceptar
un matrimonio arreglado, escapó hacia el mar. Al llegar a Haicai, encontró al
pueblo en miseria, así que reunió a unos cuantos isleños y derrotó a los
señores crueles del lugar. Luego ayudó a desarrollar la pesca. Su historia tenía
tintes de leyenda.
—Esta es la isla más próspera del
Mar del Este —dijo Shang Yunze mientras caminaba junto a Mu Qingshan—. Cuando
estemos instalados, te la mostraré. No tiene nada que envidiar a la tierra
firme.
—¡Qué bien huele! —exclamó Mu
Qingshan. En la calle había parrillas de pescado y cestas llenas de frutas
silvestres agridulces. Estaba tan embelesado que no sabía hacia dónde mirar
primero—. A Lord Wen le encantaría esto.
—Y no solo a Lord Wen. También a los
piratas —dijo Shang Yunze—. Antes, atacaron tres veces la isla, saqueando y
masacrando. El gobierno tardó en mandar tropas. Fue la tía Zihua quien, al no
aguantar más, lideró a los pescadores, capturó al líder enemigo, y lo colgó de
un pilar, flagelándolo tres días seguidos. Desde entonces, hay paz.
Mu Qingshan quedó boquiabierto:
—¿Tan poderosa?
—Claro que sí —dijo Shang Yunze en
voz baja—. Esos piratas cobardes que sólo atacan a los débiles no podían
compararse con una señorita de familia marcial de las llanuras centrales. Y
además, era una dama mimada. Aunque ya tiene sus años, su carácter de joven no
ha cambiado ni un ápice. En la Asamblea Marcial, apenas me vio dijo que me
llevaría a casa para que conociera a su sobrina. Como la rechacé, se molestó
tanto que casi terminamos peleando cara a cara… aunque al final nos hicimos
amigos a la fuerza.
Mu Qingshan no había conocido muchas
damas marciales del Zhongyuan, así que imaginó a Hua Tang… vestida de violeta,
con el cabello ya canoso y pensó que sería algo parecido.
No esperaba que, al verla, se
encontrara con una tía de rostro amable y sonrisa constante, que hablaba con
dulzura, sin el más mínimo aire de altanería.
—Tú debes ser Xiao Mu, ¿no? ¡Qué
carita tan blanca y linda! —La tía Zihua lo miró de arriba abajo, claramente
encantada.
—Tía —saludó Mu Qingshan con una
sonrisa.
—Hace unos días le comentaba a
Mingchuan que después de las fiestas quería salir a pasear y despejarme —la tía
Zihua pidió que trajeran té—. Y resulta que ustedes dos han aparecido justo
aquí. Me imagino que no vienen por nada...
—¡Ejem! —Zhou Mubai se tocó la
nariz—. ¿Quién lo dice? Yo sólo vine a visitar a la tía, sin ninguna otra
intención.
—Claro, tú con esa boca —dijo la tía
Zihua, negando con la cabeza—. Siempre vagando por ahí sin asentarte. ¿Cuándo
te veré formar una familia y tener un rumbo? Pareces un granuja.
Zhou Mubai bebía té con toda
tranquilidad.
—Estos dos no son de fiar —dijo la
tía, palmeando la mano de Mu Qingshan—. Tú eres un joven erudito, no dejes que
te arrastren por el mal camino.
—Está bien —respondió Mu Qingshan
con obediencia.
Shang Yunze abrió los ojos de par en
par. «¿Así de fácil lo aceptó?»
—Entonces, díganme, ¿a qué han
venido realmente? —La tía Zihua comenzó a pelar nueces para Mu Qingshan.
—La Bahía de Beisha —dijeron al
unísono Shang Yunze y Zhou Mubai.
—¿La Bahía de Beisha? —frunció el
ceño la tía Zihua—. ¿Por qué preguntan por ese lugar?
—¿Es cierto que está protegida por
una formación? —preguntó Shang Yunze.
—Sí, aunque no es algo reciente
—respondió la tía Zihua—. La gente ya está acostumbrada. Los barcos simplemente
rodean esa zona. Nunca he oído que pasara nada grave. ¿Por qué ustedes dos
vienen a preguntar de repente?
—Se dice que ahí hay sirenas
—comentó Zhou Mubai.
—¡Qué tontería! No hay sirenas en
este mundo —la tía Zihua no se lo creyó—. Mingchuan también decía haber visto
una cuando era niño. Luego varios ancianos fueron juntos a pescarlas, y resultó
ser un pez grande con forma rara.
—Pero cuando pasamos cerca de allí
en barco, escuchamos un canto —insistió Mu Qingshan.
—Eso fue un mero amarillo —replicó
la tía—. No era ninguna criatura marina mágica.
—¿Tía, usted ha entrado alguna vez
en la Bahía de Beisha? —preguntó Shang Yunze.
—No. ¿Qué sentido tiene arriesgarse
por gusto? —dijo la tía Zihua—. Está envuelta en niebla. Rodearla ya es
complicado, ¿acaso tú quieres entrar?
Shang Yunze asintió:
—Quiero ver qué hay dentro.
—Eso no se puede. Es peligroso —negó
la tía—. El mar no es como la tierra firme. Hay que actuar con cuidado.
—¿Nunca ha oído rumores sobre
sirenas en la Bahía? —insistió Zhou Mubai—. ¿Ni una sola vez?
—No estoy senil, ¿cómo no iba a
recordarlo? —la tía Zihua resopló.
«Parece que en serio no se logró
sacar nada de esto…» Zhou
Mubai suspiró.
—¿Qué pasa? ¿Ya te impacientas
porque no obtuviste respuestas? —dijo la tía con desagrado.
—¡No, claro que no! —Zhou Mubai se
apresuró a sonreír con amabilidad—. Aunque no sepamos más, visitarla ya es un
gusto. ¿Verdad, hermano Shang?
—Por supuesto —Shang Yunze asintió.
—La isla tiene buen paisaje —añadió
Mu Qingshan—. Y el pescado asado sabe muy bien.
—¡Bah! Esos puestos callejeros no
son nada. Ya verás cuando yo misma te prepare uno —la tía le tomó la mano con
cariño—. Anda, te llevo a recorrer la isla.
—¡Vale! —Mu Qingshan se mostró
encantado.
Mientras los dos salían por la
puerta, Zhou Mubai comentó con una sonrisa resignada:
—Está claro. Las tías y abuelitas
siempre prefieren a los chicos estudiosos, blancos y delicados.
—Entonces tú y yo vamos a tomar una
copa —propuso Shang Yunze—. Dicen que aquí el licor de flores está muy bueno.
—¿Tan ansioso por beber? ¿Será que
te han tenido bajo control todo el viaje? —bromeó Zhou Mubai.
Shang Yunze le dio una palmada en el
hombro… y lo dejó todo dicho sin decir una palabra.
Justo coincidía con el mercado en la
Isla de Haicai. Por todas partes había bullicio y gente por doquier. Aunque era
pleno enero, el clima no era frío. Mu Qingshan se maravillaba con todo lo que
veía. Al final, compró un pastel de pescado, lo untó con sal y lo fue comiendo
despacio, la boca cubierta con una fina capa de almidón blanco.
—¡Qué cuerpo tan delgadito tienes!
—la tía Zihua le pellizcó el brazo—. Comer como un gato no está bien. ¿No estás
acostumbrado a la comida del Mar del Este?
—No, ¡está rica! —Mu Qingshan se
metió el resto del pastel en la boca de golpe—. Es que yo siempre como poquito.
—Comer más hace que uno caiga mejor
—le enseñó la tía con tono maternal.
Mu Qingshan entrecerró los ojos con
una sonrisa:
—Sí… como Lord Wen.
—¿Ese tal Wen? He oído muchas cosas
buenas sobre él —comentó la tía Zihua—. Es mucho mejor que Chu Heng. Parece un
buen funcionario.
—Lord Wen es justo, inteligente,
buen conversador y come bastante —dijo Mu Qingshan con total seriedad—. La
gente lo quiere mucho.
La tía Zihua soltó una carcajada:
—Con razón Yunze no quiso casarse
con Ying'er. Si lo que le gusta es alguien como tú...
Mu Qingshan se sonrojó, un poco
avergonzado.
Después de comer varios bocadillos,
recordaron que en la playa habría una fiesta con hoguera. La tía Zihua lo llevó
a mirar el espectáculo. Al llegar, ya caía la noche. Jóvenes encendían las
fogatas mientras se oían canciones marineras dulces y ondulantes. Todos reían
felices.
—¿Sabes bailar? —le preguntó la tía.
—¿Eh? —Mu Qingshan sacudió la cabeza
rápidamente—. No, no sé.
Pero apenas lo dijo, un grupo de
chicas pescadoras lo arrastró al centro. Lo tomaron de las manos y giraron
alrededor de la hoguera cantando. Luego le ofrecieron un cuenco de licor antes
de devolverlo.
—Me siento mareado… —admitió Mu
Qingshan. El alcohol no era lo suyo.
La tía Zihua sacudió la cabeza entre
risas. Sí que era un pequeño erudito.
Después de un rato en la fogata,
Zhou Mubai y Shang Yunze llegaron también. Al ver a su pequeño despistado en
ese estado, Shang Yunze no pudo evitar el dolor de cabeza y la ternura:
—Tía...
—Una taza de licor de arroz
fermentado y dormirá como un ángel —dijo la tía Zihua mientras lo entregaba de
regreso—. Yo me iré al este. Ustedes vayan a descansar temprano.
—Mmm... —Mu Qingshan se acurrucó en
el pecho de Shang Yunze.
Zhou Mubai se retiró con discreción.
El líder Shang acarició al pequeño en sus brazos:
—Volvemos a casa, ¿sí?
—Quiero que me cargues —pidió Mu
Qingshan.
Shang Yunze sonrió y negó con la
cabeza. Justo iba a cargarlo sobre la espalda, cuando una ola golpeó la orilla,
como si algo hubiese sido arrastrado por ella.
—¿A dónde vamos? —preguntó Mu
Qingshan, confundido.
—A ver qué es eso —respondió Shang
Yunze, llevándolo consigo.
Mu Qingshan lo siguió
obedientemente, pero antes de acercarse, Shang Yunze se detuvo bruscamente y le
tapó los ojos con la mano.
—¿Eh? —Mu Qingshan no entendía.
—Sé bueno. No mires —suspiró Shang
Yunze.
La tía Zihua también llegó con su
gente. Lo que habían arrastrado las olas era el cadáver de un chico, de no más
de doce o trece años.
—Pobrecito… —la tía sacudió la
cabeza y pidió que trajeran un paño blanco para prepararlo para el entierro.
Muchos niños de la región se embarcan desde pequeños con tíos o vecinos,
tratando de ganarse la vida. Seguramente cayó al mar por accidente.
—¡Esperen! —Zhou Mubai se acercó con
una antorcha. Algo no le cuadraba. Al mirar con más atención, vio que los
tobillos del chico estaban atados con cuerdas, claramente había sido víctima de
una agresión deliberada.
—¡Malnacidos! —la tía Zihua estalló
de rabia.
—¡Tía! —se oyó otro grito desde
lejos—. ¡Aquí hay otro!
Mu Qingshan frunció el ceño y se
miró con Shang Yunze.
«Esto no podía ser normal…»
Jóvenes y adultos de la isla
salieron esa noche con antorchas, registrando la costa. Al amanecer, ya se
habían hallado cuatro cuerpos en la playa. Todos eran niños de apenas diez
años, y en todos los casos los tobillos estaban atados. Seguramente cayeron al
mar en algún lugar, y fueron arrastrados hasta aquí por las olas.
—¿Quién puede ser tan cruel?
—preguntó Mu Qingshan. Ni siquiera perdonaban a los pequeños.
—No hay señales claras —dijo Zhou
Mubai tras inspeccionar—. Hay muchas heridas, pero ningún otro tipo de marca.
—Con métodos tan brutales, si no se
detiene esto pronto, muchas más familias podrían ser víctimas —dijo la tía
Zihua, preocupada—. Este asunto no se puede dejar pasar. Hay que investigarlo
cuanto antes.
La Isla de Haicai es paso obligado
en las rutas comerciales del mar. Todos los días atracan barcos mercantes, y la
tía Zihua, por su carácter directo y buena relación con los capitanes, tiene
fácil acceso a información.
—¿Estás seguro de que era un barco
grande y negro?
—Sí —confirmó el capitán de la flota
Yofu—. Hace unos días nos disputó la ruta. Casi acabamos en una pelea. En su
cubierta vimos a unos siete u ocho niños. Pensamos que eran chicos pobres que
iban al sur a buscar trabajo.
—¿A dónde fueron? —insistió la tía
Zihua.
—No pregunté más, pero según lo que
vi, se dirigía hacia el sur —dijo el capitán del barco—. ¿No se detuvieron aquí
en la Isla Haicai para reabastecerse?
—No —negó la tía Zihua—. Mingchuan
revisó el registro, y jamás ha aparecido un barco como ese.
—Eso sí es raro —el capitán también
se mostró confundido—. Después de la Isla Haicai, pasarán bastante tiempo en el
mar antes de llegar a la siguiente isla grande. Si no compraron provisiones
aquí, ¿qué van a comer?
Solo hay una posibilidad. Zhou Mubai
y Shang Yunze se miraron.
El destino está tan cerca que ni
siquiera necesitan provisiones para llegar.
La Bahía de Beisha.
—Otra vez ese maldito lugar
—refunfuñó la tía Zihua.
—Ya lo dije, ahí dentro no hay paz
—Shang Yunze desplegó el mapa.
—¿Y ahora qué? ¿Vamos a entrar con
gente armada? —preguntó la tía Zihua.
—Eso debería hacerlo el gobierno
—respondió Shang Yunze—. Para los pescadores comunes, entrar en esa formación
de niebla es demasiado peligroso.
—¿Chu Heng? —la tía Zihua puso cara
de desprecio—. Nadie cuenta con él para que envíe tropas a Beisha.
—No es Chu Heng —intervino Mu
Qingshan—. Es Lord Wen.
***
El sol bañaba cálidamente la Ciudad
del Gran Kun. Wen Liunian se estiraba con pereza, víctima del sopor primaveral.
—¡Su Excelencia! —un guardia oscuro
irrumpió corriendo—. El líder de la Alianza Shen y los demás han regresado.
Wen Liunian se animó enseguida. «¡Por
fin!»
—Además, trajeron muchos bocados de
Jiangnan —añadió el guardia oscuro.
—Muy bien, muy bien —dijo Wen
Liunian, saliendo a recibirlos con entusiasmo.
«Tiempo de comer algún pastelito».
—Mientras estuvimos fuera, ¿ese tal
Duan vino a acosar a Su Excelencia? —preguntó Ye Jin nada más verlo.
—Por supuesto que no —dijo Wen
Liunian, confundido—. ¿Por qué pregunta eso?
—Entonces está bien —Ye Jin respiró
aliviado—. Durante el Año Nuevo le di su fecha de nacimiento a mi madre.
Consultó a tres monjes y todos dijeron que ese hombre es un demonio lujurioso.
Hay que mantenerse lejos.
Shen Qianfeng se cubrió la frente. «Con
esa cara de querer devorar a esos pobres monjes que estaban tan cerca, ¿quién
se atrevería a decir lo contrario?»
—¿Los monjes pueden adivinar eso
también? —Wen Liunian se quedó perplejo.
—Claro que se puede adivinar
—asintió Ye Jin.
—Pero… ¿por qué usted fue a indagar
sobre la fecha de nacimiento del Rey del Suroeste? —Wen Liunian seguía sin
entender.
Ye Jin protestó con ira:
—¡PORQUE ES DEMASIADO LASCIVO! ¡SU
APARIENCIA YA ES EXAGERADAMENTE PERVERTIDA! ¡ES DE ESOS QUE EN PLENA CALLE SE
BAJAN LOS PANTALONES!
Wen Liunian quedó estupefacto.
—Está bien, está bien, a descansar
—Shen Qianfeng, sin saber si reír o llorar, lo arrastró de vuelta a la
habitación.
—¿Por qué tiene que venir el Emperador
Chu en persona? ¿No basta con mandar a Qianfan? ¡También podría venir el
general Wang! —Ye Jin seguía sin entender, y al final empezó a hacer su
maleta—. Si no, iré yo al palacio imperial a persuadirlo.
—Sé bueno, no hagas escándalo —Shen
Qianfeng lo cargó entre sus brazos con una mezcla de ternura y resignación—. Si
el Emperador Chu quiere venir, que lo haga. Estamos todos aquí, no hay motivo
para pensar que le pasará algo.
—¡Tú no entiendes nada! —Ye Jin se
plantó con las manos en la cintura.
—Si no lo dices, naturalmente no
puedo entender —respondió Shen Qianfeng—. Parece que no quieres que el Emperador
Chu se reúna con el Rey del Suroeste.
Ye Jin asintió con fuerza.
—¿Por qué? —insistió Shen Qianfeng—.
Cuando el Emperador Chu fue a ver al Rey de Qijue, no dijiste nada.
—¡El Rey de Qijue y el Rey del
Suroeste no se pueden comparar! —protestó Ye Jin.
—Ambos son gobernantes fronterizos,
¿por qué no pueden compararse? —Shen Qianfeng continuó con paciencia.
Ye Jin lo miró, con una expresión
compleja e indescriptible. ¿Cómo se suponía que iba a explicar esto?
—¿Xiao Jin? —Shen Qianfeng agitó una
mano frente a sus ojos—. ¿Por qué no respondes?
—Te voy a contar algo… —dijo Ye Jin
con voz baja.
—Te escucho —respondió Shen
Qianfeng.
—No se lo cuentes a nadie.
—De acuerdo —dijo
Shen Qianfeng.
—¡Si lo haces, me divorcio de ti!
—bramó Ye Jin.
Shen Qianfeng asintió con toda
serenidad:
—Ajá.
—¡Voy a castrar a Duan Baiyue! —Ye
Jin apretó los puños con furia.
Shen Qianfeng suspiró sin remedio:
—¿Eso es todo?
Ye Jin se acercó a su oído y le
susurró una frase.
Shen Qianfeng frunció el ceño de
golpe:
—¿Estás seguro?
—¡Por supuesto! —Ye Jin mordió su
labio inferior con rabia.
—Esto… —Shen Qianfeng también estaba
impactado—. ¿El Emperador Chu y el Rey del Suroeste…?
Ye Jin siguió asintiendo.
Shen Qianfeng quedó sin palabras.
Ye Jin se golpeaba contra su pecho.
«Mejor me muero».
Shen Qianfeng lo consoló
acariciándole la espalda, aunque su rostro no podía esconder su preocupación.
Él mismo, por tener el título de
primogénito de los Shen, ya había pasado por todo tipo de obstáculos para poder
estar junto a Ye Jin. ¿Y ahora? ¿Qué posibilidades tenía alguien como el Emperador
Chu?
No era de extrañar que el Rey del
Suroeste estuviera dispuesto a movilizar todo su país, cargar con la fama de
rebelde, solo para quedarse en el Mar del Este para vigilar a Chu Heng. Antes
pensaban que se debía a algún acuerdo secreto con el Emperador Chu, pero jamás
imaginó que… fuera por eso.
«El camino que se avecinaba no sería
fácil».
En la ruta oficial, el emisario
enviado por Chu Yuan galopaba a toda velocidad, llevando el mensaje sellado con
lacre rojo directamente a manos de Duan Baiyue.
Diez días después, un estruendo
sacudió el Mar del Este como si el cielo estallara: ¡El Rey del Suroeste había
declarado la guerra!
—Así que… empezó la guerra —Wen
Liunian palideció.
—Si no recuerdo mal, usted fue
enviado por el Emperador Chu para negociar con Duan Baiyue —dijo Chu Cheng con
los dientes apretados.
—¡Pero no se llegó a ningún acuerdo!
¡Y no fue culpa mía! —replicó Wen Liunian, con voz triste y apasionada—. ¡Hice
todo lo que pude!
—¿Y usted qué opina, Noveno Príncipe
Ye? —preguntó Chu Heng.
—¿Yo? —respondió Ye Jin—. Ahora que
la guerra ha estallado, hay que enfrentarla. ¿Acaso podemos escondernos?
—Y sobre el líder de la Alianza
Shen... —intentó preguntar Chu Heng.
—Qianfeng es jefe de la Alianza
Marcial, no un general del Mar del Este —lo cortó Ye Jin con frialdad—. ¿Acaso
planea quedarse cómodo mientras otros luchan?
Esa última frase pesó como una losa.
Si la hubiera dicho otra persona, Chu Heng no habría podido soportarlo. Pero
siendo Ye Jin, no tuvo más remedio que tragarse su orgullo.
—¿Puedo regresar al Palacio Imperial?
—preguntó Wen Liunian con cuidado desde un costado.
Chu Cheng: “…”
—Quedarme tampoco ayudará —Wen Liunian dijo con mucha
sinceridad— Lo máximo que
puedo hacer es componer un poema para los soldados del Gran Chu.
Chu Cheng: “…”
—Qianfeng protegerá a Su Excelencia —dijo Ye Jin.
—Eso está bien —Wen Liunian claramente se sintió
aliviado.
Chu Cheng: “…”
Al ver que todos lo miraban, Wen
Liunian pensó un momento y luego dijo:
—Su Alteza ganará.
Chu Cheng casi vomita sangre, ese
tono de voz medio apagado no es mejor que cerrar la boca rápidamente.