•❥ ❥• Capítulo 175: Juramos por la honra del Rey del Suroeste •❥ ❥•
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Siempre cumplimos nuestras promesas.
Como era de esperar, al escuchar la
frase «pediré mis recompensas cara a cara… pronto…» el médico divino Ye,
se enfureció al instante. Incluso alguien tan lento como Mu Qingshan percibió
que algo no estaba bien, y discretamente se acercó a Shang Yunze para no ser
arrastrado por los acontecimientos.
—¿El Rey del Suroeste se queda a
cenar? —preguntó con entusiasmo Wen Liunian.
Ye Jin apretó en silencio un pequeño
frasco blanco escondido en su manga.
Los guardianes oscuros se esforzaban
por hacerle señas a Duan Baiyue.
«¡Ten cuidado, podrías quedar impotente!»
—No hace falta cenar, tengo otros
asuntos —sonrió Duan Baiyue, y de repente miró hacia la puerta—. Médico divino Ye,
¿tiene algo que decirme?
Ye Jin se sobresaltó al principio,
luego lo miró con sospecha, «¿Por qué sacas eso de repente? Ni siquiera
somos tan cercanos».
—Si no tiene nada que decir, me
retiraré. Hasta la próxima, caballeros —dijo Duan Baiyue con calma.
—¡Buen viaje, Rey del Suroeste! —Wen
Liunian imitó el gesto típico de los hombres del Jianghu, juntando los puños
con actitud heroica. Pensó que, la próxima vez que volviera a casa, tal vez
podría ir a la herrería del pueblo y mandar a forjar una espada para colgarla
en su cintura.
Entonces, vieron a Ye Jin avanzar y,
literalmente, arrastrar a Duan Baiyue hacia una cabaña lateral.
El resto intercambió miradas
desconcertadas, «¿Qué está ocurriendo ahora?»
Shen Qianfeng estaba que se daba por
vencido.
—¿Qué significa esto, médico divino
Ye? —Duan Baiyue lo miró con una media sonrisa.
—¿Qué estás buscando realmente? —Ye
Jin lo escrutó de arriba a abajo, cada vez más convencido de que tenía el aire
de un sinvergüenza. Recordó al tal Linzi que en la ciudad de Qianye no dejaba
de acosar a las mujeres decentes. Eran tal para cual.
—¿Mis intenciones? —Duan Baiyue
levantó una ceja—. Naturalmente, proteger la estabilidad del Gran Chu.
—¿Y qué tiene que ver contigo la
estabilidad del Gran Chu? ¡Hablas como si fueran íntimos! —Ye Jin se arremangó
con indignación y declaró con firmeza— ¡Mi hermano se va a casar!
—¿Eh? Así que el Emperador Chu va a
tomar concubina y nombrar una emperatriz —Duan Baiyue mostró interés—. ¿Con
cuál hija de qué familia noble va a casarse?
—¡No es asunto tuyo! —respondió el médico
divino Ye con altivez, levantando la barbilla.
Duan Baiyue soltó una carcajada:
—Si no tiene que ver conmigo, ¿por
qué Lord Ye se tomó el trabajo de mencionarlo?
Ye Jin: “…”
Duan Baiyue seguía mirándolo con
visible diversión.
«¡En fin, ni pienses en mí hermano!» Ye Jin salió de la cabaña, con su
gato en brazos, desbordando un aire frío y elegante.
Todos lo observaron mientras
desaparecía en la distancia, y lo miraban con admiración.
«Qué carácter el suyo…»
—Rey del Suroeste —se disculpó Shen
Qianfeng.
Duan Baiyue sacudió la cabeza con
una sonrisa y dijo:
—No importa, ya estoy acostumbrado.
«¿Acostumbrado?» Wen Liunian estaba perplejo. «¿Acaso
el médico divino Ye y el Rey del Suroeste son cercanos?»
—Entonces, sobre el asunto de los soldados
tritones, contaré con usted —dijo Shen Qianfeng.
—Haré lo que esté en mis manos —respondió
Duan Baiyue.
Y de hecho lo hizo: ordenó a Duan
Nian regresar al Suroeste a toda velocidad para investigar. Las referencias
sobre las sirenas estaban en la lengua Po Meng. El jefe tribal se llamaba A-Kan,
uno de los setenta y dos líderes del pueblo Miao, conocido por su temperamento
violento. Duan Baiyue lo había molestado durante todo un año con la
persistencia de un gato cazando ratones, hasta que A-Kan no pudo resistirse más
y se rindió a regañadientes, llevando a su tribu a someterse.
Vivía recluso en las montañas,
cultivando té y sembrando su propio alimento. No aceptaba tributos ni
recompensas de Duan Baiyue, llevando una vida completamente aislada del mundo
exterior.
***
Mientras tanto, en el vasto Mar del
Este, Wufeng izó velas con un pequeño grupo, fingiendo dedicarse al negocio de
las perlas mientras secretamente investigaba el paradero de las sirenas.
—Sería bueno si de verdad existieran
las sirenas —bromeó el pescador con una sonrisa tras escucharle hablar—. Tener
una en casa, que llore un poco y ya tienes perlas para vender. Así no
tendríamos que estar enfrentando vientos y olas para apenas sobrevivir.
—¿De verdad no existen? —preguntó
Wufeng una vez más.
—¿Quién sabe? Nosotros desde luego
no las hemos visto, ni hemos oído que otros lo hicieran —el pescador recogió la
red—. Solo Laifu dice que vio una, pero cuando lo presionas para que explique,
no sabe dar detalles. Ese siempre ha tenido problemas mentales, así que nadie
le cree.
—¿Laifu? —preguntó Wufeng— ¿También
es pescador?
—Es tejedor de redes, no suele ir al
mar —respondió el pescador—. Vive en la isla Baihuan, cerca de aquí.
Wufeng sonrió, cambió de tema
durante un rato mientras conversaban, compró algo de pescado, y después izó
velas y se dirigió al mar profundo.
La isla Baihuan era muy pequeña, con
pocos habitantes. La mayoría vivía de la pesca y el trueque con barcos
mercantes para obtener arroz, harina, verduras y aceite. Aunque era una vida
sencilla, generaciones habían sobrevivido así, por lo que no lo consideraban
difícil.
Al oeste del poblado, en un pequeño
patio, un hombre de mediana edad remendaba una red vieja. Aunque aún hacía
frío, solo vestía una camisa corta, con los brazos musculosos y firmes.
Wufeng llamó a la puerta dos veces.
El hombre levantó la vista al oír el sonido, con algo de desconcierto en los
ojos.
—Somos comerciantes de paso —explicó
Wufeng—. El barco tuvo una avería y nos detuvimos en el muelle para repararlo.
Venimos a ver si podíamos tomar un poco de agua caliente.
—Ah, claro. Por favor, siéntense —El
hombre era Laifu, el mismo mencionado por los pescadores. De mente algo lenta
desde nacimiento, no tenía mucha malicia ni astucia. Creía fácilmente lo que
otros decían. Pronto trajo té caliente desde la casa, junto con pescado seco y
cacahuates tostados.
—Gracias —Wufeng colocó una pieza de
plata sobre la mesa.
Laifu la guardó con una sonrisa, sin
mostrar incomodidad ni cortesía. No sabía extorsionar ni conocía las
convenciones sociales. Si no le daban nada, no lo pedía, pero si le ofrecían,
claro que lo aceptaba. Después de todo, la plata era valiosa.
—¿Tu esposa no está en casa? —preguntó
Wufeng.
—Salió a secar algas marinas, hoy
hay buen sol —Laifu continuó remendando la red— ¿A qué se dedica el señor?
—Negocio de perlas —dijo Wufeng.
—Eso sí que es un gran negocio —respondió
Laifu—. Con razón no lo había visto antes.
Los comerciantes que llegaban a esa
pequeña isla solían vender cosas para el día a día. Por lo general, porcelana y
joyas pasaban directo por la ruta del este sin desviarse.
—Últimamente el negocio anda mal —suspiró
Wufeng—. Si sigue así, tendré que cambiar a vender arroz y harina.
—¿Por qué? —Laifu preguntó con
curiosidad—. ¿Bajaron los precios de las perlas?
—No es que bajaran, es que casi no
hay —respondió Wufeng—. Y las pocas que se encuentran no son uniformes en
tamaño ni tienen buen brillo. No se venden bien.
—Seguro el señor va seguido a aguas
profundas —Laifu bajó la voz y habló con tono misterioso—. Vaya a la bahía
Beisha, allí hay sirenas.
—¿Eh? —Wufeng se sorprendió—. ¿Sirenas?
—Sí, una gran cantidad —Quizá por tener al fin alguien
dispuesto a escuchar la historia, Laifu se olvidó de la red, con los ojos
brillando y acercándose más—. Nadan rapidísimo en el mar. Basta un parpadeo
para que desaparezcan.
—¿Cuántas hay? —preguntó Wufeng.
—Por lo menos había unas treinta
—dijo Laifu—. La parte superior era humana, y la inferior, una cola de pez…
igualito a lo que muestran las pinturas.
—¿Has visto sirenas en otro lugar
aparte de la bahía de Beisha? —preguntó Wufeng.
—No, solo esa vez. —Laifu lo miró
con esperanza—. ¿Tú me crees?
—Sí, te creo —asintió Wufeng.
Laifu se alegró.
—¡Las vi de verdad! Pero nadie me ha
creído nunca.
—La bahía de Beisha no está
precisamente cerca. ¿Por qué fuiste hasta allá? —volvió a preguntar Wufeng.
—En ese entonces aún no me había
casado. Mi tercer tío dijo que el Rey Chu en la ciudad del Gran Kun estaba
reclutando tropas. Mis padres querían que me alistara, así que preparé mis
cosas y salí al mar con unos vecinos —explicó Laifu—. El reclutador vio que era
fuerte y sabía nadar, así que me asignó como ayudante en el barco. Fue ahí que
las vi por casualidad.
—¿Le contaste a alguien en ese
momento? —preguntó Wufeng.
—No. Si uno se topa con sirenas en
el mar, podría provocar una tormenta… eso sería terrible —respondió Laifu—. Siempre
nos han dicho que donde hay sirenas, hay dioses del mar.
—¿Y una vez en tierra? ¿Nunca lo
hablaste con nadie? —Wufeng le sirvió otra taza de té.
—Al desembarcar, ofendí sin querer
al subcomandante y me echaron del ejército —al recordar eso, Laifu se notaba
triste—. Cuando volví a casa y lo conté, nadie me creyó.
«Claro… por eso, a pesar de haber
visto a las sirenas, no lo habían silenciado» Wufeng comprendió. Siguió charlando con él sin mucho rumbo
hasta que cayó la noche. Finalmente se marchó y puso rumbo a la isla Luoying.
—¿La bahía de Beisha? —Yun Duanhun
abrió el mapa—. Está cerca de la ciudad del Gran Kun.
—Yo fui allí una vez con Wuying —añadió
Wufeng—. Siempre está envuelta en niebla blanca y rodeada de remolinos. Aparte
de los buques de guerra del Gran Chu, ningún barco comercial puede acercarse.
—Así que allí dentro seguro hay algo
oculto —dijo Yun Duanhun—. ¿Tú y Wuying fueron allí para qué?
—Fue hace unos tres o cuatro años —respondió
Wufeng— Lo llevé para recoger caracoles de mar como entretenimiento. Aunque no
se puede entrar directamente a la bahía de Beisha, hay una ruta acuática
cercana que conecta con el Lejano Oriente, así que cada tanto pasan barcos
mercantes por allí.
—Cuéntale esto a Xiao Liuzi primero
—ordenó Yun Duanhun—. Luego vayan a investigar los alrededores de la bahía de
Beisha, pero actúen con extrema cautela.
Wufeng asintió y salió del estudio.
La ciudad del Gran Kun no está cerca
de la isla Luoying. Entre el ir y venir de las cartas, la primavera ya había
dado paso al verano. Wen Liunian, decaído, sostenía lentamente un pequeño tazón
de sopa fría de ciruela ácida.
Sufría de insolación.
Mu Qingshan dirigía a los sirvientes
para que trajeran bloques de hielo, y se sentó junto a la cama diciendo:
—El congee estará listo en un rato.
—Mn —respondió Lord Wen con voz
débil. Su nariz estaba algo roja y parecía bastante desmejorado.
—Cuando te sientas mejor, comerás
codillo —Mu Qingshan lo consoló.
Al recordar aquella textura grasosa,
Wen Liunian sintió una opresión en el pecho y, por raro que fuera, hasta se le
revolvió el estómago.
Así que, cuando el padre e hijo de
la familia Chu entraron, lo primero que vieron fue a Wen Liunian agachado junto
a la cama, con arcadas, una cinta roja atada en la cabeza, y un montón ciruelas
silvestres sobre el armario.
Chu Cheng se le torció un poco la
boca:
—Sí que está mal…
—Su Alteza, primer joven príncipe —saludó
Wen Liunian débilmente.
—¿Cómo es que Su Excelencia está tan
enfermo? —preguntó Chu Heng—. ¿Ya ha consultado al Noveno Príncipe Ye?
—Sí, pero aún no me he recuperado
—respondió Wen Liunian—. ¿A qué debo el honor de la visita de Su Alteza?
—No es gran cosa —respondió Chu
Heng— Solo oí que estabas indispuesto, y vine a visitarte.
—Qué atento es Su Alteza —Wen
Liunian se incorporó un poco y refunfuñó— Ya que vinieron, ¿para qué traer
regalos?
Chu Cheng: “…”
«¿En qué momento dijimos que traíamos
regalos?»
Wen Liunian comenzó a toser con
fuerza otra vez.
Chu Heng tuvo que decir:
—Su Excelencia es muy cordial; son
solo algunos ingredientes para reducir el calor interno. Los sirvientes los
traerán en un momento.
—Este calor sí que está insoportable
últimamente —dijo Wen Liunian—. Si Su Alteza tiene ingredientes para enfriar el
cuerpo, ¿por qué no preparar decocciones para el pueblo? Si llegara a surgir
una epidemia, sería un caos.
—Lo que dice usted es muy cierto —afirmó
Chu Heng—. Ordenaré instalar pronto un albergue de beneficencia en la ciudad.
—Perfecto, perfecto —dijo Wen
Liunian, muy satisfecho.
Chu Cheng estaba algo exasperado. «¿Cómo
podía haber gente así? Hasta enfermo, ¡no se le olvidaba sacar provecho!»
Una vez que ambos se marcharon, Wen
Liunian se recostó en la cama y le pidió a Mu Qingshan:
—Pon más encurtidos en el congee.
—Su Excelencia, no debería seguir
esforzándose tanto —Mu Qingshan expresó su disgusto—. Reparar casas y caminos
es deber de los funcionarios locales. ¿Cómo puede ser que ellos se queden en
casa tomando la brisa, mientras usted va todos los días al sitio de obras?
—No importa. De todas formas, no
durarán mucho en sus cargos —dijo Wen Liunian—. Son cosas que afectan al
pueblo. Si dejo todo en manos de ese grupo de inútiles, no me quedo tranquilo.
—Ya lleva enfermo cuatro o cinco
días —insistió Mu Qingshan—. Si el gran jefe Zhao se entera, seguro se
preocupará mucho.
Wen Liunian se rascó la mejilla,
pensando vagamente en darle un beso a su hombre cuando lo vea… «¡Qué
ternura!»
—Su Excelencia —un guardia oscuro
llamó a la puerta—. Hay una carta.
—¿Viene del Mar del Este? —preguntó
Mu Qingshan.
Wen Liunian estiró la mano con
impaciencia, «Al parecer, ya lo presentía».
—Es del Rey del Suroeste —dijo el
guardia oscuro.
Wen Liunian se tocó la nariz, «Oh…»
—El Rey del Suroeste ha encontrado
al líder de la tribu Po Meng —Mu Qingshan le entregó la carta—. Vendrá mañana
por la noche a reunirse con usted. Dicen que el jefe es de mal carácter y
bastante irritable, y parece que no está nada dispuesto a colaborar.
—Entonces, ¿por qué querría salir de
las montañas y venir a la ciudad del Gran Kun? —preguntó Wen Liunian,
desconcertado.
—Fue noqueado por Duan Nian y luego
cargado directamente —dijo Mu Qingshan.
—Muy bien, muy bien —respondió Wen
Liunian, más que satisfecho.
Mu Qingshan: “…”
—¿No hay cartas nuevas del Mar del
Este? —preguntó Wen Liunian nuevamente.
—Por ahora no —dijo el guardia oscuro,
moviendo la cabeza.
Wen Liunian suspiró con pesar.
Mu Qingshan tenía sentimientos
encontrados. Si no recordaba mal, hacía apenas diez días había llegado una
carta… no había pasado tanto tiempo. Si alguien ajeno lo viera suspirar así,
pensaría que el gran jefe Zhao ya se había “ido con otro”.
***
Fuera de la ciudad del Gran Kun,
Duan Nian le ofreció carne seca y pan a A-Kun. Al ver cómo arrancaba la comida
con una expresión feroz, sintió cierta inseguridad. Regresó junto a Duan Baiyue
y murmuró:
—¿De verdad lo vamos a llevar así
ante el Gran Lord Wen?
—Por supuesto —respondió Duan
Baiyue—. Ya que lo encontramos, ¿qué sentido tendría retenerlo junto a mí?
—Pero… —continuó hablando Duan Nian.
«¿Y si se arma una pelea?»
—No te preocupes —dijo Duan Baiyue—.
Que tú no puedas con él, no significa que el Gran Lord Wen no pueda. Quién
sabe, con unos días de convivencia, hasta podrían llevarse de maravilla.
Duan Nian volvió a mirar a A-Kun,
justo para verlo escupir con fuerza un hueso, con las manos y el rostro
cubiertos de grasa. Su cabello estaba enmarañado y salpicado de paja, llevaba
un collar de huesos de animal, y su rostro, cubierto de tatuajes, lucía feroz y
salvaje.
Con ese aspecto, ya ni hablar de
compartir vino y risas —un erudito común saldría corriendo en cuanto lo viera.
—Pero ese Gran Lord Wen no es un erudito
cualquiera —como si leyera sus pensamientos, Duan Baiyue se rio suavemente y
sacudió la cabeza—. Aunque parece que no podría ni amarrar a un pollo, y es muy
refinado, su estilo al actuar no es mejor que el del líder Qin Shaoyu.
«Ambos pertenecen al mismo tipo: si
no sacan ventaja, sienten que están perdiendo».
Después de saciarse, A-Kun arrojó su
túnica sin cuidado, y se tumbó en un rincón protegido del viento. No tenía
forma de vencer a Duan Baiyue, ni atreverse a provocarlo; pero aquel
funcionario de la corte imperial que lo había hecho venir hasta la costa… con
él sí pensaba ajustar cuentas cara a cara.
Al día siguiente, el clima fue
excelente. Una lluvia ligera por la mañana había aliviado el bochorno. Ya en la
tarde, Wen Liunian salió bostezando de la cama, y al sacudir la cabeza aún se
sentía algo mareado.
—¿Está seguro de que está bien? —Mu
Qingshan le ofreció una taza de té—.
Quizá debería descansar un día más.
—No importa —respondió Wen Liunian—.
Un visitante desde tan lejos, desde Yunnan, no puede ser tratado con desdén.
—Pero tienes cara de enfermo —insistió
Mu Qingshan—. Debería cuidarse más. Después de todo, el tema de las sirenas ya
suena complicado, y ese jefe tribal no parecía nada dispuesto a colaborar. Vaya
uno a saber cuánto tiempo tomará.
Wen Liunian comió medio pastelillo,
se sacudió las migajas de la ropa y se dirigió al salón principal.
Mu Qingshan no tuvo más opción que
seguirle los pasos.
Los demás ya habían llegado. A-Kun
estaba sentado rígidamente en la silla, con una expresión amenazante que
parecía traer consigo el viento más sombrío. Ye Jin, se sentó frente a él y no
apartó la vista ni un segundo. Tan corpulento, tatuado, con las cejas casi
unidas, un mechón de vello saliendo del escote... ¡Cada detalle le resultaba
más llamativo!
Si tan solo Duan Baiyue tuviera ese
aspecto, todo sería más sencillo y no tendría que preocuparse más.
Los guardianes oscuros miraban con
lástima a Shen Qianfeng: «Al parecer, el gusto del médico divino Ye por los
tipos grandes, peludos y rudos no había cambiado nada… esa mirada fija lo
delataba».
—¿Y tú quién eres? ¿Por qué me miras
así? —A-Kun evidentemente molesto, golpeó la
mesa con un “¡clac!”
—No eres una doncella, ¿a qué le temes?
¿Será que te da vergüenza? —respondió Ye Jin, imperturbable.
A-Kun se atragantó ligeramente,
luego gruñó:
—¡¿Eres tú ese Gran Lord Wen?!
—No soy yo —Ye Jin negó con la
cabeza y señaló—. Es él.
Wen Liunian entró trotando y lo
primero que hizo al cruzar la puerta fue inclinarse para toser.
A-Kun enseguida se apartó con
desagrado, «¡Que no me contagien nada!»
—Valiente guerrero… —Wen Liunian
logró recuperar algo de aliento—, imagino que usted es el jefe de la tribu Po
Meng.
—Soy yo —respondió A-Kun, sentado lo
más lejos posible de él.
—¡Vaya porte! Todo un héroe,
gallardo y elegante —lo elogió Wen Liunian.
Uno de los guardianes oscuros torció
la boca... «¿El gran jefe Zhao sabe lo que está diciendo?»
—No sé de qué estás hablando —dijo A-Kun,
impaciente—. El Rey del Suroeste me mostró una carta, pero no entendí nada.
—Pero ese relato está claramente
escrito en la lengua de Po Meng —respondió Wen Liunian—. Si usted no lo
reconoce, ¿acaso hay otro líder de la tribu Po Meng?
Tal como se esperaba, A-Kun se
enfureció y soltó una maldición a gritos. Aunque pocos entendieron las
palabras, por su tono y expresión no parecía decir nada amable. Duan Baiyue
frunció el ceño y pensó en intervenir, pero vio que Wen Liunian, con las manos
en la cintura, respondió al insulto con otro grito —aunque no fue en la lengua
de Po Meng, sí en uno de los dialectos comunes de Miao, y desde luego más alto
y claro.
Todos: “…”
«De verdad, no deja pasar ni una».
A-Kun,
sorprendido, giró para mirar a Duan Baiyue.
—Ya te lo dije: el gran Lord Wen es
el mayor erudito del Gran Chu —el Rey del Suroeste no podía evitar sonreír—. No
solo tú: ni yo consigo sacar ventaja con él.
Wen Liunian se frotó la nariz con
cara de inocente.
A-Kun: “…”
—La tribu Po Meng vive en montañas
profundas, así que es natural que tengan poco contacto con el exterior, mucho
menos con el Mar del Este, que está a miles de kilómetros —continuó Wen
Liunian— Que aparezca un libro escrito en su idioma y que usted diga no saber
nada… eso solo deja dos posibilidades: o hubo traición en la tribu, o alguien
externo está moviendo los hilos. Es un razonamiento lógico, sin intención de
ofender. No tiene por qué enfadarse, jefe A-Kun.
A-Kun bebió de un sorbo su té. «¿Y
por qué no dijo esto desde el principio? ¿Tenía que empezar insultando para
luego hablar razonablemente?»
—El jefe tribal ha venido desde tan
lejos hasta la ciudad del Gran Kun; no puede irse sin hacer nada —dijo Wen
Liunian encogiéndose de hombros—. ¿No sería una pérdida de viaje?
A-Kun abrió los ojos como platos. ¡Como
si él hubiera querido venir!
—Además, si el jefe está dispuesto a
colaborar, será beneficioso para todo el pueblo Po Meng —Wen Liunian giró hacia
el Rey del Suroeste—. ¿No es así?
Duan Baiyue alzó una ceja, sin
confirmar ni negar.
—¡EJEM! —Ye Jin tosió con ferocidad.
Duan Baiyue se tocó la nariz…
aceptando implícitamente.
—Incluso sin necesidad de
recompensas, hacer que el Rey del Suroeste te deba un favor ya es algo —Wen
Liunian lo tomó del brazo y lo llevó afectuosamente a sentarse a la mesa—.
Cuando los otros jefes se enteren, probablemente escupan sangre de la envidia.
Solo pensarlo ya da aire de grandeza.
—¿De verdad puedo usar eso para
pedir algo? —preguntó A-Kun.
—Por supuesto —afirmó Wen Liunian
sin dudar—. Lo juro por la honorabilidad del Rey Duan. Todos los presentes lo
han oído, quien no cumple su palabra es un gamberro.
Duan Baiyue: “…”
El chino de A-Kun no era muy fluido,
y Wen Liunian era tan entusiasta que no distinguió bien entre “honor” y
“reputación”, así que confundido, confesó:
—Hace unos siete u ocho años, vino
alguien a las montañas Po Meng.
«Sabía que algo aparecería…» Wen Liunian sonrió con aún más
inocencia:
—¿En busca de sirenas?
—Quería comprar gu de hilo dorado
—dijo A-Kun—. Ofreció buen precio, pero puso como condición que alguien de la
tribu lo acompañara hasta el Mar del Este.
—¿Y usted accedió? —preguntó Wen
Liunian.
—Yo no quería. —A-Kun miró de reojo
a Duan Nian, con tono claramente áspero.
Duan Baiyue alzó las cejas. Hace
siete u ocho años… justo la época en que él mismo había aislado a la tribu Po
Meng. Probablemente estaban en crisis, sin dinero ni recursos, por lo que no
tuvieron más opción que salir de las montañas.
La persona que enviaron entonces fue
el primo de A-Kun, llamado Naba, conocido entre los suyos como un experto en la
crianza de gu mágico. Permaneció en el Mar del Este por más de medio
año, y volvió cargado de oro, plata y joyas, permitiendo a la tribu disfrutar
de una época próspera.
—¿Y dónde está él? —preguntó Wen
Liunian con premura—. ¿Por qué no vino contigo?
—Cayó de la montaña mientras cazaba
hace mil días atrás —respondió A-Kun—. No lo pudieron salvar.
Los ojos de Wen Liunian mostraron
sincera pena.
—Según lo que contó, en el Mar del
Este estuvo todo el tiempo encerrado. Solo veía a dos o tres personas, y no
sabía dónde estaba exactamente. —relató A-Kun—. Su tarea diaria era criar gu
de hilo dorado sin parar. A veces oía hablar a los guardias, y mencionaban
cuerpos humanos con colas de pez. Le pareció curioso y lo escribió como una
historia para compartirla con su gente. Pero terminó perdiendo el manuscrito.
—Debe ser este —Wen Liunian tomó el
libro de la mesa—. Alguien lo encontró, lo confundió con un texto antiguo y lo
envió a la academia. Años después, volvió a mis manos.
Eso sí que parecía obra del destino.
—¿Naba describió la casa donde
estuvo encerrado? —interrumpió Ye Jin.
—En el centro tenía una gran columna
redonda. Las paredes estaban limpias —respondió A-Kun—. Había árboles y flores
en el patio.
Todos guardaron silencio… «Así
eran fácilmente la mitad de las casas en la ciudad».
—También había un estanque en el
patio —añadió A-Kun, tratando de recordar con más detalle ante sus miradas
dudosas—. Dentro nadaban carpas rojas.
—¿Carpas koi? —Wen Liunian se
interesó enseguida. Aunque los ciudadanos del Gran Kun se dedicaban mayormente
a la pesca, solían pescar en el mar, y las familias comunes no podían
permitirse gastar una fortuna para traer carpas desde fuera y criarlas. Al
recordar el estanque en la residencia del Rey Chu, Lord Wen se rascó la mejilla
con satisfacción… parecía que el destino le había servido todo en bandeja.
Los gu de hilo dorado se
utilizan para controlar el cerebro humano. Si permanecen más de diez años
dentro del cuerpo, devoran por completo la mente de la persona, convirtiéndola
en un títere sin voluntad. La esperanza de vida se reduce drásticamente. Su uso
es tan cruel y siniestro que ni siquiera las sectas demoniacas del Jianghu lo
toleran, y hasta otras tribus de Miao lo repudian. No es de extrañar que se
ofrecieran sumas exorbitantes por ellos.
—¿Tiene el jefe tribal un antídoto?
—preguntó Wen Liunian.
A-Kun asintió:
—Por supuesto. Se necesita sangre
fresca de la punta de mis dedos, pero debe consumirse dentro de tres horas tras
ser preparado, de lo contrario pierde efecto.
—¡Perfecto! —dijo Wen Liunian con
una gran sonrisa—. Entonces le ruego que permanezca aquí por unos días más.
—¡¿Quedarme más tiempo?! —A-Kun se
levantó de golpe, furioso—. ¡El Rey del Suroeste dijo claramente que después de
contar lo que sabía, podría regresar!
—¡Incluye comida, incluye comida!
—intervino rápido uno de los guardianes oscuros, intentando calmar la
situación.
A-Kun bajó la cabeza y salió
corriendo.
—Un verdadero hombre debe llevar sus
acciones hasta el final —Wen Liunian lo sujetó firmemente, con más energía que
él mismo— Todavía no sabemos quién ha sido infectado por los gu de hilo
dorado. Es posible que ya hayan perdido su conciencia y sean como cadáveres
ambulantes. Usted desea regresar para reunirse con sus seres queridos, ¿pero ha
pensado en sus padres, en sus esposas e hijos? Lo único que le pido es que
permanezca aquí un poco más, hasta encontrar a los afectados y preparar el
antídoto. ¿Por qué rechazar una petición tan razonable?
A-Kun forcejeó un par de veces, pero
no logró soltarse. Pensó: «Vaya, este letrado tiene bastante fuerza».
Pero al mirar con más atención, se sobresaltó, «¿está llorando?»
Los ojos de Wen Liunian eran como
los de un conejo, pero su mirada era feroz y penetrante.
—Tú… —A-Kun quedó francamente
impresionado.
Wen Liunian, sin embargo, se
mantenía completamente firme.
—¿Cuánto tiempo sería? —preguntó A-Kun.
—Medio año —respondió Wen Liunian
tras pensarlo un momento.
—¿Tanto? —A-Kun frunció el ceño.
—Los asuntos de la tribu Po Meng los
supervisará mi gente —dijo Duan Baiyue—. Con A-Hai presente, no debería haber
mayores problemas.
A-Kun vaciló. Aunque no simpatizaba
con Duan Baiyue, sabía bien que era alguien competente y de palabra; de lo
contrario, nunca habría aceptado someterse en primer lugar. Y pensándolo bien,
los gu de hilo dorado eran asunto de su propia tribu… quedarse a
resolver ese desastre no era del todo injusto. Lo más importante: viendo la
sala llena de personas armadas, escapar tampoco parecía viable.
Ya que forzar las cosas no traería
buenos resultados, solo quedaba ceder.
—¿Y bien? —preguntó Wen Liunian,
mirándolo fijamente.
—Está bien —A-Kun finalmente
asintió.
Wen Liunian soltó un largo suspiro
de alivio, y mandó que lo llevaran a una habitación para que descansara.
***
—¿Su Excelencia también estaba
actuando hace un momento? —preguntó Mu Qingshan con curiosidad, una vez que
todos se habían marchado.
—Al principio era teatro; al final,
ya era sincero —respondió Wen Liunian, bebiendo un sorbo de agua—. No importa
lo que haya detrás de esas sirenas, nunca deberían ser manipulados por gu de
hilo dorado a cambio de dinero. Si podemos rescatarlos, hay que hacerlo.
En cuanto al titiritero que mueve
los hilos tras bambalinas, ya llegará el momento de ajustar cuentas.