•❥ ❥• Capítulo 174: Aparentemente hay soldados tritones •❥ ❥•
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¿Por qué serían caracteres de los
bárbaros del sur?
Unos días después, todos los
miembros de la familia Liu fueron enterrados, y el nombre de la Banda Pinglang
desapareció por completo de los registros del Jianghu. Los ciudadanos, al pasar
por las ruinas del antiguo lugar, inevitablemente soltaban unos suspiros sobre
lo impredecible de la vida: una secta que en su día fue poderosa, ahora había
sido destruida sin previo aviso. Nadie sabía quién había sido tan cruel… ni
siquiera los ancianos, mujeres y niños fueron perdonados.
Tao Hua también fue al cementerio a
quemar unas monedas de papel. La ira que había guardado durante años se
desvaneció al ver los cadáveres calcinados: todo parecía un sueño distante,
como si los años pasados hubiesen sido una ilusión.
De Xiao Lingzi no se había sabido
nada… ni vida ni muerte. Y la Torre Baiyu fue completamente demolida, junto con
su pasadizo subterráneo: ahora no quedaba más que un campo de escombros.
Lo único por lo que podían sentirse
algo aliviados era que Liu Wanzhi había ido ese mismo día al templo a quemar
incienso, logrando escapar del desastre. Sin embargo, el impacto fue tan fuerte
que quedó completamente aturdida. Por eso, Ye Jin decidió enviarla
temporalmente al Valle de las Flores de Qiong en secreto, para que sus discípulos
la cuidaran y trataran. También querían evitar que se convirtiera en un blanco
para nuevas desgracias.
Tras resolver todos los asuntos
pendientes de la banda Pinglang, el grupo emprendió el viaje de regreso a la
Ciudad del Gran Kun.
—Cultivar tropas durante mil días,
para usarlas una sola vez —comentó Chu Cheng en la Mansión del Rey—. Con razón
mi padre gastó tanto dinero en traer esa gente desde el sur: su ejecución fue
impecable.
—No hay que confiarse —respondió Chu
Heng—. Aunque la Banda Pinglang fue eliminada, Shen Qianfeng y los suyos
estuvieron alojados allí. No sabemos si descubrieron algo. En estos días hay
que actuar con discreción.
Desde que supo que Wen Liunian venía
a la Ciudad del Gran Kun, había estado reuniendo información sobre él. Ese
primer erudito del Imperio del Gran Chu… al parecer, no era alguien fácil de
manejar.
«Más vale actuar con prudencia».
—¡Apchís! —Wen Liunian estornudó, se
frotó la nariz y siguió bañando a sus cinco lobos de armadura roja.
Mojaba un pincel de pelo suave para cepillarles el caparazón, mientras al lado
tenía aceite de flores de osmanthus: brillantes y bien limpios.
Uno de ellos, el más pequeño y
regordete, agitó sus antenas y se tumbó perezoso con la barriga al sol.
«¡Ngah!»
Wen Liunian se recostó sobre una
mesa de piedra y lo contempló absorto.
«Si hacemos cuentas… el barco
mercante que mandé a la Isla Luoying ya debería haber llegado…»
—¡Señor, señor! —Un niño de unos
seis o siete años, con el cabello recogido en dos moños redondos, entró dando
saltitos mientras sostenía una carta—. ¡Llegó otra carta! ¿Será que Wuying-gege
ya regresa?
—Xiao Wuying no volverá por ahora
—Duanhun le dio un golpecito en la cabeza y le entregó un puñado de caramelos
de maní.
—Mmm… —el niño puso cara de
fastidio.
—Cuando estaba Wuying, no hacían más
que pelearse por los dulces. Y ahora lo extrañas tanto —bromeó Wufeng,
cargándolo y sacándolo afuera—. Ve a jugar un rato.
El niño siguió saltando como un
conejito y se fue correteando.
—¿Y qué dice la carta? —preguntó
Wufeng al volver al salón—. ¿Acaso son otras diecisiete u ocho páginas de
cartas románticas para nuestro joven maestro Zhao?
—Ojalá fuera una carta de amor
—respondió Duanhun con aire lánguido, mientras le pasaba el papel—. No hace
falta que leas el principio, ve directo a la última página.
Wufeng la tomó y la revisó
rápidamente. Después frunció el ceño:
—¿Sirenas?
—¿Qué opinas? —preguntó Duanhun.
—No me lo creo mucho —Wufeng negó
con la cabeza.
—Pero ese Xiao Liuzi lo dice con
toda seriedad —dijo Yun Duanhun—. Incluso Shen Qianfeng y Ye Jin no saben
realmente qué es. No olvides que en el Mar del Este puede haber cualquier clase
de demonios o monstruos.
—¿Entonces el señor piensa
investigar? —Wufeng tanteó.
—Ya escribió la carta —respondió Yun
Duanhun—. Si no lo investigo, en menos de un mes vendrá él mismo hasta la isla.
Y no hablemos solo de cuánto come… solo con que empiece a repetirlo todos los
días junto a mi oído, acabará por desgastarme la piel.
—¿Avisamos al gran jefe Zhao?
—preguntó Wufeng.
—Déjalo tranquilo con su
entrenamiento —dijo Yun Duanhun—. No es necesario contarle nada por ahora.
—¿Está bien esconderlo? —Wufeng
dudaba—. Al fin y al cabo, es una carta del Gran Lord Wen…
«¡Y las primeras ocho páginas son
pura melancolía amorosa!»
—Entrégale el resto de la carta a Ah’Yue
—dijo Yun Duanhun, quemando la última página—. ¿Tú crees que por qué Xiao Liunzi
puso lo de las sirenas en una hoja aparte? Lo hizo con toda la intención.
Wufeng se rio.
—Con razón el joven maestro Zhao le
obedece al Gran Lord Wen sin rechistar.
—Los jóvenes hoy en día… —Yun
Duanhun negó con la cabeza, y con la carta en mano, se dirigió a la cámara de
meditación.
Originalmente era una habitación
construida con jade helado, llena de niebla blanca por todas partes. Pero desde
que Zhao Yue llegó, el entorno empezó a transformarse. Wen Liunian le enviaba
cosas cada dos por tres: un retrato suyo, una prenda de su ropa, o un pergamino
que comenzaba con párrafos extensos de confesiones románticas, y siempre
insistía en que lo colgaran en un lugar visible. No fuera a ser que alguien en
la isla no se enterara de que este apuesto joven ya estaba casado.
Así que, justo en ese momento,
cuando Zhao Yue terminó de regular su respiración y abrió los ojos… lo primero
que vio fue el retrato de Wen Liunian frente a él. Vestido con una túnica de
brocado, sonriente, de pie bajo un árbol y con aire absolutamente satisfecho.
Así que el Gran Jefe Zhao, que
originalmente planeaba descansar un rato, cambió de idea y volvió a cerrar los
ojos para seguir cultivando su técnica interna. Por suerte, aunque la técnica
de espada Hongliu era imponente como un río ininterrumpido, su esencia se
resumía en una sola palabra: “velocidad”. Y mientras se pusiera a entrenar con
verdadera dedicación, sus avances eran tan rápidos como sorprendentes: como
recorrer mil li en un solo día.
—No te sobreexijas —dijo Yun Duanhun
al entrar por la puerta, entregándole una carta—. Vino con el nuevo barco
mercante.
—Gracias, shifu —respondió Zhao Yue
al recibirla. Al ver el sobre ya abierto, suspiró con resignación. Para no
perturbar su concentración mientras entrenaba, su shifu se encargaba de revisar
todas las cartas primero. Él mismo había escrito para autorizarlo, así que no
podía quejarse. Pero lo que no cambiaba era que cada carta que llegaba… venía
cargada de emociones, una más intensa que la anterior. Como si al remitente no
le importara en absoluto que otros lo leyeran, desprendía un aire de “yo hago
lo que quiero”—muy típico de gamberro enamorado.
—¿Alguna noticia importante?
—preguntó Zhao Yue, desplegando el papel.
—Una —respondió Yun Duanhun mientras
salía—. Xiao Liunzi tiene la cintura más delgada.
Solo eso. Pero esa sola noticia
estaba repetida, decorada y reformulada a lo largo de dos páginas y media. Era
imposible olvidarla.
Zhao Yue: “…”
En la ciudad de Gran Kun, el Gran
Lord Wen estaba de pie bajo un cerezo en flor. Alzó una mano para tocarse la
cintura.
—Está igual que antes —dijo Mu
Qingshan.
—Más delgada —Wen Liunian replicó
con disgusto.
Mu Qingshan negó:
—No lo está.
—Últimamente no tengo apetito
—insistió Wen Liunian.
Mu Qingshan recordó:
—Anoche se comió el codillo que
mandó el Rey del Suroeste.
Wen Liunian fingió no haber
escuchado, se giró con expresión serena… y se retiró a su habitación.
«No comí».
Otra carta fue enviada a toda
velocidad, cruzando ochocientos li hacia Wang Cheng. Chu Yuan rompió el
sello de cera ardiente, y lo primero que leyó —en letras tan grandes que
ocupaban casi toda la primera página— fueron tres palabras escritas por Ye Jin:
«tómate la medicina».
Chu Yuan mandó traer un tónico
tranquilizante y lo bebió de un solo trago.
La página siguiente era de Wen
Liunian. Como de costumbre, primero informaba sobre los asuntos políticos del
Mar del Este, luego mencionaba el asunto de las sirenas, explicando que ya
había pedido ayuda a sus contactos del Jianghu para investigar. Prometía que en
cuanto tuviera noticias, las comunicaría sin demora.
«¿Sirenas?» Chu Yuan frunció levemente el ceño.
Aparte del pequeño Fénix que le gustaba trinar por todos lados, nunca se había
tomado en serio ninguna criatura mítica. Y si estaba relacionada con el Mar del
Este… más le parecía algún engaño sobrenatural. Mientras reflexionaba, pasó a
la siguiente página, donde encontró otra frase de Ye Jin: «Después de leer,
ve a dormir.»
Chu Yuan soltó una sonrisa. Era
fácil imaginarse la expresión reticente de Ye Jin al escribir esas palabras.
Había también una línea añadida por Shen Qianfeng, mucho más detallada,
explicando que ya había iniciado la investigación y que Su Majestad no debía
preocuparse.
Chu Yuan quemó la carta y convocó a
Shen Qianfan y varios generales al palacio imperial. La reunión duró toda la
noche.
Fuera, el eunuco Sixi suspiraba: «El
emperador de verdad se agota».
Cuando el amanecer comenzó a
iluminar el horizonte, Wen Liunian desayunaba fideos en caldo de pescado en un
puesto junto al mar, y después se dirigió alegremente a varias academias
abandonadas. Sacó todos los libros que aún quedaban allí con la intención de
fundar una nueva escuela.
Chu Heng, por su parte, ni pensaba
intervenir en esos caprichos. «Solo son libros viejos y amarillentos —¿qué
tormenta puede provocar?» Así que Wen Liunian disfrutaba a sus anchas. Ni
siquiera se molestaba en fingir esfuerzo. Se tumbaba al sol y pasaba las
páginas… y en tres días ya había leído más de la mitad.
Dado que era una aldea costera del
Mar del Este, naturalmente había rumores sobre sirenas, aunque la mayoría
giraban en torno a lágrimas convertidas en perlas o al arte textil de las telas
de sirena, nada demasiado extraordinario.
—¿Liu Xiangnan ha tenido negocios de
perlas o brocados? —preguntó Shang Yunze.
—Jamás lo escuché —respondió Shen
Qianfeng—. La banda Pinglang se dedicaba principalmente al servicio de
escoltas. Si hacían algún comercio, sería con espadas y cuchillos.
—¡Un momento! —los ojos de Wen
Liunian se iluminaron—. No solo se habla de perlas y brocados, aquí hay un
texto que menciona “soldados sirena”.
Todos se acercaron al instante.
—Miren esto —Wen Liunian desplegó
cuidadosamente el libro. En él había un dibujo: decenas de hombres con cuerpo
humano y cola de pez, empuñando grandes espadas mientras luchaban contra
piratas en un barco. La escena era brutal y heroica.
—¿Qué idioma es este? —Mu Qingshan
lo tomó entre manos—. No parece escritura occidental. Nunca lo había visto
antes.
—Es lengua del sur —explicó Wen
Liunian—. Cuando estuvimos en la Ciudad Yunlan, aprendí algo con Xiao Wu.
—¿Usted también entiende la lengua
del sur? —Mu Qingshan lo miró con reverencia.
—Los pueblos del sur, al vivir en
zonas montañosas, tienen menos interacción, así que sus lenguas y escrituras
son muy variadas. Yo apenas reconozco unos pocos caracteres —dijo Wen Liunian,
mientras tomaba pincel y tinta para copiar todo el texto de esa página—. Para
interpretar esto, el mejor candidato es el Rey del Suroeste, Duan Baiyue.
Al escuchar el nombre de Duan
Baiyue, Ye Jin levantó la barbilla con altivez de inmediato.
Mu Qingshan no entendía del todo: el
Rey del Suroeste parecía alguien bastante decente. Era amable, experto en artes
marciales, enviaba codillo con frecuencia, y siempre cumplía lo que prometía.
Incluso Shen Qianfeng se tomaba licor con él. Entonces… ¿por qué cada vez que
lo mencionaban, Ye Jin reaccionaba como gato con la cola pisada?
«¿Será que el Rey Duan le debe
dinero?»
Y como para confirmar su reputación,
Duan Baiyue respondió con total disposición. Solo tres días después de recibir
la carta, apareció en secreto en la ciudad del Gran Kun.
Ye Jin, con un pequeño lobo de
armadura roja entre brazos, se giró y se fue a su habitación con aire
digno.
Duan Baiyue se divertía en silencio.
«Sí que son verdaderos hermanos».
—¿Ha podido descifrar la carta?
—preguntó Wen Liunian, impaciente.
—Es solo una leyenda popular
—respondió Duan Baiyue—. Se dice que los piratas asolaban la zona, hasta que un
grupo de sirenas los derrotó. Nada más.
—¿No se menciona el origen de las
sirenas? —preguntó Wen Liunian.
Duan Baiyue negó con la cabeza.
—¿Y en qué mar ocurrió? —insistió
Wen Liunian.
—Tampoco se especifica —respondió
Duan Baiyue.
Wen Liunian: “…”
—Que las historias populares sean
tan vagas no sorprende —comentó Duan Baiyue—. Pero hay algo que de verdad
debería llamar la atención: si las sirenas existen, deberían encontrarse en el
Mar del Este. ¿Por qué entonces este texto está escrito con caracteres de las
tribus del suroeste?
—¿Cuál es su hipótesis, Rey del
Suroeste? —preguntó Wen Liunian.
—¿Qué es lo que mejor hacen en Miao?
—preguntó Duan Baiyue en lugar de responder.
—¿…Preparar venenos? —Wen Liunian
pensó un momento y frunció el ceño—. ¿Entonces el Rey del Suroeste quiere decir
que estas sirenas están envenenadas? ¿O que existe una clase de veneno que
puede convertir a una persona en una sirena?
—El “gu” solo sirve para
controlar a otros —Duan Baiyue negó con la cabeza—. Incluso si se revierte,
como mucho, causa deformidades físicas o rasgos distorsionados. Pero no tiene
el poder de transformar las piernas en cola de pez. Está pensando demasiado.
—¿Entonces cuál es su punto? —Wen
Liunian dudó.
—Enviaré gente a investigar en la
región de Miao —respondió Duan Baiyue—. ¿El Emperador Chu ya está informado
sobre este asunto?
—¡Ejem! —Ye Jin apareció abrazando su
gato y comenzó a dar vueltas por la puerta tosiendo.
Shen Qianfeng: “…”
—Por supuesto que sí —Wen Liunian
asintió con solemnidad—. Si el Rey del Suroeste nos apoya esta vez, prometo
escribir un memorial bien largo para solicitarle honores ante Su Majestad.
—Eso no será necesario —Duan Baiyue
se acarició el mentón con aire calculador—. Cuando el Emperador Chu parta
personalmente en campaña, entonces pediré mis recompensas cara a cara… pronto…
«Después de todo, hay asuntos… que
deben resolverse sin demora».