RT 78

  

Capítulo 78: Despedida temporal.

Dos flores florecen, cada una en su rama.

 

La noche transcurrió en absoluto silencio, hasta que la luz de la mañana se filtró por el marco de la ventana. Lu Zhui se movió ligeramente y abrió los ojos, mirando al hombre que tenía a su lado.

 

Xiao Lan sonrió, le acomodó el cabello revuelto con suavidad:

—¿Despertaste?

 

Lu Zhui respondió con un murmullo y volvió a esconder el rostro en su pecho. Pasó un buen rato antes de que, con la voz ronca, preguntara:

—¿Cuándo te vas?

 

—Quiero quedarme un poco más contigo —Xiao Lan lo abrazó—. Mientras tu padre no venga a echarme de la cama, no hay prisa.

 

Lu Zhui sonrió, y con los dedos rozó la incipiente barba en su mentón.

 

Xiao Lan le tomó la mano, giró el rostro y le dejó una marca de dientes en la muñeca. Luego entrelazó sus dedos, se dio la vuelta y lo cubrió con su cuerpo sobre el colchón mullido.

 

Con una dulzura espesa como la miel en la mirada, apoyó su frente contra la de Lu Zhui:

—Te amo.

 

Lu Zhui respondió:

—Mn.

 

Xiao Lan alzó una ceja:

—¿Mm?

 

—Yo también te amo —Lu Zhui rodeó su cuello con los brazos, y añadió—: Cuídate mucho.

 

—Tranquilo. Me crie en la Tumba Mingyue, sé cómo protegerme —dijo Xiao Lan—. Cuando todo esté resuelto, iré a buscarte a la Mansión Sol y Luna.

 

Lu Zhui cerró los ojos.

 

Sus labios tenían una forma hermosa, y aunque no sonriera, las comisuras se curvaban ligeramente, con un tono rojizo.

 

Xiao Lan se inclinó. Solo quería rozarlos, pero acabó enredado en un beso ardiente.

 

La palma de Lu Zhui temblaba sobre su pecho firme, su respiración se volvía húmeda y agitada.

 

—No seas travieso —Xiao Lan deslizó una mano por su espalda, y le besó la oreja.

 

El gu en su cuerpo comenzaba a agitarse. Lu Zhui no quería que se fuera así, sin más.

 

Xiao Lan lo abrazó con fuerza. Sentía un dolor punzante en el pecho, pero no tenía otra opción. Su mano recorrió la espalda sudada, hasta llegar al cuello, donde apretó con decisión y selló su punto de acupuntura.

 

Lu Zhui soltó un gemido ahogado y perdió el conocimiento.

 

Justo entonces, se escuchó un golpe suave en la puerta.

 

Xiao Lan lo arropó con cuidado, luego se levantó y fue a abrir.

 

El gran héroe Lu Wumung estaba afuera, con el rostro sombrío y la espada en mano.

 

Xiao Lan: “…”

 

Lu Wuming: “…”

 

—Señor… —dijo Xiao Lan—. Mingyu no se siente bien, sigue dormido.

 

Lu Wuming miró por encima de su hombro. Al ver a Lu Zhui envuelto en las mantas sin moverse, su mente se llenó de mil pensamientos. «¿Qué significaba “no se siente bien”? ¿Por qué, de repente, está mal?»

 

No pudo evitar imaginar todo tipo de razones para ese “malestar”.

 

Xiao Lan aprovechó para salir, cerrando la puerta tras de sí.

 

Lu Wuming sintió unas ganas irreprimibles de golpearle la cabeza con la suela del zapato.

 

Xiao Lan, sereno, dijo:

—Si tiene algo que decir, ¿por qué no lo hablamos abajo?

 

—No quiero decir ni una palabra contigo, mocoso —Lu Wuming se dio la vuelta agitando sus mangas y bajó las escaleras con paso imponente.

 

Xiao Lan se secó el sudor frío en silencio y lo siguió.

 

Pero apenas llegaron al comedor, antes de que pudieran hablar, Cao Xu apareció apresurado, con expresión incómoda:

—Señor Lu…

 

—¿Qué ocurre? —preguntó Lu Wuming.

 

—Fallamos en la vigilancia. Ji Hao se ha escapado —respondió Cao Xu.

 

Xiao Lan frunció el ceño.

 

—Ya enviamos gente a perseguirlo —añadió Cao Xu—. Le ruego que nos disculpe.

 

—Déjalo —dijo Lu Wuming—. Tus hombres han estado agotados estos días. Ji Hao no es más que un peón. Incluso su maestro no lo toma en serio. No debería causar mayores problemas. No hace falta recuperarlo.

 

Además, viendo el grado de intoxicación que tenía, si sigue aferrado a sus delirios, probablemente ni siquiera llegue a ser atacado: el veneno de cadáver ya lo destruirá por dentro.

 

En un campo a las afueras de la ciudad, Ji Hao arrancaba raíces silvestres del suelo, sin siquiera limpiarlas, y las metía a la boca con desesperación. Eran “dragones de campo”, capaces de aliviar el calor y el veneno temporalmente.

 

Tras comer más de una decena, por fin respiró aliviado. Se sentó junto al canal seco, con la ropa blanca sucia y manchada, sin importarle. En realidad, nunca le gustó ese color ni esa tela. Prefería el negro, las prendas cortas y ágiles, ideales para moverse entre tumbas, no estas túnicas complicadas que solo estorbaban al huir.

 

De pronto, un sonido sutil se oyó detrás.

 

Se giró, alerta.

 

Un rostro apareció de golpe frente a él.

 

Ji Hao retrocedió varios pasos, sobresaltado.

 

Aunque estaba acostumbrado a vagar por tumbas, esta vez su corazón se detuvo por un instante.

 

Aquello no era un rostro humano.

 

Retorcido, cubierto de sangre, con la boca abierta y dientes tambaleantes. No se distinguía la edad ni los rasgos.

 

Jamás había visto algo tan espeluznante. Ji Hao incluso pensó que esa cara estaba a punto de desprenderse del cuerpo. Cada centímetro de piel parecía hinchado de forma antinatural, brillando ligeramente bajo el sol.

 

Intentó huir, pero una mano helada le sujetó la nuca.

 

—¡¿Quién eres?! —preguntó Ji Hao, aterrado, luchando por liberarse de aquellas garras fantasmales.

 

La criatura, mitad humana mitad espectro, soltó un chillido y le mordió con fuerza el cuello, arrastrándolo hacia otro lugar.

 

Días atrás, Fu había capturado a un ladrón, pero no le sirvió de mucho. Mientras se recuperaba, sintió que moriría en los túneles. Al final, usó el cuerpo del ladrón, logrando apenas mantenerse en pie. Pero sabía que esa posesión había fracasado: sin codicia, sin deseo de vivir, ni el cuerpo más fuerte podía sostener el ritual de transferencia de alma.

 

Necesitaba encontrar otro huésped cuanto antes para sobrevivir.

 

Y en cierto modo, tuvo suerte.

 

Comparado con el inútil de Liu Cheng, Ji Hao era sin duda más loco, más ambicioso.

 

Cuando ambos se alejaron, los campesinos del pueblo llegaron charlando y riendo para trabajar la tierra. El carro de bueyes pasó varias veces con el arado, borrando todo rastro, como si nada hubiera ocurrido.

 

El sol se volvía más cálido. Lu Zhui permanecía acostado bajo las mantas, hasta que finalmente abrió los ojos.

 

—Padre —Ah Liu estaba sentado junto a la cama—. Ya despertaste.

 

Lu Zhui frunció el ceño:

—¿Qué haces aquí? ¿Y Xiao Lan?

 

—Se fue. Volvió a la Tumba Mingyue —Ah Liu lo ayudó a incorporarse y bajó la voz—. Antes de irse dijo que estabas indispuesto, que habías tomado medicina y estabas dormido. Temía que el abuelo se preocupara, así que me pidió que te cuidara.

 

Lu Zhui estiró sus músculos adoloridos. Al recordar lo ocurrido por la mañana, soltó una risa entre dientes:

—Ah…

 

—Por cierto, Ji Hao se escapó —Ah Liu le pasó la ropa.

 

—¿Escapó? —Lu Zhui se detuvo.

 

—Sí. Parecía enfermo, ¿quién iba a pensar que aún podía noquear a los guardias? —dijo Ah Liu—. Los hombres del maestro Cao ya salieron a buscarlo, pero dicen que no encontraron ni las sombras. Como si se hubiera desvanecido.

 

—¿Y qué opina mi padre? —preguntó Lu Zhui.

 

—Dijo que, si no lo encuentran, tampoco importa. Con el veneno de cadáver en el cuerpo, medio muerto como está, no podrá causar problemas —Ah Liu le pasó la sal de enjuague.

 

Lu Zhui asintió y preguntó:

—¿Y el maestro Miaoshou Kong Kong? ¿Sigue en la ciudad?

 

—Por supuesto que no. Se fue con Xiao Lan —Lu Wuming entró por la puerta.

 

—Padre —Lu Zhui se secó el rostro.

 

Al verlo con buen semblante, Lu Wuming redujo un poco su resentimiento hacia Xiao Lan. Ordenó que trajeran comida, y mientras lo observaba comer, comentó:

—Xiao Lan quería que Miaoshou Kong Kong regresara al Mar del Norte, pero parece que no logró convencerlo.

 

—Si no vuelve, mejor —Lu Zhui bebió sopa—. Al menos es un aliado más. Aunque esté algo loco, su afecto por Xiao Lan es sincero.

 

Al ver que la mesa estaba llena de carne, Ah Liu se levantó:

—Voy a buscar unos encurtidos.

 

Lu Zhui alzó la vista.

—¡No te muevas!

 

Lu Wuming: “…”

 

—¿Por qué? Ah Liu estaba desconcertado.

 

—Porque no quiero comer encurtidos —respondió Lu Zhui.

 

Así que Ah Liu volvió a sentarse.

 

Lu Zhui comía con grandes bocados, con expresión tranquila, aunque sin saborear realmente la comida.

 

No hacía falta pensarlo mucho: si en la habitación solo quedaban él y su padre, el tema de conversación sería evidente.

 

Y no quería hablar de eso.

 

Lu Wuming sintió un leve nudo en el pecho.

 

Ese día, Lu Zhui se comió tres grandes tazones de arroz.

 

Lu Wuming fue el primero en ceder:

—Está bien, está bien, ya basta de comer.

 

Lu Zhui dejó la cuchara y soltó un sonoro eructo.

 

Lu Wuming se sentía agotado, sin saber si enfadarse o reír. Al final, solo pudo hacer un gesto para que Ah Liu lo acompañara a caminar y hacer la digestión. Él se quedó sentado junto a la mesa, apoyando la frente en la mano y soltando un suspiro profundo.

 

Tao Yu’er pasó por la puerta con su cesta de costura. Al mirar dentro, soltó una risita y siguió su camino con elegancia.

 

Lu Wuming: “…”

 

Al día siguiente, los exploradores informaron que la tía Fantasma y su grupo ya habían abandonado la ciudad Huishuang. No se vio a Qiu Peng, pero los discípulos de la pandilla Eagle Claw iban con ellos, como si ya se hubieran unido a la Tumba Mingyue.

 

Tao Yu’er también los siguió en secreto. Antes de partir, le entregó a Lu Zhui un paquetito envuelto en tela roja. Al abrirlo, encontró varios adornos de oro con incrustaciones de jade, todos delicadamente trabajados. Podían colgarse como borlas de espada o combinarse con un colgante de jade.

 

En el Gran Chu existía la costumbre de que, si la familia tenía cierta posición, la suegra preparaba un juego de joyas de oro y jade para la futura nuera, como símbolo de buena fortuna.

 

Lu Wuming, al verlo, casi se desmayó de la rabia.

«¿Qué clase de comportamiento es este?»

 

«Si hay que regalar algo, debía ser la familia Lu quien lo hiciera a tu hijo.»

 

«Y además… ¡ni siquiera hemos dicho que vamos a regalar nada!»

 

Lu Zhui viajaba en el carruaje, envuelto en su abrigo de algodón, escuchando el ritmo de los cascos. La ciudad Huishuang se hacía cada vez más pequeña, hasta desaparecer en el horizonte.

 

Separarse de alguien querido siempre deja un vacío, pero después de tantos años, unos meses más no hacían la diferencia. El camino hacia el sur traía consigo un clima más cálido. Al quitarse el abrigo pesado, todo el cuerpo se sentía más ligero.

 

—Padre —Ah Liu levantó la cortina del carruaje y le pasó un ramo de flores silvestres—. Las recogió la señorita Yue.

 

—Si las recogió la señorita Yue, deberías quedártelas tú. ¿Para qué me las das? —Lu Zhui dejó la taza de té.

 

—Esa chiquilla está medio loca. No ha parado de correr por todos lados —Ah Liu se metió en el carruaje y se sentó a su lado—. Ahora mismo ni sé dónde se ha metido.

 

—¿No la estás siguiendo? —Lu Zhui le dio un codazo—. ¿O ya no quieres casarte?

 

—Claro que quiero —Ah Liu frunció el ceño—. Pero cada vez que la sigo, me dice que soy muy grande y le tapo la luz. Así que casarse tampoco es tan fácil.

 

Más adelante había un pequeño pueblo. Yue Dadao desmontó solo y se dirigió a la ciudad para comprar algo de comida. Pero al llegar a la puerta, vio un cartel oficial pegado en la entrada. Todos los que querían entrar debían hacer fila y someterse a una inspección por parte de los soldados. Parecía que algo había ocurrido.