Capítulo
44
Ese día, Chen Zeming salió de la corte.
Al llegar frente a su residencia, alguien
lo interceptó de frente.
Sus escoltas se apresuraron a apartar al
intruso, pero este alzó la voz:
—¿Ahora que eres príncipe, ya no reconoces
a los viejos amigos?
La voz le resultó familiar.
Chen Zeming fijó la vista: frente al
caballo, vestido como erudito, estaba nada menos que el esquivo Yang Ruqin.
Había calculado que, por tiempos de viaje,
Yang Ruqin ya debía haber llegado a la capital.
Incluso había avisado a los comandantes de
la puerta, pero no había recibido noticias.
Jamás imaginó que aparecería así, de
pronto, frente a su casa.
Chen Zeming reflexionó un momento, bajó del
caballo y saludó con una sonrisa:
—Pensé que, al venir, el sabio Yang
evitaría a este torpe hermano.
Yang Ruqin respondió con cortesía:
—Los hombres inteligentes deben actuar
distinto a los demás.
Ambos sonrieron.
Entraron juntos en la residencia Chen.
Chen Zeming ordenó servir vino y comida,
diciendo que, tras tantos años, era justo recibir a Yang Ruqin con una copa
para limpiar el polvo del camino.
Evitaron hablar de la rebelión.
Recordaron viejos tiempos.
Aunque cada uno guardaba sus pensamientos,
la conversación fue amena.
Tras la charla, Yang Ruqin dijo de pronto:
—Hoy vengo como viejo amigo. Algunas cosas
las diré sin rodeos. Espero que Su Alteza no se ofenda.
Chen Zeming, al ver que entraba tan pronto
en el tema, sintió una leve decepción. Llenó su copa y sonrió:
—Viejo amigo… eso está bien. Estos años no
he tenido muchos amigos… Después de la rebelión, incluso Wu Guo, ese buen
hombre que nunca ofendía a nadie cortó todo contacto conmigo. Que tú aún uses
la palabra amigo… solo por eso, ya estoy agradecido.
Yang Ruqin soltó una carcajada:
—Con el poder que tiene Su Alteza, los que
quieren acercarse deben formar fila desde la puerta de su casa hasta la entrada
de la ciudad.
Chen Zeming lo miró:
—¿Tú considerarías amigos a quienes solo
buscan halagarte?
Tras tantos años en la corte imperial,
había aprendido a hablar sin mostrar emociones.
Esa frase era mitad verdad, mitad prueba.
Imposible saber cuánto había de sinceridad.
Yang Ruqin miró a su alrededor, sonrió sin
responder.
Chen Zeming sintió un escalofrío. Su tono
se volvió más frío:
—¿Qué quieres decir, Yang?
Yang Ruqin se volvió:
—Tu residencia… no parece haber cambiado
mucho desde antes.
Chen Zeming siguió su mirada:
—Así es. Todo sigue igual.
—Pero el cielo… ha cambiado —Comentó
Yang Ruqin.
Chen Zeming no respondió.
Yang Ruqin continuó:
—Yo estaba en el río Li. Allí tengo un
amigo. Fue él quien me contó que afuera había ocurrido un gran cambio… Y que el
responsable de ese cambio eras tú. Siempre pensé que tenía buen ojo para las
personas, pero nunca imaginé que tú, Chen, tuvieras semejante… hmm, ambición.
Al decir eso, cambió de nuevo el modo de
llamarlo, acercando la relación.
Chen Zeming se relajó un poco, sonrió con
amargura:
—Quieres decir… ¿ambición desmedida?
Yang Ruqin sonrió sin responder.
Chen Zeming guardó silencio largo rato. Luego
también sonrió.
—¿Y cómo me llama tu amigo? ¿Traidor?
¿Usurpador?
Yang Ruqin dejó de sonreír. A ese punto,
seguir ocultando lo que pensaba… solo haría todo más incómodo.
Yang Ruqin reflexionó un largo rato antes
de hablar con solemnidad:
—Hermano Chen, si aún me consideras amigo,
si crees que mis palabras son sinceras, entonces temo que este camino que has
elegido… es el equivocado. ¿Lo haces por venganza? Pero lo que ocurrió en aquel
entonces…
Chen Zeming alzó la cabeza de golpe.
La mirada que le dirigió dejó a Yang Ruqin
sin aliento; las palabras que tenía preparadas se le quedaron atascadas en la
garganta.
Chen Zeming lo miró fijamente durante un
buen rato:
—¿Tiene sentido hablar de eso ahora? Aunque
sea un camino sin retorno, ya he recorrido la mitad. ¿De qué sirve preguntarse
si fue correcto o no?
Yang Ruqin desvió la mirada, frunciendo el
ceño:
—Hermano Chen, tú no eres un hombre necio.
Chen Zeming apuró lentamente el vino de su
copa. Pasó un largo silencio antes de hablar:
—¿Qué podía hacer? Te fuiste temprano, no
viste lo que vino después. Ese hombre… siempre desconfió de mí. Cuanto más
hacía, más sospechaba. Para contenerme, separó la Guardia del Palacio del resto
del ejército y la puso bajo mando directo. Solo esa unidad tenía fuerza y
equipamiento comparables a las otras dos juntas… ¿Has oído lo que dicen por
ahí? Que a Chen Zeming le gusta vencer en inferioridad numérica, que es un dios
de la guerra…
Soltó una risa sarcástica.
La copa en su mano crujía bajo la presión
de sus dedos.
Yang Ruqin no pudo evitar conmoverse.
Lo miró con atención.
Chen Zeming parecía agitado. Tardó en
continuar:
—No sé cuándo empezó, pero en cada batalla,
mis tropas eran siempre inferiores en número. Pensé: ¿será que el imperio no
tiene más soldados? Pero no era eso. La Guardia del Palacio estaba llena de
hombres, apostados en la capital, solo para evitar que yo, tras la guerra, me
rebelara… No es que me guste luchar en desventaja. Cada vez que iba al frente,
solo podía pensar: “Tal vez esta sea mi última batalla…”
Bajó la cabeza, el ceño fruncido, como si
una presión invisible le oprimiera la garganta.
Yang Ruqin quedó atónito.
Tardó en poder hablar.
¿Xiao Ding había llegado tan lejos?
En su recuerdo, el Emperador era
excéntrico, sí, pero no tan irracional.
Sintió una punzada de reproche. Sabía que
la relación entre ambos era compleja, una maraña de afecto y resentimiento
difícil de nombrar.
Llamarlo odio no era exacto. Llamarlo amor…
resultaba inquietante.
«Pero jugar así con los asuntos del Estado…»
Pensó un momento, aún sin comprender del
todo.
«¿Y si Xiao Ding confiaba demasiado en la
capacidad de Chen Zeming?»
La idea lo hizo negar con la cabeza. Al
cabo de un rato, Yang Ruqin dijo con dificultad:
—Tal vez Su Majestad solo quería verte
caer. Ese hombre… siempre fue difícil de descifrar.
Chen Zeming salió de su confusión y le
sonrió con gratitud:
—Poder decir esto en voz alta… me alivia.
Yang Ruqin lo miró fijamente.
—Puedes decírmelo a mí. Pero… ¿puedes
decírselo al mundo? ¿Crees que te escucharán? ¿Sabes cómo te llaman ahora?
Chen Zeming sonrió.
—El pueblo solo necesita un Emperador
legítimo. Ya se lo he dado. Y también necesitan paz. Eso… también lo lograré.
Yang Ruqin negó con la cabeza.
—Lo ves demasiado simple. La rebelión ya es
una marca en tu piel. No se borra. El nuevo emperador no tiene poder aún, por
eso sigues a salvo. Pero el día que lo tenga… ¿Crees que tolerará a un funcionario
que traicionó a su Emperador anterior? No me digas que no lo has pensado.
Chen Zeming sonrió con amargura.
Yang Ruqin continuó:
—Aunque la gente no lo practique, sigue
venerando la lealtad y la piedad filial. Tú…
Chen Zeming lo interrumpió:
—Eso… mi padre ya lo dijo muchas veces: “Si
el Emperador ordena morir, el ministro debe morir.” Pero… —Sus
ojos se llenaron de amargura— Yo… ya he muerto por él demasiadas veces.
Cada regreso del campo de batalla era una
huida afortunada.
Pero ¿hasta cuándo duraría su buena suerte?
—Por eso tuve que rebelarme —dijo Chen
Zeming, con calma, con firmeza.
Yang Ruqin no supo qué responder.
La obstinación de Xiao Ding, al final,
debía pagarse. Pero el precio… había sido demasiado alto.
Chen Zeming reflexionó un momento y añadió:
—Ya no puedo volver atrás. Así que solo me
queda seguir adelante. Aunque lo que haya por delante… sea un pantano.
Yang Ruqin suspiró.
—Tú puedes ser fuerte. ¿Pero tu familia?
El rostro de Chen Zeming se endureció.
—Lo sabes. Hace tiempo que no tengo padres,
esposa ni hijos.
Pero Yang Ruqin, como si no notara su
expresión sombría, continuó:
—Escuché que tienes dos hermanas casadas.
Chen Zeming se levantó de golpe, agitando
la manga:
—¡Una mujer casada es agua derramada! ¡Yang
Ruqin, ¿qué estás insinuando?!
Yang Ruqin sonrió y también se puso de pie.
—Solo digo la verdad. La situación es
delicada. Los que se lanzarán a luchar por el poder son más de los que
imaginamos y nadie puede predecir el futuro. Su Alteza debería actuar con
extrema cautela, pensar bien cada paso. Después de todo, en esta vida hay
muchas cosas que considerar. Usted está ocupado, y tal vez no pueda pensar en
todo con claridad… —Sonrió con cortesía, sin arrogancia— Como
amigo, es mi deber recordárselo.
Chen Zeming lo miró con frialdad.
Yang Ruqin hizo una reverencia.
—No tengo más que decir. Me retiro —Antes
de irse, echó un vistazo hacia el biombo y sonrió— Después
de todo, fuimos amigos. Esta última copa debería terminar en buenos términos. No
hace falta que salgan los valientes que esperan detrás. Mientras yo siga en la
capital, si Su Alteza quiere matarme o arrestarme, basta con una palabra. No es
necesario hacerlo hoy.
Chen Zeming lo observó marcharse con paso
firme.
Por un momento… se quedó sin palabras.
Dugu Hang, que había preparado una
emboscada, salió tras él. Pero Chen Zeming lo detuvo con un gesto brusco.
En su interior, no pudo evitar admirar la
audacia de aquel hombre.

