La Orden Del General 35

 

Capítulo 35

 

 Esta vez, el carcelero no abrió la puerta de la celda. Sentía que su paciencia tenía límites, y no podía permitir que ese hombre se entregara una y otra vez a visitas descaradas durante su turno. Aquellas monedas de plata las había aceptado con el corazón tembloroso. Aunque no podía ofender al señor Xu, aun así, decidió expresar su descontento de esta manera.

 

Por suerte, el erudito de negro no pareció darle demasiada importancia. O quizás sí le importaba, pero no lo mostró. Al menos en apariencia, no se le veía enfadado.

 

El carcelero se sintió algo incómodo, como si hubiese reaccionado con exceso. Pero en verdad no deseaba que ese hombre viniera por tercera vez, así que se mantuvo firme y no abrió la puerta.

 

Tenía sus razones: así era más seguro.

 

Luego se retiró, comprensivo, dejando a los dos viejos conocidos un espacio para conversar. Pensó que así, la próxima vez que viera al señor Xu, sería más fácil saludarlo.

 

Chen Zeming y el erudito de negro se miraron a través de la puerta de la celda durante un momento.

 

El erudito sonrió levemente.

—¿El general ya lo ha decidido?

 

La mirada de Chen Zeming recorrió las cadenas que lo rodeaban.

—La prisión celestial es un lugar de máxima seguridad, con muchos soldados. ¿Cómo piensan sacarme de aquí?

 

El erudito mostró una pizca de alegría y bajó la cabeza.

—El plan será minucioso. No habrá fisuras.

 

—¿Y mis padres y mi familia?

 

El erudito soltó una risa.

—Ya suponíamos que el general no podría dejar de preocuparse por sus seres queridos… Hagamos esto: escriba una carta, con discreción, basta con decir que quien la entrega es de confianza. Yo mandaré a alguien a entregarla en su residencia, para que preparen algunas pertenencias personales. Cuando se produzca el rescate aquí, allá podrán salir de la ciudad. Habrá gente esperándolos fuera.

 

Chen Zeming guardó silencio un momento.

 

—…La capital está tan fuertemente custodiada, y aun así han logrado infiltrar a tantos.

 

El erudito se mostró orgulloso.

—El príncipe ha trabajado en esto durante mucho tiempo…

 

Al llegar a ese punto, se detuvo de golpe y miró a Chen Zeming con cautela.

 

Chen Zeming pareció no notarlo, y dijo tranquilamente:

—¿Así que llevas años en la capital?

 

El erudito se tensó. Tardó un momento en responder.

—…Esas cosas, cuando estemos allá, el príncipe se las explicará con detalle.

 

Chen Zeming lo observó un rato, y de pronto le sonrió levemente.

—Está bien. Por favor, tráigame papel y pincel para escribir a mi familia.

 

El erudito, que había albergado una ligera sospecha, se sintió aliviado al oír eso. Una vez escrita la carta, todo quedaría sellado, y Chen Zeming no podría arrepentirse. Salió a pedir papel y pincel, y se los entregó al general.

 

Pero Chen Zeming no los tomó. En su rostro apareció una expresión de duda.

 

El erudito temió que la situación cambiara, y murmuró:

—Si el Emperador Xiao no es virtuoso, ¿por qué habría de ser un funcionario leal? Si el mundo se entera de esto, no elogiarán su fidelidad, sino que se burlarán de usted por ser un hombre de siete pies de altura, débil y fácil de engañar.

 

Chen Zeming escuchó esas palabras, y en sus ojos apareció una expresión de dolor. Quedó absorto unos instantes, y luego extendió la mano lentamente.

 

El erudito soltó un suspiro de alivio, a punto de sonreír, pero entonces vio que los dedos de Chen Zeming pasaban de largo el papel… y de inmediato sintió que algo no estaba bien.

 

Cuando el erudito de negro intentó retirarse, aquella mano, que parecía moverse con lentitud, se lanzó como el viento y ya le había sujetado la muñeca. La apretó con fuerza, como un aro de hierro, haciéndole doler hasta los huesos.

 

El erudito se quedó lívido de espanto. Forcejeó con urgencia, pero Chen Zeming lo jaló con violencia, atrapándole el brazo entre los barrotes de madera. Quedó inmovilizado, el rostro súbitamente pálido como el papel.

 

Fue entonces cuando el papel y el pincel cayeron al suelo. La tinta se derramó en un torbellino oscuro, salpicando las botas de ambos.

 

El erudito, con el rostro ceniciento, no opuso resistencia mientras Chen Zeming le ataba las manos a la espalda. Solo rio y dijo:

—El general Chen desprecia un futuro brillante y prefiere dejarse humillar por ese emperador, contento de ser su juguete. Esa ambición, nadie la habría imaginado. En verdad, un gran hombre entre los hombres. ¡Príncipe, príncipe! Esta vez, os habéis equivocado…

 

Chen Zeming lo ató con su propio cinturón, con fuerza. Había mantenido los labios apretados, sin intención de responder, pero al oír aquellas palabras, su rostro palideció sin remedio. Pasó un momento antes de que lograra decir, con voz contenida:

—Chen… prefiere ser un juguete, antes que un traidor a la nación.

 

El erudito seguía burlándose sin cesar. Era diestro en el arte de la provocación, y al verse sin esperanza, se volvió aún más deslenguado. Sus palabras se tornaron cada vez más sucias, hasta volverse insoportables. Pero al oír aquella frase, se quedó mudo, como si algo lo hubiera golpeado.

 

En esas palabras había un dolor indescriptible, una rectitud que se alzaba como una ola imponente. Al saborearlas con detenimiento, uno no podía evitar estremecerse.

 

Detrás de él, Chen Zeming también guardaba silencio. No volvió a moverse.

 

Cuando se supo que en la prisión celestial se había capturado a un espía de los hunos, todos quedaron atónitos. Mientras el Ministerio de Justicia investigaba con premura, el emperador convocó de pronto a Chen Zeming al palacio para interrogarlo.

 

Yang Ruqin fue personalmente a buscarlo. En su rostro asomaba una leve sonrisa.

—Felicidades, general… El cielo nunca cierra todos los caminos.

 

Pero Chen Zeming no mostró ni una pizca de alegría. Solo lo miró fijamente. Yang Ruqin, al notar su expresión, estaba por preguntar, cuando Chen Zeming dijo de pronto:

—Tengo un asunto que quisiera pedirle al señor Yang…

 

Lo miró con súplica.

 

Yang Ruqin se quedó perplejo. No sabía por qué, pero aquella mirada le impedía negarse.

 

Cuando el eunuco anunció con voz aguda la audiencia de Chen Zeming, el Emperador sintió, inesperadamente, un leve alivio.

 

Desde que Chen Zeming fue encarcelado, había sentido cierto remordimiento.

 

Respecto a él, el propio Emperador no entendía bien sus sentimientos.

 

Al principio, le causaba una profunda aversión. Ese rostro… tan parecido al de la mujer que más había detestado en su vida. Tan parecido, que al verlo por primera vez, sintió un miedo inexplicable. ¿Sería acaso un castigo que venía del más allá? Cuando Yang Liang lo supo, comenzó a proteger a ese hombre de forma ambigua, lo que solo aumentó su irritación. Ese desagrado no se disipó durante mucho tiempo, ni siquiera cuando Chen Zeming se mostró sumiso hasta lo increíble.

 

Pero luego, en el campo de batalla, demostró su valía. Tal como Yang Liang había dicho, era un talento militar excepcional. El Emperador Xiao no tuvo más remedio que moderarse. Por muy impulsivo que fuera, no podía jugar con el destino del imperio. Aunque solo fuera por las apariencias, no podía permitir que el mundo lo viera como un monarca que despreciaba a los hombres de talento.

 

Con el tiempo, al tratarlo más, logró superar el impacto que le causaba aquel rostro. Pero no le agradaba su carácter, tan tibio como el agua. No importaba cuán acorralado estuviera, siempre soportaba en silencio, ocultando las tormentas en lo profundo del corazón.

 

Si al menos fuera alguien que supiera soportar… pero lo peor era que podía ver en él una insatisfacción reprimida.

 

Y en efecto —rio para sí, con frialdad—, no podía creer que, después de todo lo que había pasado, ese hombre aún pudiera ser sinceramente leal. Los humanos guardan rencor. ¿Quién puede ser herido sin guardar resentimiento?

 

Nunca había conocido a alguien así.

 

Lo observaba con recelo. Esperaba.

 

Como un cazador en acecho: la paciencia nunca es un defecto. Las recompensas suelen ser inesperadas.

 

A veces, no podía evitar jugar con él. Después de todo, la vida era aburrida.

 

Así, cuando recibió la carta secreta del supervisor militar Han desde el frente, sintió a la vez furia y ganas de reír. Lo sabía. No había forma de que alguien herido no buscara venganza. También sintió alivio: su sospecha se confirmaba. Así es la naturaleza humana.

 

Casi de inmediato, emitió el decreto para destituir al comandante en jefe de los tres ejércitos.

 

Sin embargo, al calmarse y reflexionar, terminó por rechazar su propio juicio. Era una trampa. Una trampa demasiado evidente. Quien la había tendido era un maestro, sí, pero él no era menos. Se sintió irritado por su error, pero decidió seguir el juego.

 

Chen Zeming tal vez saldría herido. Esa posibilidad la apartó deliberadamente. Lo importante era el panorama general. Incluso si el sacrificado era él mismo. Sin crueldad, no hay grandeza.

 

Y cuando llegó la rebelión en palacio, él ya lo tenía todo bajo control.

 

Chen Guiren, sabiendo que era traición, aun así, transmitió cartas de la emperatriz viuda.

 

«¡Pena de muerte!»

 

Él ya había dictado sentencia en su corazón. Sin embargo, advirtió a Chen Zeming con antelación, prohibiéndole cualquier contacto con ella. No quería que se viera envuelto en ese asunto tan turbio. Incluso usó la excusa de una derrota militar para despojarlo del mando, degradándolo a vicecomandante de la capital.

 

Sin darse cuenta, había empezado a creer en su lealtad. Tal vez, ese hombre realmente no lo traicionaría. Intentó confiar, pero no pudo evitar la duda: Chen Guiren era prima de Chen Zeming, su antiguo amor. Esa relación… no podía ignorarla.

 

Muchas veces, el éxito o el fracaso de un asunto puede depender de una pequeña negligencia. 

 

Pero él no tenía margen para el fracaso. Siempre había vivido al borde del abismo: un solo paso en falso, y no quedaría ni tumba para enterrarlo.

 

En medio de un entorno plagado de peligros, siempre se había mantenido frío y despiadado. Esa era su única vía de supervivencia.

 

Sin embargo, el destino juega con los hombres. Aquella noche, el oficial de guardia resultó ser Chen Zeming. Al parecer, estaba destinado a no poder esquivar ese nudo. El Emperador, con una sonrisa amarga, siguió adelante con el plan.

 

La furia de Chen Zeming era esperada, pero la magnitud de su estallido lo sorprendió.

 

Al pronunciar aquel “sí”, él también se dejó llevar por la impulsividad. Podía haberlo explicado, pero era el soberano, el hombre por encima de todos. ¿Quién tenía derecho a escuchar sus explicaciones? ¿Incluso ese general leal?

 

Una vez disparada esa flecha, no quiso volver atrás.

 

¿En ese instante sintió miedo? Se esforzó por recordarlo, pero no logró traerlo a la memoria. Al final, desistió.

 

¿Y qué importa? ¿Por qué habría de aferrarse a esos detalles insignificantes?

 

Aunque haya sentido miedo… ¿y qué?