•※ Capítulo 124: Amo y sirviente
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El Salón del Pino Azul estaba sumido en un silencio sepulcral. Lo único que se oía era el susurro de las hojas secas. Los discípulos encargados de la guardia permanecían mudos, sin atreverse a pronunciar palabra; incluso durante el relevo de turnos contenían la respiración y se movían con sigilo. El contraste con el bullicio de días anteriores era tan marcado como la noche y el día.
Sobre
la mesa ardía una lámpara de aceite. Un hombre vestido de negro permanecía de
pie junto a ella, preparando el té con parsimonia.
—Parece
que Ji Yanran ha tomado una decisión firme —dijo—. No se inclinará por el quinto
señor.
—Ya
te lo advertí en su momento —replicó Jiang Nanzhen, dejando la taza sobre la
mesa con un golpe seco, el tono cargado de descontento—. Ji Yanran tiene lazos
profundos con Lingfei. Dudo que nos haga ese favor.
—Fue
error mío —el hombre de negro soltó una risa sarcástica, como burlándose de sí
mismo, y suspiró—. Llegué a pensar que Ji Yanran quizá era distinto a los
demás. Que, dado que Yun Yifeng no viviría mucho, no habría problema en
salvarlo primero. Pero la realidad es que en ese palacio imperial no hay ni un
solo caballero que valore la palabra dada. Qué ironía.
—¿Y
ahora qué hacemos? —Preguntó Jiang Nanzhen.
—El
Príncipe Xiao ha traicionado su palabra. Y ahora que su amante se ha
recuperado, ya no tenemos nada con qué presionarlo. ¿Qué más puede hacer el quinto
señor? —el hombre de negro negó con la cabeza, como si no valiera la pena
insistir—. Déjalo estar.
El
puño de Jiang Nanzhen se cerró sobre la mesa.
—¡¿Dejarlo
estar?!
¿Y
qué hay de los ochocientos mil soldados del Campamento del Dragón Negro? No
basta con decir “déjalo estar”. Pero ¿Qué otra opción tenemos? ¿Sentarnos a
razonar con Ji Yanran? —el hombre de negro lo miró fijamente—. Para la corte
imperial, es mucho más tranquilizador que Jiang Lingfei sea el nuevo jefe del
clan, en lugar del quinto señor. Ellos siempre buscarán el beneficio y evitarán
el daño. Tal vez ese sobrino tuyo, tan preciado, fue instigado y seducido por
la corte imperial. De ahí que, de repente, haya nacido en él la ambición de
convertirse en jefe.
El
rostro de Jiang Nanzhen se ensombreció. No era que no hubiera considerado la
posibilidad de que Ji Yanran rompiera el acuerdo tras obtener el Ganoderma
Lucidum, pero jamás imaginó que lo haría en este momento preciso: no cuando
acababan de encontrar el Ganoderma, ni al llegar a la residencia Jiang, sino
justo ahora, cuando él estaba a punto de asumir el liderazgo, cuando todas las
sectas del Jianghu ya habían llegado a la ciudad de Danfeng para felicitarlo.
No era solo una traición a la palabra dada. Era como si le hubieran abofeteado
en público. ¿Cómo podría soportar semejante humillación?
—Luego
están la gente de la secta Li… ¡Tsk! —el hombre de negro volvió a aconsejar—.
Pero el quinto señor no debe encolerizarse. En este mundo, todo es como el río:
treinta años fluye al este, treinta años fluye al oeste. Que Jiang Lingfei
ascienda tampoco es del todo malo para nosotros. Al menos podremos usar su mano
para deshacernos de Jiang Lingzi y Li Qinghai.
Jiang
Nanzhen lo interrumpió con frialdad:
—No
olvides que el asunto del ataque a mi hermano mayor también espera ser
investigado por el nuevo jefe del clan. ¿No temes que…?
—¿Temer
qué? —el hombre de negro dejó la taza sobre la mesa, fingiendo desconcierto—.
¿No fue el cuarto joven maestro quien lo hizo? ¿Qué tiene eso que ver contigo o
conmigo?
Jiang
Nanzhen guardó silencio.
—Tranquilo
—el hombre de negro sonrió con ligereza—. La familia Jiang de ahora es como un
colador roto, con fugas por todas partes. Mejor dejar que ese tercer joven maestro
se esfuerce primero en repararlo. Cuando usted tome el mando, no habrá perdido
nada.
*****
Ji
Yanran esperó dos días en la posada, pero Jiang Nanzhen no apareció.
No
fue sino hasta el tercer día que llegó una noticia: el quinto señor Jiang había
sufrido una recaída de su antigua dolencia, postrado en cama, incapaz de asumir
el liderazgo del clan por el momento. La ciudad entera se agitó. Los que no
sabían nada murmuraban en secreto que el puesto de jefe del clan Jiang parecía
estar maldito: uno cayó en la locura, otro fue encerrado en la prisión de agua,
y ahora otro más recaía en su enfermedad. Los bien informados, rápidos de
reflejos, ya habían preparado un nuevo obsequio de felicitación, listo para
envolver en seda roja y enviar al patio Yanyue.
Yun
Yifeng comentó:
—Parece
que ese quinto señor Jiang ya ha decidido que Su Alteza y el hermano mayor
Jiang están del mismo lado.
—Esta
vez, ciertamente, hemos sido nosotros quienes obramos con falta de rectitud
—suspiró Ji Yanran—. Pero la orden imperial está por encima de todo. Solo queda
esclarecer el pasado antes de tomar una decisión definitiva.
Por
supuesto, como gesto de disculpa —aunque sirviera de poco—, Yun Yifeng
seleccionó con esmero numerosos obsequios y se dirigió personalmente al Salón
del Pino Azul para “visitar al enfermo”.
Jiang
Nanzhen, postrado en cama, se negó a recibir visitas. Ni siquiera levantó el
dosel. Fue su esposa quien, con tono indiferente, respondió un par de frases.
No ofreció ni una taza de té y enseguida ordenó al ama de llaves para que
“invitara” al visitante a retirarse por la puerta principal.
Tras
él, se desató una cacofonía de ladridos furiosos.
El
Maestro Yun, imperturbable, aceleró el paso.
Más
adelante se encontraba el Jardín de los Álamos, residencia de Jiang Lingchen.
En
el patio resonaban los choques de espadas y lanzas. El joven, empuñando la
Espada de la Garza Blanca, se enfrentaba a los maestros de armas de la familia.
Aunque aún era de corta edad, sus movimientos ya mostraban una agresividad
afilada. Tras barrer con la mano desde el tejado y hacer retroceder a decenas
de oponentes, se sintió secretamente complacido. Estaba a punto de concluir la
maniobra y descender, cuando el rabillo del ojo captó a Yun Yifeng de pie en el
umbral, observándolo con una sonrisa.
Un
grupo de pequeñas sirvientas se agolpaba bajo el alero. Hasta hacía un momento
agitaban sus pañuelos con entusiasmo para aplaudir al noveno joven maestro.
Ahora, sin embargo, desviaban la mirada, con las mejillas encendidas y el
corazón acelerado, empujándose unas a otras con timidez.
Jiang
Lingchen soltó un bufido. Un destello frío cruzó su espada, y sin mediar
palabra, la dirigió directamente al pecho de Yun Yifeng.
—¡Ah!
—se oyó un grito de sorpresa en el patio.
—¡Joven
maestro, eso jamás! —exclamó el maestro de armas, pálido de espanto.
Yun
Yifeng dio un paso lateral con agilidad. El borde de su túnica blanca rozó
apenas el costado del joven. Con una sola mano, golpeó suavemente el hombro de
Jiang Lingchen. Este sintió un hormigueo en el brazo, y sin poder evitarlo, dio
dos pasos tambaleantes. La espada cayó al suelo con un sonoro “clang”.
Al
ver la situación, los maestros de armas y las sirvientas comprendieron que era
mejor no intervenir. Fingieron no haber visto la derrota del noveno joven
maestro Jiang y se escabulleron en silencio, cada uno mirando al suelo como si
nada hubiera ocurrido.
El
patio quedó en silencio. Yun Yifeng se agachó para recoger la espada.
—Si
el noveno joven maestro desea aprender —dijo con calma—, esa técnica se llama “El
ave que envidia las nubes azules”.
—¿Has
venido a buscar a mi tercer hermano? —preguntó Jiang Lingchen, envainando la
espada y dejándose caer en los escalones.
—He
venido a visitar al quinto señor Jiang —respondió Yun Yifeng con amabilidad—.
Escuché que está enfermo.
Jiang
Lingchen lo miró fijamente. Evidentemente, acababa de alcanzar un nuevo nivel
de comprensión sobre el descaro de la Secta Feng Yu. ¿No sabían él y el Príncipe
Xiao por qué su quinto tío había enfermado? ¿Y aun así se atrevían a venir “a
visitarlo” con toda la cara?
Aunque,
pensándolo bien, dado que él y su tercer hermano estaban en el mismo barco, y
que no tenía un vínculo profundo con el quinto tío, en realidad agradecía ese
descaro. Por eso, también decidió perdonar el golpe de antes y, con
magnanimidad, aceptar el gesto amistoso.
—¿“El
ave que envidia las nubes azules”? ¿Es una técnica de qinggong de la
Secta Feng Yu?
—Mn
—sonrió Yun Yifeng—. Pero dime, ¿cómo va aquello que te pedí investigar?
—¿Te
refieres a ese guqin? —respondió Jiang Lingchen—. Ya pregunté. En casa, pocos
ancianos lo recuerdan. Solo la ama de llaves encargada de la Residencia de la
Música Elegante pudo rememorar algo, y con dificultad.
Según
la anciana, aquel guqin no fue comprado fuera, sino que, muchos años atrás, un
huésped lo olvidó en una de las habitaciones. El sirviente encargado de la
limpieza lo llevó a esa residencia para guardarlo temporalmente. Nadie imaginó
que esa “temporalidad” acabaría durando más de una o dos décadas.
—¿Y
el año? ¿Quién era ese huésped? ¿Aún se puede averiguar?
—Por
supuesto. ¿Quién crees que soy? —Jiang Lingchen lo escaneó de arriba abajo con
la mirada—. Aunque… pareces muy interesado en este asunto, ¿no?
Yun
Yifeng alzó una ceja.
—¿Así
que piensas aprovechar para negociar conmigo?
El
pequeño noveno maestro Jiang extendió la mano:
—¡Dame
primero el antídoto!
—Imposible…
—Yun Yifeng negó con la cabeza—. La familia Jiang está ahora en el ojo del
huracán. No podemos permitirnos el más mínimo desliz. Y tú ya causaste un buen
alboroto. Ni sueñes con usar esto como moneda de cambio.
Jiang
Lingchen se mantuvo firme:
—Entonces
no diré nada.
—¿No
quieres intentar con otra clase de trato? —le sugirió Yun Yifeng con tono
persuasivo—. Por ejemplo, ¿sabes cuántos manuales secretos de artes marciales
han pasado por manos de la Secta Feng Yu? La mitad de todos los que existen en
el mundo. Y por precaución, antes de entregar los originales, siempre hago una
copia detallada.
Jiang
Lingchen no respondió.
Yun
Yifeng continuó:
—Claro,
si al noveno joven maestro no le interesan los manuales de artes marciales,
también hay mapas del tesoro, pinturas de valor incalculable… Y, bueno, cuando
crezcas y te enamores, la secta Feng Yu puede ayudarte a investigar qué marca
de polvos de perla o bálsamos prefiere la dama en cuestión. ¡Te aseguro que con
eso tendrás el éxito asegurado!
Esta
vez, Jiang Lingchen fue más astuto:
—Entonces
primero redacta un contrato.
—¿Quién
es la hermosa hermanita? —sonrió Yun Yifeng con amabilidad.
—¡Los
manuales secretos de artes marciales! —exclamó Jiang Lingchen, indignado.
El
Maestro Yun, generoso como siempre, tomó el pincel y escribió con trazo firme:
—Hoy
se adeudan al noveno joven maestro de la familia Jiang más de diez manuales
secretos del Jianghu.
Y
añadió una línea:
—Un
juego completo de cosméticos y polvos perfumados.
—¡Reescribe
eso! —ordenó Jiang Lingchen.
—¿Reescribir
qué? Cuando crezcas, no sabrás cómo agradecerme —Yun Yifeng dobló el contrato y
lo deslizó en la manga del joven—. Ahora dime, ¿qué hay con ese guqin?
—La
anciana no recuerda qué año fue, ni quién era el huésped —respondió Jiang
Lingchen a regañadientes—. Solo recuerda vagamente que debió ser un otoño de
hace más de diez años. La dueña del guqin visitó la Residencia de la Música
Elegante una vez. No era joven, pero tenía una gran presencia. Siempre llevaba
el rostro cubierto con un velo de gasa muy fina. ¡Ah! Cierto, iba acompañada de
una sirvienta. Las dos eran de edad similar, y en una ocasión discutieron.
Fue
una discusión en voz baja, más parecida a un intento de persuadirse mutuamente.
Solo una de ellas, en un momento de agitación, alzó ligeramente la voz y
exclamó:
—¡¿Por
qué he de sentirme en deuda con el general?!
«¿Por
qué he de sentirme en deuda con el general?»
Yun
Yifeng frunció levemente el ceño, sin comprender del todo el significado de
aquella frase.
—Al
día siguiente, la señora y su sirvienta se marcharon —prosiguió Jiang Lingchen—.
En cuanto a si volvieron alguna vez, la anciana no puede asegurarlo. En la
familia Jiang hay demasiados visitantes cada día. Pero sí es cierto que nadie
volvió a reclamar ese guqin.
Por
eso aquel guqin permaneció en la Residencia de la Música Elegante durante
tantos años, arrinconado poco a poco por otros instrumentos, hasta acabar en el
rincón más apartado, cubierto por una gruesa capa de polvo.
****
Aquella
noche, cuando Yun Yifeng regresó a la posada, ya era casi medianoche. Ji Yanran
estaba a punto de ir a buscar a Jiang Lingfei para exigirle que entregara a su
hombre.
—No
fui al patio Yanyue —dijo Yun Yifeng mientras se servía té. Bebió tres o cuatro
tazas de un tirón—. Estuve todo el tiempo en la residencia del noveno joven
maestro, enseñándole unas cuantas técnicas de qinggong.
—Tu
cuerpo aún no se ha recuperado, y ya andas por ahí peleando —Ji Yanran lo
atrajo hacia su pecho, molesto—. ¿Qué fue lo que te dije antes de salir?
—Dejar
los obsequios y volver enseguida. A lo sumo, quedarme a cenar en el patio
Yanyue —respondió Yun Yifeng, y añadió con tono serio—. Pero hubo una razón.
Ji
Yanran asintió.
—Dime.
Si el motivo no es convincente, verás cómo te castigo.
—Ah
¿sí? —El Maestro Yun, siempre ingenioso, carraspeó con elegancia— Después de
entregar los regalos, pensaba regresar de inmediato. Pero de pronto, del cielo
descendió un grupo de hermosas hadas, cantando y danzando en el Jardín de los
Álamos. En la esquina del muro brotaron miles de viejos árboles de melocotón celestial.
El Emperador de Jade y la Reina Madre llegaron montados en nubes auspiciosas y
con palabras sinceras, insistieron en que me quedara a tomar unas copas.
Ji
Yanran: “…”
—Ya
terminé —dijo Yun Yifeng con toda tranquilidad—. ¿Su Alteza Real considera que
fue un motivo razonable?

