Capítulo 7.
Un mes después, llegó la noticia de la gran victoria del
ejército de Yang Liang sobre los hunos, y el Emperador se regocijó. Dado
que las tropas bajo el mando de Yang Liang aún se encontraban en persecución,
no se otorgaron recompensas por el momento, pero el nombre del gran general
Yang Liang, célebre por su valentía, se propagó día y noche por toda la capital,
y en cada calle y rincón la gente lo celebraba.
Ese día, llegó otro parte de guerra: informaba que habían
perseguido al enemigo hasta los alrededores del monte Jinwei, pero debido a lo
complejo del terreno montañoso, se había ordenado la retirada. Con ello, la
campaña se daba por concluida: una victoria rotunda.
El Emperador, visiblemente complacido, no pudo evitar decir:
—Si fueras tú, querido funcionario, ¿qué habrías hecho?
En ese momento se encontraba a solas con Chen Zeming. Al
enterarse del triunfo de su amigo, aunque se alegró por él, desde la primera
noticia sintió una vaga melancolía que no lograba disipar. A medida que los
logros de Yang Liang se acumulaban, esa sensación se volvía más evidente,
imposible de ignorar.
Al escuchar la pregunta del Emperador, Chen Zeming
reflexionó con cuidado:
—Si este humilde funcionario comandara el ejército, tal vez
buscaría a alguien familiarizado con el terreno y aprovecharía el ímpetu para
continuar la persecución.
El Emperador lo miró con una expresión distinta y Chen
Zeming no supo si sus palabras habían agradado o disgustado al soberano.
Inquieto, bajó la cabeza y guardó silencio.
Tras un momento, el Emperador sonrió:
—Entonces, ¿te consideras superior al general Yang?
Chen Zeming percibió el tono incómodo y respondió con
cautela:
—Este servidor no se atreve. Cada uno tiene su propio estilo
en el arte militar. Los valientes son aptos para la vanguardia, los prudentes
para las estrategias de cerco. Imagino que el general Yang decidió retirarse
tras una cuidadosa evaluación, eligiendo el método más adecuado para su forma
de combatir.
El Emperador asintió, y con una sonrisa añadió:
—No esperaba que el general Chen también tuviera talento
militar. Hablas con gran claridad…
Ese día, su ánimo era inusualmente bueno, tanto que incluso
Chen Zeming lo notó.
Al escuchar esas palabras, el corazón de Chen Zeming latía
con fuerza. Se arrodilló y dijo:
—Servir con entrega total a la nación, hasta la muerte, es
el deber sagrado de todo soldado. Ruego a Su Majestad que me conceda esa
oportunidad.
El Emperador se quedó perplejo y murmuró:
—Te dicen gordo y tú te echas a jadear…
Al oír esto, Chen Zeming se sobresaltó. Aquella era una
expresión vulgar del pueblo llano, impropia de la realeza. «¿Dónde la habría
aprendido el Emperador?» Al ver que parecía desestimar su petición,
insistió:
—Majestad, este humilde…
El Emperador agitó la mano:
—Basta. Hoy estoy de buen humor, no me causes más molestias.
Dicho esto, se dio la vuelta para marcharse.
Chen Zeming, decepcionado, lo vio partir. Pero el Emperador
se volvió de pronto:
—Eres sin duda un hombre talentoso, pero en el mundo hay
muchos como tú. No eres indispensable.
Y se retiró.
Chen Zeming permaneció arrodillado, cada vez más inquieto.
Las palabras del Emperador eran claras: reconocía su
talento, pero no deseaba emplearlo. Por más que se esforzara, no serviría de
nada. El Emperador lo había dicho sin rodeos: tenía suficientes hombres a su
servicio, no necesitaba ni valoraba su verdadera capacidad.
¿Acaso el ascenso que le había otorgado era solo para tener
otro compañero de lecho? Chen Zeming contuvo la respiración, mirando al frente
con desconcierto, como nunca antes.
En el camino de regreso, se encontró con Yinyin. Ambos se
sintieron incómodos, pero como eran hermanos ante los demás, no podían fingir
no verse.
Chen Zeming se acercó y saludó.
Yinyin parecía querer decir algo, pero vaciló:
—…En palacio circulan rumores desagradables… Ten cuidado.
Chen Zeming se sobresaltó, el corazón le dio un vuelco.
¿También ella lo sabía? Pero al cruzarse con él, su mirada fue de sincera
preocupación, lo que parecía indicar lo contrario. Yinyin era alguien que no
toleraba la injusticia. Si hubiera oído algo sobre su relación con el Emperador,
no habría estado tan tranquila. Entonces, ¿a qué rumores se refería? Chen
Zeming no lograba entender.
Chen Du comenzó a enfermar. Llamaron al médico, pero era
evidente que se trataba de una aflicción del corazón. Aunque nadie lo decía
abiertamente, Chen Zeming sabía que era por su causa, por los rumores que se
propagaban cada vez más.
Una noche, mientras velaba junto al lecho, Chen Du le tomó
la mano y dijo:
—Hijo, cásate. Si te casas, ya nadie…
No terminó la frase. Solo suspiró y no soltó su mano.
Chen Zeming, con lágrimas en los ojos, se arrodilló:
—Soy un hijo indigno…
Chen Du lo miró:
—Tomar esposa y tener hijos, eso es la mayor piedad filial.
Chen Zeming no respondió. Acercó el cuenco de medicina a su
padre y desvió el tema:
—…Padre, beba primero este remedio.
Chen Du lo observó un momento, luego lo empujó con fuerza y
se dio vuelta, sin decir más.
La luz de la vela titilaba. El silencio era como hierro, y
la tensión entre ambos era tan densa que apenas se podía respirar. Chen Zeming
bajó la cabeza, apretó los labios, y contempló el líquido oscuro en el cuenco
de jade, que ondulaba suavemente bajo la luz. Cada movimiento parecía golpearle
el corazón.
Hasta que los ronquidos comenzaron a sonar, y entonces se
dio cuenta de que su padre, vencido por el cansancio, se había dormido.
Salió cerrando la puerta con cuidado. Su madre aún lo
esperaba. Al verlo, se acercó:
—¿Cómo está el señor? ¿Qué te dijo?
Chen Zeming respondió:
—Nada. Padre ya duerme… No tomó la medicina, está sobre la
mesa.
Giró el rostro, ocultándolo en la sombra.
Un mes después, Yang Liang regresó con su ejército a la
capital.
Debido a la rapidez de la campaña y los abundantes logros,
que golpearon duramente al núcleo de los hunos y elevaron el prestigio
del imperio, el pueblo se sintió profundamente alentado. El Emperador,
acompañado por todos los ministros de la corte imperial, salió a recibirlo
personalmente. Aquella escena se convirtió en uno de los grandes
acontecimientos comentados con entusiasmo durante todo el año.
Tras esta campaña, Yang Liang fue ascendido a Comandante
General del Palacio y recibió el título de Comandante Militar de Ningyuan.
Desde entonces, quedó al mando de la Guardia del Palacio, conocida popularmente
como el “Comandante del Salón”.
El Emperador organizó en palacio un gran banquete en su
honor, invitando a todos los funcionarios. Tal distinción era prácticamente el
máximo reconocimiento que podía recibir un general. En ese momento, todo el
imperio comprendía ya el favor especial que el Emperador dispensaba a Yang
Liang.
Al entrar, Chen Zeming lo vio desde lejos, rodeado por la
multitud, atendiendo sin descanso a todos los que se acercaban. Dudó un
instante y se deslizó discretamente por otro camino.
«A nadie le disgusta añadir flores a un brocado» Pensó. Y como había tanta gente, pocos reparaban en él.
Algún colega se acercaba a saludar y él respondía con una sonrisa y unas
palabras corteses.
Desde el principio hasta el final, el banquete le pareció un
caos. Las voces, el bullicio, le provocaban dolor de cabeza.
Poco después, el Emperador apareció a lo lejos. Su expresión
mostraba satisfacción, probablemente porque el evento era lo bastante animado y
majestuoso.
En ese momento, Chen Zeming no había tocado ni un bocado de
los platos frente a él, pero la jarra de vino ya estaba vacía.
La vuelta de Yang Liang no era del todo negativa: las
convocatorias del Emperador hacia Chen Zeming se habían reducido de pronto. Él
pensó que tal vez eso no era malo y comenzó a desear que Yang Liang se quedara
en la capital por largo tiempo.
Sin embargo, no quería ir a verlo. Aunque su padre le había
advertido que, tratándose de uno de los tres nuevos comandantes, era
imprescindible hacer una visita de cortesía, él prefería quedarse en casa
leyendo tratados militares. Los obsequios y la carta de presentación ya estaban
preparados, pero se las ingeniaba para encontrar excusas y posponerlo día tras
día.
Chen Du, irritado por su repentina apatía, temblaba de
rabia:
—¡¿Cómo es que desde que ocupas un cargo, no haces más que
decepcionarme?!
Chen Zeming no replicaba, dejaba que su padre lo regañara.
Cuando ya no podía soportarlo, se escabullía a la calle a beber. Bebía medio
día seguido, hasta que por la noche el dueño de la taberna lo devolvía cargado.
Al enterarse, Chen Du se puso lívido: el tabernero había ido
a casa a cobrar la cuenta. Ordenó pagarla, volvió al interior, tomó el bastón
familiar y descargó una lluvia de golpes sobre el cuerpo ebrio de Chen Zeming.
La señora Chen lloraba mientras intentaba detenerlo.
Chen Zeming despertó de golpe por el dolor. Vio a su madre
gritar entre lágrimas:
—¡Hijo! ¡Vuelve a tu cuarto!
Él se limpió la sangre del rostro con el dorso de la mano y
murmuró:
—Si padre quiere golpearme, que lo haga hasta saciarse.
Chen Du, al oírlo, casi se desmayó de la ira, y sus golpes
se volvieron aún más implacables.
Al día siguiente, en su puesto, todos se sorprendieron al
ver las heridas que cubrían su cuerpo. Incluso el Emperador lo notó y, tras
observarlo un momento, no pudo evitar preguntar:
—¿Qué te ha pasado?
Chen Zeming respondió sin rodeos:
—Mi padre me golpeó.
Al saber que había sido por una simple borrachera, el Emperador
soltó una risa:
—Tu padre ya es mayor, y hay cosas que no ve con claridad.
¿Cómo puede un funcionario no saber beber? ¿Unas copas qué daño hacen…? Aunque,
claro, tener padres que corrigen con firmeza es una bendición…
Tras reflexionar un momento, el Emperador se inclinó hacia
él:
—Un padre tan responsable merece tu más profunda gratitud.
Y luego ordenó entregar a Chen Du cien piezas de seda como
recompensa por su estricta educación.
Chen Zeming, entre la confusión y el temor, no sabía qué
pensar.
Que no fuera a ver a Yang Liang no significaba que no
pudieran encontrarse.
Ese mismo día, al regresar a casa, Chen Zeming se sorprendió
al ver que el enviado imperial que tomaba té y conversaba animadamente con su
padre no era otro que el propio Yang Liang, uno de los tres comandantes.
Al verlo entrar, con el rostro cubierto de heridas, Chen Du
se sintió algo arrepentido por la severidad de la noche anterior. No pudo
evitar mostrar una mezcla de preocupación y enojo, frunciendo el ceño durante
largo rato antes de soltar unos resoplidos.
Yang Liang se levantó:
—Tío Chen, esto es voluntad del Emperador. En adelante, por
favor no castigue al joven maestro Chen por cosas como beber. Al fin y al cabo,
es funcionario de la corte. Con la cara llena de heridas, no da buena imagen en
público.
Chen Du asintió repetidamente.
Yang Liang sonrió:
—Por cierto, hay algo que quiero pedirle al joven maestro
Chen. Acompáñame un momento.
Una vez fuera de la residencia, Yang Liang lo tomó del brazo
y lo condujo directamente hacia la calle.
Chen Zeming preguntó:
—¿Adónde vamos?
Yang Liang respondió con una sonrisa:
—A beber, por supuesto.
Mientras hablaban, llegaron a aquella taberna que solían
frecuentar. Como eran clientes habituales, el mozo ni siquiera salió a
recibirlos. Subieron con paso familiar al segundo piso y se sentaron junto a la
ventana. Solo entonces alguien se acercó para tomar el pedido. Yang Liang, que
llevaba tiempo sin ir, charló y bromeó con el mozo durante un buen rato antes
de terminar de ordenar los platos.
Chen Zeming, que estaba a su lado, ya no pudo contenerse:
—Hermano Yang, ¿el Emperador te envió con las recompensas
solo para que le transmitieras un mensaje a mi padre?
Yang Liang se volvió con una sonrisa:
—¿Qué mensaje?
Al ver su expresión, Chen Zeming dudó:
—¿No dijiste que…? —Se interrumpió de pronto, y una revelación lo golpeó— ¡TÚ… TÚ FALSIFICASTE EL
EDICTO IMPERIAL!
Yang Liang alzó el dedo índice frente a los labios:
—¡Shhh! Más bajo… ¿Quieres que me corten la cabeza?
Chen Zeming no sabía si reír o llorar.
—Hermano Yang, ¿qué sentido tiene que hagas algo así?
Yang Liang respondió con una sonrisa:
—El tío Chen es demasiado terco. Que un joven se tome unas
copas y ya lo quiere golpear. Justo el Emperador me pidió entregar las
recompensas en tu casa, así que aproveché para adornar un poco el mensaje.
Chen Zeming sonrió con amargura:
—Tus palabras se parecen mucho a las que dijo el Emperador
aquel día.
—De niño, él también era alguien de carácter genuino. Pero
ahora… —dijo Yang Liang. Al
llegar a ese punto, se dio cuenta de que había hablado de más. Dudó un
instante, luego sonrió— Eso sería una falta grave. Por suerte no hay testigos… ¡Qué
suerte! ¡Qué suerte! Me castigo con tres copas.
Dicho esto, levantó la jarra de vino.
Antes de que pudiera llenarla, una mano se posó sobre su
muñeca. Yang Liang se volvió.
Chen Zeming vaciló un momento:
—Aquel día, cuando me llamaste… ¿qué querías decirme?
Yang Liang dejó la jarra y le sonrió.
—¿Quieres saberlo?
—A veces… también siento curiosidad —respondió Chen Zeming.
Yang Liang suspiró y sonrió.
—Por fin te dio curiosidad —Meditó un momento antes de continuar— No es nada… en realidad,
solo es una historia.
En ese instante, comenzó a llover afuera. La lluvia golpeaba
la cortina con un murmullo constante.
Yang Liang la miró de reojo y sonrió:
—Este clima… es perfecto para contar historias y matar el
tiempo.
Dicho esto, sirvió vino para ambos y se quedó pensando, como
buscando la mejor manera de empezar.
—Hace veinte años, había un gran terrateniente, rico como un
reino…
Chen Zeming se sorprendió:
—¿Ah?
Pensó: «¿De verdad va a contarme un cuento?»
Yang Liang le lanzó una sonrisa traviesa y siguió sin
detenerse:
—Ese señor tenía muchas esposas y concubinas. La esposa
principal nunca tuvo hijos. Su primer hijo fue varón, nacido de una concubina
insignificante. La mujer tuvo mala suerte: murió en el parto.
Chen Zeming murmuró un “oh”, sin entender a dónde iba todo
eso.
—…El señor puso al recién nacido en la habitación de la
esposa principal para que lo criara. Aunque no era suyo, al verlo crecer día
tras día, comenzó a encariñarse con él. Como era el primogénito, el señor lo
valoraba mucho. Cuando el niño tenía cinco o seis años, le consiguió al mejor
maestro del país. Ese maestro era un ermitaño famoso en Jiangnan, que nunca
aceptaba discípulos. Pero, curiosamente, al ver al niño, accedió a salir de su
retiro… Así, el muchacho creció sin contratiempos hasta los quince años…
Yang Liang se detuvo un momento. Chen Zeming, intrigado, lo
apuró.
—El señor era muy aficionado a las mujeres, y ya tenía una
nueva favorita. Esa nueva esposa también le dio un hijo. Para entonces, el
señor tenía varios hijos, y comenzó a prestar menos atención al primogénito. La
nueva esposa quería que su hijo heredara la fortuna, así que empezó a buscar
maneras de deshacerse del mayor. Al principio, el señor se negaba, pero poco a
poco, fue cediendo ante las palabras susurradas en la almohada. Sin embargo,
para actuar contra el primogénito, debía cuidar la dignidad de la esposa
principal, así que no podía moverse de inmediato. Justo entonces, el
primogénito desarrolló un extraño hábito que la gente no veía con buenos ojos…
Chen Zeming empezaba a sentirse incómodo. Aquella historia
le sonaba familiar, aunque con algunas diferencias. Al ver que Yang Liang se
detenía justo en ese punto, preguntó:
—¿Qué hábito?
Yang Liang bajó la mirada, bebió un sorbo de vino y dijo con
calma:
—El muchacho tenía inclinación por los “melocotones
sobrantes” y “las mangas cortadas”. Era un adepto del “amor de
Longyang”.
Chen Zeming se levantó de golpe, con el rostro desencajado:
—¡Tú… tú estás hablando de…!
Yang Liang lo miró y sonrió:
—¿Quieres que continúe el cuento?
Chen Zeming se quedó paralizado un momento, luego volvió a
sentarse en silencio. Yang Liang seguía bebiendo, sin presionarlo.
Chen Zeming murmuró:
—Tienes mucho valor para contar asuntos de la familia
imperial en público.
Yang Liang respondió:
—Yo solo hablé de los escándalos de un terrateniente.
¿Cuándo mencioné la palabra “emperador”? Además, yo me atrevo a hablar… ¿y tú
no te atreves a escuchar?
Chen Zeming no sabía si reír o llorar. Se giró:
—…Solo que no me interesa.
Pero al poco rato, no pudo evitar preguntar:
—Has traído este tema varias veces. ¿Quieres hablar del
pasado de ese primogénito?
Yang Liang sonrió:
—Los que sabían de esto ya están muertos o ancianos. Si
algún día muero en el campo de batalla, esta historia se irá conmigo. ¿Por qué
no contarla hoy, como acompañamiento para el vino?
Chen Zeming notó que había algo más detrás de sus palabras,
pero no percibía mala intención. Dudó:
—…No entiendo. Este acompañamiento es demasiado peligroso.
Yang Liang rio:
—¿Te asustaste? Entonces no lo cuento.
Chen Zeming sabía que era una provocación, pero cayó en la
trampa:
—Solo creo que eres una persona muy extraña. ¿Qué ganas con
todo esto?
—Cuando lo entiendas todo, el puesto de Comandante del Salón
será tuyo —dijo Yang Liang.
Chen Zeming se confundió aún más. Soltó una risa seca y no
dijo nada. Tras un rato, preguntó:
—Entonces… ¿cómo se supo ese secreto del primogénito?
Yang Liang respondió:
—Porque se enamoró de alguien. Quería vivir con él, dejar
atrás toda su fortuna… —sonrió—. Cuando uno toma una decisión así,
inevitablemente provoca un escándalo. Todo el mundo se entera.
Al oír esto, Chen Zeming no pudo evitar mirar a Yang Liang
una y otra vez, aunque no se atrevía a preguntar directamente.
Yang Liang fingió no notar nada:
—La esposa principal lo protegía con todas sus fuerzas. El
señor intentó varias veces deshacerse de él, pero ella lo salvó cada vez.
—Entonces esa madre adoptiva lo trataba bien —comentó Chen Zeming.
Y recordó los rumores en palacio sobre la mala relación
entre la Emperatriz Viuda y el Emperador, lo que lo dejó aún más confundido.
Yang Liang asintió:
—Después de tantos años de crianza, además, en ese momento,
el hijo le daba prestigio. Ambos se beneficiaban… En fin, en ese entonces, la
relación madre-hijo aún era buena. Pero luego, por celos extremos, la esposa
principal usó el método más temido contra su rival: “brujería”.
Chen Zeming no pudo evitar exclamar:
—¡Ah!
—El señor descubrió la evidencia, pero no lo hizo público.
Aprovechó para exigirle que dejara de proteger al primogénito, y le prometió
que el hijo de su prima ocuparía ese lugar. Por cierto, olvidé mencionar que
esa prima también era una de las concubinas… Al menos ese niño tenía algún
parentesco con la esposa principal. Ella lo pensó bien y aceptó.
Chen Zeming no pudo evitar decir:
—Pero… ¡ese primogénito también era su hijo! ¿Cómo puede un
padre planear algo así contra su propio hijo?
Yang Liang suspiró:
—A veces ocurren cosas difíciles de entender. Tal vez porque
el corazón humano es demasiado complejo.
—El primogénito notó que, de pronto, nadie en casa lo
defendía. La gente comenzó a evitarlo. Había crecido entre mimos y halagos,
como hijo de la esposa principal. El cambio fue tan brusco que no pudo
soportarlo. Cayó en la desesperación. En los años siguientes, la nueva esposa y
la esposa principal formaron dos facciones: una apoyaba a su hijo, la otra al
sobrino. Ambas tenían poder, y el señor no podía decidir. Así que el asunto de
destituir al primogénito quedó en suspenso. Pero todos sabían que estaba perdiendo
su posición. Esos años… no hace falta decir cómo los vivió. Recuerdo que una
vez recompensó generosamente a un eunuco, porque cuando estaba en la ruina, ese
eunuco le dio un pastel que había guardado para sí.
Chen Zeming tardó en responder:
—Increíble… ¿La esposa principal, después de criarlo tantos
años, se volvió una extraña? ¿No sintió remordimiento?
Yang Liang lo miró y sonrió:
—Hermano Chen, te falta experiencia… Cuando alguien comete
una falta menor, suele sentir culpa. Pero si la falta es grave, a veces ocurre
lo contrario… como cortar la hierba de raíz. Porque ya no puede enfrentarlo. Y
como ella lo traicionó, luego deseaba eliminarlo, por miedo a que él se
vengara.
Chen Zeming sintió un escalofrío.
—El primogénito, al ver que su madre amorosa se había
convertido en enemiga, casi se derrumba… Por suerte, tenía un buen maestro.
Bajo su guía, se volvió más reservado, aceptó su destino y dejó de comportarse
con desenfreno. Esa actitud desconcertó a quienes querían atacarlo. Además, el
maestro tenía gran prestigio, y el señor no podía ignorarlo. Como las dos
esposas seguían peleando por el poder, el asunto se fue postergando.
—¿Y después?
—Después, el señor enfermó. Le encargó al maestro la
administración de la casa. El maestro ganó poder, y nadie podía tocar al
primogénito. Él comenzó a formar su propia red de influencia. Más tarde… el
señor murió. Y el heredero fue, al final, el primogénito. Para entonces, él y
el maestro tenían más poder que las otras dos ramas… Esto se llama «lo que está destinado a ser, será, y lo
que no está destinado a ser, no lo fuerces».
Chen Zeming suspiró sin palabras, y Yang Liang suspiró:
—Tan pronto como subió al trono, lo
primero que hizo fue cortar las extremidades de la nueva esposa y su hijo, así
como del sobrino de la primera esposa, hasta que murieron desangrados. Su feliz
vida, que había tenido desde la infancia, terminó por culpa de ellos, por lo
que su odio era comprensible. Sin embargo, este método era tan cruel y
despiadado que sorprendió a todos.
—La esposa principal estaba aterrorizada
y quería escapar esa misma noche, pero él la interceptó a mitad de camino. Lo
más sorprendente fue que no la mató, sino que la puso bajo arresto
domiciliario. La esposa principal tenía entonces menos de cuarenta años y desde
entonces nunca pudo salir de casa. Comparado con la muerte, eso no fue
necesariamente una suerte...
Al llegar a este punto, ambos se miraron y no pudieron
evitar suspirar ligeramente.
Chen Zeming permaneció en silencio durante mucho tiempo.
—Así que era así, no es de extrañar que
tuviera un carácter tan extraño... —Se quedó atónito por un rato, y de repente dijo— Ya que el cuento ha
terminado, ¿no debería el hermano Yang decir también cuál era su intención al
contar esta historia?

