•※ Capítulo 94: Cartas de la familia Jiang.
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En los recuerdos de Li Jun, había bastantes cosas relacionadas con aquel médico imperial llamado Tan. De niño, solía estar algo fofo y sudoroso y cada dos por tres se enfermaba con dolores de cabeza o fiebre, así que no era raro que lo atendieran seguido. Según él, Tan Siming era un hombre parco y silencioso, de carácter fuerte y terco, un anticuado sin remedio. Si algún niño no seguía las indicaciones médicas, aunque por su rango no podía reprenderlo con palabras, abría unos ojos de buey tan grandes como campanas de bronce, que daban verdadero miedo.
—¿Y
en todos estos años, no ha tenido ningún problema? —preguntó Yun Yifeng—. Me
refiero a errores médicos, o que haya ofendido a alguien.
—No
—Li Jun negó con la cabeza—. Tan Siming tiene una técnica excelente. Aunque no
puede decirse que cure al instante, en el Instituto Médico es uno de los
mejores doctores. En cuanto a su carácter… es un médico. Mientras pueda salvar
vidas, ¿quién no aguantaría un par de regaños? Son cosas menores.
Además,
Tan Siming era especialmente hábil en masaje, acupuntura, ginecología y
pediatría. Por eso, los ministros civiles con dolores de espalda, los generales
con lesiones en los huesos, y también sus esposas e hijos, todos lo trataban
como un tesoro. En cada festividad le enviaban regalos, con gran entusiasmo.
Yun
Yifeng reflexionó un momento y volvió a preguntar:
—¿Tiene
alguna técnica exclusiva? Quiero decir, si este médico Tan se va de Wang Cheng,
¿habrá alguna enfermedad que nadie más pueda tratar, causando problemas dentro
y fuera del palacio?
Li
Jun sonrió.
—No
llegamos a tanto. El Hospital Imperial no tiene un solo doctor. Si él se va,
los demás pueden cubrir el vacío.
Yun
Yifeng frunció ligeramente el ceño. Por lo que oía, parecía que realmente no
había ningún problema.
Pero
al recordar aquella lámpara rota de Ye’er Teng, pensó que ese hombre no podía
ser tan inofensivo. Al final, fue Li Jun quien lo tranquilizó:
—El
Séptimo Hermano ya explicó todo con claridad en la carta secreta. Cuando el Emperador
la lea, lo considerará con cuidado y decidirá si permite que Tan Siming viaje a
Yancheng. No te preocupes, lo importante es que te recuperes.
Yun
Yifeng suspiró.
—Me
preocupa que Su Majestad no quiera dejarlo ir, pero que por respeto al príncipe
se vea obligado a hacerlo y que esa decisión termine causando problemas
difíciles de resolver.
—No
pasará —Li Jun le acomodó la manta—. Es solo un médico imperial. ¿Qué problema
podría causar? Confía en el Emperador y en el Séptimo Hermano. Ellos sabrán
manejarlo.
Más
tarde, Yin Zhu también fue a ver a Ji Yanran para hablar del asunto de la tribu
Geteng. En los últimos años, la ambición de Ye’er Teng no solo era evidente
para el Gran Liang, sino también para las demás tribus. Antes, con la Tribu
Bruja de los Lobos Nocturnos presente, la tribu Geteng quizás no tenía tiempo
para distraerse, pero ahora que esa amenaza ha sido eliminada, lo que Ye’er Teng
planee hacer a continuación era motivo de gran preocupación para Yin Zhu.
—Nadie
quiere guerra —dijo ella—. Los demás líderes tribales y yo, deseamos firmar un
pacto con el Gran Liang, para que las llamas de la guerra nunca lleguen a esta
tierra.
Una
vida de paz y estabilidad es el anhelo de todos. Dedicar cien años, o incluso
más, a controlar las tormentas de arena y abrir rutas comerciales… hay quienes
se apasionan por ese plan largo y grandioso, pero también hay quienes no
quieren ser pioneros en tierras difíciles, y prefieren mirar directamente hacia
tierras más lejanas, más ricas y prósperas.
—Ya
nos hemos reunido muchas veces para hablar del pacto de paz —continuó Yin Zhu—,
pero en cada ocasión Ye’er Teng se excusa para no participar o desvía la
conversación hacia otros temas. Además, he oído que mantiene una relación muy
estrecha con el Reino Baisha, en el norte.
Si
esa “estrechez” es para comercio, intercambio cultural o con fines más
profundos, eso ya depende de la interpretación de cada uno.
Ji
Yanran asintió.
—Gracias.
Pensaré en qué hacer.
—En
el futuro… digo, si algún día realmente estalla una guerra —prometió Yin Zhu—, la
tribu Yun Zhu estará del lado del Príncipe Xiao.
***
Tres
días después, el ejército partió en grupos, dejando atrás las dunas de hierba
seca.
Como
la carta debía enviarse a Wang Cheng y luego traer a Tan Siming hasta Yancheng,
ese ir y venir tomaría su tiempo. Por eso, Ye’er Teng regresó temporalmente a
la tribu Geteng. Li Jun estaba muy disgustado por ello.
—Con
todo ese tiempo libre, ¿por qué no dijo directamente cuál era la tercera
condición? —protestó Li Jun—. ¿Acaso no puede hablar claro, sin tanto rodeo y
decir las cosas en orden?
—Si
no me enojo, ¿por qué habría de hacerlo usted? —respondió Yun Yifeng, recostado
en el carruaje, hojeando distraídamente el libro entre sus manos—. Además, este
tipo de asuntos no son como pagar y recibir al instante. Detrás hay tantos
giros y vueltas que podrían extenderse por cientos de li. Por ahora, mejor ir
paso a paso.
—Es
que me preocupo por ti —Li Jun se acomodó a su lado—. Recuperarte un día antes
siempre es mejor. En el palacio hace tiempo que no se celebra una gran alegría.
Para serte sincero, ya elegí la tela para el traje de boda: será brocado de
nubes de mil hilos y he convocado a cientos de bordadoras para que lo trabajen
con esmero durante ocho meses…
Cuando
se trataba de temas lujosos y festivos, si nadie lo interrumpía, Li Jun podía
hablar sin parar durante una o dos horas. Yun Yifeng, sin nada mejor que hacer,
lo dejó continuar. Lo tomaba como distracción y aprendizaje: los brocados, los
bordados, las alfombras hechas con tributos del oeste, incluso los platos y
cuencos del banquete debían seguir ciertas normas. Poco a poco, una vívida
escena de celebración en rojo se desplegaba en su mente: aquel día, los
carruajes y la comitiva de boda bloquearían la calle principal, los petardos
resonarían ensordecedores, y la residencia del Príncipe Xiao ya no podría
seguir siendo tan sobria y vacía como siempre. Para una boda, debía lucir
majestuosa y espléndida.
Li
Jun hablaba con entusiasmo desbordante.
—¿Qué
te parece?
Yun
Yifeng, apoyado contra la ventana, pensaba que quizás todo eso ocurriría en un
futuro muy lejano. Le dolía un poco el corazón, pero sonrió y dijo:
—Está
muy bien.
—Entonces
déjamelo a mí —Li Jun se dio una palmada en el pecho—. ¡Te aseguro que te
casarás con todo el esplendor…! No, quiero decir, ¡te aseguro que sabrás lo que
es el verdadero porte imperial!
Jiang
Lingfei pasó cabalgando, extrañado.
—¿Qué
dice el Rey Pingle? No ha parado de hablar en todo el camino.
—A
Yun’er le gusta escucharlo fantasear —respondió Ji Yanran—. Lo toma como si
fuera un cuentacuentos. ¿Y lo que te pedí sobre A’Bi? ¿Has averiguado algo?
—Demasiado
—respondió Jiang Lingfei.
Ji
Yanran frunció el ceño.
—¿Qué
significa “demasiado”?
—Demasiadas
pistas sobre la tribu de los inmortales.
Al
igual que los incontables relatos populares del Gran Liang, en el desierto
también abundaban las leyendas sobre sabios ocultos. Y en nueve de cada diez,
no podía faltar una santa doncella de voz encantadora y belleza sobrenatural.
Los ojos verdes tampoco eran una rareza: azules, violetas, incluso iris
multicolores como un arcoíris fluido.
Jiang
Lingfei continuó:
—Quizás
A’Bi solo está inventando cosas. Además, ¿no se había confirmado ya el origen
del maestro Yun con el general de vanguardia Pu Chang y la señorita Luo? El
tatuaje en la espalda es prueba suficiente. ¿Por qué volver a investigar?
—A
Yun’er le importa, así que quiero averiguar un poco más —respondió Ji Yanran,
mirando hacia el carruaje—. Además, A’Bi es gente de Ye’er Teng. Saber más
sobre ella nunca está de más.
Jiang
Lingfei asintió.
—Está
bien. Seguiré enviando gente a investigar. Si hay novedades, te lo haré saber.
El
ejército avanzaba hacia donde salía el sol y finalmente, una mañana, llegó en
formación majestuosa a Yancheng.
Yun
Yifeng había planeado enviar a Ling Xing’er de regreso a Chunlin, pero la chica
se negó rotundamente. Dijo que no iría a ningún lado, que se quedaría en el
noroeste.
«¿Cómo
podía un líder de secta perder así la dignidad frente a sus discípulos?»
Se
aclaró la garganta, y entre el severo y frío maestro y el padre paciente y
persuasivo, eligió lo segundo. Con tono amable, le preguntó:
—¿Sigues
molesta con Qingyue?
—¡Qué
va! Me preocupa usted y también la hermana A’Bi —respondió Ling Xing’er—.
¡Hasta que Ye’er Teng no diga esos tres malditos requisitos, no me voy a ningún
lado!
Yun
Yifeng se llevó una mano a la frente.
—¿Cuántas
veces te he dicho que una señorita debe cuidar su lenguaje?
—Además,
si estoy aquí, quizás pueda averiguar más sobre el origen de la hermana A’Bi
—dijo ella, masajeándole los hombros—. ¡Yo siento que está relacionada contigo,
maestro!
Yun
Yifeng sonrió, sin responder.
Cuando
Ji Yanran regresó, el patio estaba bañado por una cálida luz dorada del
atardecer. En el salón principal ardía un brasero que mantenía la casa
acogedora. Yun Yifeng yacía en un diván, con las piernas estiradas cómodamente,
cubierto por una capa de piel de zorro. A su lado había té caliente, dulces,
frutas y varios libros. Detrás de él, una joven hermosa le masajeaba los
hombros y aflojaba los músculos. Parecía un terrateniente rico y satisfecho.
—Príncipe
Xiao —Ling Xing’er se quejó—, el maestro hoy volvió a comer demasiados pasteles
de dátil.
Yun
Yifen: “¡Cof!”
—Ve
a descansar —Ji Yanran le lanzó un ojo de gato translúcido—. Los informantes
también merecen recompensa.
Ling
Xing’er dio las gracias con voz clara y salió corriendo, feliz. Ji Yanran
entregó una carta a Yun Yifeng.
—La
envía la secta Feng Yu.
—Seguro
Qingyue está pensando en su pequeña hermana —comentó Yun Yifeng mientras la
abría y la leía por encima. Pero al llegar a cierto punto, se quedó atónito—.
¿La familia Jiang tuvo problemas?
La
carta decía que Jiang Nandou llevaba meses sin aparecer en público. La familia
Jiang decía que estaba enfermo y necesitaba reposo, pero también circulaba otro
rumor: que había sufrido una desviación de qi al entrenar, cayó en la locura y
ahora lo tenían encadenado en una mazmorra, gritando y forcejeando día y noche.
—¿Lo
sabe el hermano Jiang? —preguntó Yun Yifeng.
—Lingfei
no ha dicho nada, pero lo he visto decaído estos días. Supongo que es por eso
—respondió Ji Yanran, tomando la carta—. Sea enfermedad o pérdida de control,
no es cosa menor. La familia Jiang ya tenía divisiones internas y esto solo
empeora las cosas. Creo que debería volver cuanto antes.
Jiang
Lingfei entró desde el patio.
—No
voy a ir.
—¿Ya
lo sabías? —Ji Yanran se volvió hacia él.
—Sí.
Un sirviente de casa me envió una carta en secreto hace unos días —dijo Jiang
Lingfei—. Decía que mi tío cayó inconsciente mientras entrenaba y pedía que
regresara de inmediato. Pero los demás… mi tía, mis primos, los encargados…
nadie parece recordar que en el noroeste hay un tercer joven maestro.
—Ojalá
no existiera para ellos —Jiang Lingfei se sirvió una taza de té, hablando con
indiferencia—. Si yo volviera, si quisiera el puesto de líder del clan Jiang,
¿qué lugar les quedaría a esos inútiles?
Yun
Yifeng observó con atención su expresión.
—Puedes
no querer el liderazgo, pero si un anciano de tu familia está en problemas… ¿de
verdad no vas a regresar a verlo?
Jiang
Lingfei no respondió. En su entrecejo se dibujaba una clara molestia.
Ji
Yanran le dio una palmada en el brazo.
—No
te preocupes por el noroeste por ahora. Cuídate en el camino, ve y vuelve
pronto.

