ASOF-87

 

Capítulo 87: Elógiame más.

 

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Cerca de la medianoche, los soldados del campamento militar cambiaban de turno. Fragmentos de sus conversaciones eran arrastrados por el viento hasta los oídos de Ji Yanran. Solo faltaban unos cuantos “cuídate” y “viejo amigo”. Podía entender vagamente de qué hablaban. En medio mes, tras atravesar el desierto que tenían por delante, llegarían al borde de las colinas áridas, que también eran el antiguo nido de la Tribu Bruja del Lobo Nocturno.

 

Para Ji Yanran, esta no sería una batalla difícil. Aniquilar un culto era pan comido para la alianza formada entre Gran Liang y las trece tribus. Lo que le preocupaba era Ye’er Teng. Ese hombre era astuto y ambicioso, y no dejaba de hurgar en sus debilidades. Aunque ambas partes estuvieran dispuestas a llegar a una concesión y dejar de lado sus diferencias, Ji Yanran no sabía qué intenciones ocultas tenía Ye’er Teng ni qué exigiría a cambio en el futuro. Temía que…

 

Ji Yanran cerró los ojos, intentando disipar el zumbido de pensamientos que giraban en su mente. Afuera, el viento golpeaba con más fuerza. Aunque las tiendas estaban iluminadas con braseros, apenas servían para mitigar el frío. Pero esto era solo otoño; cuando llegara el invierno, haría tanto frío que hasta el agua que goteaba se congelaría al instante en forma de estalactitas. Sería aún frío, seco y más insoportable que la ventisca en el Pico Piao Miao. A’Kun había dado una advertencia esa mañana: «lo mejor sería terminar la guerra en dos meses y regresar a Yancheng antes de que comenzara a nevar.»

 

El Rocío de Loto Sereno no era el Ganoderma Lucidum de Sangre. Aunque Yun Yifeng parecía estar perfectamente bien ahora, el veneno en su cuerpo seguía siendo una bomba de tiempo. Nadie sabía cuándo se activaría y lo mataría.

 

Al llegar a ese punto, un escalofrío de inquietud recorrió a Ji Yanran, y cualquier intención de dormir se desvaneció. Estaba a punto de arrojar la manta para levantarse cuando una brisa pasó junto a él, y en un abrir y cerrar de ojos, alguien estaba entre sus brazos.

 

Aquel cuerpo traía consigo un rastro de frescura tras el baño y una suavidad inconfundible.

 

Yun Yifeng se recostó sobre el pecho de Ji Yanran y preguntó con languidez:

—¿Su Alteza pensaba sacar la espada para atacarme?

 

La mano de Ji Yanran seguía atrapada bajo la almohada. Aflojó el agarre sobre la empuñadura y respondió con calma:

—No.

 

Yun Yifeng sonrió.

—Este movimiento se llama “brisa”, es el nivel más alto de qinggong en el Jianghu. Lo hice bien, ya que ni siquiera me notaste.

 

Aunque lo dijo así, para Ji Yanran, como esposo, no era satisfactorio no haber reconocido de inmediato que era su amado quien había llegado.

 

Por eso, Ji Yanran lo abrazó, lo besó suavemente y le levantó el mentón:

—Según el plan, no deberías haber regresado hoy. ¿Volviste apresuradamente durante la noche?

 

—Todo salió bien y quería verte cuanto antes —dijo Yun Yifeng—. Además, conseguimos un aliado inesperado. Trajimos a un joven que dice que, para matar a Fu Xi, su hermano mayor fingió ser creyente e infiltrarse en las colinas áridas. Si sigue vivo, podría sernos útil.

 

—Mañana hablaré con él —Ji Yanran apartó el cabello del rostro de Yun Yifeng—. Así que el plan fue bien. ¿Cómo está tu cuerpo?

 

—Estoy bien —respondió Yun Yifeng—. Xing’er me cuidó muy bien, igual que el Hermano Jiang y el Rey Pingle. Estoy tan rodeado de gente que me protege todos los días que ni siquiera tengo oportunidad de ayudar.

 

—Aun así, deberías descansar —Ji Yanran le dio unas palmaditas en la espalda—. Duerme, me quedaré contigo hasta que lo hagas.

 

Esa frase, “me quedaré contigo hasta que lo hagas”, dicha con voz ronca y profunda, hizo que Yun Yifeng sintiera que toda su fuerza lo abandonaba. El cansancio acumulado de tantos días de viajes y tensión finalmente lo alcanzó, atando sus extremidades y volviendo su cuerpo dócil. Las mantas y almohadas estaban impregnadas de una fragancia familiar; parecía que, si cerraba los ojos, podría dormir hasta el fin de los tiempos. El viento seguía rugiendo afuera y el brasero era el mismo de siempre, pero el frío desaparecía cuando los dos estaban acurrucados juntos en la cama.

 

Por su estatus especial, Gegen se alojaba temporalmente con Jiang Lingfei—y había alguien más que se había colado sin invitación en ese espacio compartido. Ese alguien no dejaba de sentir que lo iban a asesinar en cualquier momento y no era otro que el Rey Pingle. En la tienda había tres camas, ocupadas por tres hombres altos y fornidos, y uno de ellos roncaba con una fuerza descomunal. Li Jun no podía dormir por el ruido, así que se incorporó y empezó a charlar sin rumbo con Jiang Lingfei. Se lamentaba de sus altos cargos: uno era Príncipe del Gran Liang y el otro el futuro Líder de la Alianza de las Artes Marciales, y sin embargo habían caído tan bajo como para compartir alojamiento con ese monstruo roncador…

 

—Un momento —interrumpió Jiang Lingfei—. ¿Qué quieres decir con “futuro Líder de la Alianza”? ¿De dónde sacaste eso?

 

—¿No es cierto? —Li Jun lo miró con expresión perpleja—. El narrador de la casa de té dijo que la familia Jiang es la número uno en el Jianghu y que el Tercer Joven Maestro es un prodigio singular. Lo elogió tanto que naturalmente salió el tema de la lucha por el puesto de Líder de la Alianza.

 

Ese puesto pertenecía al artista marcial más fuerte del mundo. Y considerando que Jiang Nandou y Li Qinghai tenían una enemistad acumulada por múltiples incidentes, era lógico que circulara una historia exagerada sobre el Joven Maestro de la familia Jiang que entró al Jianghu y se hizo famoso tras ganar muchas batallas sangrientas.

 

—Todo eso son tonterías para sacarte dinero. No tengo ningún interés en ser Líder de la Alianza —Jiang Lingfei relajó el brazo y dijo con sencillez—. Solo quiero volver a Wang Cheng cuanto antes y seguir siendo un hijo rico que consigue lo que quiere, cuando quiere.

 

Qué coincidencia. Li Jun se rio para sus adentros. Yo también quiero vivir así.

 

«Seamos hijos ricos todos juntos.»

 

Y en el breve lapso de unos días, la noticia del “Nuevo Reino Celestial” se había propagado como fuego arrastrado por el viento, desde los pastores hasta tribu tras tribu. Aquella noche, más de cien personas habían visto con sus propios ojos a un grupo de figuras etéreas. Vestían túnicas espléndidas, bebían el mejor vino, cantaban y danzaban alrededor del fuego, y traían consigo buenas nuevas. Este desierto era habitable, y existía una forma de mitigar los efectos de la sequía. Una vez que el desierto se pacificara, podría establecerse una ruta comercial que se extendiera hasta el Mar Occidental, tan larga como un arcoíris.

 

Por supuesto, también se difundió la noticia de que el Dios Espiritual era en realidad un fraude. Aquellos fantasmas enmascarados que secuestraban personas y las verdaderas condiciones de vida en las colinas áridas—no había salvador, solo la ambición feroz de Hao Meng, látigos y trabajo forzado de día y de noche. Para evitar que los hombres de rostro fantasmal volvieran a instigar o matar, muchas personas decidieron permanecer juntas y muchas tribus pequeñas se unieron para formar aldeas grandes. Los jóvenes afilaron sus lanzas, arcos y flechas para proteger sus hogares en común.

 

El viento del noroeste seguía soplando. Soplando y llevando la verdad a más y más personas. Incluso los más indecisos decidieron quedarse en su tierra natal, tomar las armas y luchar contra esos bandidos.

 

El sol matinal disipó los últimos vestigios de frío y calentó a todo aquel que tocaba con sus rayos.

 

Yun Yifeng acababa de salir de la tienda y se estiró. Había dormido bastante cómodo la noche anterior y se sentía cálido desde la punta de los pies hasta las mejillas. Envuelto en el saco de dormir, parecía un capullo blanco… no muy gordo. Tras mucho esfuerzo para salir de ese lugar cálido, se dio un baño y se cambió a una túnica blanca, transformándose en una gran y hermosa mariposa.

 

Ji Yanran estaba reunido con Ye’er Teng interrogando a Gegen sobre su hermano y la Tribu Bruja del Lobo Nocturno, y no volvería pronto. Yun Yifeng decidió ir solo a la cocina a buscar un bollo al vapor, que comió mientras paseaba. Se dedicó a charlar con la gente y ayudar a recoger tiendas y equipaje, con aire ocioso y generoso. Los soldados lo respetaban; parte de ese respeto venía de su relación con el Príncipe Xiao, y otra parte porque la Secta Feng Yu realmente había ayudado mucho esta vez. Comparado con todas las damas distinguidas y refinadas, tener una… “Consorte” del Príncipe con tan alto nivel en artes marciales era bastante bueno.

 

El Maestro de Secta Yun aún no sabía del nuevo título que le habían asignado y seguía caminando entre todos, sintiéndose libre y feliz. Tras terminar el bollo, Yun Yifeng quiso ir a la tienda principal a buscar a Ji Yanran. Pero justo al girar, vio a alguien acercarse. Túnica azul, ojos verdes, figura pequeña y delicada.

 

—Señorita A’Bi —la saludó calurosamente Yun Yifeng, antes de preguntar con naturalidad—. ¿Vienes a buscar al Líder Ye’er Teng? Justo vamos en la misma dirección.

 

Sin embargo, A’Bi se detuvo y simplemente lo miró fijamente. Bajo el sol, sus ojos verdes parecían los de una hechicera lista para engañar.

 

No debería haber hechizos de captura de almas en el Jianghu y aunque los hubiera, requerirían medicinas y formaciones para funcionar. No tenía lógica pensar que una mirada pudiera capturar el alma. Así que Yun Yifeng no esquivó, sino que deliberadamente sostuvo la mirada, queriendo ver qué tramaba. Cuando sus ojos se encontraron, fue como dos muñecos jugando a “todos somos marionetas”. En resumen, ninguno quería apartar la vista primero.

 

Los soldados que pasaban y los vieron pensaron que era extraño. «¿Qué… qué están haciendo?»

 

Los ojos de Yun Yifeng eran realmente hermosos. Sus cejas eran finas y elegantes, sus pupilas oscuras como un cielo nocturno vacío y cuando brillaban, parecían un firmamento lleno de estrellas. Tenían una ligera capa de humedad, suficiente para suavizar la forma de sus cejas demasiado afiladas. Cuando sonreía, hacía que la gente sintiera que pertenecía a su mundo. Si una doncella común recibiera esa mirada, su corazón ya estaría desbocado y su rostro completamente rojo. Sin embargo, A’Bi no mostró ninguna de esas reacciones. Solo frunció el ceño con fuerza, y su respiración se volvió errática, como si hubiera desenterrado algo o ensamblado una pieza perdida al mirar esos ojos tan bellos.

 

—¿Señorita? —Yun Yifeng agitó la mano frente a su rostro—. ¿Está bien?

 

A’Bi lo sujetó del brazo y lo atrajo hacia ella, sin dejar de mirarlo fijamente.

 

La distancia entre ambos era mínima y todos los que observaban la escena se quedaron atónitos. Querían intervenir, pero justo en ese momento alguien informó que el Príncipe Xiao y el Líder Ye’er Teng estaban en camino.

 

Yun Yifeng giró la cabeza con una expresión inocente dibujada en el rostro. «¡No fui yo, no hice nada, escúchenme primero!»

 

Ji Yanran frunció ligeramente el ceño y preguntó a Ye’er Teng:

—¿Qué está pasando?

 

—Quizá… A’Bi ha recordado algo —respondió Ye’er Teng con cautela, sin saber si debía separar a los dos—. Sus recuerdos están fragmentados. No sabe quién es ni de dónde viene. ¿Puedo preguntar por los orígenes del Maestro de la Secta Yun?

 

—Yun’er ha tenido una vida difícil —dijo Ji Yanran—. Pero no puede estar relacionado con sangre extranjera.

 

El agarre de A’Bi sobre Yun Yifeng se fue aflojando poco a poco, como si no lograra recordar aquello que estaba a punto de emerger. Al final, solo suspiró suavemente, con la mirada perdida.

 

Ye’er Teng tomó su mano y se la llevó.

 

Los soldados que estaban alrededor regresaron a sus tareas, dejando a Yun Yifeng de pie en su sitio. No tenía idea de lo que acababa de ocurrir y preguntó a Ji Yanran, confundido:

—¿Esto cuenta como que me poseyeron a mí o que poseyeron a A’Bi?

 

—No hay problema si los dos están poseídos —respondió Ji Yanran—. Ye’er Teng dijo que encontró a A’Bi en la nieve. Estaba en muy mal estado y había perdido la memoria, que aún no ha recuperado. Así que quizás al verte, recordó a alguien de su pasado.

 

—¿Me vio y recordó a alguien de su pasado? —exclamó Yun Yifeng—. ¡Pero yo nunca la he visto antes!

 

Tras pensarlo un momento, se mostró aún más sorprendido:

 

—Hace dos días, Xing’er también dijo que sentía que A’Bi y yo nos parecíamos en ciertos momentos. ¿Y si…?

 

No se atrevió a terminar la frase, porque era prácticamente imposible. A’Bi era hermosa como una hechicera y con solo una mirada cualquiera sabría que no era del Gran Liang. Y Yun Yifeng se suponía que era hijo de Pu Xianfeng—aunque no había pruebas concluyentes sobre ese asunto. Sin embargo, la apariencia no mentía. Yun Yifeng se tiró de la cara con fuerza y preguntó:

—¿Parezco extranjero?

 

—No realmente —Ji Yanran le bajó las manos—. Quizás la persona de su pasado era igual de hermosa, etérea y con una belleza que no parecía humana, como tú. Por eso te agarró. No estoy muy seguro.

 

«¿Hermoso, etéreo y con una belleza que no parecía humana?» Yun Yifeng se sintió encantado.

 

—Elógiame más.

 

Ji Yanran examinó su brazo, que se había puesto rojo por el agarre de A’Bi, y dejó dos besos en las comisuras de su boca:

—No más elogios. Seguiré elogiándote cuando estemos en la cama.

 

Yun Yifeng se divirtió. Le dio un golpecito en el pecho y chasqueó la lengua:

—Su Alteza el Príncipe Xiao… mucho hablar y poca acción.

 

Ji Yanran rodeó su cintura con el brazo y lo atrajo hacia su abrazo. No sabía si reír o suspirar:

—No sabes lo que te conviene. Solo me preocupo por tu cuerpo.

 

—Es precisamente porque sé que te preocupas que, no me atrevo a preocuparme —Yun Yifeng apoyó ambas manos en los hombros de Ji Yanran y alzó una ceja—. Si algún día dejas de preocuparte por mí y decides azotarme todos los días, te prometo que no me opondré y seré dócil.

 

Ji Yanran sonrió y se inclinó para besarlo.

 

Esa tarde, todo el campamento militar se enteró de que Su Alteza se había puesto extremadamente celoso porque la señorita A’Bi había tomado la mano del Maestro de la Secta Yun. Ni siquiera se molestó en volver a la tienda: lo besó en público y hasta hubo rumores de que pensaba azotarlo.

 

Ling Xing’er: “…”

 

Ling Xing’er se plantó con las manos en la cintura:

—¡Eso no está bien!

 

—¿Qué no está bien? ¿De verdad crees en esos rumores? —Yun Yifeng dio un golpecito a Cui Hua con el mango del látigo, indicándole que trotara, de modo que quedó cabalgando junto a Ling Xing’er— Ayer estuve ocupado y no tuve tiempo de ver cómo estabas. Pero dime, ¿qué pasó entre tú y Qingyue?

 

—El Maestro de la Secta recién se acuerda —Ling Xing’er hizo un puchero.

 

Yun Yifeng reconoció su descuido y carraspeó:

—Hagamos esto: independientemente de si fue culpa de Qingyue o no, yo te ayudaré a disciplinarlo.

 

—No es nada grave —dijo Ling Xing’er—. Fue durante el asunto del Mapa Secreto de Zichuan. Todo el Jianghu estaba ocupado cazándote, y no solo mi Hermano Mayor no pensó en cómo ayudarte, ¡sino que quería escribir un aviso absurdo diciendo que habías sido expulsado de la Secta Feng Yu!

 

Yun Yifeng la corrigió primero. Las doncellas no deberían usar palabras como “absurdo”.

 

Luego continuó, confundido:

—Yo le pedí que escribiera ese aviso. Tú debiste haber visto la carta que envié, ¿por qué sigues culpando a Qingyue?

 

—Pero… pero aún había esperanza en ese momento. ¿No podía esperar unos días más? Mira, yo me demoré y demoré, ¡y al final encontré una solución! —Ling Xing’er estaba molesta—. Solo sentí que mi Hermano Mayor parecía que quería… quería…

 

Yun Yifeng completó la frase por ella:

—¿Quería ser el Maestro de la Secta Feng Yu?

 

El silencio de Ling Xing’er le dio la respuesta.

 

Yun Yifeng se echó a reír.

—Eso lo supe hace tiempo. No es algo malo.

 

—¿Cómo que no es algo malo? —replicó Ling Xing’er—. Primero quiere ser el Maestro de la Secta. ¿Y luego qué? ¿Va a traicionarte y matarte? De lo contrario, ¿cómo va a convertirse en Maestro?

 

Yun Yifeng tenía dolor de cabeza. Estaba experimentando las dificultades de criar discípulos, y explicó con paciencia a Ling Xing’er que querer ser Maestro de la Secta y tener ansias de serlo eran cosas muy distintas.

 

Cuando fundó la Secta Feng Yu, lo hizo primero por la Villa Xiao Yao y segundo porque quería un lugar al que llamar hogar y alejarse de Gui Ci. Al final, aunque la expansión fue buena, no logró cumplir lo que realmente deseaba: llevar la secta a nuevas alturas. En cambio, solo arrastraba su cuerpo envenenado para pasar los días. Pero Qingyue era distinto: joven, serio, meticuloso, con planes sólidos para el futuro. También era imparcial cuando la situación lo requería. Aparte de la falta de experiencia, en efecto, sería un mejor Maestro de la Secta.

 

Yun Yifeng continuó:

—Después de todo, cada vez que me pasó algo, Qingyue fue quien siempre arriesgó su vida para protegerme y recorrió todo el Jianghu buscando hierbas medicinales para mí. Si realmente quisiera traicionarme y matarme, ¿por qué se tomaría tantas molestias? Al final, es muy sincero en lo que hace. Solo hizo lo que yo le pedí y tú te enojaste. Incluso te fuiste al Noroeste sin avisarle, dejándolo solo y preocupado.

 

Ling Xing’er se quedó sin palabras, y solo después de un largo silencio, masculló:

—¿No dijiste que, independientemente de si el Hermano Mayor tenía razón o no, lo ibas a disciplinar?

 

—Sí, sí, sí, disciplinar —dijo Yun Yifeng—. ¿Qué te parece esto? Cuando ustedes dos se casen en el futuro, yo solo patrocinaré tu dote. En cuanto a los regalos de compromiso de Qingyue, que se las arregle él solo. No le daré ni una moneda.

 

—¡¿Quién quiere casarse con él?! —Ling Xing’er se sonrojó al escuchar eso y, con un movimiento de las riendas, hizo que su caballo galopara hacia adelante.

 

Ji Yanran intervino desde atrás:

—No pienses solo en la dote de otros, ¿y la tuya?

 

—¿Eh? —Yun Yifeng pensó un momento—. No tendré ninguna. Ya he decidido que no llevaré nada y entraré a tu residencia con las manos vacías. No sirve de nada que no estés de acuerdo, ya está decidido.

 

Ji Yanran sonrió y sujetó las riendas de su caballo.

 

—Hablé un rato con Ye’er Teng. Dijo que, después de que A’Bi regresó, aún no pudo recordar nada. Y luego pidió que, si tú estás dispuesto y lo consientes, quería que Ling Xing’er pasara más tiempo con A’Bi, ya que parecen llevarse bastante bien.

 

—Las doncellas tienen una relación tan cercana que no necesito consentir que pasen tiempo juntas —dijo Yun Yifeng—. Pero por lo que dices, Ye’er Teng sí que trata bien a A’Bi.

 

—La trata como un espíritu de la nieve, un tesoro que los cielos le han regalado —dijo Ji Yanran—. En lo que respecta al Gran Liang, es ciertamente una persona difícil de tratar, pero eso no cambia el hecho de que es un hombre que se preocupa por su mujer.

 

—Antes de conocerte, nunca pensé en mis orígenes —admitió Yun Yifeng—. Pero ¿no te parece extraño? Desde que te conocí, han ocurrido muchas cosas raras. Han aparecido muchas personas, se han revelado muchos incidentes y todos parecen estar conectados con mis orígenes.

 

Era como un viajero hambriento al que de pronto se le ofrecía un banquete suntuoso, sin saber por cuál plato empezar.

 

—Eso se llama destino —dijo Ji Yanran—. ¿Es bueno o no?

 

—Es bastante bueno —sonrió Yun Yifeng—. Poder conocerte fue lo mejor.

 

Li Jun pasó al trote en su caballo y escuchó esa frase empalagosa llena de amor. Rápidamente agitó las riendas y se alejó a toda velocidad.

 

Ji Yanran comentó:

—Es interesante.

 

—Sobre los asuntos pasados entre el Joven Maestro Liao y el Rey Pingle —sondeó Yun Yifeng—, ¿has decidido dejarlos en el pasado tan fácilmente?

 

—Lo que dijo Li Jun fue razonable. Tal vez ese asunto esté o no relacionado con él. Sin más pruebas por ahora, no puedo hacer nada —respondió Ji Yanran—. Pero veo que ustedes dos tienen una relación bastante cercana.

 

—Tiene buen carácter y es bastante inteligente —dijo Yun Yifeng—. Y lo más importante: al Emperador le gustan los jarrones pastel con mariposas de colores pintadas, Su Alteza prefiere los tonos amarillo brillante y verde sauce. ¿Sabes qué le gusta al Rey Pingle?

 

—¿Desde cuándo me gustan esos colores? —replicó el Príncipe Xiao—. Esos los compré para ti.

 

Yun Yifeng: “…”

«Olvídalo, de repente ya no quiero hablar.»

 

—Está bien, está bien. Dime, ¿qué le gusta? —cedió Ji Yanran.

 

Yun Yifeng abrió la palma de su mano y en ella descansaba una gema transparente como el cristal. Era delicada y encantadora, como gotas de lluvia en medio de una tormenta, rocío entre los pétalos de una flor o lágrimas de una belleza. Estaba a punto de explicar el objeto cuando vio que Ji Yanran se lanzaba hacia él de repente.

 

Cui Hua se sobresaltó y se detuvo en seco, alzó la cabeza y relinchó con fuerza. Ji Yanran rodeó a Yun Yifeng con los brazos y rodaron por el suelo. Cientos de flechas salieron disparadas desde la arena como una lluvia densa de metal asesino.

 

Li Jun entró en pánico y exclamó:

—¡Ah!

 

Jiang Lingfei desvió una flecha con un movimiento invertido de su espada y arrastró a Li Jun hacia un lugar más seguro. Al mirar hacia los soldados, ya reinaba el caos: varios heridos y gritos de dolor por todas partes.

 

Todo ocurrió demasiado rápido. Los extremos del grupo apenas tuvieron tiempo de reaccionar cuando la lluvia de flechas cesó. No apareció ningún enemigo, así que probablemente se trataba de un mecanismo oculto en la arena que había sido activado.

 

El médico militar y Mei Zhusong salieron a revisar: las puntas de las flechas estaban impregnadas de veneno. La situación no pintaba bien. Los soldados heridos fueron llevados a recibir tratamiento y Yun Yifeng tiró de Ji Yanran hacia él para revisarlo. Solo cuando se aseguró de que no tenía heridas, se relajó.

 

—¿Por qué Fu Xi colocaría una trampa en un lugar tan aleatorio? —preguntó Ling Xing’er—. Y las flechas no se dispararon en cualquier momento. Lo hicieron justo cuando Su Alteza y el Maestro de la Secta Yun pasaban por allí. No ocurrió nada cuando Ye’er Teng y su grupo de soldados cruzaron, ¿cómo puede no haber alguien controlándolo?

 

El asunto era ciertamente extraño, pero ante la acusación, Ye’er Teng también se mostró confundido:

—Fui yo quien propuso colaborar con Gran Liang. Ahora estamos casi en las colinas áridas, ¿qué beneficio tendría para la guerra si yo fuera quien disparó esas flechas para matar a Su Alteza?

 

«Eso está por verse» pensó Ling Xing’er en silencio. «Bueno, de todos modos no pareces una buena persona.»

 

Tras revisar el mecanismo, Lin Ying frunció el ceño y dijo:

—Su Alteza, este dispositivo parece haber sido instalado hace mucho tiempo.

 

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Ji Yanran.

 

Lin Ying levantó la cabeza y respondió con vacilación:

—Alrededor de la época en que el General Lu aún vivía.

 

Ye’er Teng soltó una risa fría y criticó:

—Después de tanto tiempo revisando, resulta que fueron sus propios hombres quienes lo hicieron.

 

Las puntas de las flechas llevaban el emblema de un lobo negro, símbolo del General Lu. El mecanismo fue cuidadosamente desenterrado y todos vieron que había una grieta reciente en el centro. Según la mayoría de las especulaciones, probablemente fue causada por el constante paso del ejército sobre esa zona, y justo cuando Ji Yanran cruzó, el mecanismo se rompió por completo y disparó las flechas.

 

Lin Ying explicó:

—El General Lu solía combatir en el Noroeste. Quizás en una de sus expediciones dejó este dispositivo por accidente y con el tiempo quedó enterrado bajo la arena.

 

—¿Y el veneno en las flechas? —inquirió Ji Yanran.

 

—Respondiendo a Su Alteza, aunque este veneno causa entumecimiento en las extremidades, no es letal —dijo el médico militar—. Puede curarse, pero requerirá algo de tiempo, unos diez días, supongo.

 

Ji Yanran asintió.

—Entonces les encargaré esa tarea.

 

La batalla aún no había comenzado, pero ya había una docena de soldados heridos por una razón absurda. Ji Yanran se sentía bastante impotente. Aunque este tipo de incidente podía atribuirse a una coincidencia, aun así, envió un grupo de tropas a explorar la zona. Solo después de que se inspeccionara toda la ruta, el ejército continuaría su marcha.

 

Por este motivo, el plan original se retrasó unos días. Pero eso no importaba, porque ahora prácticamente todos los pastores sabían que el Dios Espiritual y el Reino Celestial eran farsas y no se podía confiar en ellos. Al entrar en las colinas áridas, la “protección” del Dios Espiritual desaparecía. Lo único que les esperaba era sentarse a tallar piedras como forma de vida. Los hombres de rostro fantasmal que habían sido enviados tampoco recibieron el trato honorable de embajadores divinos. Se convirtieron en ratas callejeras que todos querían cazar y eliminar.

 

Dentro de las colinas áridas, Hao Meng subió a la plataforma y observó al grupo de personas vestidas de negro que tenía delante. Dijo con frialdad:

—Parece que esto es todo lo que queda de nuestras tropas.