ASOF-86

Capítulo 86: ¡Es un inmortal!

 

※∴※∴※※∴※∴※※∴※∴※※∴※∴※

 

 

Mientras todos se ocupaban en decorar el “Reino Celestial”, Jiang Lingfei tampoco estaba ocioso. Lideró a los más de treinta prisioneros fuera del campamento militar y recorrió varios asentamientos tribales, haciéndose pasar por “discípulos del Dios Espiritual” bajo el mando de la Tribu Bruja de los Lobos Nocturnos, con el objetivo de reclutar más creyentes para Fu Xi. Como eran generosos con los obsequios, hábiles en artes marciales y expertos en fingir lo sobrenatural, el resultado fue notable: en poco tiempo reunieron a varios cientos de personas, y al caminar por los caminos, la comitiva era verdaderamente imponente.

 

Naturalmente, entre los nuevos pastores reclutados, algunos habían oído rumores sobre otro “nuevo Reino Celestial”, pero no lo entendían del todo. Así que se unieron al grupo sin pensar demasiado —aunque en el fondo, no podían evitar sentir miedo: «¿por qué todos los discípulos del Dios Espiritual tienen un rostro más espantoso que el anterior?»

 

Este truco fue mérito de Li Jun. Los hombres enmascarados de la Tribu Bruja de los Lobos Nocturnos solían llevar simples máscaras plateadas. Eran inquietantes, sí, pero no aterradoras. Por eso el Rey Pingle propuso:

—¿Y si los hacemos más horripilantes? Así parecerán verdaderos fantasmas.

 

Yun Yifeng consiguió entonces materiales para maquillaje y transformó a los prisioneros hasta volverlos irreconocibles. Incluso a plena luz del día, su aspecto causaba escalofríos.

 

—¿No asustarán a los pastores? —preguntó Ling Xing’er, preocupada.

 

—No —respondió Yun Yifeng—. ¿No decía ese embustero de Fu Xi que todos nacemos con pecado original? Pues estos, al no haberlo purificado a tiempo, se han convertido en seres que no son ni humanos ni fantasmas. Así es más fácil engañar.

 

Jiang Lingfei juntó las manos y se inclinó con respeto:

—¡Admirable!

 

Y así, en la noche del segundo día del mes, el tercer joven maestro de la familia Jiang caminaba por la estepa con su máscara grotesca, guiando a los pastores.

 

En el cielo colgaba una luna creciente, apenas un brote delgado, pero sorprendentemente brillante. Las nubes eran de un rojo intenso, enroscadas sobre el telón azul oscuro del firmamento. Al soplar el viento, se movían como si una deidad las estuviera tirando de los extremos. Las hojas de hierba estaban cubiertas de rocío, y al pisarlas, mojaban las botas. El clima del noveno mes en el desierto era ya tan frío que calaba los huesos. Cuanto más se caminaba, más se extendía el frío desde las plantas de los pies hasta las pantorrillas, la espalda… todo el cuerpo se volvía rígido. No se caminaba hacia el calor, sino hacia el agotamiento y el cansancio.

 

La comitiva era silenciosa, inquieta, y desordenada. Algunos empezaban a arrepentirse, pero no se atrevían a decirlo. Solo bajaban la cabeza y seguían caminando.

 

Y justo entonces, el viento volvió a soplar, como agujas invisibles que atravesaban la piel.

 

—Señor mensajero… ¿podemos descansar un poco? —al fin, alguien no pudo más y se atrevió a pedirlo en voz alta.

 

En circunstancias normales, ese hombre habría sido encadenado por los enmascarados, acusado de estar poseído por demonios y de intentar sabotear el plan del Dios Espiritual. Lo habrían castigado públicamente. Jiang Lingfei se detuvo, se giró y lo miró con frialdad.

 

El hombre tembló:

—Es que… estamos muy cansados.

 

Los demás no dijeron nada, pero en sus corazones apoyaban al único que se atrevía a desafiar al enviado. También deseaban descansar. Después de todo, llevaban mucho tiempo viviendo en la miseria, y solo cuando el enviado los encontró pudieron comer algo decente. No tenían la fuerza de los enmascarados ni de Jiang Lingfei. Estaban exhaustos.

 

—Caminen —dijo Jiang Lingfei con indiferencia.

 

La comitiva se volvió aún más silenciosa. Las piernas parecían llenas de plomo.

 

Pero el viento trajo consigo algo inesperado: cantos y risas a lo lejos, un contraste absoluto con la atmósfera lúgubre del grupo.

 

—¿Eh? ¿Alguien está cantando?

 

—Sí, es música.

 

—¿Quién cantaría en medio de estas colinas desiertas, y de noche?

 

—Parece que hay mucha gente.

 

Los pastores comenzaron a murmurar entre sí, con una mezcla de inquietud, miedo, curiosidad y asombro.

 

La voz de Jiang Lingfei seguía imperturbable:

—Vamos a ver.

 

***

 

—Maes… —Ling Xing’er sostenía una bandeja de pastelillos junto a la fogata encendida, con el resplandor rojo iluminando su rostro. Iba a ofrecerle uno a Yun Yifeng, pero justo antes de hablar, recordó que estaba fingiendo ser su pareja celestial. No podía delatarse. Se tragó las palabras “Maestro Yun”, pero tras mirarlo largo rato, tampoco se atrevía a llamarlo “esposo”. «¡Demasiado aterrador!»

 

Así que al final, con voz clara y decidida, dijo:

—¡Señor celestial, pruebe esto!

 

Yun Yifeng sonrió:

—La niña ha crecido. Ya sabe lo que es la vergüenza.

 

—¿Qué dice? —Ling Xing’er se sentó a su lado y le ofreció los pastelillos. Bajó la voz—. Por cierto, ya sé en qué se parece la hermana A’Bi a usted.

 

—Ah ¿sí? —preguntó Yun Yifeng.

 

—¡En el aire celestial! —respondió Ling Xing’er—. Cuando no habla, cuando sonríe, cuando se queda pensativa… En fin, en ciertos momentos. Ambos tienen algo etéreo, como si no pertenecieran del todo a este mundo. No sé explicarlo bien. Esas cosas refinadas… mejor que las diga mi hermano mayor.

 

Pero al pensar en su hermano mayor, la expresión de Ling Xing’er se torció. Con enfado, soltó:

—¡Hum!

 

—Tener aire celestial es algo bueno. ¿Por qué ese “hum”? —preguntó Yun Yifeng, desconcertado.

 

—No tiene nada que ver con usted —Ling Xing’er empujó la bandeja hacia él—. ¡Tome, coma!

 

Yun Yifeng se aclaró la garganta, listo para reprender a la pequeña rebelde en su papel de maestro, cuando de pronto se escuchó un canto de ave, claro y agudo, desde el frente.

 

Era la señal acordada. Jiang Lingfei había llegado con los pastores a las cercanías del “Reino Celestial”.

 

La música se volvió más alegre al instante.

 

Ling Xing’er estaba sentada en una plataforma rodeada de hierbas aromáticas, nerviosa como nunca en su vida: era la primera vez que fingía ser un hada celestial. Yun Yifeng yacía a su lado, recostado sobre sus rodillas, su túnica blanca ondeando al viento. Parecía un inmortal errante, salido de una pintura.

 

Los pastores estaban atónitos. No entendían qué estaba ocurriendo. Era como si, tras caminar durante horas en la fría noche, de pronto se encontraran con un lugar lleno de luces, aromas de vino y carne asada que les golpeaban el rostro. Sus estómagos hambrientos comenzaron a rugir.

 

Reconocían vagamente el terreno. «¿No era solo una colina con bestias salvajes? ¿Cómo podía haber aparecido de repente una aldea tan hermosa?»

 

Las tiendas blancas se extendían en fila, decoradas con gemas de todos los colores. Las hogueras ardían en los claros, irradiando calor. Alfombras suaves estaban esparcidas por el suelo, junto a tinajas de vino y platos de carne asada. Quienes disfrutaban de estos manjares vestían ropas elegantes: los hombres eran altos y apuestos, las mujeres bellas y gentiles. Todos reían, cantaban, bailaban, con sus rostros iluminados por el fuego, llenos de dicha.

 

Ling Xing’er murmuró en voz baja:

—¿Por qué nadie levanta la cabeza?

 

—¿Lo ves? —Yun Yifeng se acomodó con gusto sobre las rodillas de Ling Xing’er, hablando con calma—. ¿Qué dije antes? Debería haber traído un guqin. Un par de notas bien tocadas, y todos los ojos se habrían vuelto hacia mí.

 

Ling Xing’er pensó que, si alguna vez tenía la oportunidad, debía hablar seriamente con el Maestro sobre ese asunto.

 

«Tocar en la secta Feng Yu, bueno, se tolera. En la Mansión del Príncipe Xiao, se deja pasar. Pero fuera… ¡no se puede seguir haciendo el ridículo!»

 

Yun Yifeng sonreía con la comisura de los labios levantada, observando lo que ocurría abajo.

 

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Jiang Lingfei.

 

—Somos ciudadanos del Reino Celestial —respondió alguien con voz clara—. Vimos que el lago era cristalino y el paisaje hermoso, así que quisimos reunirnos aquí por una noche. ¿Los hemos molestado? Lo sentimos mucho. Mañana al amanecer nos iremos.

 

—¿Reino Celestial? —al escuchar esas palabras, los pastores se animaron.

 

—¿Es el Reino Celestial del Dios Espiritual? —preguntaron a Jiang Lingfei—. ¿Es así también dentro de las dunas de hierba seca?

 

—No —respondió Jiang Lingfei con frialdad.

 

Uno de los enmascarados intervino:

—¡Insensatos! ¿Cómo puede compararse este falso Reino Celestial, lleno de vino y lujuria, con el verdadero fundado por el Dios Espiritual? El auténtico Reino Celestial está lleno de piedras negras gigantescas que se alzan hasta romper el cielo. Y ustedes, pecadores, deben tallar estelas, cargar columnas, alimentarse con la comida más burda, vestir ropas de arpillera, levantarse antes del amanecer y descansar después de que la luna haya salido.

 

Los pastores se miraron entre sí, confundidos.

 

—No somos un Reino Celestial falso —insistió el hombre de antes, sonriendo—. Pero eso no importa. Están cansados, ¿verdad? ¿Por qué no se sientan a tomar una copa con nosotros? Tenemos demasiada carne asada, no podemos terminarla.

 

Antes de que Jiang Lingfei pudiera responder, los “ciudadanos del Reino Celestial” se acercaron con entusiasmo, tomaron las manos de los pastores y los llevaron junto al fuego. Les ofrecieron el mejor vino y carne, y siguieron cantando con alegría.

 

—¿De verdad vienen del cielo? —preguntó uno de los pastores.

 

—No venimos del cielo —respondió el otro—. El Reino Celestial está en la tierra.

 

Esa frase la había enseñado Yun Yifeng.

 

Los pastores se mostraron aún más curiosos. Los demás se acercaron, murmurando entre ellos:

—¿En la tierra? ¿En esta tierra? Pero… ¿por qué nunca lo hemos visto?

 

—¿Y esta noche qué ha sido? —respondió el hombre, riendo—. El Reino Celestial está en todas partes. Quizá en el futuro vuelvan a verlo.

 

La carne chisporroteaba sobre el fuego, el frío y el hambre se disipaban en esa noche mágica. Los pastores preguntaron con cautela:

—¿Podemos unirnos a su Reino Celestial?

 

—No —el hombre negó con la cabeza—. No se puede unir uno al Reino Celestial. Solo se puede crear por uno mismo.

 

Otra enseñanza de Yun Yifeng.

 

“Crear uno mismo un Reino Celestial” Sonaba lejano, inalcanzable… pero también como una chispa que encendía algo en el corazón.

 

“¡Boom!” La mente se nublaba, la sangre se calentaba.

 

—¿Cómo se crea?

 

El hombre señaló hacia la plataforma elevada.

 

¡Después de pasar medio día bajo el viento helado, el Maestro de la secta Feng Yu por fin tuvo su tan esperado momento estelar!

 

Los pastores alzaron la vista al unísono, siguiendo la dirección de su mirada. En lo alto de la plataforma decorada con lujo, había un hombre y una mujer. Él vestía una túnica blanca como la nieve, recostado de lado, como si ya estuviera embriagado. Ella llevaba un vestido rojo como el fuego, con horquillas doradas en el cabello y brazaletes de jade en las muñecas. El viento hacía volar su falda como llamas danzantes. Ambos eran tan hermosos que no parecían humanos —quizá, en efecto, no lo eran.

 

¿Serían verdaderos inmortales?

 

Los pastores, eufóricos, dejaron de lado el vino y la carne, y corrieron hacia la plataforma.

 

El tercer joven maestro de la familia Jiang, siempre profesional, seguía comiendo junto al fuego, pero no olvidó levantar la voz con tono fantasmal:

—¡Regresen todos, es una orden del mensajero!

 

Naturalmente, nadie le hizo caso. O quizá, nadie lo escuchó.

 

Yun Yifeng se incorporó medio dormido, con expresión confusa:

—¿Quiénes son ustedes?

 

—Somos pastores de esta región —respondió alguien con voz firme—. Queremos unirnos al Reino Celestial.

 

—Regresen —dijo Yun Yifeng, volviendo a recostarse sobre las rodillas de la belleza—. El Reino Celestial no acepta miembros. Nunca ha recibido forasteros.

 

“¡Crack!” El jarro de vino se estrelló contra el suelo. Y con él, se rompió también el sueño de los pastores de entrar al Reino Celestial. El murmullo se apagó, dejando solo un silencio sepulcral y el crepitar de la hoguera.

 

—¿Por qué no se puede entrar al Reino Celestial? —preguntó alguien, sin resignarse—. ¿Cómo hicieron ustedes para entrar?

 

Ling Xing’er respondió:

—Este Reino Celestial es nuestro hogar. Nacimos en él. Si ustedes también desean vivir así, deben encontrar la manera de convertir sus propias tribus en un Reino Celestial.

 

—¿Cómo se hace eso?

 

—Sí, ¿cómo?

 

—¡Enséñennos!

 

Ling Xing’er empujó al hombre recostado sobre sus piernas. «¿Lo escuchaste? ¡Deja de dormir!»

 

Yun Yifeng se incorporó, se estiró con pereza y luego saltó con elegancia al suelo.

 

Ling Xing’er suspiró aliviada. «Por fin se fue. Tenía las piernas entumecidas.»

 

Los pastores lo miraban, retrocediendo instintivamente. Era como si hubiera salido de una pintura… o más aún, como si ninguna pintura pudiera capturar esa mirada de estrella helada, ese semblante frío como la escarcha.

 

—Nuestra tribu también era como la de ustedes —dijo Yun Yifeng, acercándose al fuego y haciendo que todos se sentaran a su alrededor.

 

El tercer joven maestro de la familia Jiang pensaba para sus adentros: «¿Debería buscar algodón para taparme los oídos? Si lo escucho hasta el final, seguro me dejo llevar por la emoción y acabo ayudando a fundar un nuevo Reino Celestial.»

 

—¿Y cómo pasó de ser una tribu común para convertirse en un Reino Celestial?

 

—Con trabajo —respondió Yun Yifeng.

 

La respuesta parecía sencilla, incluso banal. Pero todos guardaron silencio, esperando que continuara.

 

La voz de Yun Yifeng era hermosa, su tono sereno. No gritaba como los enmascarados de Fu Xi, sino que fluía como un arroyo cristalino. «Parecía simple, pero se filtraba directo al corazón.»

 

 

—Nadie nace teniendo todo. Si uno desea riqueza, desea una vida mejor, solo puede obtenerla con sus propias manos. Aunque el noroeste no sea tan fértil como el sur, también puede convertirse en un Reino Celestial ideal. Aquí hay la mejor carne asada, las frutas más dulces, y vinos que no se encuentran en ningún otro lugar. Hacia el sur pueden enviarse al Gran Liang, y hacia el oeste, incluso a países tan lejanos que ni siquiera se han oído nombrar. Y cuando algún día los árboles que combaten la arena se conviertan en bosques, y las rutas comerciales que cruzan de este a oeste se abran por completo, llegarán más personas, más mercancías, las caravanas resonarán con campanas de camellos y risas, cruzándose sin cesar, hasta alcanzar el horizonte.

 

—¿Pero podremos esperar hasta ese día?

 

—Sí —respondió Yun Yifeng—. Tal vez no vivamos para ver crecer un bosque frondoso, pero sí para ver germinar y sobrevivir el primer brote. Quizá no alcancemos a ver caravanas cruzando el desierto como en Jiangnan, pero podemos ser los primeros en abrir camino, dibujar con nuestros pasos el mapa de la ruta occidental para las generaciones futuras. Construir un Reino Ideal es un proceso largo, requiere del esfuerzo conjunto de muchos. Solo así la vida podrá mejorar poco a poco.

 

También habló de otra cosa:

—pronto, el Príncipe del Gran Liang se reunirá con los jefes de las Trece Tribus para discutir seriamente cómo combatir la desertificación y la sequía. Y para los pequeños asentamientos que sufren dificultades, se ofrecerá ayuda concreta.

 

Jiang Lingfei, sentado a un lado, pensaba: «Si algún día no hay sequía ni pobreza… ¿desaparecerá también la guerra? ¿Ya no habrá familias separadas, ni llamas devorando hogares?»

 

Alguien lo empujó con el codo. «¡Te toca!»

 

Jiang Lingfei volvió en sí y gritó:

—¡Tu Reino Celestial requiere trabajo! ¡El nuestro, el del Dios Espiritual, solo exige entregar las posesiones y cargar piedras todos los días! ¡Después de diez u ocho años de trabajo duro, los pecados se purifican y, cuando llegue el fin del mundo, seremos protegidos!

 

Los pastores lo miraban en silencio.

 

—¿Y cómo los protegerá el Dios Espiritual cuando llegue el fin del mundo? —preguntó Yun Yifeng.

 

—¡Con una gran cúpula! ¡Nos cubrirá a todos! ¡Y ustedes, malditos, serán quemados por el fuego!

 

Pastores: “…”

 

 

—¡Todos ustedes están llenos de pecado! —El tercer joven maestro de la familia Jiang se había metido tanto en el papel que ya no podía parar. Total, con la máscara puesta no daba vergüenza. Así que siguió gritando con frenesí— ¡Cuando regresen, no solo tendrán que cargar piedras, sino que el Dios Espiritual los azotará cada día con un látigo empapado en agua salada!

 

Uno de los enmascarados, viendo que era el momento justo, se levantó de golpe, se arrancó la máscara con fuerza y la arrojó al suelo:

—¡¿Qué?! ¡¿También con látigo?! ¡Entonces yo no vuelvo!

 

Los pastores se sobresaltaron. Miraron su rostro con atención. «¿No decían que, por nacer con pecado y no venerar al Dios Espiritual a tiempo, se volvían monstruosos? ¿Y al final… solo era una máscara?»

 

—¡Ay! —se quejó Jiang Lingfei—. ¡No era a ti a quien iban a azotar, eran ellos! ¡Póntela de nuevo, rápido!

 

Pero el enmascarado seguía gritando:

—¡Ya no me importa! ¡Todo el día cargando piedras y matando gente! ¡Hace dos años que no como carne! ¡Ese maldito Dios Espiritual… ya basta!

 

Al escucharlo, los demás enmascarados también se quitaron las máscaras. Los pastores lo entendieron todo de golpe: «Así que el Dios Espiritual… es un fraude.»

 

Solo Jiang Lingfei seguía en su papel, gritando cosas como “¡el trueno caerá del cielo!” y “¡el Dios Espiritual los fulminará!”, tan molesto y agorero que los enmascarados empezaron a perseguirlo para golpearlo y así se fueron corriendo lejos.

 

Los pastores, que habían presenciado toda la escena, quedaron en un largo silencio.

 

—¿Esto es de ustedes? —Ling Xing’er entró guiando unos caballos.

 

—Sí, sí, es nuestro —respondieron los pastores—. Esos hombres dijeron que el Dios Espiritual necesitaba ofrendas, y nos hicieron entregar todo nuestro dinero.

 

—Llévenselo de vuelta. Vivan bien de ahora en adelante, y no se dejen engañar por estafadores —dijo Ling Xing’er—. Ya casi amanece. Nosotros también debemos partir.

 

Los pastores recogieron sus cosas. Antes de marcharse, preguntaron:

—¿Ustedes… son realmente inmortales?

 

—No somos inmortales —respondió Yun Yifeng con una sonrisa—. Pero tenemos comida, ropa, y vivimos como queremos. Ese es nuestro Reino Celestial.

 

«Comida, ropa, paz y alegría.» En el camino de regreso, los pastores no dejaban de pensar: «Si uno puede vivir así… entonces ser inmortal, tal vez no sea tan importante.»

 

El Este ya mostraba una tenue línea blanca. En poco tiempo, el sol saldría.

 

Según el plan, los “ciudadanos del Reino Celestial” ya deberían estar desmontando las tiendas para alcanzar al ejército. Pero aún quedaba un pastor que no se había ido. Era un joven de poco más de veinte años, alto y robusto. Ni siquiera la chaqueta acolchada lograba ocultar los músculos de sus brazos. Permanecía de pie, sin moverse, mirando fijamente a Yun Yifeng.

 

Ling Xing’er pensó: «Estamos perdidos. Nos descubrieron el truco.»

 

 

Tal como temía Ling Xing’er, el joven abrió la boca y dijo:

—Ustedes son del ejército, ¿verdad?

 

Ling Xing’er miró a Yun Yifeng. «¿Qué hacemos? ¿Lo golpeamos y lo llevamos con el anciano Mei, a ver si puede darle una inyección para que olvide todo?»

 

Yun Yifeng, siempre con su aire etéreo, preguntó:

—¿Y por qué dice eso, caballero?

 

—No creo en ningún Reino Celestial. Vengo seguido a estas colinas a pastorear y buscar agua, y nunca he visto dioses —respondió el joven.

 

Yun Yifeng sonrió:

—Si no crees en el Reino Celestial, ¿por qué seguiste a esos enviados divinos hasta las dunas de hierba seca para rendir culto al Dios Espiritual?

 

El joven apretó los dientes y dijo con rabia:

—Mi intención era infiltrarme en las dunas y matar a esos dos bastardos, Hao Meng y Fu Xi.

 

Justo entonces, Jiang Lingfei regresaba con los enmascarados. Llevaba la máscara en la mano, dispuesto a ayudar a recoger las cosas, pero al ver que aún quedaba alguien, se la colocó de nuevo y gritó con voz severa:

—¡Ven conmigo a rendir culto al Dios Espiritual!

 

Yun Yifeng: “…”

 

Ling Xing’er: “…”

 

El joven lo miró con odio en los ojos:

—¡Voy a matar a Fu Xi!

 

Jiang Lingfei: “…”

«Está bien, está bien. Tú mandas.»

 

—Voy a rescatar a mi hermano mayor —añadió el joven.

 

No había forma de dejarlo ir. Yun Yifeng suspiró en silencio, ordenó a los demás que recogieran el campamento, y se sentó con el joven a un lado:

—¿Cómo te llamas?

 

—Me llamo Gegen —respondió—. Mi hermano se llama Bater. Él tampoco cree en el Dios Espiritual.

 

Ambos hermanos vivían con tranquilidad, y gracias a su esfuerzo, incluso se consideraban prósperos. Las palabras del Dios Espiritual no les afectaban en absoluto.

 

Ni siquiera las tomaban en serio.

 

—Pero luego, cada vez más personas abandonaron sus hogares para ir a las dunas —dijo Gegen—. Mi hermano y yo acogimos a cuatro ancianos que habían sido abandonados por sus hijos, porque el Dios Espiritual no necesita a los viejos inútiles. ¡Eso es claramente una estafa! Pero tienen una habilidad increíble para manipular a la gente. No importaba cuánto intentáramos convencerlos, no servía de nada.

 

—Así que tu hermano fingió obedecer, se fue con los enmascarados a las dunas, con la intención de matar a los culpables. Pero nunca volvió, y tú, preocupado, decidiste repetir la estrategia e infiltrarte para rescatarlo —dijo Yun Yifeng.

 

Gegen asintió.

 

—Si fuera tan fácil resolver esto, el Gran Liang no habría tenido que aliarse con las Trece Tribus para enviar tropas —dijo Yun Yifeng—. Has acertado: somos del ejército. Y hasta que esto se resuelva, no puedo dejarte ir.

 

—No me voy —respondió Gegen sin dudar—. Quiero unirme a ustedes. Quiero matar a Fu Xi.

 

—Bien —asintió Yun Yifeng—. Te acepto. Desde ahora, te quedas con nosotros.

 

Jiang Lingfei le dio una palmada en el hombro:

—Felicidades. Ahora empieza a trabajar. Tenemos que partir antes del amanecer.

 

El joven respondió con energía y fue a ayudar a los demás a recoger.

 

—¿Esto cuenta como ayuda caída del cielo? —preguntó Yun Yifeng.

 

—A lo sumo es un guerrero, no un ayudante —dijo Jiang Lingfei—. Pero si su hermano sigue vivo, infiltrado en el nido de Fu Xi, quizá pueda servirnos más adelante. Al menos parece valiente e inteligente, mucho mejor que ese grupo de atrás.

 

Yun Yifeng miró a los más de treinta prisioneros y sonrió:

—Tienes razón.

 

Ya se había discutido antes si enviar a algunos de ellos de vuelta como infiltrados. Pero tras revisar uno por uno, no había ninguno en quien confiar. También se descartó la idea de disfrazar soldados como pastores para infiltrarse en las dunas, porque al entrar, lo primero era tomar una píldora, y nadie sabía qué contenía. Además, una vez dentro, era difícil acercarse a Fu Xi. Primero había que pasar meses tallando piedras antes de ser enviados a la formación de rocas o entrenados como enmascarados.

 

Visto así, aquel valiente Bater… tal vez sí pueda ser de ayuda.