•※ Capítulo 74: Un
visitante inesperado.
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Ese
frasco de Jilian, al abrirse, desprendía un aroma suave y dulce. La decocción
resultante era ligera, fresca y con un regusto agradable. Si se le añadía una
cucharada de miel, se convertía en una bebida veraniega perfecta para calmar la
sed. No había comparación posible con las pociones de Gui Ci: esto era
infinitamente más delicioso.
Hablando
de Gui Ci, hacía ya un tiempo que no se le veía. Para Ji Yanran, aquello
resultaba inesperado. Conociendo su carácter, pensó que se presentaría en Wang
Cheng en cuanto tuviera noticias. Pero los espías informaron hace dos días que
parecía haber vuelto a embarcarse.
—Tal
vez otro noble importante fue a buscar tratamiento a la Isla Perdida —comentó
Yun Yifeng, removiendo la miel con la cuchara—. No le falta dinero, pero está
obsesionado con la fama y la admiración. En cierto modo, es buena señal. Si
hasta él cree que no voy a morir pronto, es que realmente puedo respirar
tranquilo.
—Este
té de Jilian te ha devuelto el color al rostro —dijo Ji Yanran—. Mi hermano ya
ha enviado regalos a las praderas. Cuando tenga tiempo, iré personalmente a
agradecerle al anciano.
—¿Cómo
se llama?
—Cuando
lo salvé de una manada de lobos, pensé que era solo un anciano común, así que
lo llamé Akun, que en dialecto significa “tío” —explicó Ji Yanran—. Pero ahora
que hemos intercambiado cartas, supe que se ha dado un nombre al estilo del
interior: Mei Zhúsong.
Los
pueblos de las praderas son hábiles en la equitación y el tiro con arco, beben
con gusto y actúan con franqueza. Que alguien allí se pusiera un nombre tan
refinado como “los tres amigos del invierno” era realmente poco común. Debía de
ser un personaje interesante.
Yun
Yifeng asintió.
—Yo
también debo agradecerle al señor Mei.
Después
de verlo terminar la medicina, Ji Yanran regresó a la habitación y sacó de un
armario un pequeño frasco de ungüento refrescante. Era una pomada especial del
Hospital Imperial, famosa por una historia de la dinastía anterior: una
concubina favorita sufrió quemaduras en el rostro por culpa de las brasas. De
la noche a la mañana cayó en desgracia, su palacio se convirtió en un rincón
olvidado, cubierto de telarañas, y fue humillada durante tres años. Hasta que
su familia encontró este remedio entre la gente común. Tras aplicarlo, no solo
desaparecieron las cicatrices, sino que su piel se volvió aún más blanca y
tersa que antes. El emperador quedó tan hechizado que abandonó los asuntos del
Estado, construyó torres de jade y casas doradas para ella, cubrió el suelo con
alfombras de lana fina… y en menos de un año, perdió el reino.
La
historia tenía de todo: tragedia, frivolidad, esperanza, lujo… y algo difícil
de definir.
Yun
Yifeng reflexionó un momento.
—¿De
verdad funciona tan bien?
—Eso
dice el médico imperial —respondió Ji Yanran, aplicando la pomada con cuidado
sobre su espalda—. ¿Sientes frío?
—Un
poco, pero no importa —Yun Yifeng se recostó sobre las almohadas, dejando al
descubierto su espalda blanca como el jade. La curva de la cintura se hundía
suavemente, y más abajo, todo quedaba oculto bajo la ropa ligera de verano,
dejando solo una silueta delicada y armoniosa.
Ji
Yanran cerró el frasco y se acomodó junto a él en el diván, rodeándolo con el
brazo, abrazando esa cintura delgada y suave. El incienso en la habitación era
agradable. Yun Yifeng, tumbado, empezó a sentir sueño. Cerró los ojos, y la
peineta de jade que sujetaba su cabello se deslizó y cayó al suelo con un
“clac”. Su melena negra se derramó como agua, fresca y sedosa.
La
sirvienta que venía a servir el té levantó con cuidado el cortinaje de cuentas.
Al ver a los dos recostados en el diván, hablando en voz baja y riendo con
familiaridad, se sonrojó al instante y se retiró apresuradamente, con el rostro
encendido de vergüenza.
El
sol abrasador hacía que el aire del patio se impregnara de un calor húmedo con
aroma a hierba fresca. Los capullos de las flores estaban mustios, y hasta el
canto de las cigarras se oía débil. Dos gatos se habían acurrucado bajo la
sombra de la roca ornamental, dormían cabeza con cabeza, como si el mundo
entero se hubiera sumido en un sopor profundo.
Así
transcurrieron los días, tranquilos y apacibles, por más de un mes.
Durante
ese tiempo, ocurrieron varios hechos importantes.
El
primero fue que el maestro Yun finalmente logró aprender aquella melodía sin
nombre. Aunque la digitación seguía siendo torpe y el sonido algo entrecortado,
comparado con su estilo anterior —tan salvaje como el de una hechicera tocando
el laúd—, el progreso era notable. La Emperatriz viuda estaba encantada, lo
alababa ante todo el mundo, y hasta el cocinero de la Mansión del Príncipe
Xiao, entusiasmado, preparó codillos estofados durante diez días seguidos para
celebrar.
El
segundo acontecimiento fue que los hombres del Jianghu por fin hallaron la
tumba del Rey de Chang’an, tan largamente buscada. Días atrás, Jiang Lingfei
llevó las joyas y el manual de esgrima hasta la cima del pico Changying, los
escondió en una cavidad en el techo de la cueva, y ordenó a Qingyue que
divulgara la noticia. Así, atrajo a todos a una nueva expedición, que esta vez
sí dio frutos. Aunque el tesoro no era tan abundante como se había imaginado,
sí contenía piezas valiosas, lo que demostraba que la información de la secta
Feng Yu era correcta. La búsqueda anterior había sido demasiado descuidada, sin
considerar que en el techo de la cueva pudiera haber mecanismos ocultos. Como
líder de la Alianza, Li Qinghai asumió la responsabilidad y fue personalmente a
disculparse con la secta Feng Yu. Aunque Yun Yifeng no se encontraba allí, al
menos se hizo el gesto adecuado.
El
tercer hecho fue que el Gran General del Norte, Liu Shaocheng, logró recuperar la
caja descrita en el Mapa Secreto de Zichuan, en el templo Mingya. El viejo
monje que barría aún recordaba aquel episodio: un hombre corpulento pero
enfermo, cubierto de heridas, había vivido allí por un tiempo, aunque luego
desapareció sin dejar rastro.
—¿Qué
hay dentro de la caja? —preguntó Yun Yifeng.
Ji
Yanran partió una nuez, extrajo el fruto y se lo ofreció.
—La
caja está en manos de mi hermano mayor. Parece que no tiene intención de
invitarme a verlo.
Yun
Yifeng soltó un suspiro lastimero. No le interesaban las venganzas nacionales
ni los odios familiares, pero sí sentía curiosidad por los objetos que pudiera
haber dejado aquel hombre que tal vez era su padre. Aunque, viendo cómo estaban
las cosas, parecía que no tenía esperanzas de verlos.
—Quizá
algún día, cuando tú y yo ya no representemos amenaza alguna para el poder
imperial, mi hermano mayor nos lo cuente —dijo Ji Yanran—. Bueno, no pensemos
en eso. Estos días la ciudad está muy animada. Esta noche hay banquete en
palacio imperial. ¿Quieres ir a alguna parte a mezclarte con la fiesta?
—No
quiero ir a ninguna parte. Solo quiero quedarme tranquilo en casa —Yun Yifeng
se apoyó en la frente con una mano—. Ayer fui al palacio imperial, anteayer al
restaurante Shizi, y el día anterior ayudé a la tía Yu a encurtir varios
tinajones de verduras. Estoy molido.
La
infusión Jilian tenía efectos medicinales excelentes. Bastaba con beberla a
diario como si fuera té y realmente ya no tosía ni se quedaba sin aliento, ni
sufría esos repentinos escalofríos o palpitaciones. Incluso se ahorraba los
baños medicinales, tan agotadores. Podía montar en secreto al Dragón de Hielo
Volador y salir de la ciudad a dar una vuelta, regresar antes de que el Príncipe
Xiao volviera a casa, atar el caballo en el establo, bañarse, cambiarse de ropa
y tumbarse en el diván con un libro en las manos, fingiendo que estudiaba con
dedicación.
Ji
Yanran se llevó una mano a la frente, algo desesperado.
—¿Con
qué lógica crees que los sirvientes no me van a contar?
Yun
Yifeng se cubrió la cara con el libro, fingiendo no haber oído nada.
«Con
toda la razón del mundo. Y con todo el descaro también».
El
clima en Wang Cheng durante el verano podía cambiar tres veces al día. Por la
mañana brillaba el sol, por la tarde caía un aguacero torrencial. El cielo se
oscurecía como si fuera de noche, y los truenos y relámpagos rugían con tal
fuerza que parecía que iban a arrancar el techo.
—En
la ciudad Chunlin nunca llueve así —comentó Yun Yifeng, de pie bajo el alero,
observando cómo los granizos y las gotas de lluvia, grandes como frijoles,
golpeaban el suelo formando charcos de barro—. Este viento parece embrujado. Da
escalofríos.
Justo
entonces, Wu Suosi entró corriendo bajo la lluvia.
—Su
Alteza, Maestro Yun.
—¿Por
qué no traes paraguas? —frunció el ceño Ji Yanran—. ¿Ha pasado algo?
—No
exactamente —Wu Suosi se sacudió el agua de las mangas y bajó la voz—. Acaba de
llegar el Rey de Pingle. Se espera que mañana entre en palacio.
El
Rey de Pingle, es decir, el segundo príncipe Li Jun, fue quien ordenó abrir
antes de tiempo las compuertas del río Baihe, causando la muerte de Liao Han.
Ji Yanran lo odiaba con tal intensidad que hasta le dolían las muelas. Había
planeado eliminarlo en cuanto se presentara la oportunidad, pero no esperaba
que el propio Li Jun viniera a buscarlo.
La
recepción en palacio no era una gran festividad, solo una reunión informal con
algunos miembros de la familia imperial que vivían cerca, acompañados de sus
esposas e hijos. Li Jun, que residía desde hacía años en la región de Jin,
sabía perfectamente que Ji Yanran estaba en Wang Cheng y aun así había viajado
miles de li para presentarse. Decir que venía solo a beber una copa era,
evidentemente, poco creíble.
—Con
razón el clima está tan horrible —comentó Yun Yifeng—. Hasta el cielo lo
encuentra desagradable.
—¿Tú
qué opinas? —preguntó Ji Yanran.
—No
entiendo mucho de intrigas imperiales —respondió Yun Yifeng—, pero por lo que
el Emperador te ha contado, ese Rey de Pingle parece muy aferrado a la vida.
¿No será que se enteró de que el Mapa Secreto de Zichuan ya fue encontrado, y
al saber que perdió su amuleto de protección, vino corriendo aquí antes de que
tú regreses al noroeste, con la esperanza de conseguir otra oportunidad para
salvarse?
Después
de todo, el camino de Wang Cheng a Yan pasa por Dayuan, en la región de Jin,
donde reside Li Jun. Conociendo el estilo del Príncipe Xiao, no sería raro que
aprovechara el paso para eliminar a ese rey sin poder ni afecto imperial.
—Tiene
bastantes informantes en la corte imperial —Ji Yanran negó con la cabeza—. En
fin, mañana entraré al palacio a ver qué ocurre. Luego decidiremos.
La
aparición repentina de ese personaje parecía haber cambiado hasta el olor de la
lluvia veraniega que caía en el patio.
Cuando
Wu Suosi se marchó, Yun Yifeng preguntó:
—¿Estás
molesto?
—No
tanto. Solo estoy pensando en el propósito de su visita —Ji Yanran se frotó las
sienes, fastidiado—. Por una simple mención del Mapa Secreto de Zichuan, mi
hermano lo protegió en secreto durante tantos años. Ahora espero que no
aparezca otro secreto que le permita vivir diez años más.
—Se
inventó que conocía el mapa, y al final fuimos nosotros quienes lo encontramos.
No te preocupes. Si vienen soldados, los enfrentamos; si viene agua, levantamos
muros —Yun Yifeng lo tomó del brazo y lo llevó al dormitorio—. Ven, te mostraré
algo interesante.
Sacó
de un armario una caja de madera. Al abrirla, reveló los artilugios del
suroeste que había encontrado en la bóveda privada.
—Cuando
los desmonté, me fui de inmediato a Yongle a buscarte. Desde entonces, estos
cachivaches habían quedado tirados por ahí. Hace dos días me acordé de ellos y
los llevé al carpintero de la ciudad. Le pedí que los mejorara sobre la base
original.
El
antiguo mecanismo de disparo, grande y pesado como un arco, se había
transformado en un pequeño dispositivo oculto que podía llevarse en la muñeca.
Aunque el ancla de hierro era algo más corta y delgada, su potencia seguía
intacta.
—Además,
el coste de fabricación es muy bajo. El ancla de hierro puede sustituirse por
agujas venenosas, más ligeras y económicas —explicó Yun Yifeng—. Si cada
soldado del campamento del Dragón Negro lleva uno, aunque el alcance sea
limitado, al menos podrían usarlo para defenderse en momentos críticos. Claro
que antes habría que entrenarlos, no vaya a ser que se hieran entre ellos por
accidente.
—¿Solo
para el campamento Dragón Negro? —Ji Yanran apoyó la barbilla en su hombro y
empezó a frotar juguetonamente la nuca blanca como la nieve—. ¿No quieres
compartir con las demás tropas? Liu Shaocheng está en Wang Cheng. Si se entera
de que me guardo cosas, seguro que viene a hacer un escándalo en mi residencia.
Yun
Yifeng se apartó, entre divertido y exasperado.
—Estoy
hablando en serio… ¡No te muevas!
—Yo
también hablo en serio. Algo tan útil no puede quedarse solo en el campamento
del Dragón Negro. Mañana, cuando entre al palacio imperial, me lo llevo para
que mi hermano emperador lo vea —Ji Yanran lo rodeó por la cintura y lo atrajo
hacia sí—. Considera el bienestar de los soldados, diseña armas ocultas, y
encima piensa en ahorrar dinero para su esposo. Mi querido Yun… ¡Hiss! ¡Ay! ¡ay!
¡vale! ¡ya no diré nada!
Todo
estaba bien con él, salvo que tenía demasiada fuerza. Cuando daba una patada,
dolía de verdad.
Y
desde que el Jilian le había restaurado la salud, era aún más impresionante.
Cuando lanzaba un golpe con la palma, el aire silbaba. Por muy hábil que fuera
el Príncipe Xiao, no le quedaba más remedio que correr a esconderse detrás de
una columna.

