•※ Capítulo 66: Archivos antiguos.
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Ji
Yanran lideró las tropas rumbo a la prefectura de Yongle, mientras que Yun
Yifeng se trasladó temporalmente al palacio imperial, por lo que, naturalmente,
la Mansión del Príncipe Xiao se volvió más silenciosa. Sin los constantes
llamados de Jiang Lingfei de “Madrina esto…” y “Madrina aquello…”,
los oídos de la Emperatriz Viuda finalmente dejaron de zumbar, aunque le
resultaba difícil no preocuparse con cada día que pasaba. Por suerte, la tía Yu
venía a visitarla con frecuencia y aunque sus identidades eran muy distintas,
podían hablar de casi cualquier cosa, lo que le ayudaba a pasar el tiempo.
—Circulan
rumores afuera sobre Su Alteza y el Maestro de secta Yun —sondeó con cautela la
tía Yu—. ¿Su Alteza está al tanto?
—No
estoy senil —replicó la Emperatriz Viuda mientras cortaba otra rama en el
jardín—. Pero también está bien así.
La
tía Yu se quedó algo sorprendida. «¿Está bien así?»
Aunque
el Maestro Yun era apuesto, elegante y parecía tan inalcanzable como un
inmortal, seguía siendo un hombre, después de todo. Los rumores hablaban de que
eran “compañeros de cultivo”, y la gente los envidiaba, pero aquello iba
en contra de todo sentido común. Viéndolo desde una perspectiva más práctica,
¿qué anciano no deseaba tener nietos? ¿La Emperatriz Viuda realmente no quería
persuadir a su hijo?
—Después
de vivir tanto tiempo en el Palacio, he visto muchas cosas —la Emperatriz Viuda
se enjuagó las manos—. Yanran no sigue las reglas y le gusta desafiar la
ortodoxia; ni siquiera le importa formar una familia o tener hijos. En lugar de
traer una época de paz, eso ha provocado críticas por parte de los cortesanos y
del pueblo… Además, me agrada la personalidad de Yun’er. Mientras cuide bien de
su salud y ambos puedan vivir tranquilos, no tengo nada más que pedir.
—Eso
también es cierto —la tía Yu la ayudó a sentarse—. ¿Qué han dicho los médicos imperiales
en estos últimos dos días?
—Su
condición sigue igual, ni mejora ni empeora —suspiró la Emperatriz Viuda y
continuó—: Con el mapa por ahí, no es buen momento para que entre al palacio
imperial, por miedo a despertar las sospechas del Emperador. Solo puedo esperar
que Yanran y Lingfei regresen pronto.
La
tía Yu frunció el ceño, confundida.
—No
es como si tuviéramos motivos ocultos. ¿Ni siquiera se nos permite visitar al
Maestro Yun?
—Naturalmente
que podemos, el Emperador no nos lo impedirá. Pero ¿y si alguien más logra
descifrar el mecanismo de la caja y abrirla? —explicó con paciencia la
Emperatriz Viuda—. Fue Yun’er quien decidió mudarse al palacio imperial para
disipar cualquier sospecha. Estos asuntos son demasiado complicados y hablar de
ellos me frustra.
—Entonces
no hable más de eso —la consoló la tía Yu—. Escuché que el viaje de ida y
vuelta a la prefectura de Yongle toma unos veinte días. Su Alteza regresará
pronto.
La
Emperatriz Viuda emitió un sonido de acuerdo, pero sus cejas seguían fruncidas
por la preocupación. Aunque el trayecto completo solo tomaba veinte días, aún
quedaba la búsqueda de la caja en las montañas, y nadie sabía cuánto tiempo
tomaría. Después de todo, el Pico Changying era extremadamente empinado y el
terreno peligrosamente desafiante. A un joven común le costaría incluso
escalarlo.
***
—Este
viaje sí que es emocionante —comentó Jiang Lingfei, sentado sobre un árbol
mientras golpeaba sus piernas—. Nos hemos cruzado con al menos veinte sectas
grandes y pequeñas del Jianghu en el camino.
—Parece
que la Conferencia de Artes Marciales de este año goza de gran prestigio —dijo
Ji Yanran—. ¿Por qué? ¿La familia Jiang no va a asistir?
—La
familia Jiang desafió al líder de la Alianza de Artes Marciales por su puesto y
perdió. Ahora mismo quisiéramos dibujar un círculo y maldecirlo día tras día,
¿cómo vamos a presentarnos allí? —Jiang Lingfei negó con la cabeza—. Además, no
hay nada interesante en esa conferencia. Solo es un montón de mediocres
peleando entre sí y encima se sienten muy orgullosos por ello. Les falta un
tornillo, ¿no crees? Solo los que son como el Maestro Yun, que evitan asistir a
esa farsa cada año, son los verdaderamente inteligentes.
Las
palabras apenas habían salido de su boca cuando unos cuantos carruajes más
pasaron por la carretera oficial. Detrás de ellos, seguían varias docenas de
discípulos jóvenes vestidos con túnicas de patrón nuboso, charlando y riendo
con aire relajado y despreocupado. Sin embargo, sus figuras gritaban agilidad.
Sus pasos no dejaban huella, como si sus pies fueran llevados por el viento o
las olas. Era evidente que su energía interna era fuerte. Tal como había
mencionado Yun Yifeng, quienes podían escalar la montaña Guangming eran todos
practicantes de primer nivel. Solo personas como el Tercer Joven Maestro de la
familia Jiang, que no se preocupaban por los asuntos familiares y despreciaban
a sus hermanos ricos que vagaban sin rumbo todo el día, se atrevían a
difamarlos a sus espaldas.
Entre
los artistas marciales del Jianghu, había muchos hábiles maestros confiables y
altamente capacitados.
***
En
el palacio imperial, el eunuco Desheng abrió la puerta del tesoro y dijo con
una sonrisa:
—El
Maestro de secta Yun, el Emperador ha ordenado que puede tomar lo que desee.
—¿Cómo
podría hacer eso? Sería inaceptable —respondió Yun Yifeng con falsa cortesía.
Girando
la cabeza, se adentró en la bóveda personal del Emperador y examinó
minuciosamente cada objeto. Se sentía tan feliz que no quería irse jamás.
El
antiguo guqin seguía allí. Esta vez, sin nadie que lo regañara, se sentó
tranquilamente frente al escritorio y comenzó a tocar el instrumento durante
largo rato, lo que mejoró considerablemente su estado de ánimo. Al terminar de
tocar, recordó la silla hecha de huesos humanos, así que se adentró para
buscarla y, para su desilusión, ya no estaba allí.
«Qué
lástima. Verás, una cosa tan buena y ya se la habían llevado. Debería haberla
traído a la Mansión del Príncipe Xiao la última vez».
El
viejo eunuco Desheng asomó la cabeza por la puerta con curiosidad y preguntó:
—Maestro
de secta Yun, ¿qué está buscando? ¿Necesita que alguien lo ayude?
—No
es nada —respondió Yun Yifeng, sacudiéndose las mangas. Al ver una pila de
madera sobre el estante, la agarró.
Como
resultado, miles de flechas se dispararon al instante.
Flechas
reales, con puntas de acero extremadamente afiladas y plumas tan rígidas que
brillaban con un resplandor frío al salir disparadas.
El
viejo eunuco Desheng solo vio una figura blanca lanzarse hacia él y gritó,
horrorizado:
—¡AAAAHHH!
Yun
Yifeng lo agarró por el cuello y saltó hacia un árbol.
¡Whoosh!
¡Whoosh!
Las
flechas salieron como relámpagos y atravesaron limpiamente el tronco del árbol.
Los
dientes del eunuco Desheng castañeaban y su rostro regordete había perdido todo
el color.
—Q-q-quién
se atreve. Q-q-quién es esta persona que quiere perder la vida. ¿Cómo se le
ocurre a alguien poner un a-a-arma oculta ahí?
Yun
Yifeng lo ayudó a recuperar el aliento. «Está bien… tú estás bien».
Los
sirvientes encargados de mantener la bóveda estaban conmocionados, asustados y
agraviados. Comenzaron a confirmar sus paraderos entre ellos y a recordar los
eventos de aquel día, hasta que finalmente descubrieron al verdadero culpable.
La última vez que el Príncipe Xiao había venido a escoger algo, había sacado
casualmente esa maldita arma oculta. Antes de que pudiera volver a colocarla
tras juguetear con ella, el Maestro de secta Yun había empezado a tocar el
guqin.
Yun
Yifeng: “…”
El
eunuco Desheng se apresuró a mediar la situación:
—La
interpretación del Maestro de secta Yun debió ser tan celestial que Su Alteza el
Príncipe Xiao quedó embelesado y se olvidó por completo. Como debe ser.
—¿De
verdad? —preguntó Yun Yifeng.
El
eunuco Desheng lo afirmó con total convicción:
—¡Por
supuesto!
Yun
Yifeng sacó tranquilamente unos trozos de plata rota y le invitó unas copas a
Desheng para compensar el incidente. En cuanto al mecanismo del arma oculta,
fue colocado en otro lugar, por si aún quedaban flechas sin disparar que
pudieran herir a alguien.
El
viejo eunuco Desheng soltó una carcajada y preguntó:
—¿El
Maestro de secta Yun quiere volver a la bóveda dentro de dos días?
—Ya
no iré —respondió Yun Yifeng—. Estaré ocupado ordenando el estudio del Príncipe
Xiao.
Claro
que dijo que iba a ordenar el lugar, pero en realidad quería revisar todo lo
que había allí. Apilados en los gabinetes estaban los libros que Ji Yanran
había usado de niño, dibujos que había hecho, palabras que había escrito y
cientos de páginas de textos que tuvo que copiar como castigo. Algunos trazos
eran cuadrados, otros redondeados; parecía como si todas las doncellas y
eunucos del palacio imperial hubieran colaborado en escribirlos, y nadie sabía
cómo lograron pasar la inspección.
En
el estante más bajo del gabinete había un montón de libros de cuentos antiguos,
todos con historias extrañas. Relatos sobre cultivación y el Jianghu. Cada
página estaba llena de descripciones de peleas y asesinatos. Tal como había
dicho Li Jing, desde pequeño Ji Yanran había sido extremadamente desobediente y
descuidado con sus deberes, lo que frustraba a muchos.
Yun
Yifeng cargó el montón de libros y encontró un cojín suave para sentarse,
dispuesto a hojearlos todos. El sol entraba a raudales por la ventana,
calentándole todo el cuerpo. La camada de gatitos del patio se deslizó dentro
de la habitación, maullando mientras se trepaban a su regazo, se volteaban
panza arriba y se quedaban dormidos.
Cada
libro estaba lleno de anotaciones desordenadas. Algunas eran extensas, otras
parecían solo una mancha de tinta con un trazo final que cruzaba la página. Lo
único que faltaba en toda esa escena era un charco de saliva. Yun Yifeng se
recostó contra la pared, ladeó la cabeza y comenzó a hojear los libros
lentamente. Examinó cada trazo de cada palabra como si lo hubieran transportado
de vuelta al aula de aquel año. Ese adolescente arrogante que daba dolores de
cabeza a todos.
«¿Cómo
era en aquel entonces? ¿Causaba problemas sin pensar en las consecuencias o
tenía en cuenta a su profesor y se contenía un poco?»
Mientras
pensaba en ello, los labios de Yun Yifeng se curvaron inconscientemente en una
sonrisa, y su corazón se llenó de amor y alegría. Él no tuvo infancia. Pero en
esa tarde de verano, a través de esos libros viejos y amarillentos, logró
sentir muchas de las alegrías de la niñez. Era como si una mano invisible lo
guiara mientras experimentaba en silencio el paso de las estaciones en el palacio
imperial. Aunque incompleta, esa sensación le parecía plena.
El
sol comenzaba a ponerse por el oeste. Después de despertar de sus siestas y
bostezar, los gatitos lo amasaron con sus suaves almohadillas.
—¿Tienen
hambre? —sonrió Yun Yifeng y los recogió con una mano.
Originalmente
había querido ir a la cocina a ver si quedaba algo de carne picada, pero de
pronto sintió que el mundo frente a él giraba violentamente. Extendió los
brazos al azar, buscando una mesa para sostenerse. En su lugar, empujó una
tetera al suelo.
El
sonido del objeto al caer sobresaltó a los sirvientes y guardias del palacio imperial
que vigilaban desde afuera.
Li
Jing corrió al escuchar el alboroto. El médico imperial ya había terminado el
diagnóstico y se inclinó para informar:
—Su
pulso… su pulso está estable, así que no debería haber ningún problema grave.
Pero tratándose de este tipo de veneno misterioso del Jianghu, creo que sería
mejor que el médico divino Gui Ci lo examine.
—¿Ya
se ha desmayado y lo único que pudiste hacer fue tomarle el pulso? —Li Jing
estaba sumamente insatisfecho.
El
médico imperial se secó el sudor frío:
—S-sí,
este humilde sirviente ha sido inútil.
Sin
embargo, realmente no sabía cuán más “útil” podía ser. Así que la espalda, que
había mantenido erguida durante los últimos dos días gracias al éxito con el
ungüento, volvió a encorvarse de inmediato. En esa posición, parecía una
berenjena marchita. Solo rezaba internamente para que Su Alteza el Príncipe
Xiao regresara pronto, ya fuera con el Ganoderma Lucidum de sangre o
simplemente para llevarse a esa persona.
Por
suerte, Yun Yifeng se recuperó muy rápido. Ya para la mañana siguiente podía
pasear por todo el jardín imperial e incluso ayudó a un eunuco a rescatar una
camada de cachorros heridos que se había escondido bajo la rocalla. Li Jing no
sabía si reír o llorar al enterarse y pidió al eunuco Desheng que lo invitara
al estudio imperial para mostrarle personalmente su preocupación.
—¿De
verdad se siente mejor ahora? —preguntó.
—Me
acosté demasiado tiempo en el suelo ayer, así que me mareé al levantarme. Pero
ahora me siento mucho mejor —respondió Yun Yifeng.
—Pero
aun así no debe descuidarse —Li Jing le hizo señas para que se sentara—.
¿Debería pedirle a Gui Ci que venga al palacio a revisarlo?
—¿Pedirle
que venga al palacio imperial? Aparte de gritar hasta quedarse ronco
preguntando por el Ganoderma Lucidum de sangre, no sirve para nada más y solo
me va a fastidiar —replicó Yun Yifeng—. Tranquilo, Su Majestad, sé cuáles son
mis límites.
Al
verlo tan seguro de sí mismo, Li Jing no insistió. Pidió al eunuco Desheng que
trajera un montón de pergaminos con los registros de Lu Guangyuan y Pu Chang de
aquel año.
Yun
Yifeng se sorprendió ligeramente. Pensaba que todo eso había sido quemado y
destruido tras la batalla en Ciudad Heisha.
—Registran
todas las batallas, grandes y pequeñas, en las que participaron. Se consideran
los archivos completos de la vida del ejército Xuanyi —dijo Li Jing—. Si el
Maestro de secta Yun está interesado, puede llevárselos para leerlos.
Aunque
Li Jing quería ganarse su favor con ese gesto, había una parte de él que
sinceramente deseaba que Yun Yifeng conociera más sobre la historia de su
propio padre. En cuanto a las verdades ocultas en la caja del Pico Changying,
ya no importaban. Había decidido seguir la voluntad de su Padre Imperial:
quemarlo todo y dejar que los secretos permanecieran como estaban.
Yun
Yifeng regresó a sus aposentos con la pesada caja. Su corazón latía con fuerza.
Primero se lavó las manos con esmero, luego encendió un incienso de fragancia
suave y, con devoción, abrió la primera página.