TFGL EXTRA 2

 

Extra 2: Concurso de poesía: Shan Yunze y Mu Qingshan

 

¡Realmente no hicimos nada!

*Este extra se ubica en tiempo cerca del capítulo 100*

 

El sol del mediodía caía abrasador, haciendo que hasta los árboles del patio parecieran decaídos por el calor. Mu Qingshan salió de la oficina contable, se estiró con fuerza y sintió un leve mareo.

 

—Joven maestro Mu —un sirviente se acercó justo a tiempo con un cuenco de medicina—. Ayuda a abrir el apetito y aliviar el calor. El líder de la fortaleza Shang pidió expresamente que se la tome toda.

 

Al ver el líquido marrón en el cuenco, Mu Qingshan frunció el ceño. Respiró hondo varias veces y, finalmente, se armó de valor y lo bebió de un trago.

 

Ácido y amargo.

 

—El líder de la fortaleza Shang está en el salón principal hablando con el jefe Liu de la escolta —añadió el sirviente—. Será mejor que el joven maestro Mu descanse en su habitación. Hoy hace demasiado calor, y parece que pronto habrá tormenta.

 

Mu Qingshan se sentía somnoliento, pero recordó que Shang Yunze le había dicho que quería hablar con él de algo. Así que decidió ir al salón principal para ver qué estaban conversando con ese tal jefe Liu, que llevaba tanto rato allí. Nunca había oído hablar de él antes.

 

La residencia de la Fortaleza Teng Yun era enorme. Desde la oficina contable hasta el salón principal había un buen trecho. Al borde del camino, un joven de unos trece o catorce años estaba agachado, dibujando círculos en el suelo por aburrimiento y observando cómo las hormigas se mudaban de lugar.

 

—No eres discípulo del fuerte ¿verdad? —Mu Qingshan lo encontró desconocido, así que no pudo evitar preguntar.

 

—Vine con el jefe Liu. Él está hablando con Lord Shang —respondió el joven, dejando caer el palo que tenía en la mano—. Yo no tengo nada que hacer, así que salí a tomar aire.

 

—Con razón —Mu Qingshan se agachó a su lado—. ¿Ha pasado algo nuevo en el Jianghu?

 

—No exactamente —respondió el joven—. Pero nuestra escolta pronto hará un viaje que pasará por la montaña Yanyun. Ese lugar tiene ciertos... detalles difíciles de explicar, así que queríamos pedirle a Lord Shang que nos eche una mano.

 

—Ya veo —Mu Qingshan asintió—. ¿Hay bandidos en la montaña Yanyun?

 

—No son bandidos, pero tampoco son mucho mejores —al mencionar el tema, el joven adoptó una expresión misteriosa y lo empujó con el codo—. ¿No has oído hablar de eso, siendo de la Fortaleza Teng Yun?

 

—¿Oír hablar de qué? —Mu Qingshan estaba confundido.

 

—¡De la historia entre Lord Shang y la tercera señorita Gu! —dijo el joven—. Todo el mundo en el Jianghu lo sabe.

 

—¿Quién es la tercera señorita Gu? —Mu Qingshan se puso alerta.

 

—Por tu cara, seguro que acabas de entrar a la fortaleza —el joven lo tomó por un nuevo discípulo, así que bajó la voz y continuó con entusiasmo—. La tercera señorita Gu es la jefa del clan Gu en la montaña Yanyun. Tiene una historia bastante profunda con Lord Shang.

 

—¿Qué tipo de relación? —preguntó Mu Qingshan, curioso.

 

—¿Qué otra podría ser? —el joven se rio—. La tercera señorita Gu tiene un carácter muy peculiar. Esta escolta fue encargada por Lord Wang Wanfú y si no fuera por la mediación de Lord Shang, me temo que nuestra caravana ni siquiera podría entrar en la montaña Yanyun.

 

«¿Y quién era ese tal Wang Wanfú?» Mu Qingshan se sentía cada vez más perdido.

 

La montaña Yanyun no estaba ni cerca ni lejos de la Fortaleza Teng Yun. A caballo, se tardaba unos diez días. En ella había una fortaleza llamada el Fuerte Gu, cuyo líder era la tercera señorita Gu. De rostro delicado y encantador, figura pequeña, pero al caminar desprendía una energía feroz. Cuando blandía sus dos grandes espadas, todos en varios kilómetros a la redonda corrían a esconderse. Por eso, nadie se atrevía a proponerle matrimonio.

 

Y justo esa señorita Gu, tan temperamental y mandona, tenía sentimientos por Shang Yunze. Hace unos años incluso pensó en ir a la Fortaleza Teng Yun a secuestrarlo para casarse. Cuando la noticia se difundió, el Jianghu se alborotó. Shang Yunze estaba en ese momento en Shuzhong por asuntos oficiales, y al enterarse, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.

 

—Hermano Shang, qué suerte tienes con las mujeres —le dijo Qin Shaoyu, dándole una palmada en el hombro—. Ya que el matrimonio está cerca, el Palacio Perseguidor de las Sombras no te retendrá más. Vuelve pronto a prepararte.

 

Shang Yunze: “…”

 

Claro que la señorita Gu solo había tenido un arrebato. No era tan salvaje como para presentarse a secuestrarlo de verdad. Pero, aun así, el escándalo se esparció por todo el Jianghu y se habló del tema durante medio año antes de que se calmara. En aquel entonces, Shang Yunze aún no estaba casado, así que la gente empezó a inventar historias. Y la verdad, los dos no sonaban tan mal juntos.

 

En cuanto a Lord Wang Wanfú, era un hombre que, por no tener buen juicio, había intentado coquetear con la señorita Gu durante una reunión marcial. Acabó con la cara como un cerdo, y las dos familias se enemistaron. Era un hombre muy tacaño, y si no fuera porque esta mercancía era extremadamente valiosa, jamás habría contratado al jefe Liu.

 

Cuando Mu Qingshan por fin logró entender todo el embrollo, el cielo ya se había oscurecido. Nubes negras se arremolinaban, y la lluvia empezó a caer con fuerza. El joven corrió hacia el salón principal cubriéndose la cabeza, pero Mu Qingshan no lo siguió. Se dio la vuelta y caminó solo hacia el patio trasero, pensando mientras caminaba:

La tercera señorita Gu…

 

—¿Por qué no llevaste paraguas, joven maestro Mu? —el sirviente se alarmó al verlo empapado, y enseguida mandó a calentar agua para que se bañara y no se resfriara.

 

—No me… ¡Apchís! —Mu Qingshan no alcanzó a terminar la frase antes de estornudar varias veces. Sabiendo que no tenía excusa, se fue obedientemente a bañarse.

 

En la cocina, los cocineros freían y guisaban. El líder de la fortaleza Shang había decidido invitar al jefe Liu a cenar. Mu Qingshan, en su habitación, comía sus gachas de arroz con frustración.

«¡Encima lo invitan a cenar!»

 

—¿De verdad no hay forma? —el jefe Liu no se rendía.

 

—No es que no quiera ayudarte, hermano —respondió Shang Yunze, sirviéndole una copa de vino—. Pero esta vez realmente no puedo. Estos rumores de pueblo pueden decirlos los demás, pero ¿cómo es que tú también te unes a la algarabía? No solo ya tengo esposa, sino que, aunque no la tuviera, la señorita Gu no necesariamente me haría caso.

 

—¿Ni siquiera una carta? —el jefe Liu lo miraba con esperanza.

 

—La escolta Yuan Tong y el Fuerte Gu no tienen relación alguna —dijo Shang Yunze—. ¿Por qué la señorita Gu cargaría con el rencor hacia Wang Wanfú y lo volcaría sobre ti? Si lo hiciera, ¿en qué se diferenciaría de los sectarios del Culto Demoníaco?

 

«La verdad, según los rumores, la señorita Gu no estaba tan lejos de una bruja del Culto Demoníaco…» El jefe Liu tenía lágrimas en los ojos, «lamentando no haber nacido con la belleza de Shang Yunze. Si así fuera, todo sería más fácil».

 

Tras mucho esfuerzo, logró despedirlo. Shang Yunze por fin pudo respirar tranquilo y fue a la oficina contable a buscar a Mu Qingshan para que descansara.

 

—Lord Shang, el joven maestro Mu regresó por la tarde —la oficina estaba vacía, solo quedaba un sirviente limpiando.

 

«¿Por qué tan obediente hoy?» Shang Yunze se sorprendió en silencio. Pero mientras regresaba a la habitación, se encontró con el sirviente, quien le informó que el joven maestro Mu había comido gachas… además de muslo de pollo, costillas, pescado al vapor y carne de res en tiras. Shang Yunze se alarmó aún más. Ayer apenas se había recuperado del golpe de calor, y pensaba que hoy seguiría sin apetito.

 

En la habitación, Mu Qingshan estaba abrazado al edredón, bostezando. Al oír que alguien entraba, cerró los ojos rápidamente.

 

Shang Yunze se acercó a la cama, bajó con cuidado el edredón y le tocó la frente. Al comprobar que ya no tenía fiebre, se sintió aliviado y fue a bañarse. Luego volvió y se metió en la cama.

 

La vela se apagó. Todo quedó en silencio, ni siquiera se oía el canto de las cigarras.

 

Después de un rato, Mu Qingshan se movió lentamente y le pellizcó los dedos.

 

Shang Yunze se rio en voz baja y se giró para mirarlo.

 

Mu Qingshan se sonrojó en la oscuridad. «¡¿De qué te ríes?!»

 

—¿Qué pasa ahora? —Shang Yunze lo abrazó.

 

—Nada —murmuró Mu Qingshan.

 

—Claramente tienes algo en mente —Shang Yunze le levantó la barbilla—. ¿O es que quieres hacer travesuras?

 

—¡Claro que no! —Mu Qingshan le apartó la mano—. ¿Quién es esa tal tercera señorita Gu?

 

Shang Yunze: “…”

 

—¡Dímelo ya! —insistió Mu Qingshan.

 

—¿Quién te lo dijo? —Shang Yunze se llevó la mano a la cabeza.

 

—Eso no importa —Mu Qingshan se sentó—. ¡Habla!

 

—Fue hace años. Si no fuera porque el jefe Liu lo mencionó hoy, ya lo habría olvidado —dijo Shang Yunze—. La tercera señorita Gu dijo una vez que quería secuestrarme para casarse. Pero solo lo dijo. Nos hemos visto pocas veces, se puede contar con los dedos. Fue un escándalo por un tiempo, pero luego todo se calmó.

 

—¿Y por qué querría secuestrarte? —Mu Qingshan le tiró de la cara. «¡Hay tanta gente en el Jianghu!»

 

—Pero no lo hizo —Shang Yunze se rio—. Supongo que fue un arrebato. Cuando lo pensó bien, se le pasó.

 

Mu Qingshan le jaló el cuello de la ropa:

—¡Que no se repita!

 

Shang Yunze levantó las manos en señal de rendición.

 

Pero Mu Qingshan seguía agarrado a su ropa, sin soltar.

 

Shang Yunze lo miró en la oscuridad.

 

Un momento después…

 

—¿Hacemos algo travieso? —preguntó Shang Yunze.

 

—¡No quiero!

 

—¿De verdad no quieres? —volvió a preguntar Lord Shang.

 

Mu Qinshang: “…”

«¡Un poquito sí!»

 

Shang Yunze se echó a reír y lo atrajo a su pecho.

«Tan adorable que dan ganas de mimarlo…»

 

Quizás por un leve ataque de celos, esa noche Mu Qingshan se mostró especialmente aplicado. Aunque aún sin mucha técnica, Lord Shang se tocó el cuello, donde quedaba una pequeña marca de dientes, y no pudo evitar sentirse de buen humor.

 

Mu Qingshan se envolvió en el edredón, bostezando con sueño.

 

—¿Quieres salir a despejarte un poco? —Shang Yunze le acarició la mejilla con el dorso de los dedos.

 

—¿A dónde? —preguntó Mu Qingshan.

 

—Al pabellón de la montaña del sur —respondió Shang Yunze—. Habrá un concurso de poesía.

 

A los ratones de biblioteca siempre les gustan esas cosas. Y Mu Qingshan no era la excepción.

 

—¿Un concurso de poesía? —preguntó Mu Qingshan.

 

—Ajá —Shang Yunze acercó el rostro—. Un beso y te llevo.

 

Mu Qingshan se inclinó obedientemente.

 

«Tan dócil como siempre».

 

Tres días después, ambos partieron hacia la montaña del sur. Aunque este concurso de poesía no tenía la magnitud de los que se celebraban en Wang Cheng, en la región era todo un acontecimiento. Eruditos de todos los pueblos cercanos acudían, y el ambiente era bastante animado.

 

—¡Cuánta gente! —Mu Qingshan miraba por la ventana del carruaje.

 

—Claro —respondió Shang Yunze mientras pelaba uvas—. El Emperador Chu ha impulsado los exámenes imperiales, así que hay más empollones que nunca.

 

Mu Qingshan lo miró de reojo.

 

Lord Shang le ofreció una uva y corrigió con naturalidad:

—Quiero decir, más eruditos.

 

—Está ácida —Mu Qingshan frunció el ceño.

 

—¿Sí? —Shang Yunze lo atrajo a su pecho—. Déjame probar.

 

—¿Hmm? —Mu Qingshan no alcanzó a reaccionar antes de que unos labios suaves se posaran sobre los suyos. Se quedó congelado. Quiso apartarlo, pero pensándolo bien… y pensándolo otra vez… antes de llegar a una conclusión, el beso ya había terminado.

 

—¿Quién dijo que estaba ácida? —Shang Yunze soltó su barbilla con satisfacción—. Es claramente dulce.

 

Mu Qingshan, rojo como un tomate, lo empujó y salió a montar a caballo. ¡No iba a hablar con ese bribón!

 

El concurso atrajo no solo a los eruditos, sino también a muchos comerciantes. A ambos lados de la calle había puestos de comida y objetos curiosos, tan coloridos que era difícil apartar la vista. Las habitaciones libres en las posadas escaseaban, los precios se triplicaron, y aun así estaban llenas todos los días. El dueño contaba monedas con una sonrisa que casi le partía la cara.

 

Después de instalarse, Shang Yunze dijo:

—Aún es temprano. Baja a tomar un té. Seguro hay mucha gente en el salón.

 

—¿Voy solo? —Mu Qingshan no entendía.

 

—Allí abajo todo son eruditos. Si yo aparezco, rompería el ambiente —explicó Shang Yunze—. Dijimos que veníamos a ver el concurso, así que lo mejor es que disfrutes a tu manera. Si bajo contigo, los demás o no se atreverán a acercarse, o se pondrán a preguntar cosas del mundo marcial. Eso arruinaría el propósito.

 

—No importa —Mu Qingshan le tomó la mano—. Vamos juntos.

 

—¿No quieres dejarme solo en la habitación? —Shang Yunze se inclinó para mirarlo a los ojos.

 

Mu Qingshan asintió:

—Ajá.

 

—Qué obediente —sonrió Shang Yunze—. No te preocupes, habrá alguien protegiéndote en secreto. Yo aprovecharé para lavarme la cara.

 

—Está bien —Mu Qingshan le tiró del cabello—. Entonces descansa un poco y ven a buscarme.

 

Shang Yunze asintió y lo vio salir.

 

En el salón, efectivamente había muchos eruditos. Mu Qingshan se sentó a una mesa y pidió una tetera. No pasó mucho antes de que tres o cuatro jóvenes se acercaran. La conversación fluyó con naturalidad, y todos parecían llevarse bien. Desde el piso superior, Shang Yunze lo observó un momento. Al ver que su pequeño Qingshan escuchaba con atención, los ojos brillando, se sintió tranquilo. Pensó que este tipo de reuniones podrían repetirse más a menudo.

 

Entre los eruditos había uno llamado Liang Rengui, de modales refinados y conversación elegante. Con Mu Qingshan parecía haber una conexión especial.

 

—Sabía que el hermano Mu y el hermano Liang se llevarían bien —comentó otro joven—. Ambos tienen algo del Jianghu en su historia.

 

—¿De verdad? —Mu Qingshan se sorprendió—. ¿El hermano Liang también tiene relación con el Jianghu?

 

—Así es —respondió Liang Rengui, algo avergonzado—. Estoy por casarme.

 

—¡Entonces muchas felicidades! —Mu Qingshan sonrió con alegría.

 

En la habitación del piso superior, Shang Yunze apenas había tomado dos tazas de té cuando uno de sus subordinados vino a informarle que habían encontrado a la tercera señorita Gu en la posada.

 

—¿Quién? —Shang Yunze tembló, derramando un poco de té.

 

—Es la señora Gu, sin duda —respondió el subordinado—. Y no solo eso: lleva más de media hora sentada en un rincón del segundo piso, observando al joven maestro Mu sin moverse.

 

Shang Yunze se levantó de inmediato.

 

Detrás de una columna había una pequeña mesa. Una joven estaba sirviéndose vino sola, mientras vigilaba con atención lo que ocurría abajo.

 

Y entonces, alguien se sentó frente a ella.

 

—¿Tú? —al reconocerlo, Gu Sanmei frunció el ceño y miró rápidamente hacia el salón de abajo.

 

—Cuánto tiempo sin verte —Shang Yunze eligió sus palabras con cuidado.

 

—¡Vete ya! —lo interrumpió Gu Sanmei, molesta—. ¡Los artistas marciales no tienen nada que hacer en un concurso de poesía!

 

—La señora Gu también es del Jianghu —le recordó Shang Yunze.

 

—Eso es distinto —Gu Sanmei seguía mirando hacia abajo, visiblemente nerviosa.

 

—Él es mi esposo —añadió Shang Yunze.

 

—¿Qué esposo ni qué nada? —al ver que la gente de la mesa se levantaba, Gu Sanmei se puso más ansiosa. Abrió de golpe una puerta cercana—. ¡Métete ahí rápido!

 

Al ver su comportamiento tan extraño, Shang Yunze sintió que algo no iba bien.

—¿Hay peligro abajo?

 

—¡Mucho! —Gu Sanmei lo agarró del brazo y lo empujó hacia la habitación—. ¡No hay tiempo, entra ya!

 

—¿A quién estás vigilando? —Shang Yunze aún preguntaba.

 

Y entonces, dos voces se escucharon al unísono:

—¿Qué están haciendo?

 

Gu Sanmei: “…”

 

Shang Yunze: “…”

 

Mu Qingshan y Liang Rengui estaban en la entrada de la escalera, con expresión de total desconcierto.

 

—¡Cof, cof! —Shang Yunze levantó ambas manos rápidamente, indicando que no estaba haciendo nada indebido.

 

—¡Qué sorpresa encontrar a Lord Shang y a la señora Gu! —justo en ese momento, alguien sin tacto gritó con una sonrisa—. ¡Soy el viejo Wu!

 

Mu Qingshan entrecerró los ojos.

 

Shang Yunze deseó poder atar al viejo Wu y lanzarlo por la ventana.

 

—Déjame explicarte —dijo Shang Yunze, ya de vuelta en la habitación, agachado frente a Mu Qingshan.

 

—Está bien, explícate —Mu Qingshan respondió con calma.

 

Shang Yunze abrió la boca, pensó un momento, y luego dijo:

—Yo tampoco sé qué está pasando.

 

Mu Qingshan: “…”

 

Gu Sanmei golpeaba la puerta con tal fuerza que parecía que iba a derribarla.

 

—Ve a abrir —instó Mu Qingshan.

 

Shang Yunze se lamentaba por dentro. «Que no venga ahora otro desastre…»

 

Al abrir la puerta, Gu Sanmei estaba allí con las mangas arremangadas y las manos en la cintura, lista para pelear.

 

Shang Yunze colocó a Mu Qingshan detrás de él:

—Si tienes algo que decir, dilo con calma.

 

El pecho de Gu Sanmei subía y bajaba con fuerza. Miró a los dos durante un largo rato… y de pronto soltó un “¡Waaah!” y se echó a llorar.

 

Shang Yunze: “…”

 

Mu Qingshan: “…”

 

Media hora después, Mu Qingshan le ofrecía otro pañuelo seco:

—No llores más, señorita.

 

Gu Sanmei seguía sollozando.

 

—No sabíamos que el joven Liang era el hombre que te gusta —Mu Qingshan intentaba consolarla con palabras amables. Aunque aún le quedaba una frase por decir: «¡Y además no hicimos nada!»

 

Aunque en su momento causó bastante revuelo en el Jianghu, Gu Sanmei, al saber que Shang Yunze no tenía interés en ella, dejó de insistir. Siguió recorriendo el mundo con su estilo fogoso, hasta que finalmente conoció a Liang Rengui. Ella era fuerte y temperamental; él, delicado y educado, de voz suave. Juntos, resultaron sorprendentemente compatibles.

 

Fue precisamente por haber encontrado a la persona adecuada que Gu Sanmei empezó a reflexionar. ¿Había sido demasiado brusca en el pasado? Después de todo, la mayoría de los hombres preferían a mujeres más suaves, y los empollones aún más. Si Liang descubría que no solo le gustaba montar a caballo y pelear, sino que incluso había perseguido a Shang Yunze, ¡seguro saldría corriendo!

 

Por eso, había estado ocultando su verdadera personalidad con mucho cuidado. Liang Rengui era un erudito de un pueblo pequeño, sin mucha exposición al Jianghu. Solo sabía que ella era una heroína, y no había preguntado más.

 

Gu Sanmei pensaba que lo había escondido todo muy bien. Jamás imaginó que asistir a un simple concurso de poesía acabaría en desastre. Al regresar a la habitación, Liang Rengui seguía sin entender nada. Y antes de que pudiera preguntar qué había pasado, Gu Sanmei, completamente desesperada, empezó a confesarlo todo. Le contó que el joven con quien había estado charlando tanto era “el hombre de Shang Yunze”, que no sabía qué cosas le habría dicho… y en medio de la desesperación, terminó revelando toda su historia. Incluso incluyó aquel incidente de cuando tenía tres años y le bajó los pantalones al hermano mayor de su secta.

 

Liang Rengui tragó saliva con dificultad. Por un momento, no supo cómo reaccionar.

 

Al ver que no decía nada, Gu Sanmei se sintió aún más desolada, y fue directamente a buscar a Shang Yunze para reclamarle. Lloró durante casi una hora.

 

—No llores, no llores. El hermano Liang no parece ser alguien superficial —Mu Qingshan le ofreció otro pañuelo.

 

Gu Sanmei por fin dejó de llorar:

—¿De verdad? Los dos son eruditos, quizás piensan igual.

 

—Claro que sí —Mu Qingshan se levantó—. Si quieres, te acompaño de vuelta.

 

—Está bien —respondió Gu Sanmei.

 

Al verlos salir juntos, Shang Yunze no pudo evitar reírse por lo bajo.

 

Este giro de los acontecimientos… realmente no lo había visto venir.

 

La habitación contigua estaba vacía. Antes de que Gu Sanmei volviera a caer en la desesperación, uno de los subordinados informó:

—El joven Liang fue a comprarte algo dulce.

 

—¿En serio? —Gu Sanmei cambió de expresión al instante.

 

—Por supuesto —dijo el subordinado—. La señora salió con cara de querer matar a alguien, y el joven Liang no se atrevió a acercarse. Fue el pequeño Qi quien le sugirió que comprara algo para alegrarte.

 

Gu Sanmei se sintió rara… incluso un poco avergonzada.

 

—Las chicas no deben ser tan fieras —le susurró Mu Qingshan.

 

«No fui tan fiera…» pensó Gu Sanmei. «Solo un poquito».

 

Poco después, Liang Rengui apareció corriendo con un cuenco de frutos rojos en almíbar. Mu Qingshan se levantó y regresó a su habitación.

 

—¿Y bien? —preguntó Shang Yunze.

 

—El hermano Liang realmente quiere a la señora Gu —respondió Mu Qingshan—. ¡Voy a asistir a su banquete de bodas!

 

—¿Ah? ¿sí? —Shang Yunze sonrió.

 

—Sí —Mu Qingshan se sentó a su lado—. Será el día ocho del mes que viene.

 

—¿Ya tienen fecha? —Shang Yunze se sorprendió.

 

—Ajá —Mu Qingshan asintió—. La puse yo.

 

Shang Yunze: “…”

 

—Los dos querían casarse pronto, así que elegí una al azar —dijo Mu Qingshan—. El ocho suena bien.

 

Shang Yunze no sabía si reír o llorar. «¿Así también se puede?»

 

—Vamos, salgamos a pasear —Mu Qingshan lo tiró de la mano—. La señora Gu dijo que quiere visitar el Fuerte Teng Yun algún día.

 

—Lo que tú decidas está bien —respondió Shang Yunze.

 

Un rato después…

 

—¿Hay alguien más en el Jianghu que haya estado enamorado de ti?

 

—Sí.

 

—¿Quién?

 

—Muchos. No me acuerdo.

 

Mu Qingshan: “…”

 

¡Hmph!

 

Esa noche, Lord Shang yacía en el suelo, mirando el techo con arrepentimiento.

 

«Si lo hubiera sabido… ¡no habría dicho nada!»