ASOF-72

 

Capítulo 72: Reencuentro después de mucho tiempo.

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Por la tarde, el dueño de la Residencia Zhangtai, Zhang Ming, vino personalmente a visitarlo. Al igual que Gan Yong, del Pabellón Xiaoyao, él también había viajado a la Isla Perdida en busca de tratamiento para un familiar enfermo. Sin embargo, a diferencia de Gan Yong, Zhang Ming había escuchado, en voz baja, algunos rumores entre las sirvientas de la isla, y por ello tenía una vaga idea del pasado de Yun Yifeng. Aquel año, cuando aún eran desconocidos, le había preguntado con discreción si necesitaba ayuda.

 

Solo por esa frase, Yun Yifeng lo había guardado en el corazón desde entonces, respetándolo como a un hermano mayor.

 

En ese momento, Zhu’er había sido llamada por Gui Ci, y Ling Xing’er estaba afuera preparando la medicina. Zhang Ming se sentó junto a la cama y preguntó en voz baja:

—¿Por qué sigues con Gui Ci? ¿Acaso te está obligando otra vez?

 

—Es una historia larga. Pero no, no se puede decir que me obligue. Soy yo quien depende de su decocción para seguir con vida —respondió Yun Yifeng—. Además, hay algo más. La secta Feng Yu cometió un error al investigar, y obtuvo información equivocada. Me temo que en unos días ya no habrá lugar para mí en el Jianghu. Si descubren que estoy aquí, podrían causarte problemas, hermano.

 

—Eso suena demasiado formal. Entre tú y yo no hay necesidad de cortesías —lo tranquilizó Zhang Ming—. La Residencia Zhangtai ha prosperado en los últimos años gracias a la información de la secta Feng Yu. Quédate tranquilo. Aunque esos artistas marciales vengan a buscarte, sé bien cómo hacer que se marchen.

 

Yun Yifeng sonrió levemente.

—Hay otra cosa que quisiera pedirte.

 

—¿Qué cosa?

 

Yun Yifeng se inclinó y le susurró unas palabras al oído.

 

—Está bien, no te preocupes —respondió Zhang Ming—. Ese asunto, déjamelo a mí.

 

La Residencia Zhangtai estaba construida a media ladera. Las montañas de la zona eran escarpadas, y la casa quedaba oculta entre árboles verdes. Cuando la niebla se levantaba, parecía flotar entre las nubes.

 

El paisaje era hermoso, sí, pero algo frío. Ling Xing’er cubrió a Yun Yifeng con una manta.

—Maestro Yun, será mejor que entre a acostarse. Apenas ha vuelto algo de color a su rostro. No vaya a resfriarse otra vez.

 

—¿Recuerdas lo que te pedí?

 

—Si lo recuerdo, pero… ¿funcionará? —Ling Xing’er le masajeaba los hombros—. Si el veneno del maestro requiere ajustar la dosis en el camino, y nosotros no lo sabemos, si seguimos tomando la fórmula antigua sin cambios… Yo también detesto a esa gente, pero incluso usted ha dicho que depende de su medicina para seguir vivo.

 

—La dosis de ese medicamento nunca cambia —dijo Yun Yifeng—. Llevo años tomándolo. Siempre es lo mismo: cuando estoy al borde de la muerte, me obligan a beber un cuenco. No tiene efecto curativo ni desintoxicante, solo prolonga la vida un poco más. En su momento quise conseguir la receta, pero Gui Ci se negó. Supongo que temía que, una vez con el remedio en mis manos, me escaparé a algún lugar donde no pudiera encontrarme.

 

Ling Xing’er asintió, y luego añadió:

—Entonces, maestro Yun, descanse unos días más. Recupere fuerzas. Cuando el Príncipe Xiao baje de la montaña, nos iremos.

 

La tarea de preparar la medicina siempre había recaído en Zhu’er, también la de desechar los residuos. Ese día, Ling Xing’er levantó su falda y entró en la cocina. Zhu’er estaba filtrando la decocción: otro cuenco de líquido verde brillante.

 

—¡Oye! —Ling Xing’er golpeó la mesa con desagrado—. Mi maestro de secta te está buscando.

 

Zhu’er tembló, casi derramando la medicina sobre la mesa. Levantó la cabeza con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

 

Ling Xing’er frunció los labios.

 

—¿No quieres ir? Entonces iré yo a informarle —dijo, girándose con intención de marcharse. Tal como esperaba, escuchó el sonido del viento cortado detrás de ella. Se apartó con agilidad, rozando a Zhu’er al pasar. El colgante de porcelana blanca que llevaba en la cintura salió volando y golpeó el recipiente de barro. El cuenco se rompió con un crujido, y el resto de la medicina se derramó por toda la mesa.

 

—¿Estás mal de la cabeza? —Ling Xing’er se sacudió los restos de medicina del vestido y protestó con tono altivo—. ¡Torpe! El maestro Yun está esperando su medicina.

 

Zhu’er la fulminó con la mirada, tomó el cuenco y salió apresuradamente rumbo a la habitación de Yun Yifeng.

 

Ling Xing’er se quedó de brazos cruzados en la puerta de la cocina, observando cómo Zhu’er entraba y cerraba la puerta. Luego volvió al interior, recogió todos los residuos de medicina en un pequeño frasco, sacó otra bolsa que ya tenía preparada y la vertió sobre la mesa. Solo entonces llamó a los sirvientes para que limpiaran todo.

 

Esa misma noche, Zhang Ming llevó personalmente los residuos a consultar con el mejor médico de la ciudad. Aunque los ingredientes no eran comunes, tampoco eran imposibles de conseguir. Con suficiente dinero, se podía replicar la fórmula.

 

Además, Zhang Ming encontró una casa tranquila para Yun Yifeng en un lugar apartado. Tenía pensado asignarle guardaespaldas y sirvientes, pero fue rechazado.

 

—Cuanta menos gente, mejor —dijo Yun Yifeng—. Un séquito llamativo solo atrae atención.

 

—Aunque sea así, solo tú y la señorita Xing’er… no me deja tranquilo —insistió Zhang Ming—. He notado que Gui Ci ha estado más calmado estos días, sin hacerte sufrir. ¿Por qué no te quedas aquí? Al menos tendrás un médico cerca.

 

—No quiero volver a verlo —respondió Yun Yifeng—. Ni que me obligue a beber esas pociones absurdas. Si de verdad me quedan pocos días, al menos quiero vivirlos con libertad y tranquilidad.

 

Zhang Ming suspiró.

—Ese carácter tuyo… Está bien. Pero si surge algún problema, ven a buscarme.

 

Yun Yifeng asintió.

—De acuerdo.

 

Esa misma noche, con la ayuda de Zhang Ming, Yun Yifeng y Ling Xing’er lograron salir discretamente de la Residencia Zhangtai. Subieron a un carruaje que los llevó rumbo al este. No fue sino hasta la mañana siguiente que Zhu’er, al ir a entregar la medicina, descubrió que la habitación ya estaba vacía.

 

Gui Ci estalló de furia. Zhang Ming, de pie a su lado, también parecía desconcertado.

—El médico divino Gui Ci se ha dedicado por completo a curar al Maestro de secta Yun ¿Cómo es que él se ha marchado sin decir palabra? ¿Acaso hubo algún malentendido entre shifu y discípulo?

 

Gui Ci, acostumbrado a los elogios del pueblo: “manos milagrosas y corazón benevolente”, “reencarnación de Hua Tuo”. No iba a revelar que usaba a Yun Yifeng como sujeto de prueba. Solo mascullaba maldiciones sin cesar. Zhu’er, desesperada, daba vueltas sin parar.

—¿Y si también fue al Pico Changying?

 

—¡Vamos! Partimos ahora mismo —ordenó Gui Ci—. ¡Sea como sea, deben traerlo de vuelta!

 

El Pico Changying quedaba al sur de la Residencia Zhangtai, lo que suponía un desvío. Una vez que Gui Ci y su grupo se marcharon, Zhang Ming pudo respirar con algo más de calma. Solo deseaba que Yun Yifeng llegara sano y salvo al pequeño pueblo, y pudiera recuperarse en paz.

 

***

 

En otro lugar, los artistas marciales del Jianghu finalmente habían llegado a las cercanías del Pico Changying. Los discípulos enviados a explorar regresaron con noticias: parecía que también había gente del gobierno buscando en la montaña, y con bastante despliegue.

 

Al oír esto, Li Qinghai quedó algo perplejo. En el Jianghu, era norma tácita no enfrentarse con la corte imperial. Si el Emperador realmente deseaba la tumba del Rey de Chang’an, nadie más debía intervenir.

 

Uno del grupo preguntó a Qingyue:

—¿La corte imperial también se enteró de esto?

 

—No debería —respondió Qingyue, frunciendo el ceño—. Apenas mi maestro de secta recibió el informe, vino sin descanso a informar al líder Li. Los espías del gobierno, por rápidos que sean, no superan a la secta Feng Yu.

 

—Pero si el ejército ya está aquí, ¿qué otra cosa podría estar buscando? —insistió el hombre—. Líder Li, creo que deberíamos esperar un par de días más. No vaya a ser que, sin querer, ofendamos a la corte imperial.

 

Aunque Qingyue no lo mostró, por dentro estaba inquieto. Justo cuando iba a decir algo más, apareció un jinete por el otro extremo del sendero. Vestía túnica oscura, portaba una lanza larga, y su porte era imponente.

 

Alguien lo reconoció: era Lord Lie, funcionario de la corte imperial.

 

—Líder Li —saludó el funcionario Lie con una sonrisa, juntando los puños—. Desde lejos pensé que me había equivocado. ¿Acaso ya terminó el Torneo de Artes Marciales?

 

—En los últimos años, el Jianghu ha estado tranquilo. No hay grandes asuntos que discutir —respondió Li Qinghai, devolviendo el saludo y tanteando el terreno—. ¿Qué lo trae al Pico Changying, Lord Lie?

 

—¡Ah! El Emperador se preocupa por el pueblo de Yongle —explicó el funcionario Lie—. Dice que los caminos montañosos dificultan el tránsito, así que me envió a inspeccionar. Planea construir puentes y caminos el próximo año. Pero esta zona sí que es remota… llevamos días trabajando y apenas hemos talado unas cuantas docenas de árboles.

 

Al escuchar que la corte imperial venía a construir caminos, todos se sintieron aliviados. Li Qinghai, sin mostrar emoción, preguntó:

—Nosotros deseamos subir a la cima del Pico Changying para recoger algo. ¿No interferirá con su labor?

 

—¿La cima del Pico Changying? —el funcionario Lie alzó la vista—. Vaya, eso está casi en el cielo. No hay forma de construir hasta allá. Hagan lo que gusten.

 

Dicho esto, se dio la vuelta y regresó al campamento, claramente sin tomar en serio las palabras de Li Qinghai. Qingyue, a su lado, comentó:

—Cuando estábamos en Wang Cheng, el Príncipe Xiao mencionó algo sobre construir caminos. Por la actitud de Lord Lie, no parece que sepa de la tumba. Si lo supiera, ya habría intentado detenernos.

 

Los demás también opinaban que lo mejor era encontrar el tesoro cuanto antes, para poder estar tranquilos. Primero, el líder ya había dicho que iría a la cima del pico a buscar algo, y fue el propio Lord Lie quien dijo “hagan lo que gusten”. Segundo, con tantas sectas presentes, todos sabían ya dónde estaba la tumba. Si no se tomaba ahora, ¿habría que dejar gente vigilando? ¿Y a quién se asignaría esa tarea? ¿Y si el guardián se la robaba?

 

Al ver que Li Qinghai guardaba silencio, Jiang Nandou soltó una risa fría:

—Si el líder Li aún tiene dudas, nosotros subiremos primero.

 

—Qué impaciente el maestro Jiang —Li Qinghai desmontó con expresión de disgusto—. Esta tumba pertenece a todo el Jianghu. Lo justo es que todos la reclamemos juntos, para evitar que alguien con segundas intenciones se la apropie.

 

La tensión habitual entre ambos, aunque no estalló, terminó beneficiando a Qingyue. El funcionario Lie, que cabalgaba por el camino, oyó el alboroto y se volvió. Al ver a los artistas marciales escalando hacia la cima, sintió alivio por un lado, pero también una creciente inquietud. Solo deseaba que Ji Yanran y Jiang Lingfei estuvieran a salvo.

 

En la cripta, el tercer joven maestro de la familia Jiang masticaba su torta con movimientos torpes, los ojos llenos de melancolía, la voz como la de una esposa abandonada:

—¿Dónde te habías metido? Me dejaste solo, todo oscuro… me sentí muy asustado.

 

—Fui a revisar los alrededores otra vez —Ji Yanran se sentó con esfuerzo—. Pero no encontré nada.

 

Aquel lugar era tan extraño, rodeado de esqueletos, que apenas rozaba el concepto de “sangre y huesos”. Pero los tesoros no eran fáciles de hallar. Habían revisado cada grieta, y ni una sola seta, mucho menos el Ganoderma Lucidum de sangre.

 

Jiang Lingfei suspiró y juntó las manos en gesto de respeto.

 

—En cuanto a devoción, Su Alteza gana. Yo ni siquiera sé si podré salir de aquí, y tú sigues pensando en buscar medicina para tu amado. No sé si esta sinceridad conmoverá al cielo y hará caer un rayo celestial que abra la cueva.

 

Después de todo, así lo escriben en las novelas.

 

Justo mientras pensaba eso, se oyó un estruendo sobre sus cabezas.

 

Qingyue sostenía el mapa de mecanismos en la mano, y declaró con firmeza:

—¡La puerta del laberinto está justo aquí!

 

Los artistas marciales del Jianghu volvieron a unir fuerzas, alzando las palmas para golpear la ladera de la montaña.

 

Un zumbido resonó en el aire, haciendo vibrar los tímpanos. Fragmentos de piedra y polvo volaron por todas partes. Tras desprenderse la capa superficial, apareció una gigantesca puerta de hierro negro, dura como el acero.

 

—¡Con razón nadie la ha encontrado en tantos años! ¡Estaba escondida con tal hermetismo!

 

—¡Eso es bueno! Significa que nadie ha entrado aún. ¡Vamos, empujemos otra vez!

 

Li Qinghai concentró energía en sus palmas, Jiang Nandou desenvainó su larga espada, y Ning Weilu blandió su látigo serpentino. Los demás también liberaron toda su fuerza, buscando romper la puerta de un solo golpe.

 

¡BOOM!

 

Como si se hubieran detonado cientos de cargas explosivas al mismo tiempo, el suelo tembló bajo sus pies. Rocas gigantescas rodaron desde el acantilado, y el polvo levantado tiñó el cielo de amarillo. La gruesa puerta de hierro se resquebrajó, revelando una abertura oscura como el ojo de una bestia, medio oculta por árboles caídos, lo que la hacía aún más irresistible.

 

Encendieron antorchas y entraron en fila.

 

Los mecanismos internos ya habían sido desactivados días antes por Ji Yanran y Jiang Lingfei, así que los que entraron después no encontraron peligro alguno. Pero tampoco hallaron tesoro. Las paredes estaban limpias, sin rastro de técnicas marciales legendarias. Tras buscar por todos lados, lo único que encontraron fueron unas cuantas decenas de esqueletos.

 

—¿Qué significa esto? —alguien estalló, rodeando a Qingyue—. ¿No dijo el Maestro de secta Yun que la información era precisa, que la tumba del Rey de Chang’an estaba aquí?

 

Qingyue frunció el ceño.

—Eso fue lo que dijo mi maestro de secta.

 

—¿Y la tumba?

 

—¿La secta Feng Yu también se ha vuelto poco fiable?

 

—¡Que el Maestro Yun venga a dar explicaciones!

 

—¡Sí! Hemos viajado tanto, merecemos una respuesta.

 

Li Qinghai también intervino:

—Este asunto no puede quedar así. ¿El Maestro Yun ha regresado a la secta?

 

Qingyue negó con la cabeza.

—Mi maestro de secta no se encuentra bien de salud. Tal vez se ha retirado a descansar en algún lugar.

 

Entre todos, Jiang Nandou era quien más esperaba encontrar la tumba. Por eso, también era el más molesto. Con tono sarcástico, dijo:

—¿Qué pasa? ¿Se enteró de que la información era falsa y se escondió antes de que lo descubriéramos?

 

Jiang Lingfei, agazapado en la oscuridad, intercambió una mirada con Ji Yanran.

 

Su escondite estaba en lo alto de la cueva, justo donde los mecanismos habían dejado un hueco vacío, lo bastante grande para dos hombres adultos. Cuando la puerta de hierro fue derribada, la cripta se llenó de polvo. Sin saber qué ocurría afuera, decidieron ocultarse allí. Justo a tiempo para escuchar cómo todos atacaban verbalmente a la secta Feng Yu.

 

Ning Weilu, aunque decepcionada por no encontrar la tumba, se molestó al ver cómo insultaban a Qingyue con palabras vulgares. Con tono frío, dijo:

—Si quieren explicaciones, busquen al Maestro Yun. Si cometió un error, hay reglas en el Jianghu. En el peor de los casos, se le puede destituir. Pero no hay necesidad de maldecir padres, madres y ancestros. Parecen más rufianes que artistas marciales.

 

Ella, que siempre era serena y respetuosa, al hablar con el ceño fruncido logró imponer silencio. Poco a poco, la multitud se calmó.

 

—Según las reglas del Jianghu, la secta Feng Yu debe dar una respuesta en tres días —dijo Li Qinghai—. Si sabes dónde está el Maestro Yun, será mejor que lo convenzas de salir pronto. De lo contrario, nadie podrá protegerlo.

 

Qingyue apretó los puños en silencio y bajó la cabeza.

—Sí.

 

Li Qinghai ya había hablado. Aunque los presentes seguían indignados, no les quedó más remedio que dispersarse entre maldiciones. La tumba volvió a quedar en silencio. Ji Yanran salió lentamente de la oscuridad. Al verlo sano y salvo, Qingyue, aunque abatido, logró esbozar una sonrisa forzada.

 

Ji Yanran preguntó:

—¿Qué ha pasado exactamente?

 

—El Mapa Secreto de Zichuan estaba equivocado. Este lugar es la Puerta de la Muerte Kuanchan —explicó Qingyue, resumiendo los hechos—. El Maestro Yun también dijo que Su Alteaz puede estar tranquilo. Cuando se recupere, regresará por su cuenta a Wang Cheng.

 

Jiang Lingfei quedó boquiabierto. Aunque solía frecuentar círculos de belleza y entretenimiento, lo suyo no pasaba de beber, escuchar música y decir palabras dulces para alegrar a las damas. Nunca había amado de verdad. Por eso no comprendía que, cuando el sentimiento es profundo, uno puede llegar a arriesgarlo todo sin pensarlo.

 

Le dio una palmada en el hombro a Qingyue.

—Con lo enamorado que está tu maestro de secta, ¿cómo va a dejar que el Príncipe Xiao regrese solo? Será mejor que digas dónde está. Aunque Gui Ci pueda curarlo, los artistas marciales no lo dejarán en paz. Seguro ya están como locos buscándolo por todo el Gran Liang. Después de todo, aunque la secta Feng Yu ha proporcionado información útil a muchas sectas, también ha causado bastantes problemas. La gente recuerda más lo malo que lo bueno, guarda rencor más que gratitud. Antes, las reglas del Jianghu contenían el odio. Pero ahora que la secta rompió las normas, nadie va a esperar tres días. Seguro ya están alborotados buscándolo.

 

Qingyue suspiró.

 

—Gui Ci lo subió al caballo. No sé a dónde fueron. Mi Maestro de secta solo me dijo que, una vez rescatado Su Alteza, debía regresar cuanto antes a la secta Feng Yu, para evitar que alguien viniera a causar problemas.

 

—Vuelve a Chunlin —ordenó Ji Yanran—. Protege la secta por él. Yo me encargaré de encontrarlo.

 

Qingyue asintió.

 

—Entonces me voy —Qingyue vaciló un momento, luego añadió—. La salud de mi maestro de secta está muy deteriorada. En el camino, tosía sangre con frecuencia. Por las noches no dormía bien. Se despertaba sobresaltado por pesadillas, y se quedaba abrazando sus rodillas hasta el amanecer.

 

Y ese Ganoderma Lucidum de sangre que, según los rumores, podía salvarle la vida… ni con el poder conjunto de la secta y la corte se había logrado encontrar. Tal vez nunca volvería a aparecer.

 

Al pensar en ello, sintió un nudo en el pecho. Para no perder la compostura, se dio la vuelta y se marchó rápidamente.

 

Jiang Lingfei miró con cautela a Ji Yanran.

—¿Y ahora qué? No dejó ninguna pista. ¿Por dónde empezamos?

 

—Por los alrededores de la Montaña Guangming —respondió Ji Yanran—. Yun’er está débil. Gui Ci no se atreverá a llevarlo muy lejos. Vamos. Primero hay que encontrarlo.

 

Jiang Lingfei asintió. Quiso ver la expresión de Ji Yanran, pero la sombra le cubría medio rostro. Solo se veían sus ojos, impregnados de una frialdad que helaba el alma.

 

***

 

El refugio de Yun Yifeng era un pequeño poblado. Aunque se le llamaba “aldea”, por la geografía del lugar, cada casa estaba muy alejada de la siguiente. Ideal para esconderse en paz.

 

Ling Xing’er entró corriendo desde afuera, con una gran rama de flores silvestres amarillas en brazos.

 

—¡Maestro Yun, mire!

 

—Delicadas y encantadoras, combinan bien contigo —dijo Yun Yifeng, recostado en el sillón con una sonrisa—. Busca un jarrón y colócalas. Así durarán un par de días más.

 

—En la ladera baja, detrás de la casa, hay muchas más —respondió Ling Xing’er—. De todos los colores. Cuando esté mejor, lo llevaré a verlas.

 

Yun Yifeng asintió.

—Está bien.

 

Ling Xing’er arregló las flores con esmero y luego se fue a la cocina. Aunque había sido una joven mimada, en estos días había aprendido a cocinar. Con esfuerzo, lograba que Yun Yifeng comiera con gusto… aunque gastaba más arroz y aceite de lo normal. Los víveres que Zhang Ming había preparado para un mes estaban por agotarse en apenas diez días. No había remedio: todo aprendiz paga su cuota de errores.

 

—En dos días hay mercado. Iré al pie de la montaña a comprar algunas cosas —dijo durante la cena, mientras le pelaba un huevo hervido—. ¿Qué le apetece?

 

Yun Yifeng pensó un momento.

—Pescado mandarín en salsa dulce, tofu guisado, vieiras con pepino de mar, gambas asadas, albóndigas de cangrejo.

 

Ling Xing’er respondió:

—Perfecto. Entonces secuestro a un chef y lo traigo.

 

—Tu lengua se ha vuelto cada vez más afilada —rio Yun Yifeng—. Ten cuidado al bajar. Ve temprano y vuelve pronto.

 

Aunque el lugar era remoto, no podía confiarse. La secta Feng Yu y Lluvia había hecho muchos enemigos en los últimos días. No podía bajar la guardia.

 

Después de cenar, Ling Xing’er ordenó la cocina, preparó té caliente y se lo entregó para que se calentara las manos. Solo entonces preguntó:

—¿Piensa quedarse aquí en la montaña?

 

—¿Por qué? —Yun Yifeng la miró—. ¿Quieres volver?

 

—No es que yo quiera volver —aclaró Ling Xing’er, sentándose a su lado—. El Príncipe Xiao ya debe estar a salvo. ¿No quiere ir a buscarlo?

 

—Ahora mismo, apenas puedo caminar sin agotarme. ¿Cómo voy a buscarlo? —sonrió Yun Yifeng—. No encontramos la tumba del Rey de Chang’an, y ahora todo el Jianghu quiere mi cabeza. Si le sumamos a Gui Ci, no puedo moverme sin cuidado. Si voy a buscarlo, primero debo recuperar fuerzas. Salir ahora sería una muerte inútil.

 

—Tiene razón —reflexionó Ling Xing’er—. Si el Príncipe Xiao llega a la Residencia Zhangtai, sabrá dónde estás. Iré a preparar algo para la noche.

 

Ella era alegre y despreocupada. No conocía las penas del mundo, así que sus preocupaciones iban y venían con rapidez. Saltando como un cervatillo, volvió a la cocina. Yun Yifeng sonrió, recostado en el diván, mirando el horizonte con la mente en otro lugar. Su túnica blanca brillaba como la nieve.

 

La noche en el pueblo de montaña estaba acompañada por estrellas y rocío.

 

***

 

En el bosque, el fuego ardía con fuerza. Gui Ci estaba sentado bajo un árbol, jugando con unas píldoras en la mano. Zhu’er permanecía a su lado. Aunque por dentro estaba al borde del colapso, no se atrevía a mostrarlo. Retorcía el pañuelo entre los dedos con tanta fuerza que casi lo rompía.

 

Al pensar que Yun Yifeng estaba ahora con Ling Xing’er, quizás riendo en voz baja, atendido por ella en todo momento, deseó poder morderla hasta hacerla pedazos. Y también a aquella mujer que se atrevió a aparecer vestida de blanco al pie del acantilado. ¿Cómo se atrevían? Todas deberían morir.

 

Una bandada de aves salió volando, sobresaltada. Zhu’er levantó la cabeza con alerta, mirando al grupo que emergía del bosque.

—¿…Príncipe Xiao?

 

Gui Ci también alzó la vista, escudriñando rápidamente a su alrededor.

 

—¿Dónde está mi señor? —Zhu’er corrió hacia ellos, desesperada—. ¿Por qué no está junto al príncipe?

 

Jiang Lingfei, confundido, respondió:

—¿No fue que ustedes se lo llevaron aquel día? ¿Cómo es que ahora nos piden que lo devolvamos?

 

—Se escapó de la Residencia Zhangtai —Zhu’er rompió en llanto y cayó de rodillas, suplicando—. ¡Príncipe, por favor, búsquelo! Él nos evita, pero seguro no lo evitará a usted. Si no toma su medicina a tiempo… temo que ni tres meses podrá resistir…

 

Su voz era desgarradora, como el lamento de un alma en pena que emergía desde las profundidades de la tierra, rasgando el aire con cada palabra.

 

***

 

El sol de la mañana se alzaba, bañando el pueblo en una calidez suave. El mercado estaba lleno de vida. Ling Xing’er, con una cesta al hombro, vestida como una campesina y con el rostro discretamente disfrazado, se mezclaba entre la gente comprando carne y verduras. Pensando en que a Yun Yifeng le gustaba la sopa, compró también varios peces vivos, que planeaba mantener en la corriente del arroyo para tenerlos frescos.

 

Una doncella cargando arroz, harina, carne y verduras, abrazando además una tinaja llena de agua y peces… era imposible que pasara desapercibida.

 

Los aldeanos reían y la señalaban:

—¿De dónde habrá salido esta chica? Cuando se case, seguro será ella quien mande en casa.

 

Ling Xing’er bajó el sombrero de paja para cubrirse el rostro y aceleró el paso. Sus pies eran ligeros como el viento, y en un instante desapareció entre las montañas.

 

Unos hombres se miraron entre sí y, sin hacer ruido, comenzaron a seguirla.

 

Yun Yifeng seguía en el patio, tomando el sol. De pronto, apareció una gran oca, quién sabe de qué casa, caminando por el jardín con aire altivo. Recordó aquella frase: “pareces una oca”, y no pudo evitar acercarse para observarla mejor.

 

La oca lo miró fijamente por un momento. Luego, sin previo aviso, abrió el pico para picarlo. Sus alas blancas se desplegaron con un estruendo: ¡era como un ave mítica!

 

Yun Yifeng, débil y enfermo, salió corriendo con todas sus fuerzas. No quería gastar energía, pero tampoco podía permitirse perder ante una oca. Y con solo media fuerza, claramente no bastaba.

 

Al caer la tarde, Ling Xing’er entró al patio:

—Maestro Yun.

 

La oca estaba tumbada en el diván, patas arriba, durmiendo plácidamente.

 

Ling Xing’er: “…”

 

Yun Yifeng estaba agachado en el tejado, con las manos sosteniéndose el mentón, la mirada perdida y profunda.

 

Ling Xing’er no paró de reír durante media hora. Incluso antes de dormir, soltaba de vez en cuando un “puf” entre risas. Pensaba que, cuando el maestro de secta se recuperara, sin falta le contaría todo esto a su hermano mayor. Yun Yifeng, entre divertido y resignado, se recostó en la cama, bostezó con pereza y se envolvió en la manta, listo para dormir. Pero entonces, escuchó un ruido extraño afuera.

 

Frunció el ceño, y con la mano izquierda buscó la espada Feiluan junto a la almohada. Aguzó el oído.

 

Una decena de hombres saltaron al patio, todos con espadas brillantes en mano. Se hicieron señas entre ellos y avanzaron silenciosamente hacia la habitación.

 

Ling Xing’er también percibió el peligro. Se pegó a la rendija de la puerta para observar, mientras unas dagas se deslizaban suavemente en su palma. Pero antes de que pudiera actuar, desde la habitación contigua salieron silbando decenas de agujas plateadas. Yun Yifeng, con la espada en una mano, se lanzó al aire. Su figura, bajo la luz de la luna, era como nieve flotante.

 

Los atacantes, al no saber que estaba envenenado, no se atrevieron a atacar de frente. Retrocedieron. Aprovechando ese momento, Yun Yifeng tomó a Ling Xing’er de la mano y huyó con ella hacia la montaña.

 

Pero al verlo correr con pasos débiles, y al notar los restos de medicina en la cocina, los perseguidores dedujeron que estaba recuperándose allí. Así que lo siguieron.

 

El viento nocturno en la montaña era frío. Yun Yifeng vestía ligero, y aquella técnica que acababa de usar le había agotado toda la energía. Sentía punzadas en el pecho.

 

—¡Maestro Yun! —Ling Xing’er lo sostuvo—. ¿Está bien?

 

—Corre sola —jadeó Yun Yifeng—. No te preocupes por mí.

 

—¡Los mataré! —Ling Xing’er se recogió la trenza con furia, desenvainó la espada y se lanzó al combate.

 

Yun Yifeng suspiró por dentro. Selló dos puntos de acupuntura en su pecho y, apretando los dientes, fue a ayudarla. Pensaba que al menos podrían resistir cien movimientos y ganar una oportunidad. Pero apenas entró en combate, su espada Feiluan fue derribada, y él cayó al suelo tambaleándose.

 

—¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo! —gritó Ling Xing’er, atrapada por dos hombres, desesperada.

 

—La secta Feng Yu rompió las reglas primero. Tiene que darnos una explicación —dijo el líder del grupo, mientras levantaba a Yun Yifeng del suelo—. ¿Acaso piensa esconderse en este pueblo toda la vida?

 

Yun Yifeng se limpió la sangre de la comisura de los labios.

 

—Con el jefe Wang tan pendiente de mí, ¿cómo podría siquiera soñar con esconderme toda la vida?

 

—Ahora ya no tienes al líder de la Alianza para protegerte —le susurró el hombre al oído—. En mis manos, solo te queda esperar la muerte.

 

Yun Yifeng asintió.

—Si quieres matarme o descuartizarme, hazlo como gustes. Pero si te atreves a tocar un solo dedo de Xing’er, cuando se sepa, todo el Jianghu te despreciará. Y aunque muera, no te dejaré en paz.

 

—¿Una mocosa? ¿Qué tendría yo que ver con ella? —Wang Pan miró hacia atrás con desdén—. Sus puntos de acupuntura se desbloquearán en tres horas. Nadie la tocará.

 

—Qué caballeroso el jefe Wang… ¡cof! —Yun Yifeng no alcanzó a terminar la frase. Recibió un puñetazo directo al abdomen. Tardó un buen rato en recuperar el aliento. Alzó la mirada, lo encaró con frialdad.

 

—¿Qué pasa? ¿Ni siquiera puedes esperar a llevarte a la secta Baihe?

 

Wang Pan rechinaba los dientes de rabia. Le agarró el rostro y alzó la mano para golpearlo de nuevo. Pero entonces sintió un frío repentino en la palma. Sorprendido, alzó la vista: su mano tenía un agujero sangrante.

 

Ling Xing’er exclamó con alegría:

—¡Príncipe Xiao!